
El 19 de abril de 2025, recordando nosotros el primer paso de la ilustre sociedad venezolana en su gesta emancipatoria, nos vemos obligados, principalmente por memoria y amor patrio, a emular a nuestros antepasados en la restauración de los principios nacionales que hicieron tan grande a nuestra hoy olvidadísima patria, Venezuela. Por ello, declararemos con fervor patriótico, valiéndonos a su vez de esta forma de expresión literaria como lo es el manifiesto, los principios y fundamentos de lo que será un movimiento aglutinador y restaurador para beneficio y gloria del conglomerado de hombres que conforman a la nación venezolana.
I. Venezuela, entre el ejemplo y la excepción
Venezuela, como el resto de las naciones hermanas de la venerable América, nació como fruto de una serie de causas materiales, sociales y espirituales. Hispanoamérica cabalga, pues, en las contradicciones; vemos, por ejemplo, cómo las naciones hispanoamericanas están entre lo real, lo simbólico y lo mítico. Venezuela, sin embargo, resulta ser la nación que acumuló todas las energías emancipatorias de la era decimonónica, marcó un ejemplo no solo en lealtad monárquica, oponiéndose así a la ocupación francesa, sino en la tradición foralista cuyo legado debemos a la Corona de Castilla y Aragón y más concretamente, al reino de León.
Este último sería, si nos permite el lector valernos de términos modernos, el padre del «parlamentarismo» medieval. La independencia, si nos alejamos de los relatos románticos y de las mentiras difamatorias de determinadas tendencias historiográficas, se nos presentaría, en consecuencia, como un acto de reivindicación foral, como producto de un celo comunero y libertario por los municipios, los cabildos, los gremios, las corporaciones, las familias y los estratos. Venezuela, que no era rica ni del todo desarrollada como sus hermanas provincias indianas, daba un ejemplo político al todo continente.
Venezuela no se mostraba a sí misma como continuadora de la obra norteamericana, ni mucho menos pretendía la reproducción de la sangría jacobina de Haití. Nuestra amada Patria no tenía nada que ver con la Revolución Francesa, pues nuestra Patria, pese a los liberales y afrancesados que conspiraban en todas las formas, marchaba «a la antigua española lentamente y viendo primero lo que hacemos», como ya reconocería el Libertador en 1826.1 Las Provincias Unidas de Venezuela nacen entre el ejemplo y la excepción, buscando así influir en los destinos de América.
Esta excepción, además, se evidencia en el hecho de que Venezuela haya generado a tantos hombres ilustres y reconocidos. Esto lo reconocería el estímadísimo caballero español Marcelino Menéndez Pelayo al admitir que «la antigua Capitanía general de Caracas, hoy República de Venezuela, tiene la gloria de haber dado a la América española, simultáneamente, su mayor hombre de armas y su mayor hombre de letras: Simón Bolívar y Andrés Bello».2 Si nuestra Patria sirve —y sirvió— como ejemplo, ¿qué nos impide a nosotros, sus hijos, recibir la antorcha y ofrecer este bello lucero al mundo?
II. El rango histórico de la venezolanidad
Aquel pasaje de Mario Briceño-Iragorry ha resultado ser inmortal, pues nos recuerda las mieles y las virtudes de ser venezolano. No se equivocaba cuando decía que el «ser venezolano no es ser alegres vendedores de hierro y de petróleo. Ser venezolano implica un rango histórico de calidad irrenunciable».3 Si nuestra Patria es producto del ejemplo y de la excepción, ser venezolano —la venezolanidad— es una virtud por la que hay que estar agradecido al Altísimo porque, aunque no escogemos nacer en un lugar, siempre hay algo providencial en nuestra pertenencia a un pueblo o a una identidad concreta.
Que no nos confunda nadie, pues nosotros no somos chovinistas, nacionalistas de papel crepé, ni mucho menos jingoístas de la más baja calaña. Amamos a nuestra nación, amamos ser miembros de la comunidad nacional venezolana y nos enorgullece poder defender ante todo el mundo, y ante toda la humanidad, nuestra condición como venezolanos. Sin importar los tiempos, las adversidades o los momentos, sean estos buenos o malos. Venezuela siempre contará con el amor de sus hijos, o de quienes pretenden ser sus hijos con sinceridad.
Nuestro amor por la Patria no nos ciega en el valor del resto de los pueblos, de las naciones y de las confederaciones naturales de hombres. Como nosotros amamos a Venezuela, habrá quienes, con toda sinceridad y veneración, amen a sus países. En este sentimiento estaremos unidos, pues nuestra vocación venezolanista implica el respeto entre los pueblos y las naciones, supone que nos unamos por un sentimiento común humanista por cuanto el mundo es obra de la Providencia. Pero recordemos lo siguiente: para apreciar lo exógeno, lo exterior, hay que querer lo propio, lo nuestro, lo común.
III. La defensa de la Verdad
Nosotros los representantes de las Provincias Unidas de Venezuela, poniendo por testigo al Ser Supremo de la justicia de nuestro proceder y de la rectitud de nuestras intenciones, implorando sus divinos y celestiales auxilios y ratificándole en el momento que nacemos a la dignidad, que su providencia nos restituye el deseo de vivir y morir libres creyendo y defendiendo la santa católica y apostólica religión de Jesucristo, como el primero de nuestros deberes.4
Venezuela ha nacido de la obra civilizadora de la Monarquía católica. La primera promesa de nuestra élite, al declarar la unilateralmente la independencia de sus reyes, fue la de morir defendiendo la religión católica. El mayor de los honores es el culto y una nación que aborrece el culto, la veneración, las costumbres, la Verdad, está destinada a perecer. Si una nación se da la vuelta olvidando las enseñanzas del Padre, de nuestro Creador, sólo puede sufrir el destino de los filisteos. De manera que, fiel a nuestros principios fundacionales y nuestra adhesión a la Cristiandad, nos proclamamos defensores y continuadores de la fe católica, de la catolicidad venezolana y siervos de Cristo. Por ello decía Simón Bolívar:
La causa más grande nos congrega hoy: el bien de la Iglesia y el bien de Colombia. Una cadena más fuerte, y más brillante que los astros del firmamento, nos une de nuevo a la Iglesia de Roma que es fuente celestial. Los descendientes del trono de San Pedro han sido siempre nuestros padres; pero la guerra nos había dejado huérfanos, como corderos que balan en busca de la madre que han perdido. La madre tierna los ha encontrado y los conduce al redil: acaba de darnos pastores dignos de Colombia y dignos de ella. Estos ilustres príncipes y padres del rebaño son nuestros lazos sagrados con el cielo y con la tierra. Ellos serán nuestros guías, los modelos de la religión y de las virtudes cívicas. La unión del incensario con la espada de la ley es el arca verdadera de la alianza.5
El Libertador entendía que la defensa de la religión católica daría a Colombia cohesión, reforzaría la moral y las buenas costumbres. Pero no solo pensaba como político, sino como hijo de la Iglesia. Así, prometía a León XIII: «vuestra Santidad debe siempre contar con ella y con nuestra decidida volutad de sostener el catolicismo en esta República».6 Como hijos de la santa Iglesia, de la esposa de Cristo, tenemos el deber de garantizar su defensa y expansión sobre todos los confines del territorio nacional para que la mayor cantidad de almas sean salvadas, pues el bienestar de un país comienza por la regeneración moral y espiritual de su gente.
IV. La nación como realidad histórica
Sugería Charles Maurras, cuyo patriotismo apreciamos en el contexto de su realidad nacional particular, que «la nación era el más vasto de los círculos comunitarios que existen, en lo temporal, sólidos y completos».7 La nación, siguiendo a Maurras, ocupa la cumbre en la jerarquía de las ideas políticas. Así lo creemos nosotros, así lo mostramos ante todo el mundo. Porque después de Dios, a los padres y a la patria es a quienes más debemos. Es lo que nos decía Santo Tomás de Aquino, recordándonos además que «en el culto de los padres se incluye el de todos los consanguíneos, pues se los llama así precisamente porque proceden de los mismos padres», de modo que «en el culto de la patria va implícito el de los conciudadanos y el de todos los amigos de la patria».89
Venezuela es una realidad histórico-nacional, es la unión de todos los cuerpos y de las familias en perfecta armonía. Venezuela es una gran orquesta que para ir al unísono, exige de buenos directores. En nuestra labor patriótica, restauradora, creemos en la idea de que los venezolanos para exigir lo mejor de los frutos patrios, han de trabajar laboriosamente para que la nación alcance su máximo y mayor rendimiento. Los hijos han de amar a la patria, como a los padres. El amor, sin duda, es una fuerza movilizadora. Sin amor, no hubiéramos hecho patria. Sin amor, no seríamos buenos hijos. Y sin amor, no encontraríamos a Dios Todopoderoso.
V. Hispanidad, Latinidad y Americanidad
Tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del Norte, que mas bien es un compuesto de Africa y de América, que una emanación de la Europa; pues que hasta la España misma deja de ser europea por su sangre africana, por sus instituciones y por su carácter. Es imposible asignar con propiedad a qué familia humana pertenecemos.10
Obviando las imprecisiones, pues podemos darnos el lujo de excusar al mismísimo Libertador o a cualquier otro que viviere en una época donde no existían los hallazgos científicos e históricos del presente, hay que considerar que hay una verdad inalterable en lo expresado por Simón Bolívar: América tiene origen, salvo excepciones, en tres «razas». Por supuesto que el americano no podría considerarse indio, negro o europeo en sí mismo, aunque hayan sus excepciones a la regla. Ahora bien, el venezolano —y el americano— pueden también integrarse en tres grupos pertenecientes al Occidente o a la Cristiandad.
El venezolano tiene el privilegio de ser hispano, en tanto su sangre se remonta a los primeros conquistadores de la Tierra Firme. Así, la clase criolla está ligada a los primeros colonizadores ibéricos del continente. En este punto, Venezuela es heredera de la Hispanidad. Digámoslo en los términos de Jules Humbert: «hoy en día Venezuela es heredera de los esfuerzos hechos por España en el pasado».11
Pero no sólo esto, el venezolano tiene un importante aporte de grupos nacionales que llegaron a la Colonia e incluso en la República, entre los que se cuentan franceses, italianos y portugueses. En este sentido, Venezuela también pertenece a la civilización latina y es, como sus hermanas repúblicas hispanoamericanas, un ejemplo de latinidad. Nuestros rasgos culturales, nuestra religión, nuestra lengua y las diásporas que poblan nuestra gran nación nos unen al mundo latino. Basta recordar estas palabras de Guglielmo Ferrero: casi toda la civilización de Europa y América, en sus elementos esenciales, fue creada a orillas del Mediterráneo por los griegos, los latinos y los judíos en la antigüedad, por las naciones que llamamos latinas en la Edad Media y en la Edad Moderna.12 Michel Chevalier ya hacía alusión a una diferencia entre los pueblos de América:
México y Sudamérica están cubiertos de descendientes de la civilización occidental, tanto en la vertiente que mira hacia Asia como en la que está frente a nosotros.
[…]
Las dos ramas, la latina y la germánica, se han reproducido en el Nuevo Mundo. América del Sur es, como Europa meridional, católica y latina. América del Norte pertenece a una población protestante y anglosajona.13
Por último, queda destacar nuestra americanidad. Los pueblos de América somos, como ya hemos dicho anteriormente, hispanos. Hijos de la raza ibérica, latina, española. No obstante, y esto último producto de nuestra emancipación, nos hemos hecho americanos y nos corresponde entedernos, entre pueblos hermanos del Nuevo Mundo, como americanos. Era la Patria Americana lo que querían construir, sin duda alguna, nuestros ancestros. Decía Bolívar, imaginándose este panorama:
¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún dia tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras partes del mundo. Esta especie de corporación podra tener lugar en alguna época dichosa de nuestra regeneración; otra esperanza es infundada, semejante a la del abate St. Pierre, que concibió el laudable delirio de reunir un congreso europeo para decidir de la suerte y de los intereses de aquellas naciones.14
VI. Venezuela en el concierto de naciones
La nación venezolana aspira a lograr un sitio cada vez más prestigioso en el conjunto universal, mediante el mejoramiento de su medio físico y de las condiciones de sus habitantes, en un ambiente de armonía entre cuantos conviven en su territorio y dentro de sanos propósitos de cooperación internacional.15
Todas las naciones tienen el derecho providencial, de nacimiento, a hacerse un lugar en la comunidad internacional, en el concierto de naciones. Venezuela, que lideró en múltiples oportunidades los esfuerzos internacionales por dar un papel representativo a Hispanoamérica en el mundo, olvidó cuál es su papel en la palestra de las naciones. Venezuela, que tendrá que trabajar en su propio desarrollo interior y en su mejoramiento socioeconómico, debe, por todos los medios, abrirse al mundo en su vocación universalista. Venezuela debe ofrecer un ejemplo como faro de libertad, tradición y justicia.
VII. Mejores hombres, hijos y ciudadanos
Ud. que de mejor voluntad me iría a sembrar papas, tanto por salir de la carrera pública que en mi actual situación me ofrece más disgustos que gloria, cuanto por sacar el cuerpo de este laberinto complicado de negocios que hay en el Perú. Además yo anhelo con vehemencia terminar mi carrera militar: concluida la guerra de Colombia, creo que puede tomarse de buen semblante la resolución de un general de ser un simple ciudadano, y un soldado cuando la patria sea invadida. Creo que sería estimable en mi conducta reducirme a un labrador de Quito o de Cumaná.16
Estamos llamados a ser los mejores, los más capaces y los ejemplares. Venezuela exige de un aristoi. Debemos cultivar el amor a Dios, el amor a la patria, el amor a los padres y el amor a la familia. Debemos servir, en la guerra y en la paz. A los nuestros o a los otros. A los pobres, a los desamparados, a los débiles y a los que no tienen rumbo.
Dad el ejemplo, haced de cada hogar una escuela de patriotismo, sin que os importe el tener o no fortuna; tenéis el patrimonio espiritual, ése basta: porque no importa nada que los caballeros sean mendigos, con tal que los mendigos sean caballeros.17
Preparémonos para dar lo mejor de nosotros y rendir servicio a la patria, siempre procurando su bienestar y mayor gloria. La restauración de la nación venezolana sólo puede comenzar con buenos venezolanos, con ciudadanos abnegados y entregados a la patria. Donde sea que esté el venezolano cívico, bienhechor y patriota, deberá de dirigir todas sus fuerzas y energías a la titánica tarea de renovación moral de la patria. Dentro o fuera, en el exilio o en el terruño, todo Venezolano servirá a la patria. Venezuela es la reunión de todos sus cuerpos y almas. No hay fronteras materiales cuando es momento de ejercer nuestro deber cívico. La venezolanidad se lleva en la sangre y en la psique.
El venezolano renovado tendrá que ser un hoplítēs. En la paz, ciudadano y en la guerra, en la milicia, en los tiempos duros, un soldado. Sucre, la flor de la caballería bolivariana, lo había dicho. Anhelaba la paz, pero estaba dispuesto a tomar las armas por cualquier medio si la patria era amenazada por sus enemigos.
VIII. Nuestra brújula es el interés nacional
Sólo el interés nacional puede mover a las fuerzas políticas que persiguen con vehemencia el engrandecimiento patrio, no así el interés partidista o particular. Los partidos políticos no pueden representar los intereses de la nación, de la masa, de sus organizaciones y cuerpos naturales. Los partidos políticos dividen, pues sólo aspiran a masificar e implantar sus programas políticos particulares. La defensa de una sociedad política sin partidos no es, de hecho, una premisa antidemocrática. El mundo siguió en movimiento por siglos sin la presencia de partidos políticos.
Una auténtica democracia representativa, en su sentido más republicano y tradicional, debe garantizar a los individuos, las asociaciones y los gremios a participar sin las injerencias de grupos ideológicos. El hombre no necesita de partidos políticos para formar parte de las instituciones, para ejercer su deber cívico y capacidades electivas. Hay formas naturales de asociarse: familia, gremio, asociación, corporación, entre otras tantas.
La razón de Estado está en la naturaleza de las cosas. Esa razón vale tanto cuanto vale el Estado.
La razón de un Estado que se halla por encima de los partidos se inspira en las necesidades superiores de la existencia de la nación.
Un Estado creado por los partidos no tiene otra razón que la que puede tener: corta, estrecha, variable, contradictoria. Cubre los intereses particulares en vez de defender los intereses generales.18
Como el interés nacional, general, de todo el pueblo, es el fin de nuestro movimiento, creemos que no hay razón para que caigamos en prácticas sectarias, en modelos ideológicos o en falsas fórmulas de salvación nacional. Vivimos el presente, entendemos el pasado y trabajamos para el futuro; pero sin futurismos, ni trampas utópicas. Debemos dar orden de prioridad temporal, comenzar por entender el pasado como pasado, por abrazar el presente como el tiempo que vivimos y ver hacia el futuro con realismo, pues ningún proyecto se construye con maquinaciones idealistas.
Así como no hay nadie, a no ser que se rebusque y pretenda hacer de profeta o de Tácito, que en el fondo de su corazón piense mal de su época y crea encontrarse al principio o al fin del mundo, en su alborear o declinar, sino en el mismísimo mediodía, como centro de todos los tiempos, así cada ciudadano se encuentra dentro de la edad de su Estado, con un pasado que respeta y con un futuro que le solicita; nadie puede, sin contradecirse a sí mismo, salir de estas conexiones temporales; todos nos quejamos de los malos tiempos pasados o por venir, y quisiéramos ser nuestro abuelo o nuestro nieto; pero la contradicción es evidente y eterna.19
El venezolano, además, ha de entender el vigor de las tradiciones, instituciones y fundamentos de una sociedad. Sin ello, el venezolano solo volvería a fraguar su destrucción como ya nos ha mostrado nuestra historia reciente. Los siglos XIX, XX y XXI son ejemplos notorios del grado de desidia, destrucción y decadencia que puede producir una sociedad regida por antivalores.
XIX. Nuestro estandarte es la Tradición
Yo represento la tradición, por la cual son lo que son las naciones en toda la dilatación de los siglos. Si mi voz tiene alguna autoridad, no es, señores, porque es la mía, la tiene porque es la voz de nuestros padres.20
Estimados compatriotas, una nación que da la espalda a sus tradiciones, a sus ejes fundacionales, ignora y desobedece a sus padres. Una nación que se niega a la Verdad, comete apostasía contra nuestro Rey y Señor, Jesucristo. Una nación que pisotea su historia, su pasado, la herencia de siglos y décadas de esfuerzo conjunto, fragua su camino hacia la disolución y la irrelevancia. Aún cuando la nación se nos ofrece como una idea bella, una idea al tope de la jerarquía de las categorías políticas y sociales, encontramos que es tan sólo un momento pasajero de los pueblos. Ya lo decía Francisco Elías de Tejada y Spínola:
La nación es un segmento de la tradición, un eslabón de la cadena del alma de un pueblo. La nación es una hora; la tradición, un siglo. Aquella, lo pasajero; ésta, lo permanente. Una tradición está formada por el conjunto de todos los momentos nacionales de un pueblo.21
José Corts Grau era de una opinión similar, trabajaba sobre las mismas coordenadas. Ha dicho que los conceptos «reconquistables de Patria, Nación y Estado han de interpretar lo temporal en función de lo eterno», ya que «la eternidad no se mide con medidas de tiempo».22 Agregaba además lo siguiente:
Hay una comunión de la Patria como hay una comunión de los Santos. La grandeza de los pocos pasa a ser patrimonio y dignidad de todos, la aureola del héroe cede una chispa de su resplandor al apocado, las glorias de un siglo vienen a proyectar un eco de su fama en los decadentes. Pues bien: esa proyección sería imposible si en la Patria no hubiera huellas y perspectivas de eternidad. Sólo en la inmensidad de Dios navegan y anclan y viran su rumbo estas naves que son las naciones.23
Marchemos para cumplir nuestra tarea histórica como venezolanos, restauremos nuestros usos y costumbres. Seamos el reflejo de nuestros padres y ancestros, renovemos el árbol patrio para que todo el solar venezolano sea fecundo. Transmitamos las cenizas a nuestros hijos. Porque, como manifestó el profesor Álvaro d’Ors, el hombre es, por naturaleza, responsable y la libertad va en función de la responsabilidad:
Como la responsabilidad no sería concebible sin la libertad, cabe decir que el hombre es, por naturaleza, un ser responsable, y su libertad está en fun ción de su responsabilidad: la responsabilidad personal es un dato objetivo, y la libertad es el presupuesto subjetivo de la responsabilidad.
[…]
Podemos decir, pues, que el hombre es libre porque es responsable, no que es responsable porque es libre: lo esencial es la responsabilidad, y la libertad, un requisito de la responsabilidad.24
Pese a las artimañas del anarquismo sociológico, de las doctrinas libertaristas y luciferinas, la libertad está condicionada porque el hombre opta y no elige. No se trata de libertinaje, sino de responsabilidad y de moderación. En este sentido, la ausencia de libertad sería, en conclusión, el mismo libertinaje. De ahí a que las tiranías o los desgobiernos sean contrarios a la libertad y al buen desenvolvimiento de las comunidades políticas.
Tememos a Dios; miramos con respeto a los reyes, con afecto a los Parlamentos, con un sentido del deber a los magistrados, con reverencia a los sacerdotes, y con respeto a la nobleza. ¿Por qué? Porque cuando tales ideas se nos presentan ante la mente, es natural que se vea afectada de esta manera; porque cualesquiera otros sentimientos son falsos y espurios y tienden a corromper nuestras mentes, a viciar nuestra moral básica y a incapacitarnos para una libertad racional; y, enseñándonos a ejercer una servil, licenciosa y descuidada insolencia como deporte durante unas cortas vacaciones, nos preparará para ser justos merecedores de la esclavitud durante el resto de nuestras vidas.25
X. Restauración, no revolución
Señores, nosotros no promovemos revoluciones como los falsos mesías de la era ideológica y totalitaria, como los jacobinos, que en la práctica eran apologistas de Satanás, o como los partidos políticos tradicionales de nuestro país, que se contentaban con derrocar gobiernos si aquello les garantizaba una cuota de poder o un acuerdo de alternabilidad política. Rechazamos categóricamente la praxis revolucionaria. Ni Lenin, ni Malaparte. Nos regocijamos en ser hombres de leyes, pero no de leyes positivas. No somos esclavos de los burócratas y los legisladores, sino que somos siervos de la ley divina, de la ley natural, de los fundamentos perennes y de las reglas no escritas de los pueblos.
Venezuela está sometida a la ignominia revolucionaria, al desorden anárquico, está perdida en las tinieblas de la irreligión y la inmoralidad. Proponemos, como caballeros fieles a las ideas inmortales, la restauración de todo lo bueno, bello y místico para nosotros. Queremos restaurar, no revolucionar. Deseamos el regreso de nuestra patria, tal cual se nos ofreció en 1811. Queremos dar sentido a los momentos históricos que, en su conjunto, forma a todo lo que es y significa Venezuela. La fórmula ya la daba el conde de Maistre: «el restablecimiento de la Monarquía, que llaman contrarrevolución, no será una Revolución contraria sino lo contrario de la Revolución».26
La revolución del siglo XX cree ser fiel a la rebelión reemplazando a Dios y a todo orden absoluto por la concreción táctica de la existencia humana. Pero, en la realidad, crea con ello el poder verdaderamente totalizador y humillante, y traiciona a la auténtica rebelión. Puede afirmar la racionalidad del proceso histórico humano: esta razón inmanente no tendrá sentido visible más que al cabo del Progreso, es decir, en el ideal atemporal de la organización perfecta; mientras tanto, es preciso obrar, y obrar sin ley. Si se afirma, en cambio, la irracionalidad del proceso mismo, entonces la vida y su impulso, la fuerza, ocupan el lugar de la ley divina. Individualidad y dignidad personal pierden de este modo su sentido y sus fronteras. Nos hallamos en el reino del nihilismo y también del crimen organizado. Prometeo, rebelde a Zeus inmortal, por amor a los hombres, les ofrece el orden de la Tierra, el Cielo en su vida misma. Pero los hombres son cobardes y ansiosos, aman el placer inmediato: es preciso organizarlos para que conozcan la felicidad de su victoria futura. Prometeo se convierte entonces en maestro y en jefe. La lucha se prolonga y se hace agotadora. Los hombres dudan de ese reino final. El héroe les dice que él conoce ese paraíso y que sólo él puede conocerlo. Los que dudan serán lanzados al abismo de la aniquilación. Prometeo reina en el silencio y en el horror: ha conquistado de Dios sólo la soledad y el poder. Ya no es Prometeo, ni Dios, sino sólo César.27
Luchemos contra el Leviatán liberticida, sigamos el ejemplo de San Jorge matando al dragón, evitemos ser engullidos por Saturno. Cortemos la garganta de la Bestia y pasemos al rito iniciático de salvar nuestra patria, de redimir nuestro espíritu y renovar nuestra sangre. ¡Restauremos todo lo bueno que la madre Venezuela ha engendrado! Démosle justo y necesario culto a nuestro Creador, que por medio de su acto creativo y salvífico nos ha hecho venezolanos. No es cosa del azar, sino de la Providencia. Marchemos pensando en la pacificación del valle de Caracas, en la fundación de Santiago de León de Caracas, en la creación carlina de la Capitanía General de Venezuela, en la sangre derramada en Las Queseras del Medio, en Carabobo, en Junín y Ayacucho. ¡Venezuela será nuestra!
Que estos diez puntos devuelvan la esperanza a nuestros compatriotas y movilicen a los jóvenes, a los caballeros, a los honorables ciudadanos, a la acción y a la unión. Que vengan las centurias, que se formen cohortes y surjan las legiones. Llevemos la cruz, el tricolor y las lanzas. Labremos la tierra, hagamos la guerra y volvamos a la dulzura de la paz. Venezuela, la patria con la que no hemos sido agradecidos, nos llama en un acto desesperado. Y nosotros, sus hijos, hemos de responder. Abnegación, señores, es lo que exige la patria. La tranquilidad del porvenir nacional vendrá, pero habrá que sacrificar mucho en el proceso. Para ello hay que atender el llamado nacional.
Un recordatorio de nuestro propósito
La militancia, la acción, el bando y la opción. Nos cansamos de la inacción, de esperar, de las facciones, de los partidos políticos, de la desunión, de la ceguera intelectual y de las ideas predominantes. Nos agotamos, sí, de los neutrales, de los ociosos y de los improvisadores. Queremos unión, confederación y cohesión. No buscamos reconocimiento, tampoco lisonjerías. Y aún cuando hemos propuesto, si Dios lo permite, ser legiones, no pensamos en que nuestra acción tenga que traducirse en números. La aritmética democrática es la fórmula de los sofistas.
Si terminamos por ser un pelotón de hombres, de caballeros, de aristócratas del espíritu, nada habrá cambiado para nosotros. Aspiramos a trabajar sobre los hombres, sobre los espíritus; queremos ser alfareros para moldear a los hombres para procurar el máximo desarrollo de sus virtudes. No pretendemos la ingeniería social, el totalitarismo, la basura ideológica que hace de los hombres masa bruta, un hombre-masa. Al contrario, queremos que el hombre sea libre y virtuoso.
Bolívar a Andrés Santa Cruz, Pasto, 14 de octubre de 1826, en Obras completas, ed. Vicente Lecuna y Esther Barret de Nazarís, 2 vols. (La Habana: Editorial Lex, 1947), I, 1444.
Marcelino Menéndez Pelayo, “Historia de la poesía hispanoamericana”, en Obras completas, 21 vols. (Madrid: Librería General de Victoriano Suárez, 1911), II, 353.
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Excelente iniciativa.
El primer esfuerzo sostenible por encauzar la vitalidad del gentilicio venezolano hacia una unidad patriótica restauradora.