Caribe nuestro, Caribe heroico
Pórtico para un nuevo medio que aspira revitalizar el entusiasmo y la intelectualidad venezolanista

Bosquejo de las ideas en Venezuela
El Renacimiento, iniciado entre los siglos XII y XIII, alcanzó su cúspide humanística cuando, incontenible, desbordó sus energías por encima de los fronteras del antiguo continente europeo.1 En una epopeya sin antecedentes en las viejas jornadas históricas, las primeras carabelas avistaron al otro lado del Atlántico, en las aguas del Mar Caribe, un Nuevo Mundo, desconocido y gallardo, que guardaba la promesa del nacimiento de una nueva civilización. En su tercer viaje, Cristóbal Colón arriba a las playas de la Tierra Firme en el Golfo de Paria, y es allí, en la desembocadura del Orinoco, que abre definitivamente las puertas ya no sólo del ulterior continente americano, sino también de la modernidad, erigiendo el vínculo imperecedero entre los dos mundos.2
El Nuevo Continente, tierra fértil repleta de verdor y de maravillas naturales, estaba arropado por las leyendas que las castas indígenas habían tejido, pero desprovisto de una cultura intelectual de lo que pudiese llamarse un auténtico pensamiento político y filosófico.3 Impulsadas por un ilusorio sentido utópico, las idílicas y portentosas noticias de Colón sobre la Tierra de Gracia sacudieron la cosmovisión de los intelectuales y gobernantes de la Europa renacentista, que vertiginosamente se lanzaron a la reforma y transformación, positiva y utópica, de las ciencias y las humanidades para alcanzar «toda una nueva visión del hombre y su destino»,4 germen de las revoluciones tal como las entendemos hoy.5
Al margen de la transformación ideológica de Occidente, pero imbuidos en el mismo espíritu aventurero que había inspirado el Descubrimiento, viajaban en las carabelas los hombres y las ideas que iban a edificar la empresa de la conquista del Nuevo Mundo. Soldados, agricultores, frailes y marinos venidos del Mediterráneo, vienen para crear vida nueva —en la más austera autonomía en el caso venezolano— y escriben las primeras páginas de historia de este nuevo mar. Expuestas a las propiedades telúricas del trópico, las ideas de la tradición greco-latina se transforman y los componentes humanos se mezclan en tanto que se desata el drama bélico entre colonos y nativos.6
Caribes, caracas, tamanacos, caquetíos, arahuacos, etc., eran tan sólo algunos de los heterogéneos grupos indígenas que poblaban las llanuras y litorales de la Tierra Firme, cuya unidad cultural se sostenía del naturalismo fantástico de sus mitos y de primitivos lazos de comunicación lingüística y comercial. Destaca con particular interés dos elementos espirituales que nuestros indígenas heredaron al hombre venezolano: el vigor expansionista e indomable de los caribes que, desde la Guayana, se habían lanzado a la conquista de las Antillas y que enfrentaron con ferocidad a los expedicionarios, y la crónica de la creación mítica de Amalivaca, figura prometeica, el primer civilizador de la Tierra Firme.7
Ardua fue la hazaña de la colonización de la Tierra Firme y las aguas del Caribe que la envuelven y complicada la aún incomprendida tarea de conformar la unidad política y geográfica, primer ápice para el florecimiento de una conciencia de nación. Del choque entre el vitalismo mitológico de los clanes indígenas y el idealismo latino de los expedicionarios, sumado al aporte voluble de África, fue la génesis de un nuevo género humano: el venezolano.8
Durante los siglos posteriores, a los pioneros españoles, canarios e italianos le siguieron los corsarios que de Inglaterra, de Francia, de Portugal y de los Países Bajos se lanzaban al Mar Caribe en la búsqueda de sus propias conquistas. Se tejen nuevas relaciones políticas y económicas entre los dos continentes. A los nuevos colonos les acompañan las ideas de la Ilustración, del utopismo y posteriormente del positivismo.9 Como el Mediterráneo en los tempranos días de la República Romana, el Caribe era el escenario en el que se encontraban las fuerzas ultramarinas de las antiguas civilizaciones europeas.
El descubrimiento del Nuevo Mundo —cúspide del humanismo renacentista—, la epopeya de la conquista —agitada transformación y mezcla de las herencias culturales y humanas del Viejo Mundo—, y la confluencia bélica de los tenaces imperios europeos —encuentro heteróclito de concepciones políticas— forjaron al Caribe como el mar común de la nueva civilización, el cruce de todos los caminos, le dotaron de un sentido de universalidad que se imbuyó con el espíritu americano.
El ejemplo del federalismo de los Estados Unidos y la Revolución Francesa y sus ideales, encarnan en el Nuevo Mundo dos sucesos disímiles y antagónicos, pero fatalmente enlazados por su origen: la insurrección incendiaria y barbárica de las hordas negras de la Revolución Haitiana y la formación republicana del genio venezolano en el Congreso de Angostura. Ambos acontecimientos harán sentir sus repercusiones en la América Hispana entera.10
En la ardua y heterogénea constitución de nuestro pueblo, éste se declara independiente para tomar las riendas de su propio destino. Dotado con una rápida absorción de nuevas influencias debido a su naturaleza talasocrática e individualista, a la exposición de estas nuevas ideas surge el desafío de conciencia colectiva con el que en todas las épocas de la existencia nacional hemos tomado: el eterno conflicto entre interpretación y emulación.
En 1811, con el llamado a la Independencia, se establecen las bases de una nueva República que se accidenta entre la conservación inmóvil de las viejas formas de la colonia y el jacobinismo más fanático que buscaba emular los ejemplos de Francia y los Estados Unidos. El desbalance temprano de la joven nación remueve hasta el fondo el balance de su sociedad y provocando un estallido bárbaro, tan cruel como el ocurrido Haití, que termina por dar muerte a la Primera República en 1812.
Ahora exiliado de su Patria, Bolívar encabeza a la joven generación que junto a él se formó en las cátedras ilustradas de la antigua Universidad de Santa Rosa —hoy Universidad Central de Venezuela— y comprende el sentido universalista pero también vernáculo de nuestra existencia. En su Manifiesto de Cartagena pone de relieve el principio que guiará a los venezolanos de aquel tiempo hasta el nuestro en todo su accionar, la superación de las viejas formas y el abandono de todo intento de emulación irreal de experiencias políticas ajenas, la nueva República debía advocarse a la creación original, pragmática y auténtica para con su propia naturaleza. Planteamiento intelectual que consagra su materialización en el Congreso de Angostura en 1819, el más puro acto de creación americana. El nacimiento de Colombia la verdadera, creación romana de los próceres venezolanos, rebozó de genio renovador a las naciones que se extienden alrededor de las aguas del Mar Caribe y llevó consigo las realizaciones republicanas hasta el sur de la América.11
A la disolución de Colombia en manos de ideólogos y jacobinos atormentados y la ambición de caudillos provincianos, Venezuela, ahora disgregada, se encuentra con la necesidad de escribir su propia historia. Se dan las primeras categorizaciones y ordenamientos de los archivos nacionales, la historiografía de corte épico y casi novelesco sigue la tradición del neoclasicismo y el romanticismo tardío.
La disputa entre los partidos históricos, la Guerra Federal y la anarquía caracterizan a la sociedad venezolana desde finales de 1830. Esta etapa de disgregación tiene como resultado el surgir de las autocracias ilustradas en Venezuela con Antonio Guzmán Blanco como su primer exponente. De su proyecto de modernización, influido por los hallazgos en esta materia que desde la Tercera República Francesa se estaban gestando, terminan de arraigarse las ideas del positivismo en las academias venezolanas.12 La juventud entonces, lejos entonces de replicar los modelos de Comte y Stuart Mill, reinterpreta al positivismo y europeo y lo transforma en un pensamiento eminentemente venezolanista. Por medio del análisis metódico y científico, con un entusiasmo iconoclasta contra el romanticismo que apreciaba inmóvilmente el pasado, la recién formada juventud intelectual se lanza a reformar todos los aspectos de la vida nacional.
El positivismo se hace hegemónico y será la guía intelectual de los gobiernos del recién iniciado siglo en donde se construyen los cimientos del estado moderno venezolano. La historiografía —ahora condicionada por la sociología— se transforma, adquiere un carácter de empirismo cientificista, erige los principios de no sólo del pensamiento y la literatura sino también de la política en casi la totalidad del siglo XX. Pero, a partir de 1930, este mismo empirismo se torna insuficiente para las exigencias de una nueva modernidad.
Con el empuje vital de nuevos emigrantes que arribaron a las playas venezolanas, y sus influencias y la recién constituida vida civil, el neoidealismo brota como fuerza renovadora ante las limitaciones del positivismo. Con vocación creadora se prepara para la superación del positivismo, pero no en un sentido iconoclasta, sino para construir sobre sus hallazgos los nuevos principios que enrumbaran a Venezuela por las vías del progreso. Se reforman los ministerios, la literatura modernista toma el escenario de las artes, el Congreso y las academias ven en sus filas la adición de nuevos hombres preparados juiciosamente ante la tarea que les ha sido encomendada. En Venezuela nace la promesa de una nueva etapa de vida original y creadora para América Latina y el Caribe.
Este espíritu renovador se tuerce con el Golpe de Octubre de 1945.13 Los vicios de los viejos caudillos del siglo XIX toman cuerpo en las recién formados partidos políticos que antagonizarán activamente entre ellos hasta 1948. En la polarización provocada por la Segunda Guerra Mundial y Guerra Fría, priman nuevamente en las fuerzas políticas e intelectuales del país la emulación de modelos de pensamiento ajenos a lo venezolano que irremediablemente dirigirá a Venezuela a una nueva etapa de disgregación representada en nuestra realidad actual.
El pensamiento venezolano se torna al neorevisionismo de su propia concepción y evolución, brotan en todos los campos de las ciencias y las humanidades estudios de toda índole, existe pues una gran apertura de enfoques y campos de estudio. De esta etapa surgen, a grandes rasgos, dos vertientes: el vitalismo modernista representado por eminentes personalidades como Augusto Mijares o Arturo Uslar Pietri, y el revisionismo brutalista que sospecha de toda obra pasada, siendo este segundo el movimiento intelectual imperante en las academias venezolanas de nuestros tiempos.
Desde su aparición, y con el paso del tiempo, el neorevisionismo se ha tornado inmovilista, su alcance deja de ser humano para convertirse en un campo enteramente conceptual, se desprende —quizás por el desplazamiento intelectualidad de la vida pública— de la virtud que hasta entonces había sido el motor de todas las transformaciones: la siembra y reivindicación de nuestra conciencia nacional.
Cada generación de las humanidades en Venezuela ha representado una plétora de aportes y desaciertos que, en conjunto, conforman el arduo legado de nuestra nación. Desde los tempranos comienzos de nuestra vida republicana, la juventud venezolana ha tomado un rol preponderante en la transformación y renovación de modelos que por circunstancias orgánicas o abruptas se hacen obsoletos y es necesario superar.
Es esta epopeya de un pueblo que Arturo Uslar Pietri definió como «la larga y a veces heroica historia de la búsqueda de nuestra identidad y de nuestra originalidad»14 y cuyo sentido de universalidad retrataba prometedoramente Alberto Adriani en uno de sus estudios de juventud:
La humanidad no busca en el pasado las fórmulas perfectas de la civilización. Todas las síntesis de vida que elaboró el pasado resultaron imperfectas. Y si aceptamos para cada raza caracteres congénitos de espíritu que se traducen en su civilización y que ellos causan peculiaridades reacias a influencias extrañas; y buscamos en el futuro fórmulas universales de vida que realcen toda estirpe, debemos estar seguros que esa combinación triunfante saldrá de América. Sólo el hombre americano, amasado con la sangre de todas las estirpes, fecundado con la obra de todas las razas y de todas las civilizaciones, puede elaborar la síntesis de esa pan-civilización futura, y al crear con ella la unidad del trabajo humano, acelerar el ritmo ascendente de a vida.
Las condiciones de la naturaleza americana, exuberante y pródiga; la epopeya de la conquista, milagro de energía humana, que nos asistió al nacer a la vida universal; la epopeya grandiosa, como las mitologías de las antiguas civilizaciones, que nos llevó a la vida libre; y los presagios de cien años adivinados en una vida inaudita por sus turbulencias, por sus desconcertantes contradicciones y sus afirmaciones viriles, son profecía segura de ese destino trascendental, en algunas de cuyas curvas, sinuosas como la vida, la humanidad verá el asombro de un nuevo mundo espiritual.15
— Alberto Adriani
Así, pues, hemos recorrido la historia de las ideas en Venezuela, hasta donde nos encontramos ahora en nuestros días. Como primer paso, es fundamental trazar un esquema para medir y dar trayectoria a nuestro accionar en una etapa tan turbulenta como trágica de nuestra historia. Estas realizaciones, a las que nos debemos acometer con vocación creadora, serán el más grande legado que podamos dar a la Patria, ya que de su materialización depende el progreso de las ideas y el florecimiento de nuestra conciencia como pueblo para que nuestro tiempo no pase desapercibido, como una generación perdida.
Destino de una generación renovadora
Si este artículo sobre el porvenir de nuestra generación en el desarrollo de las ciencias y las humanidades comienza con un breve bosquejo del nacimiento de Venezuela en las aguas del Caribe, su gran influencia en el florecimiento de Hispanoamérica y el invaluable patrimonio cultural e intelectual que los más eminentes hombres de generaciones pasadas nos han legado, es porque se hace necesario, con gran premura, restaurar la conciencia sobre todo aquello que nos precede para tomar perspectiva de este enorme deber que se nos ha sido encargado.
Necesario es recobrar cuanto antes consciencia de nuestro destino de nación. En momentos tan críticos, en donde la ruina moral y material imperan, en donde el desarraigo y el individualismo se hacen hábito y toda promesa de futuro parece siempre sofocada por el oprobio y el despotismo, sólo el rescate de la venezolanidad, aquello que da razón de vida a nuestro pueblo y que nos empuja a avanzar determinadamente, puede regenerar la conciencia de la colectividad nacional.
Venezuela podrá reencontrarse a sí misma y podrá tomar las riendas de su propio destino en cuanto sea capaz de superar el examen de conciencia, el gran desafío introspectivo al que se enfrentan todas las grandes civilizaciones en los momentos cruciales de su devenir histórico. Venezuela se lanzó con unión y decisión al destino que se le fue conferido: el de fundar la libertad de la América Hispana. Y con su ejemplo tras de ella marcharon las Repúblicas que hoy conforman nuestra familia continental.
El desafío no es sencillo, pues en un país que está reducido a la ruina física y espiritual está todo por hacerse. Para la creación original, venezolanista, que se nos ha encargado, no bastará con observar inmóvilmente el pasado o con adoptar «modernísimos» modelos políticos totalmente ajenos a lo venezolano; eso corresponde a proceder erróneamente como han incurrido hombres de nula visión y diligencia en nuestra historia. Es necesario primeramente cultivar, a nivel individual y colectivo, las virtudes de Bolívar, de Sucre, de Bello; llevar a la realidad con sentido pragmático los planteamientos de Uslar Pietri, de Fermín Toro, de Adriani, y comprender y retratar la venezolanidad desde su interior como en las obras de Gallegos, de Briceño-Iragorry, de Gil Fortoul, entre otros.
Con esto en mente destacamos tres aspiraciones de la nacionalidad que para nuestra generación se alzan como sentido de deber; compromisos que exigen una formidable preparación humanística y de forjar una decidida voluntad de la que carece el actual plano de las ideas en Venezuela: la preservación de la memoria y el patrimonio venezolano, la formación de un auténtico sentido de comunidad y la renovación integral de la escena intelectual.
Lo primero corresponde a la necesidad impostergable de la digitalización y conservación de la memoria histórica venezolana. El papel, como toda creación humana, es perecedero. Nuestras extensísimas y muy variadas bibliografías, los miles archivos que se encuentran repartidos por todos los municipios de la República y todo material visual, se encuentran ahora mismo con peligro de desaparecer. Ante el cinismo y la nula motivación por parte de las autoridades nacionales, bibliotecas enteras quedan reducidas a ruinas y toda la invaluable memoria queda sepultada bajos sus escombros resignado a desaparecer. Por suerte, la tecnología hoy ha avanzado lo suficiente para superar este desafío contra el tiempo. Vivimos en una época donde impera el carácter de globalidad del vertiginoso avance de los medios digitales, por lo que es fundamental que mejoremos las capacidades técnicas de nuestras academias, bibliotecas e inclusive de nuestros pequeños pero ambiciosos grupos intelectuales.
Tanto un simple escáner de mesa como un cotidiano teléfono inteligente pueden hacer la diferencia entre el rescate de nuestro patrimonio histórico y la extinción de nuestra memoria. La digitalización no sólo garantizaría la preservación de los archivos nacionales, sino que también nos ayudaría a superar el desafío físico que imponen las repisas de libros; ahora cualquier venezolano, desde cualquier parte del mundo, podrá emprender con esmero la tarea de formarse como intelectual y de sumergirse en el área del conocimiento que más le apasione. Tal como advertía Arturo Uslar Pietri en la necesidad de reformar a cabalidad todo el sistema educativo del país, pero no puede haber sistema educativo hasta que sea asegurado el conocimiento contra la prueba del tiempo:
La falta conjunta de una economía dinámica y de una educación para el desarrollo no sólo condena al fracaso y a la improductividad a una gran mayoría de nuestra población, sino que además y como fatal consecuencia, provoca una grave erosión moral del carácter de los hombres. No estamos ni enseñando, ni practicando, ni estimulando el sentimiento de responsabilidad individual y colectiva. No estamos formando individualidades responsables de su propio destino y del destino nacional, sino que estamos favoreciendo las desviaciones sicológicas defensivas hacia el escepticismo y la violencia, como ú nica respuesta ante el desplazamiento social y económico al que estamos condenando la mayoría de nuestros jóvenes.
Al nivel de todas las ramas de la educación hay que establecer metas y alternativas que aseguren que nadie pueda quedarse sin un entrenamiento suficiente para una actividad social productiva. Preparar técnicos, obreros calificados, profesionales y científicos que puedan hacerse cargo de todas las actividades específicas del desarrollo en todos los niveles.16
— Arturo Uslar Pietri
Aunado a esto, el desafío físico de nuestra situación actual implica un nivel de organización y camaradería fundamental para emprender la tarea a nivel nacional. Es necesario superar y deshacer toda clase de sectarismo, toda clase de división por motivos ideológicos. Para un individuo, el rescate y regeneración de nuestra memoria, de nuestra conciencia, es inabarcable. Toda victoria en estos campos será pírrica en tanto que no se consolide la unión de nuestros connacionales por una misma consigna: el renacer de la venezolanidad. Cada quien desde su rincón, desde su municipio, se puede sumar a esta tarea que exige un sólido trabajo en equipo.
Emprender proyectos, rescatar libros y compartirlos, iniciar nuevas conversaciones y debates alrededor de las ideas venezolanas, escribir y publicar ensayos propios en internet y rodearse de personas afines a esta causa e incentivar en la población media los valores de nuestra nación para que, lo que un día ser torna excepción, se convierta en virtuoso hábito. Pero todo esto es sólo posible en tanto que exista la unión y la cooperación. Así como Alberto Adriani evocaba las cimas del bienestar colectivo alcanzadas por los hombres y mujeres de su municipalidad:
Sólo así quedarán consagrados y serán cosa seria los buenos propósitos que los animan, y será eficaz la conmemoración de una fecha que en el ánimo de los Libertadores no podía marcar sino un comienzo: el de la libertad de Venezuela. Tocaba a sus sucesores la tarea que hoy incumbe a nosotros, de edificar la grandeza de la Patria. Comience cada uno por su Municipio. Comencemos nosotros por nuestra Zea.17
— Alberto Adriani
Una vez realizadas estas dos primeras hazañas, hace falta llevar acabo una última lucha, subir una última cima que consume los esfuerzos realizados con la preservación de nuestra memoria y el establecimiento de una verdadera unidad: la renovación en todos los campos de nuestras humanidades. La tragedia nacional que nos acontece ha provocado una profunda depresión en nuestras universidades y academias, lejanos son los días del florecimiento que tuvo Venezuela en siglos pasados. Aún existen autores eminentísimos dentro de aquellas bibliotecas, pero no podemos depender de sus estudios y trabajos para el resto de la eternidad. Nosotros como juventud tenemos la obligación de realizar nuestros propios hallazgos, de continuar el progreso emprendido por las generaciones pasadas. El actual modelo que rige la historiografía oficial, el neorevisionismo brutalista, se muestra ahora insuficiente, inmóvil, incapaz para con las exigencias de la modernidad y con el surgir de nuevas inquietudes para con nuestro pasado y porvenir.
En el campo de las ideas y los estudios históricos universales han nacido modelos de pensamiento novedosos, se han abierto nuevos debates sobre asuntos antes relegados a la ignorancia y se han alcanzado conclusiones antes impensables según estándares anteriores. ¿Porqué Venezuela tendría que negarse a esto? Ni hemos llenado todos los vacíos que existen sobre nuestro pasado ni tampoco tenemos hemos formulado las repuestas para las dudas que nublan nuestro presente. Hagamos de los hallazgos de las generaciones pasadas los cimientos de la obra que debemos realizar y empecemos a edificar sobre ellos la constitución clarividente de nuestro pasado e inspiradora de las generaciones futuras. Este posible nuevo modelo historiográfico, o hegemonía intelectual, estará sometida igualmente a la prueba del tiempo y también tendrá que afrontar un proceso de renovación en manos de las próximas generaciones cuando alcance la ineludible crisis que atraviesa toda creación humana. Pero es precisamente este tiempo, esa vida crucial, que no puede sucederse en vano. Tenemos que hacer valer cada minuto de ese tiempo y alcanzar aquello que tenemos por destino y que muchas veces dejamos pasar de largo.
Si hablamos principalmente en términos en materia historiográfica, bien aplica a cualquier otro campo del conocimiento: la sociología, la economía, la filosofía, la literatura, las ciencias exactas, etcétera. Nos referimos, pues, a una renovación holística e integral de los campos de las humanidades en Venezuela. Ya lo evidenciaba Mario Briceño-Iragorry a finales de 1940:
Emprender estudios científicos y literarios que faciliten la racionalización de una investigación que supere la etapa de los estudios individuales. Justamente hemos llegado a un estado de conciencia que permite revisar con éxito nuestro proceso histórico. [. . .] Entre nuestros estudiosos, cualquiera que sea su posición doctrinaria diferencial, han aparecido retoños de urgencia hacia una nueva obra sin prejuicios ni silencios interesados. Pero ella reclama una conciencia de grupo, un concepto previo que lleve a considerar las disciplinas históricas como proceso que pide la cooperación armoniosa de un conjunto de trabajadores. [. . .] A ello debe caminarse con un sentido de realidad y con espíritu de verdadero patriotismo. Urge dar al trabajo histórico un carácter de comunicatividad y de cooperación que lo aleje de la vieja actitud silenciosa que hacía mirar en el estudioso de Historia una especie de mago.18
— Mario Briceño-Iragorry
Cuando, como generación, hayamos concretado la heroica labor que se nos ha sido encomendada, la nación venezolana podrá nuevamente aspirar a alcanzar un grado de vida civil y política que le permita enrumbarse al destino que, en el escenario de las naciones, se le fue concedido en el momento que lideró la libertad de América. Será ese el momento cuando Venezuela, la nación posible, pueda nuevamente rebosar su genio más allá de sus fronteras físicas. Volverán a navegar por las aguas del Mar Caribe, con dirección a todos los continentes, las ideas y los hallazgos humanos que hayan tenido su génesis en el suelo venezolano.
Ya el mar Caribe se está convirtiendo para el mundo en lo que fue el Mediterráneo antes de la edad moderna. Es en el Caribe en donde va a establecerse la línea maestra de contacto entre las dos razas. Es por el Caribe por donde pasará la gran frontera dinámica de las dos Américas.19
—Alberto Adriani
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Me parece intresante y necesario plantear qué significaría ser un nuevo venezolano. Hemos superado tantos cambios que no somos los mismos de hace 25 años...