
Veinticinco años necesitó el eminente escritor don Salvador de Madariaga para escribir la biografía del Libertador Simón Bolívar; y como lo consigna en la dedicatoria que hace de su obra, se dio a la tarea de realizarla atendiendo a la sugestión que le hiciera un diplomático venezolano.
Asegura el autor que tuvo todas las facilidades para documentarse, tomando los datos necesarios en las principales fuentes de la Historia, de modo que los errores, falsedades y exageraciones que apunta, sólo pueden ser interpretados como el resultado de un manifiesto odio hacia el hombre genial que, con su esfuerzo titánico, sacó del coloniaje a seis naciones, para darles independencia y libertad. Pese a la trayectoria del escritor Madariaga, luchador destacado de la nueva doctrina liberal, no ha podido arrancar de su espíritu ni de sus sentimientos el entrañable amor a España, ni la ferviente admiración por las conquistas realizadas en las tierras de Ultramar, pues llega hasta tomar como glorias de la Madre Patria la criminal destrucción realizada en las Américas, especialmente de la raza indígena, de esa raza que sólo supo defender, con el más elevado espíritu de sacrificio, el gran civilizador Bartolomé de las Casas.
El señor Madariaga acaba de publicar un trabajo titulado “La crisis del liberalismo”, uno de cuyos párrafos dice: “Los verdaderos liberales creen que si el hombre es cuerpo y es espíritu, sólo por ser espíritu es hombre; que las normas políticas deben reconocer la primacía del espíritu; que toda la labor creadora y toda decisión moral surge del alma individual libre; y que así como en una nave la proa no está ni a la derecha ni a la izquierda, es lo más avanzado del pensamiento político, la proa de la nave del Estado, que va cortando el mar del tiempo hacia días mejores”.
Después de leer esta opinión, resulta extraño, por no decir contradictorio, que el señor Madariaga se muestre abanderado de una posición de “centro”, que es equidad, que es justicia, y por otra parte oriente su pensamiento, su saber y su voluntad, hacia una actitud parcializada, cuando acomete la tarea de analizar a Bolívar como político, militar, internacionalista y superior hombre de Estado, constituyéndose en formidable “realista” —al fin y al cabo es un monárquico—, más retrógrado y godo que Fernando VII, para, desde esa posición, desprestigiar la obra magna de la libertad de la América meridional.
Considero muy importante la idea de un distinguido profesional venezolano de preparar un libro de réplica al señor Madariaga; pero además juzgo necesario y urgente que organismos autorizados, como las Academias de la Historia, o los centros principales de la Sociedad Bolivariana, de los países que deben su existencia política al esfuerzo del Libertador Simón Bolívar, recojan en sendos libros la opinión de escritores autorizados que de alguna manera hayan manifestado desacuerdo con el señor Madariaga, ya que es la manera de que este ilustre escritor español tome en cuenta dichos trabajos, y trate de rectificar sus errados y torcidos conceptos, si acaso ha de hacer una nueva edición de la obra.
Por mi parte, considerando que posiblemente no podría combatir con provecho, usando de mis propias opiniones, continúo en la tarea de defender a Bolívar con su propio pensamiento, porque el Padre de la Patria sigue ininterrumpidamente luchando con sus principios y con su doctrina, como ayer con positivas realizaciones.
Entre la infinidad de falsedades apuntadas por el señor De Madariaga, voy a señalar aquellas en que trata de calificar a Bolívar como hombre que buscaba provecho personal de las contribuciones de los templos o de los particulares, que se daban para sostener la guerra de la Independencia; en hacerlo aparecer como individuo de trastiendas al utilizar documentos falsos, y pintarlo como personaje movido por sentimientos de crueldad, y falto de sentido humano.
Bolívar no fue cruel ni sanguinario, pues en múltiples circunstancias probó ser proclive a la clemencia y al perdón y a la generosidad; y si hubo de acudir a medidas extraordinarias y tremendas, como el Decreto de Guerra a Muerte, firmado en Trujillo, fue en justa represalia, y por necesidades perentorias del momento histórico, ante las conocidas crueldades de los Bizcar, los Zuazola, los Antoñanzas y los Boves. La amenaza que contenía aquel documento fue una forma de amedrentar al adversario y de estimular el sentimiento de libertad, y no un método inhumano y feroz.
Así, encontramos que desde diciembre de 1813 se empeña en vano Bolívar por alcanzar un canje de prisioneros con los defensores de Puerto Cabello, e intenta, con perseverancia, la regularización de la guerra, que al fin logra en el año 1820 mediante el convenio firmado con el general Pablo Morillo, en Santa Ana de Trujillo. Para el año 18, después del triunfo de Calabozo contra el mismo general realista, dice a éste lo siguiente: “Nuestra humanidad, contra la injusticia, ha suspendido muchas veces la sanguinaria guerra a muerte que los españoles nos hacen. Por última vez ofrezco la cesación de tan terrible calamidad, y empiezo mi oferta por volver todos los prisioneros que hemos tomado ayer en el campo de batalla”.1
Y para comprobar que Bolívar sólo dictaba esta medidas —calificadas como de terror— para amedrentar al adversario y servir a la causa de la Independencia, pero sin llegar a ejecutarlas, basta con transcribir fragmentos de la comunicación que dirigió al señor Vergara, ministro de Estado de la Gran Colombia, en la cual se dice: "Las cosas del sur marchan muy bien, y mis conjeturas son muy lisonjeras... La paz, la religión y las necesidades obran en nuestro favor. Por estas mismas causas estoy obrando con clemencia política. He ofrecido perdonar a todos para atraerlos a la razón, y para que la oigan, he amenazado con terribles castigos, sin embargo, no he castigada a nadie, ni pienso hacerlo sino en la última extremidad”.2
Califica el señor Madariaga a Bolívar como hombre de “trastiendas”, capaz de hacer uso de documentos apócrifos. Deriva esta opinión de la conjetura de que Bolívar hizo llegar correspondencia falsa al coronel La Fuente para impulsarlo a desconocer al Presidente disidente Riva Agüero, quien ocupaba la región de Trujillo en rebeldía contra el Congreso del Perú, y en abierta oposición a la acción del Ejército Unido que, al mando de Bolívar, iniciaba la preparación de la campaña que culminaría con la liberación de la región incaica. Bolívar jamás procedió de mala fe, ni en lo que pudiera llamarse su campaña. epistolar y de prensa; pues, cuando hacía uso de fraseología violenta, consideraba que ello era un acto natural de la lucha. Así lo demuestra en su comunicación para el general Pablo Morillo, en su Cuartel General de Trujillo (Venezuela) el 30 de noviembre de 1820: “Yo me doy la enhorabuena —decía— por haber conocido a hombres tan acreedores a mi justo aprecio, y que al través de los prestigios de la guerra no podíamos ver sino cubiertos de la sombra del error. He recorrido el Manifiesto que usted ha dado, y le he visto con placer, porque hace la apología de un hombre benemérito de su Patria. No me he ofendido, porque el lenguaje de la guerra es de etiqueta, y está recibido como lenguaje de conveniencia para dañar al contrario. Nada, sino las malas acciones, deben molestar a los hombres sensatos”.3
Por último, el ensañamiento del escritor Madariaga llega hasta acumular 'falsedades contra el Libertador, al señalarle como autor de convenios y transacciones, en provecho personal, relacionados con la distribución de reliquias de iglesia, o prendas personales, donadas por los miembros del culto, o por patriotas, con destino a los gastos de la guerra de la Independencia. Olvida el detractor Madariaga que Bolívar consumió la mayor parte de la cuantiosa fortuna heredada de sus padres y familiares, al mismo tiempo que consumía su propia existencia corporal, en la magna obra de la emancipación política del continente. Se olvida el tenaz detractor de Bolívar, que éste, generoso hasta la prodigalidad, declinó el ofrecimiento, que le hicieron el pueblo y el Gobierno peruanos, por conducto del Senado de la República, de un millón de pesos, mediante Decreto dictado el 12 de febrero de 1825.4
Del desprendimiento de Bolívar, y de la difícil situación económica en que se encontró al resignar el mando, a mediados del año 1830, da fe la comunicación que dirigió desde Turbaco al Prefecto de Cartagena don Juan Amador, la cual, entre otras cosas, dice: “El Gobierno me entregó en Bogotá una libranza de ocho mil pesos contra la Tesorería de este Departamento, y como estoy pobre y necesito de este dinero para mi partida, suplico a usted me la mande pagar... Me lisonjeo de que la bondad de usted me servirá en esta ocasión, como siempre lo ha hecho usted con todos los desgraciados...”5
A Bolívar, no obstante todas las injusticias que tuvo que soportar durante su vida, y las que se cometen contra su memoria, nada le detiene en su marcha ascendente como primer hombre de América y el más grande Libertador de pueblos, pues el Universo entero le reconoce hoy como el percusor de la Unión de los Estados Americanos y de la Sociedad de las Naciones.
Caracas, agosto de 1951.
“Obras completas de Bolívar", tomo I, pág. 282. Comunicación dictada en el Cuartel General, en Calabozo, a 13 de febrero de 1818.
“Obras completas de Bolívar”, tomo II, pág. 578. Carla firmada en Popayán el 28 de enero de 1829.
“Obras completas”, tomo I, pág. 511 7.
“Memorias de O’Leary”, tomo I, pág. 46.
“Blanco y Azpurua”, XIV, pág. 229. Comunicación fechada en, Turbaco el 26 de mayo de 1830.
Maravillosa pieza por parte de Don Eleazar. Su legado perdurará por siempre.
Interesante articulo de Eleazar López Contreras, una muestra del impacto de la obra de Madariaga en nuestros escritores y hombres de letras.