Andrés Eloy De la Rosa y la labor venezolanista en el Perú
Por José Alfredo Paniagua

Poco rato después, mano ligera
Descubrió el medallón, y entre rumores
Me hallaron abrazado a tres colores
Besando locamente mi Bandera.
—Andrés Eloy De la Rosa1
Pródromo
Al recorrer el centro de Lima, donde el bullicio del presente se mezcla con las profundas huellas de su historia colonial y los ecos de las epopeyas bolivarianas, el curioso siempre tropieza con hallazgos inesperados. El corazón de la capital peruana late con misterios y anécdotas que, por azares del destino, se vuelven piezas clave para nutrir el caudal histórico de otra nación: Venezuela. Lima, un territorio ajeno, actúa como un custodio silencioso que guarda fragmentos olvidados de nuestra propia memoria.
Al costado del Palacio de Gobierno, en esa Plaza Mayor que reúne a decenas de familias cada día, donde la Catedral impone su severa majestad y la Municipalidad proclama, todavía deudora, su vocación de porvenir justiciero, se levanta la Biblioteca Municipal de Lima. Este recinto es un ámbito de encanto y sigilo, un refugio de meditación serena. En el clima siempre amable que despierta el parlamento de los libros, una constelación de hombres muertos nos susurra sus ideas al pasar las páginas, como si vinieran desde una eternidad paciente a dialogar con nosotros.
En una de esas visitas acudí con el excelentísimo camarada Alejandro Andrade. Ambos, movidos por la intriga que desde hacía meses nos generaba un mueble tallado con el escudo de Venezuela y un busto del Padre Libertador Simón Bolívar, según supimos, traído desde Puerto Cabello en 1935, y sorprendidos también por la abundante colección de obras venezolanas dispersas entre los anaqueles, decidimos por fin acercarnos al señor encargado y preguntar por la historia de la Biblioteca.
Con generosa disposición, el bibliotecario nos alcanzó un volumen fascinante: una edición que reunía los antiguos boletines de la institución, impresos tanto en hojas comunes como en delicados facsímiles. Fue en esas páginas que parecían dormir en silencio desde hacía décadas, donde encontramos un relato verdaderamente motivador y maravilloso: una gesta bolivariana, esta vez atravesada no por el fragor del combate, pero sí por la nobleza del sentimiento intelectual.
La labor venezolanista en el Perú
El libro en cuestión reconstruye, con una minuciosidad propia de los viejos escribanos del Nuevo Mundo, el origen mismo de la Biblioteca y conserva, como si fuesen hojas de un archivo moral, los oficios diplomáticos, los discursos pronunciados, las respuestas oficiales, las fotografías solemnes del homenaje, y hasta los detalles prácticos del mobiliario y los libros que cimentaron la primera «Sección Venezolana» del naciente recinto limeño. Es, en suma, una fuente primaria completa: un espejo de época donde la fraternidad americana, ese ansiado deseo bolivariano, adquiere su forma más noble.2
Pero mientras investigadores, lectores comunes, turistas y estudiantes universitarios caminan por aquellos salones apacibles del recinto, es probable que desconozcan la figura de Andrés Eloy De la Rosa, el hombre que impulsó la fundación de la Biblioteca. Este prócer olvidado de nuestra patria contribuyó de manera decisiva en su fundación material y simbólica. El primer número del Boletín de la Biblioteca Municipal de Lima (noviembre de 1935) conserva esta historia con exactitud, como lo es un testimonio fraternal.
Todo se inicia a fines de 1934, cuando el gobierno venezolano, aún bajo la presidencia del General Benemérito Juan Vicente Gómez3, decidió rendir homenaje al Perú con motivo del Cuarto Centenario de la fundación de Lima, la antigua Ciudad de los Reyes. Aquella iniciativa, de hondo simbolismo continental, se materializó en la creación de la Biblioteca Municipal de Lima, cuya génesis, según testimonia el propio Boletín de la Biblioteca, «partió de una iniciativa de Venezuela». En sus páginas se leen pasajes reveladores: «Quiso Venezuela, a la vez que testimoniar su simpatía a la ciudad, reiterar en ocasión tan propicia la hondura de su afecto al Perú»; y más adelante, refiriéndose al impulso de su fundación, «viabilizada por Venezuela…».4
En Caracas, el Ministerio de Relaciones Exteriores, al mando del eminente Pedro Itriago Chacín5, instruye a su ministro plenipotenciario en el Perú, Andrés E. de la Rosa, para organizar un obsequio que exprese la hermandad histórica entre ambos pueblos. El 4 de diciembre le envían un mueble tallado especialmente para presidir una futura sección venezolana dentro de la nueva Biblioteca Municipal limeña, junto con una colección aproximada de 300 volúmenes encuadernados de manera uniforme y un busto de Simón Bolívar fundido en bronce. Todo debía entregarse como símbolo del afecto fraternal de Venezuela al Perú.6

Apenas recibe estos objetos, De la Rosa entiende que no es un simple envío diplomático, un trámite protocolar, sino la oportunidad de presidir un acto cultural y solemne. Lima estaba por inaugurar una biblioteca municipal moderna, pero aún carecía de fondos, secciones organizadas y un mobiliario suficientemente digno, y lo más importante: carecía de una figura que se esforzara por hacer realidad aquella situación. Los obsequios venezolanos fueron, ante todo, piezas encantadoras para el contenido de aquel proyecto destinado al público limeño.
Entre el 12 y el 14 de diciembre de 1934, De la Rosa inicia una intensa actividad organizadora7: se comunica, gestiona el proyecto, se abre espacios para acelerar con decoro la creación de aquel gesto. Forma un Comité Diplomático con las legaciones de Estados Unidos, México y España para dar solemnidad y respaldo continental al acto. Informa a Caracas sobre los preparativos y resalta la acogida entusiasta de otras naciones que desean sumarse al espíritu de confraternidad. El canciller peruano, Carlos Concha, expresa oficialmente el agradecimiento del Perú y reconoce la iniciativa venezolana como uno de los aportes más distinguidos para la celebración del IV Centenario.8

Llega así la fecha culminante: el 29 de enero de 19359. Ese día, en el Palacio Municipal de Lima, se realiza la ceremonia que marcará la fundación efectiva de la Biblioteca. En presencia del coronel Antonio Rodríguez, jefe de la Casa Militar y representante del Presidente de la República, del Presidene del Congreso Contituyente, doctor Clemente Revilla, del Ministro de Relaciones Exteriores, Carlos Concha, del Alcalde de Lima, Luis Gallo Porras, de altos funcionarios y de todas las misiones diplomáticas, Andrés Eloy De la Rosa, Ministro de Venezuela en el Perú, entrega formalmente el mueble tallado con los escudos de Venezuela y Lima, el busto de Bolívar y la colección de libros. Su discurso, transcrito íntegro en el Boletín de 1935, es una pieza magnífica de diplomacia literaria: enaltece a Lima, honra su historia, recuerda los lazos hispanoamericanos y coloca, con un tono simbólico, la figura del Libertador como puente espiritual entre ambas repúblicas.
Recibid, pues, el espiritual homenaje en la propia justeza de su significado. Venezuela en él se presenta con la triple esencia de su ser: fruto de la tierra, el corazón de la madera de sus bosques; fruto del hombre, la mente cristalizada en libros; fruto de la conjunción de la gloria con la inmortalidad: Bolívar.
—Andrés Eloy De la Rosa10
El alcalde Gallo Porras responde, aceptando los obsequios en nombre de la ciudad y declarando oficialmente fundada y abierta la Biblioteca Municipal de Lima. El mueble venezolano se convierte en su primera pieza; los libros venezolanos, en su primera colección organizada; el busto del Libertador, en su primer símbolo visible; y el envío diplomático de Caracas, en el acto inaugural que da cuerpo a la joven institución.
Por eso, cuando se dice que Andrés Eloy De la Rosa contribuyó a fundar la Biblioteca Municipal de Lima, no es un elogio de tono chauvinista ni una afirmación atrevida que busca alterar el orgullo patrio del Perú. Es un hecho histórico, documentado y tangible. Fue él quien gestionó, coordinó, transportó, presentó, explicó y entregó el primer acervo completo que tuvo el nuevo recinto.
Fue su iniciativa y la voluntad cultural de Venezuela lo que le dio a la biblioteca limeña un rostro, un perfil y un punto de partida. Su gesto, recogido en aquel Boletín de 1935, demuestra que a veces las naciones se fundan y se hermanan más por los libros que por los tratados, más por los símbolos que por las cifras, más por la voluntad de elevar el espíritu que por la necesidad de ganar prestigio político.
En esa siembra americana, en esa unión de carácter cultural, este gran prócer venezolano de la fraternidad continental, nos enseña que la gratitud de los venezolanos hacia los pueblos bolivarianos debe ser siempre, como lo desearía el Padre Libertador, una actitud natural y desprendida, jamás una actitud despectiva, manteniendo nuestra tradición de gloria y liderazgo, la misma que hizo posible la gesta de la Independencia Americana y la misma que hizo posible actos tan venerables como el presente.
Semblanza del eminente Andrés Eloy De la Rosa
Andrés Eloy De la Rosa nació en el año 1888. No se sabe mucho de su vida, pues pertenece a esa legión de prohombres injustamente abandonados en los rincones polvorientos de la historia venezolana, aquellos que tienen una presencia casi fantasmal en las instituciones y no tanta presencia mediática en los titulares de sus tiempos o en obras del presente.
Por razones evidentes, en virtud de lo escaso de su vida, se intuye que se movió entre bibliotecas y cancillerías, entre el orden íntimo del archivo y la escena pública de la diplomacia, como si su destino consistiera en custodiar, a la vez, la memoria escrita y el decoro representativo de la República.
Sin embargo, también resulta relevante destacar la publicación de una antología de poemas prologada por el feroz y admirable escritor y duelista profesional Rufino Blanco Fombona. Ese libro se titula «Carnes y porcelana» y apareció en Caracas en el año 1909. Si acertamos con los años, se trata de una obra que se gesta en la plenitud de la ardorosa juventud del joven aspirante a diplomático. Esto nos enriquece el oscuro panorama y se nos abre así la luz de acertar con más oportunidad el perfil intelectual de Andrés Eloy De la Rosa.
Antes de iniciar su carrera exterior, De la Rosa ocupó un lugar singular en el mapa cultural venezolano: en 1921 dirigió la Biblioteca Nacional de Venezuela, un cargo que en aquellos años significaba, más que la administración de un acervo, la responsabilidad de ordenar la herencia dispersa de la nación. Lo precedió Manuel Segundo Sánchez y lo siguió José Eustaquio Machado, lo que lo ubica en una generación de hombres formados en la reverencia por el documento y en la disciplina intelectual del positivismo tardío. De esa experiencia se templó su vocación: un lector del alma histórica de los pueblos americanos.
Su paso a la diplomacia fue natural. La Cancillería venezolana de las primeras décadas del siglo XX confiaba sus legaciones a personas capaces de honrar con elevadísimo sentido del deber al sagrado gentilicio de Bolívar, Sucre, Miranda y Bello. Primero fue ministro de Venezuela en la Nueva Granada, y ahí seguramente legó discursos, polémicas y ceremonias que lo convirtieron en un puente vivo entre dos repúblicas que siempre han mantenido lazos contradictorios. En actos públicos, como la conmemoración del sacrificio de Ricaurte, en presencia del presidente Pedro Nel Ospina, aparece el nombre de «Andrés E. de la Rosa, ministro de Venezuela en Colombia», como testigo y portavoz de la continuidad bolivariana en tierras neogranadinas11.
Pero es en el Perú donde su figura adquiere una dimensión más perdurable. Para 1929, ya como ministro plenipotenciario de Venezuela en el Perú, participó en la ceremonia solemne en que entregó al Museo Bolivariano un facsímil del Testamento del Libertador. Aquella escena estuvo presidida por el entonces Presidente de la República, Augusto B. Leguía, y no fue un simple gesto protocolar: De la Rosa actuaba como un heredero íntimo del culto continental a Bolívar, un guardián de la memoria común de Hispanoamérica, cuna del Gran caraqueño.
Su espíritu de bibliotecario reaparece con fuerza en Lima. Ya lo hemos comentado, pero a efectos de completar esta brevísima semblanza, volveremos al tema. Durante el Cuarto Centenario de la ciudad, en 1935, la capital peruana vio nacer una institución que aún conserva su importancia cívica: la Biblioteca de la Municipalidad de Lima. La propia Biblioteca Nacional del Perú reconoce que aquella fundación ocurrió a iniciativa del diplomático venezolano, señor Andrés E. de la Rosa. Se comprende el impulso creador de aquel hombre formado disciplinariamente entre los archivos, con el objetivo de perpetuar un acto de civilización, tal vez, el mayor de todos: brindar al público el acceso gratuito al saber y la cultura.
Su obra mayor, sin embargo, vendría poco después. En 1938, bajo los tipos de la imprenta limeña Torres Aguirre, vio la luz Firmas del ciclo heroico: documentos inéditos para la historia de América, un volumen monumental de casi quinientas páginas que recoge documentos inéditos sobre la independencia americana12. Es un libro nacido del celo archivístico, de la paciencia del investigador y del fervor que el americanismo bolivariano infundía en ciertos espíritus de la época. Al publicarlo, De la Rosa no sólo reafirmaba su oficio intelectual: devolvía a los pueblos de América un fragmento de su propio espejo histórico.
Más allá de estos hitos comprobables, su figura se une en la estirpe de aquellos diplomáticos-bibliotecarios que dieron forma al rango continental venezolano a través de la cultura. Heredó cultura, sentido del deber americano. Fue un venezolano de la época de las grandes sobriedades, un hombre cuya vida transcurrió entre la diplomacia y el arte, la cultura y las grandes expresiones artísticas.
Y aunque su nombre no figure entre los más repetidos de la historia venezolana, basta mirar la Biblioteca Municipal de Lima, o abrir su Firmas del ciclo heroico o apreciar los versos trazados por su juvenil pluma, para advertir que Andrés Eloy de la Rosa fue uno de esos «artesanos invisibles» que sostienen la arquitectura moral y cultural de las naciones, y en su vida, la de la nación venezolana.
Venezuela y el Perú
A todo esto, los venezolanos que hoy residimos en el país del antiguo Incanato, en las tierras donde la gloria bolivariana alcanzó su altura inmortal, al mando del Gran Mariscal de Ayacucho y junto a próceres como José Faustino Sánchez Carrión, hallamos en la tarea civilizadora de Andrés Eloy de la Rosa un soplo de inspiración, un aliento profundo para proseguir las labores venezolanas en el Perú.
Su ejemplo nos anima a llevar cultura y deber, respeto y dignidad, pues somos portadores de un gentilicio que obliga: dondequiera que se alce la voz de un venezolano, debe sentirse el ánimo de su responsabilidad y la nobleza de su acción. En las tierras bolivarianas, nuestra presencia ha de significar trabajo y elevación, contribución y mejora del estado de las cosas, porque la herencia de Bolívar no se honra con la sola mención de las palabras, sino con la realidad de las obras.
Sigamos, pues, cultivando el culto a la sabiduría, a la cultura y, sobre todo, a la memoria heroica del Padre Libertador de Venezuela, Nueva Granada, Ecuador, el Perú y Bolivia: fuente inextinguible de unidad y esperanza para la América que aún busca reconocerse en su porvenir.
Andrés E. De la Rosa, Carnes y porcelanas, Caracas, 1909, p. 95.
Boletín de la Biblioteca Municipal de Lima. Noviembre de 1935. Lima: Inspección de la Biblioteca Municipal, bajo la dirección de Daniel J. Ledesma; edición de Ricardo Palma S.
Juan Vicente Gómez (1857-1935), militar y político venezolano que gobernó el país de forma cesarista entre 1908 y 1935. Durante su largo mandato consolidó el Estado moderno, saneó las finanzas públicas, abrió el país a la inversión petrolera y garantizó la estabilidad institucional, a costa de restringir el bochinche de las masas estudiantiles.
Boletín de la Biblioteca Municipal de Lima (noviembre de 1935), p. 1.
Pedro Itriago Chacín (1875-1936), jurista, diplomático y político venezolano. Ministro de Relaciones Exteriores durante el gobierno de Juan Vicente Gómez, impulsó una política exterior de reconciliación continental y fortalecimiento institucional de la Cancillería. Fue uno de los más lúcidos defensores del derecho internacional en la Venezuela de comienzos del siglo XX.
Ibid., p. 8.
Ibid., p. 10.
Ibid., p. 7.
Ibid., p. 2.
Ibid., p. 4
Martínez Martín, Abel Fernando, y Andrés Ricardo Otálora Cascante. “El monumento al sacrificio de Ricaurte, un dispositivo de memoria demolido en Bogotá (1913-1936).” Procesos. Revista Ecuatoriana de Historia. Accedido (22 de noviembre de 2025) https://revistas.uasb.edu.ec/index.php/procesos/article/view/4309/4951
Andrés E. De la Rosa, Firmas del ciclo heroico: Documentos inéditos para la historia de América. Lima, Perú: Talleres Gráficos Torres Aguirre, 1938. 475 p.




