
En medio del polvo, la herrumbre y el cemento bajo las losas rotas, en el Instituto Pedagógico de Caracas aún se respira la presencia de Mariano Picón-Salas, su fundador. Desde en anuncios fosilizados que hace décadas prometían cátedras libres, estudios y talleres sobre él, hasta en nombres de aulas extraviadas ante la indiferencia de los alumnos. El primer director del Instituto está también homenajeado, en el «edificio viejo», con una estatua suya, desproporcionadamente voluminosa para despecho del buen gusto.
Muchas podrían ser las formas para describirlo, según cómo la persona distribuya las preferencias en la balanza de sus admiraciones. Ensayista o literato; historiador o pedagogo; intelectual o administrador. La competencia podría saldarse, es casi seguro, consensuando la palabra «humanista». Y es que si bien el siglo pasado abundó en todo género de letrados, pocos de ellos podrían presumir como Picón-Salas, quizá con la excepción de Arturo Uslar Pietri y Rufino Blanco-Fombona, su facilidad de penetración en tan diversas regiones de las humanidades. Resulta curioso cómo, pese a semejante habilidad multidisciplinar, a Picón-Salas se lo haya forzado siempre a encajar en el canon de ensayista, calificativo con el que de golpe y porrazo se restringe, no sólo la objetividad de sus conclusiones, sino la diversidad de actividades abordadas por el autor.
Si fundar el Instituto Pedagógico de Caracas lo inscribe en los capítulos más importantes de su país, su periplo personal lo sitúa, con pareja relevancia, como uno de los pensadores hispanoamericanos más destacados, no tanto por su hondura filosófica —que también—, sino por el alcance de sus ideas, nutridas por sus largas experiencias en el exilio. Picón-Salas, cuando no logra a la penetración filosófica de Antonio Caso o José Ortega y Gasset, sí sanea su pensamiento de la superstición de José Vasconcelos o Laureano Vallenilla Lanz. Lejos de la presunción arcana de una raza cósmica, Picón-Salas acude a la sociología y la historia, pero no para fundamentar espuriamente una forma de gobierno conveniente, como Vallenilla Lanz, sino para permitirnos fundamentar por qué ocurre lo que ocurre; cuáles fueron los hechos que desarrollaron el actual devenir.
Gracias a ello, el autor tiene, además, un mérito que lo instituye como cita obligatoria para los venezolanos en particular, y para los hispanoamericanos en general: su originalidad. Esto, que en sí mismo destaca en los periodos de mayor fertilidad creativa de la historia universal —como el siglo XVII occidental, el período del idealismo alemán, el positivismo, las independencias hispanoamericanas, etcétera—, es tanto más relevante en los momentos donde la pusilanimidad, la inercia y la fatiga intelectual pululan con la sociedad como cómplice. Mariano Picón-Salas no reconocía ninguna certeza en nombre prestigios jactanciosos; como un cirujano de los libros, de la historia, somete a juicio los criterios sobre los que desde Alemania, Filadelfia o Londres se han lastrado sobre nosotros. «Si América careciese de “historicidad”, la Alemania de Hegel tampoco la tendría en relación con pueblos más viejos como los del mundo mediterráneo»,1 dice sobre el filósofo prusiano; de Jeffeson, por su parte, afirma que era «un viejo sumamente curioso, no carente de simpáticas manías como la de coleccionar animales raros».2
En Hispanoamérica, y esto es algo que menciona Picón-Salas en más de una ocasión, se ha tenido el vicio de sobrevalorar las puntualizaciones que en determinados países se hace, no ya sobre ellos mismos o sobre Europa u Occidente en general, sino sobre América e Hispanoamérica en singular. Habiendo ya calificado a Vasconcelos o Vallenilla Lanz de supersticiosos, ese calificativo debería reservarse también —para Picón-Salas— a Oswald Spengler y sus epígonos, como Samuel P. Huntington. La metafísica de la historia, orientándonos con la brújula piconsalista, podría reputarse como la astrología de la astronomía; no en balde Picón-Salas no disimula la ironía a la hora de hablar de estos autores. Tal vez, quién sabe, influido por José María Vargas.
El hombre
Picón-Salas nació el 26 de enero de 1901, en Mérida. La ciudad andina aún hoy declara su soberbia virreinal en su casco histórico, que ocupa una importante porción de la urbanidad. Este hecho, el haber crecido en un sitio donde se siente semejante cultura, estampó sobre su biografía un sello que le acompañó toda su vida intelectual, pues todo él, desde su interés por la historia hasta sus investigaciones sobre la literatura, está atravesado por su pasado merideño.
A lo largo de las casas de bahareque y tejas rojas, donde resulta imposible no sentir espejismos del imperio español, Salas recibió una educación que aparejaba elementos laicos con religiosos, como no podría ser de otra manera en una sociedad que, como la venezolana, continuaba fiel a la verticalidad de las relaciones sociales eclesiásticas. En su trayecto educativo no fueron pocos los encuentros con la religión, como fue su paso por el Colegio Santo Tomás de Aquino, en Valera, donde estuvo bajo el tutelaje del Monseñor Miguel Antonio Mejía. El religioso, reconociendo que estaba ante un joven excepcional, le alentó a escribir.3
Si en 1910, con apenas 9 años, el prodigio ya era capaz de leer Las mil y una noches y Mancha que limpia, no pasaría demasiado para que, en 1917, con sólo 16 años, disertara su primera ponencia, Las nuevas corrientes del arte. Poca cosa, puede parecer, con la excepción de que se realizó en la Universidad de los Andes, frente a nada más y nada menos que el Rector Magnífico Diego Camponell. Como Mejía, Camponell no fue indiferente ante la excepcionalidad del joven Salas, llamándolo afectuosamente «muchacho erudito» y reconociendo, con una admirable presciencia, la que sería una de sus principales virtudes:
«Esta conferencia que nos acaba de dictar el joven Mariano Picón-Salas, señala una futura originalidad muy elocuente», dice, y cierra su comentario apuntando: «Su precocidad sin ser la de Pascal, la de Pico de la Mirándola o la pasmosa precocidad de Goethe, pudiera ser, en el porvenir de la actual juventud de Venezuela […] una personalidad de la familia espiritual de Cecilio Acosta, Fermín Toro y Arístides Rojas».4
El rector acertó en su juicio con precisión de tirador. Años después, Picón-Salas saldó este halago con su ensayo Formación y proceso de la literatura venezolana, así como otros textos más ponderados, donde reserva elogios para todos los autores. Fermín Toro, para Salas, es «un estadista de gran talla y de un espíritu henchido de responsabilidad moral», reconociendo que «ninguno entre los venezolanos de su época reflejó con mayor perspicacia el problema social del mundo burgués europeo». Arístides Rojas fue un «feliz animador de documentos y libros viejos»; mientras que describe a Cecilio Acosta como un «pensador constructivo» que modernizó el país tras la independencia, elogio que comparte con Toro y Gil Fortoul.5
Naturalmente, alguien de temperamento tan inquiero intelectualmente, que se arrojaba con deportividad en todos los campos de las humanidades, no podía pasar desapercibido dentro del radar de la persecución del gomecismo, pese a trabajar en algunos ámbitos de la administración pública. Exiliado a Chile en 1927, primero por necesidad económica y luego por temor a la represión, su regreso a Venezuela no llegaría sino hasta 1936, muerto Gómez.6 Caracciolo Parra-Pérez sonó en ese momento como posible titular de la agenda diplomática, y aunque a punto estuvo de serlo, Contreras decidió dejar allí a Esteban Gil Borges. Hoy hay que agradecerle mucho al patricio de Gómez, porque nueve meses después, en julio, y con la venia Parra-Pérez primero y Rómulo Gallegos y Alberto Smith después —todos ministros de educación en plazos de tiempos distintos— funda el Instituto Pedagógico de Caracas, acompañado de varios maestros chilenos.7
En 1947, un año antes del bogotazo y siendo presidente de Venezuela Gallegos, es asignado como embajador venezolano en Colombia, cargo que ocupa hasta el 49, año de un nuevo exilio. La correspondencia entre Picón-Salas y Mario Ricardo Vargas —titular de exteriores— sobre los acontecimientos de Bogotá, así como de los sucesos generales en Colombia, se trata de uno de los documentos más apasionantes sobre la asonada.8 Las destrezas olfativas de Picón-Salas le permiten reconocer, antes de que ocurra, la deriva del Partido Liberal colombiano. «Se advierte cada día más en la vida del partido», afirmaba en septiembre de 1948, «una profunda colisión entre los elementos que pueden llamarse moderados, que desean cooperar a la unión nacional y los que pretenden capitalizar para su individual prestigio lo que puede llamarse herencia demagógica del doctor Gaitán».9
Siendo el año 1948, no está demás comentar que el acontecer de Venezuela estaba cerca, de nuevo, de cambiar de rumbo. Gallegos sufriría un golpe de estado que obligó a Picón-Salas a huir de nuevo, abandonando su papel de embajador y yendo a refugiarse, como décadas antes, en el extranjero. El destino de Picón-Salas no deja de recordar al de Andrés Bello, quizá incluso a Miranda, ambos protagonistas venezolanos en el exterior. Tras poco menos de una década, la vida lo volvería a exiliar, pero esta vez no a Chile, sino a México, en 1949, a Estados Unidos en 1950 y luego a otros lugares, regresando a Venezuela en 1958, poco después de la caída de Marcos Pérez Jiménez.
El maestro y la literatura
Los intervalos ensayísticos de Picón-Salas fueron tan inquietos como sus pesquisas bibliográficas; quizá por eso sea tan difícil organizar su trabajo doxográficamente. Ya en Hispanoamérica: Posición crítica, literatura y actitud americana, de 1931, Picón-Salas pone de relieve numerosos puntos de vista literarios, pero vuelve a tratarlos en 1940, en Formación y proceso de la literatura venezolana. Póstumamente conocemos, hacia mediados de los años 60, el libro Historia intelectual de Venezuela.
Como se ha podido observar, Picón-Salas enriqueció su pensamiento con posiciones novedosas, que reñían con los cánones establecidos. Tesis original, y aun desafiante, es la de considerar a El carnero, de Juan Rodríguez Freyle, como el primer cuento hispanoamericano, o al menos como el principal antecedente de aquellos.10 Mismamente, no se priva de poner a Garcilaso de la Vega a la altura de Proust, o estimar a numerosos autores hispanoamericanos como antecedentes de la filosofía de la historia, que el pensamiento tradicional considera patrimonio hegeliano.
Fruto de esta amplitud de miras, coincide con la crítica general al considerar a José de Oviedo y Baños como un referente invaluable, tanto de la literatura en tanto realización recreativa, como de las más ambiciosas documentaciones históricas.11 En un papel compartido por Juan de Castellanos y Pedro de la Cadena, Oviedo y Baños es referido recurrentemente como el primer, o uno de los primeros realizadores de la ciencia histórica hispanoamericana, pese a que los contenidos con los que trabaja están dispuestos más acorde a una ficción literaria —cosa frecuente en las letras hispánicas del siglo XVI al XIX— que al rigor de los acontecimientos. Tienen, eso sí, el valor de venir inspirados por fuentes primarias. Es en América donde la imaginación del castellano comenzó a apostrofar bestias y ángeles, unicornios y cíclopes, hombres de miel y criaturas voladoras, pues ni en el Mío Cid ni el Quijote, obras creadas por una Península llena de exigencias realistas, nos aparecen las quimeras fantásticas que los letrados contaron en América. Y esto es tanto más relevante porque El Quijote y el Mío Cid, como El Carnero e Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela, son con igual jerarquía parte de nuestra heredad cultural.
Pero Picón-Salas, evidentemente, no limitó su revisión a los textos del siglo XVI al XIX, fue también un comprometido lector de las obras de su tiempo. Casi ningún autor quedó fuera de su vista: por su prosa, que «traspasa las más nocturnas comarcas de la poesía», calificó a Ramos Sucre como «un extraño y casi desconocido precursor del gran argentino Jorge Luis Borges»;12 «teórico exquisito de sensibilidad»,13 apunta sobre Pedro Emilio Coll.
«A Gallegos lo doctoró mucho antes el vigor de su imaginación creadora, el esfuerzo y compromiso incomparable que significa su obra»,14 glosó sobre el gigante de las letras, cuando a este le dieron el honoris causa. De naturaleza cerebral, Picón-Salas sintió preferencia por Doña Bárbara antes que por Cantaclaro, ambas novelas galleguianas.15 Tamiz previsible: los contenidos ideológicos de la primera están totalmente excluidos en la segunda, más literaria que política, y quizá por ello preferida por los estetas antes que por los intelectuales. Gallegos, que con Cantaclaro alcanza las cumbres de la producción literaria —consolidada luego con Pobre negro y Sobre la misma tierra, ambas novelas magníficas—, siempre reconoció su favoritismo por la epopeya de Florentino. Y es que Galllegos era un escritor; Picón-Salas, un intelectual. Y a pesar de todo, las acotaciones de Salas sobre Gallegos no están llenas en ningún caso de infravaloración, pues nadie en su tiempo, ni siquiera sus críticos, se aventuraron a subestimar el trabajo galleguiano.
Aunque ambos autores congeniaron más de una vez, y fue gracias a Gallegos que Picón-Salas ejerció de embajador en Colombia, lo cierto es que nunca llegó a formarse una dupla entre los dos autores. Gallegos, más allá de la militancia compartida en Acción Democrática, el rechazo a la extrema izquierda consecuencia de sus mutuas simpatías por Betancourt y el ser los dos hombres de letras, no tenía casi nada en común con el merideño. El papel de amigo, de estímulo intelectual y de colega en las letras estuvo reservado, siempre, al también merideño Alberto Adriani. La complementariedad entre ambos es tal que no resulta difícil, incluso al lector más inquisitivo, leer a uno autor creyendo que se está leyendo al otro.
Autorretrato hispanoamericano
Con un historial de recorrido en toda América, pero especialmente la de lengua española y portuguesa, a Picón-Salas no podía dejar de interesarle, máxime teniendo en cuenta la naturaleza del ambiente social de su tiempo, el asunto continental. Como le sucede a cualquier hispanoamericano que visite otro país americano, a Picón-Salas no le pasó por alto la comunidad cultural existente en todos ellos. Los hispanoamericanos, denuncia Salas, «experimentaban la ilusión de que la historia nacía con ellos y que al denominar “República de Venezuela, “República del Perú”, y “República de Chile” a la colonia que se acababa de liberar de España, se engendraba un hecho tan nuevo que todo lo anterior solo podría abordarse saltando una grieta profunda».16 No se equivocaba.
Simón Alberto Consalvi atribuye a la procedencia merideña su hispanoamericanismo, y hay motivos para así considerarlo. «El tiempo para el que nace en Mérida es como un tiempo denso y estratificado», afirmó Salas en Viaje al amanecer; «el pasado se confundía con el presente y personajes que vivieron hace tres siglos […] eran los fantasmas de nuestra existencia cotidiana».17 Pero a pesar de todo, su vocación ideológica estuvo abonada, más que por sus sentimientos afectivos hacia la ciudad, por su apetito de conocimiento.
Mérida no fue la única ciudad de acervo hispánico que conoció; sus escalas en Cartagena de Indias y Cuzco, ambas ciudades de contornos virreinales, le llenaron de florituras hispanoamericanas. Ya en 1935, dentro de sus Estampas inconclusas de un viaje al Perú, Picón-Salas hibrida su inquietud personal con su originalidad formativa y, con orgullo hispanoamericanista, rompió los marcos convencionales que admiten la exclusividad filosófica de Hegel: «En aquellas páginas donde Garcilaso Inca evoca ese mundo que dejó de ser, va como a la busca de un tiempo perdido. Muchos siglos antes de Proust, y en un paisaje más limpio que diafanizan los Andes, Garcilaso, nuestro mestizo cuzqueño, es como un Proust de la Historia»,18 escribió. Pero estas observaciones no significaban que Salas se dejara llevar por el impulso. Con imparcial criterio realizó críticas sobre «el hispanismo jactancioso» y «el indigenismo que quería volver a la pre-historia», posturas ambas nacidas en su tiempo y con perniciosa actualidad.
El polímata no aceptaba los convenios europeos de forma apriorística, como tendencialmente se ha hecho en Hispanoamérica. Partidario de volver nuestra vista al Siglo de Oro, de zambullirnos espontáneamente en nuestro patrimonio cultural —en lugar de negarlo, como se ha hecho desde el latinoamericanismo o el indigenismo—, Picón-Salas halla en la historia hispanoamericana, tanto en materia cultural como ideológica, los orígenes primigenios de gran parte de las consideraciones culturales, estéticas y científicas del llamado «siglo de la ilustración». En efecto, tratándose el Imperio Español del primer estado internacional de la modernidad, en él tuvieron residencia buena parte de los progresos que, siglos después, y acompañados de un éxito económico sin igual, se apropiarían otras potencias internacionales.
Pero estas críticas no le implican, como podría suponerse, un desprecio sobre el viejo mundo. Sin resentir a Europa, como se hizo inescrupulosa y deshonestamente en Las venas abiertas, pero tampoco asintiendo pasivamente ante ella, Picón-Salas tiene el acierto, cuando no de brindarnos una tesis original acerca de nosotros mismos y del viejo mundo, al menos desmalezar las hipótesis que desde Berlín, París o Londres se han imaginado sobre nosotros y ellos, distribuidas siempre en escalas que van del ridículo a la soberbia. «El problema histórico de Alemania», dice Picón-Salas, «es que su civilización no se edificó, como la de Francia y la de los países meridionales, sobre un seguro subsuelo de formas culturales antiguas».19 Alemania, que usufructúa los derechos autor de la palabra Europa, tiene poco de europea, si con ello se insinúa el pasado grecolatino venerado por los germanos desde Lessing. Y parece ser Picón-Salas el único en advertirlo vocalmente, no admitiendo fárragos demagogos que la intelligentsia reproduce acríticamente. Eso, sin embargo, tampoco le impide reconocer los éxitos del gigante germánico.
Este planteamiento es tanto más relevante porque es Alemania, la hija no reconocida de Carlomagno, el país que hacia el siglo XIX, en compañía del idealismo, creó y vendió la idea de «Europa» como es hoy conocida. Tentativa más exitosa que la de exportar su idealismo; fuera del mundo de las artes, semejante movimiento no tuvo alcance en ningún sitio de Occidente, Hispanoamérica incluida, pues el positivismo ya había instalado su bandera en todas las astas. En este orden de ideas, no deja de sentirse la influencia que sobre Picón-Salas debieron tener sus admirados escritores del siglo XIX. «En su Crítica a la razón pura», escribió José María Vargas, Immanuel Kant «no recaba otro resultado que el más fatal idealismo»,20 y concluye que «Hegel lleva todavía más allá el idealismo: no se contenta con identificar el sujeto con el objeto, el ser inteligente con el objeto de su pensamiento, sino que hace una misma cosa de estos con la Idea».21
Si bien Salas no era un antagonista de Alemania, Europa o Estados Unidos, sí puede decirse, en numerosos aspectos, que congenió con la idea de lo que serían, posteriormente, las políticas proteccionistas de la Cepal. Estos razonamientos le vinieron comunicados por uno de sus autores más queridos: Fermín Toro, tradicional crítico del usufructo y la usura en tierras venezolanas.22 A la postre, Toro se adelantó mucho tiempo respecto de lo que serían las posiciones más populares, desde el siglo XX en adelante, sobre el comercio y la admisión de inversión extranjera, tanto en Venezuela como en Hispanoamérica. Y aunque Picón-Salas se retrató de liberar en alguna ocasión, es en este punto, así como en lo tocante al imperialismo estadounidense, donde parece demostrar mayor proximidad con Fermín Toro primero y con Briceño-Iragorry después.
Hallamos en Mariano Picón-Salas a un hombre capaz de reconocer que el existencialismo sartriano «describió admirablemente la situación de soledad y de “náusea” en que el hombre se ha debatido»,23 pero al mismo tiempo ridiculiza ácidamente la pretenciosidad de no recibir el nobel: «“Mundo de culpa y mundo de inocencia”, ¿no parecen esas antítesis demasiado maniqueístas para un espíritu tan inteligente como el del señor Sartre?».24 Lo cortés no quita lo valiente, después de todo. Quizá Picón-Salas encarne, como en los 90 advertiría Cabrujas, la tendencia universalista con mayor aquilatamiento de nuestro gentilicio hispánico. Un latinoamericano, decía Cabrujas, tiene —y sin duda que tiene— más recursos intelectuales para entender a un europeo, a un africano o a un asiático que ellos a los americanos.
Picón-Salas siguió la línea de Cecilio Acosta, de Fermín Toro, Gil Fortul y demás pensadores que tuvieron, desde la más tierna juventud de la república, el valor no solo de reverberar lo que llega en los barcos del viejo mundo, sino de adaptarlos, masticarlos y comprenderlos desde una perspectiva hispanoamericana, discriminando lo que de este pensamiento debe retirarse en nuestro provecho. En este sentido, se trata de un autor cardinal para proyectar el pensamiento hispanoamericano —y al venezolano con él— hacia un futuro orgulloso, valorativo y con éxito, salvado de las excrecencias que disimuladas como «anticolonialismo» importan, en realidad, las peores ideas cocinadas en las universidades francesas, británicas y estadounidenses.
El pensamiento hispanoamericano, si quiere ser digno de sí mismo, debe ser original.
Mariano Picón Salas escribió con la intención de comprender. Quiso comprenderse a sí mismo en una larga búsqueda interior que lo lleva a severas autocríticas […]. Luego intenta comprender a su pueblo venezolano, para ampliar la inquisición hacia América, hacia Europa, hacia el hombre, hacia la historia que es tejido del hombre, hacia la cultura que es hogar del hombre y fundamento de la historia.25
—Guillermo Morón
[i] Ibíd, 443.
FE DE ERRATAS. Debo reconocer con vergüenza que comprobé, durante el cotejamiento de las fuentes para consignar las páginas, que el documento citado de María Vargas, Proyecto sobre reforma de los colegios nacionales, datado de 1839, se me había confundido con el documento Algunas ideas acerca del método de educación más adecuado para formar un médico, de 1850, donde se encuentran las citas que empleé. Esto se debe a que en mi biblioteca tengo estos archivos uno sobre otro, precariamente pegados con grapas. Al momento de hojear, alguien puede equivocarse en la correspondencia de una portada con el contenido.
Mariano Picón-Salas, Obras selectas, Caracas, Ediciones Edime, 1962, p. 954.
Mariano Picón-Salas, Miranda, Buenos Aires, Editorial Losada, 1946, p. 127.
Simón Alberto Consalvi, Profecía de la palabra: Vida y obra de Mariano Picón-Salas, Caracas, Tierra de Gracia Editores, 1996, p. 21.
Rafael Pineda, Iconografía de Mariano Picón-Salas, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1988, p. xxiii.
Mariano Picón-Salas, Formación y proceso de la literatura venezolana, Caracas, Monte Ávila Editores, 1984, pp. 74, 102, 215.
Consalvi, Profecía de la palabra, pp. 31-34.
Ibíd., p. 64.
Juan Gustavo Cobo Borda (ed.), Colombia-Venezuela: Historia intelectual, Bogotá, Imprenta Nacional de Colombia, 1997, pp. 213-223.
Ibíd., p. 218.
Consalvi, Profecía de la palabra, p. 485.
Ibíd.
Mariano Picón-Salas, Dos siglos de prosa venezolana, Caracas, Ediciones Edime, 1965, pp. x,
Mariano Picón-Salas, Buscando el camino, Caracas, Editorial Cultura Venezolana, 1920, p. 138.
Don Rómulo Gallegos: Doctor honoris causa en humanidades y educación, Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1958, p. 3.
Consalvi, Profecía de la palabra, pp. 249-253.
Mariano Picón-Salas, De la Conquista a la Independencia: Tres siglos de historia cultural hispanoamericana, México, Fondo de Cultura Económica, 1944, p. 11.
Picón-Salas, Obras selectas, p. 7.
Mariano Picón-Salas, Un viaje y seis retratos, Caracas, Editorial Élite, 1940, p. 17.
Picón-Salas, Obras selectas, p. 1110.
Laureano Villanueva, Biografía del doctor José Vargas, Caracas, Imprenta Editorial de Méndez, 1883, pp. 198-199.
Ibíd., p. 199.
Fermín Toro, Reflexiones sobre la ley de 10 de abril de 1834, Caracas, Imprenta de Valentín Espinal, 1845.
Consalvi, Profecía de la palabra, p. 490.
Ibíd.
Guillermo Morón, prólogo a Mariano Picón-Salas, Comprensión de Venezuela, Caracas, Petróleos de Venezuela, 1987.
Maravilloso trabajo.
Muchas gracias por compartir.