Asemejábase a César únicamente en que buscaba la alianza de las clases inferiores y en su benignidad; pero, por lo demás, los separaba todo un abismo en punto a propósitos, carácter e intereses. César había querido reformar a los hombres modificando las instituciones y las leyes; Cristo quería rehacer las instituciones y reducir el papel de las leyes cambiando a los hombres. César era también capaz de indignarse pero sus emociones estaban siempre bajo el control de su claro intelecto. Jesús no carecía de inteligencia; respondía a las preguntas capciosas de los fariseos casi con la habilidad de un abogado y, ello no obstante, con sabiduría; nadie podía turbarlo y confundirlo, ni siquiera ante la muerte. Pero los poderes de su espíritu no eran intelectuales, no dependían del conocimiento; derivaban de su penetrante percepción, de la intensidad de su sentimiento y de la sencillez de sus objetivos.1
—Will Durant
La famosa interacción entre Jesucristo y Pilato figura la distancia paralela entre lo que damos por llamar «esquema de la gracia» y «esquema mundano», cuyo punto de intersección2 es el desarrollo del cumplimiento (πλήρωμα) que inició con el «fiat» de la virgen María. Los evangelistas dibujan la escena del encuentro, Cristo calla ante la interpelación de Pilato. Pilato se marcha al preguntar «¿qué es la verdad?». Estas dos acciones, la de callar y la de preguntar, representan dos momentos peculiarísimos y cúlmenes, analogías de lo que haremos notar como la diferencia radical entre lo espiritual y lo mundano.
En el orden de los conceptos, podemos decir que el espíritu tiene como valor la verdad, lo mundano tiene como valor el poder y lo que se desprende del mismo —como la iurisdictio, es decir, el derecho, y más anteriormente a éste la violencia, etc.
En el elenco de valores o axiología cada valor es la expresión delimitativa de una forma de aprehensión entitativa: a cada parcela de lo real corresponde una situación de valor. Existiendo así la posición de un valor en una expresión entitativa propia como en el caso espíritu-verdad o mundo-poder, e igualmente, la posición de un valor de forma impropia, lo cual verifica un solapamiento axiológico: espíritu-poder, mundo-verdad. El caso que nos ocupa es de la segunda forma: un concepto mundano como el de realeza queda nulificado —desde y en el esquema mundano, propiamente— cuando tiene como valor lo verdadero.
Pilato le dijo: «¿Entonces tú eres rey?». Jesús respondió: «Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz».3
Al ser este solapamiento axiológico impropio, el prefecto Pilato no encuentra motivo de culpa ni de peligro en la acusación, es decir, desde lo concerniente al poder, las acusaciones de sublevar e incitar al pueblo y de no pagar tributo,4 quedaron sin efecto probatorio. Un rey cuyo valor es la verdad, a ojos del poder, es inofensivo: un rey que reina pero no gobierna.
τὸν κόσμον, ἵνα μαρτυρήσω τῇ ἀληθείᾳ
He venido al mundo como testimonio de la verdad...
—τί ἐστιν ἀλήθεια
—¿Qué es la verdad?
De otra manera, la plasticidad en la escena de este diálogo paralelo muestra otra nota de diferencia: un encuentro radical entre lo interno y lo externo, entre las potencias de lo extenso y lo intenso. Cristo apresado, acusado, burlado, con poder y autosuficiencia intrínsecas, expresiones todas del «testimonio de la verdad». Cristo, que ha venido al mundo como testimonio de la verdad —τὸν κόσμον, ἵνα μαρτυρήσω τῇ ἀληθείᾳ (Juan 18, 37)—, es inofensivo desde el marco interpretativo mundano. Empero, desde allí se le plantea una pregunta: «¿qué es la verdad?».5 La pregunta de Pilato, frente a Cristo, es un señalamiento.
El silencio de Cristo, consecuente con su martirio o testimonio (μαρτυρήσω), se presenta como el acceso de entrada o puente entre lo extrínseco y lo intrínseco. Partiendo de la evidencia de que la verdad es autosuficiente, i.e., se basta a sí misma, su testimonio (martirio posterior al juicio) y extensión no tienen que ver consigo misma sino con los receptáculos de ella. En esto encuentra pleno sentido la labor de Cristo: no es la verdad por la verdad sino su metódica, su «camino hacia», su despliegue, cuya finalidad es la comunidad venidera (Ecclesia) persuadida y conquistada por su sangre, su sacrificio.6
Demostrado que no hay un componente político en las prácticas de Cristo, a la pregunta «¿qué es la verdad?», se responde desde el esquema mundano: nada. Sin embargo, desde el esquema de la gracia, desde la propiedad axiológica, la superioridad suprema de lo intrínseco lo entendemos con Abraham: un Dios interior actuante. Así, la misión crística, que inicia con el pacto abrahámico, superándolo, es el movimiento que se activa desde la autosuficiencia de la verdad, de suyo en reposo, hacia los umbrales del poder mundano como fuerza, sin ser en sí una fuerza. Es en este intersticio cósmico en donde ocurre nuestro drama: un puente que tendió Cristo con argamasa de piel y sangre al ser despedazado por el mundo.
Pilato apela directamente a señales o notas extrínsecas, consecuente axiológicamente con su posición en el mundo: un prefecto romano; como rey, Cristo carece de magnificencia. Cristo desde sí, en cambio, se constriñe a mostrar su magnanimidad. La grandeza extrínseca del mundo en el encuentro con la grandeza intrínseca del espíritu. El encuentro entre los predicados de la acción inmanente y los predicados del pensamiento trascendente.
La contradicción entre lo extrínseco y lo intrínseco es operada en otras escenas evangélicas y veterotestamentarias: la separación de lo de Dios y lo del César,7 la exterioridad de la ley mosaica, que como ley, no es del espíritu, y en la afirmación de los jefes judíos en que el César era su rey,8 lo cual remite al enojo de Dios cuando Israel le pide un rey.9 Jesucristo es un rey pero su misión específica es la del sacrificio. Cristo pluriforme abstrae sus atributos y se entrega: trasiega el cáliz.
Will Durant, César y Cristo: Historia de la civilización romana y del cristianismo desde sus comienzos hasta el año 325 d. de C., 2 vols. (Buenos Aires, 1948), II, pp. 277-278.
Haciendo uso de la elasticidad matemática para figurar el misterio crístico, decimos que dos líneas paralelas se definen como la intersección de dos de sus puntos en el infinito, i.e., no se intersecan. Esa misma relación es la que guardan Pilato y Jesucristo, la historia y la gracia.
Juan 18, 37.
Lucas 23, 1-5.
«Quid est veritas?, τί ἐστιν ἀλήθεια». Juan 18, 38.
Es de notar que la práctica de la «verdad» puede ser entendida como κήρυɣμα.
Marcos 12, 17.
Juan 19, 15.
1 Samuel 8.
Excelente artículo.
Gran artículo.