
Alberto Lamar Schweyer (Matanzas, Cuba, 06/07/1902 - La Habana, 12/08/1942), sociólogo inusual y prolífico escritor cubano, ha visto su figura injustamente relegada en el ámbito de las letras iberoamericanas. Gran incomprendido de su época, la obra ensayística de Lamar Schweyer compone el antecedente más importante del pensamiento biologicista entre las derechas en Cuba y el resto de la América hispánica. Representante del positivismo tardío americano, nutrido por el influjo de preceptos científico-naturalistas, se le recuerda como comentador de la obra de Federico Nietzsche en un momento en que pocos en el Caribe conocían sus ideas.1
El tono escéptico elitista de su obra, su falta de confianza en el futuro del país y en la potencialidad histórica de la naciones de América, así como su papel de intelectual durante el machadato, le mereció el desprecio de gran parte de sus contemporáneos. Considerado por la historiografía oficial como un prosista de la decadente burguesía republicana, otras veces como un autor conservador y reaccionario —etiquetas ambas despreciadas por nuestro autor—, la obra de Lamar Schweyer ha sido ampliamente desconsiderada, cuando no ninguneada, por el oficialismo cubano.
Integrante de una acaudalada familia de origen francoalemán, Lamar Schweyer pertenece a la clase criolla cubana. Inicia estudios de Derecho y también de Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana, pero pronto los abandona para dedicarse al periodismo. En 1918, con apenas dieciséis años, ingresa a la redacción de El Heraldo de Cuba. A partir de entonces, se distinguiría en el medio publicista por sus contribuciones a las revistas Social y El Fígaro. Destaca igualmente por sus colaboraciones en otras importantes publicaciones periódicas de la vida cultural de la isla como Cuba Contemporánea, El mundo y Smart, de la que fue jefe de redacción.2 Fue director de la revista antiimperialista Venezuela Libre, y uno de los seis redactores de la Revista Parlamentaria de Cuba. Es también miembro fundador de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Económicas de Cuba, e integrante de la Sociedad Hispanocubana de Cultura.
Desde 1920, comienza a asistir a la tertulia del café Martí junto a otros elementos de la incipiente intelectualidad cubana, con quienes colabora de forma estrecha. Es uno de los jovencísimos escritores que toman parte en la Protesta de los Trece, en cuyo núcleo se hallarán el resto de fundadores del Grupo Minorista. Esta facción de vanguardia político-literaria, de clara simiente revolucionaria y progresista, obrerista y tendida hacia doctrinas socializantes, concentraría a los artistas insulares de mayor renombre durante algunos años. Su salida del grupo queda marcada por la publicación de un fragmento de su libro Biología de la democracia en El Fígaro, el 2 de febrero de 1927. La obra, polémica desde su publicación, fue señalada como una defensa de las tiranías de América, y es tomada como una apología al régimen del Gral. Gerardo Machado, del que Lamar Schweyer era colaborador. Emilio Roig de Leuchsenring, antiguo compañero de letras, pide su expulsión del Grupo Minorista desde las páginas de la revista Social,3 desatando una serie de intercambios y debates en la prensa nacional.

En su libro, Lamar Schweyer postula la formulación de un nueva teoría política adecuada a la realidad de los Estados hispanoamericanos: pide para nuestra América la instauración de dictaduras ilustradas, partiendo de una innovadora filosofía política. La condición sociobiológica de las noveles repúblicas americanas, de carácter endeble y una cultura en germen, exigían la aparición de organizaciones políticas centralizadoras de la voluntad popular. Su sustento teórico del despotismo americano, encontraba en la dictadura la posibilidad de una organización fundamental que, inspirada en la fuerza, daría el punto de partida de la evolución política de las naciones iberoamericanas. La visión de la nacionalidad propuesta por Lamar Schweyer se extiende al resto de la América española, promulgando la unidad ideológica, política y espiritual del ámbito continental iberoamericano; poseedor de identidad racial e histórica en conjunto.
Mientras que para otros paladines del cesarismo hispanoamericano como el venezolano Laureano Vallenilla Lanz y el mejicano Francisco Alonso de Bulnes, la dictadura resultaba en una etapa en el proceso preparatorio hacia el régimen democrático, Lamar Schweyer entendía la dictadura como el único régimen posible a instaurar entre los pueblos de la América hispánica: afirma que «la democracia no es americana».4
En este contexto, Lamar Schweyer se dice partidario de una política de minorías organizada en torno a una aristocracia mental. Escéptico de las cualidades políticas de la burguesía nacional, a la que encuentra incapaz para ejercer su papel de clase directiva, cree en el posicionamiento de una élite rectora como sustento del poder dictatorial. Esta clase intelectual actuaría como elemento orientador de la política del caudillo iberoamericano, evitando su degeneración en el tirano, valorado como un producto bárbaro. Apartándose del principio tradicional de nobleza de casta, motivado por cierto radicalismo nietzcheano, clama la sustitución de las antiguas aristocracias de la sangre por las de la fuerza. Esta instancia aristocratizante, sumada a un desprecio declarado por las masas política y racialmente desorganizadas de América, representa la tesis cardinal de su pensamiento.
Algunas de las nociones teóricas expuestas en Biología de la democracia pueden rastrearse en su producción periodística anterior. Ya en 1923, Lamar Schweyer escribía una serie de artículos con títulos como «Con la camiseta negra» en el periódico La Discusión, reconociéndose admirador del fascismo italiano. No vincula, sin embargo, la naturaleza de su necesaria dictadura hispanoamericana con la del modelo fascista histórico, ni procura la homologación de su programa. Para Schweyer, la dictadura como necesidad biológica de la América ibérica, íntimamente ligada a su fatalidad histórica, precede al fenómeno político europeo.
Mucho antes de que los ministros-dictadores de Europa, siguiendo a Benito Mussolini, estimaran que «la democracia es un lugar común que desdeñan ya los pueblos sedientos de realidad», treinta tiranos exornan la historia política de nuestro continente. Antes de que Jorge Valois proclamara que «el hombre del porvenir no es el de cien cabezas, sino el jefe, el cerebro y la voluntad» ya Laureano Vallenilla Lanz ha lanzado en Caracas la teoría absolutista, arrancada a hechos circunstanciales y generalizada por su interpretación positiva de la Historia, del Cesarismo democrático.5
Sugiere Lamar Schweyer que la crisis del parlamentarismo en Europa —vinculada con una corriente general inclinada hacia el despotismo—, no guardaba relación alguna con el fracaso del principio democrático en América. Si la aparición de la dictadura en el viejo mundo respondía a circunstancias momentáneas y anormales en la vida política de las naciones, esta se explicaba en la América independiente, en cambio, a través de su mismo estado orgánico.
En este orden de ideas, las nacionalidades americanas no han logrado constituirse como entidades orgánicas, describiéndoles como formaciones históricas en proceso de elaboración. Las revoluciones de América habían configurado una nacionalidad inmadura, arbitraria y puramente teórica, mediante la superposición de sus componentes culturales y raciales, creando organizaciones artificiales, estructuras improvisadas y carentes de cimiento histórico que les den solidez. Las naciones, lo mismo que los individuos, no pueden prescindir de las leyes impuestas por la naturaleza; no puede entenderse una sociedad sin considerar su condición orgánica.
Los regímenes políticos son conclusiones de biología social, productos de culturas que encuentran en ellos su representación histórica, manifestación de las fuerzas orgánicas del Estado que derivan hacia un régimen de armonía interior.6
El estado prolongadamente embrionario, débil y sentimental de las repúblicas iberoamericanas surge de la falta de coherencia entre su política y sus formas naturales. Representando un caso único en la historia, el orden constitucional de las naciones de la América ibérica contraría el orden natural y la sociología de sus pueblos. Las constituciones políticas de nuestras jóvenes repúblicas no se adaptan a los hechos vitales; no son orgánicas. Las instituciones políticas de la nación deben ser siempre equivalentes al estado de civilización y de cultura en que se encuentra, y la disonancia producida entre el estado de la poblaciones de América —constituidas por mayorías abyectas, pobremente educadas, carentes de una tradición política propia—, y la implantación catastrófica y enajenante de las instituciones democráticas, habían sido motivo de su propia liquidación y dispersión estructural.
Lo imitamos todo, que es la consecuencia lógica de improvisar cuando no hay base. Imitamos en el Derecho Constitucional igual que en el civil y el Código Napoleónico, incorporamos la moral divergente del paria y del esclavo, el indio y el negro.7
Durante dos siglos, el liberalismo intelectual, ignorante de las verdaderas condiciones de América, inspiró su política en el ensayo de un sistema impracticable entre nosotros, legislando contra su propio ser. Las naciones, lo mismo que los individuos, no pueden prescindir de las leyes impuestas por la naturaleza. Los Estados no pueden separarse de la biología; no puede entenderse una sociedad sin considerar su orden natural. Las fórmulas traídas de Europa carecían de sentido en el escenario americano. La implantación fatal del modelo liberal democrático, de tipo foráneo, entre pueblos para los cuales dichos principios resultaban exóticos, trastornó aún más la vida política de Iberoamérica. Considera Alberto Lamar que las ilustres personalidades de Bolivar y Martí, «europeos puros, física e intelectualmente», están desligadas del medio al que no representan.8
Buscando explicar el primitivismo político de Iberoamérica, Lamar Schweyer recurre a la filosofía de la historia de Oswald Spengler y lo encuentra en su idea de «pseudomorfosis».9 El filósofo alemán emplea el vocablo —préstamo de la minerología—, para denominar el fenómeno en que una cultura joven, aún bajo el peso de la moribunda cultura anterior, imprime su espíritu en las formas de esta última, mas es incapaz de expresarse en términos propios; un entrecruzamiento de culturas en que las fuerzas creadoras de un pueblo se le impone un estilo que le es ajeno.
Transponiendo el concepto a América, vemos que, una vez rotos los vínculos con fuente política que era España, la emergente cultura iberoamericana quedó entregada al retraimiento de sus fuerzas políticas, condición de la que no ha logrado salir. Así, la naciones de América —organismos en esencia anárquicos desde su estructura moral— sólo podían afianzarse en la breve tradición republicana, extraña a su propia fisiología, a falta de tiempo que cristalizara una tradición nueva conforme a las formas naturales de nuestros pueblos. Inmersos en el subdesarrollo de nuestra personalidad, las nacionalidades americanas no han alcanzado la mayoría de edad.10
Lamar Schweyer comenta las afinidades políticas de las poblaciones precolombinas —ocupándose en su categorización en tres grupos: los aztecas-mayas, los chibcha, y los quechua-incas—, identificando un ideal de tipo autocrático y teocrático, alimentado por la superstición de las que considera poblaciones inferiores.11 El cruzamiento entre las razas de castas y el latino peninsular, cuya tradición quedaba afincada en un pasado jerárquico y corporativo, resultaban en un nuevo tipo americano racial e históricamente desvinculado del ideal democrático. Considérese, además, el primitivo caciquismo del elemento africano. Interesantemente, la noción de la dictadura como fenómeno particular de la cultura grecolatina, extendida a la América ibérica, era difundida entonces por autores como el argentino Manuel Gálvez y el nicaragüense Coronel Urtecho.12
A este panorama, súmese la variable del mestizaje dentro de las sociedades americanas. El hibridismo del nuevo tipo americano —producto de la mezcla entre las tres razas predominantes en nuestra América— resultaba en grupos inarmónicos de tendencias diversas, carentes de la aptitud para el ordenamiento político de la nación. Los numerosos cruces étnicos resultaron en la aparición de un espíritu colectivo inclinado al tribalismo, de rasgos pre-sociales, sin carácter, «en una psicología sin líneas de precisión y valores discontinuos».13 El estado resultante de desunión nacional había sido una constante invariable a lo largo de los siglos. En el caso particular de Cuba, Lamar Schweyer valora la influencia de otros factores como la desterritorialización de sus poblaciones —producto de la rápida desaparición del indio durante el período colonial—, el injerto de razas exóticas, y el cosmopolitismo de las élites mercantiles para explicar la crisis de la nacionalidad.14
Ante el determinante biológico-social que entorpece la posibilidad democrática, Lamar Schweyer encuentra la justificación científica de la dictadura en América. La irremediable condición étnica y natural del continente encontraría en el caudillaje la constitución positiva de sus proyectos nacionales, determinada por sus necesidades, afincada en su realidad social y en su propia imagen. En los últimos años, la obra y figura de Lamar Schweyer han emergido como una improbable fuente teórica en los ambientes del conservatismo cubano en el destierro, produciéndose un esfuerzo por la recuperación de su quehacer ensayístico y literario. La preeminencia intelectual en la efigie de Alberto Lamar Schweyer, impregnada de un idealismo voluntarista que permite una interpretación positiva de nuestro porvenir común americano, se presenta como un referente esencial en la reconfiguración de los esfuerzos iberoamericanistas de nuestro tiempo.
Alberto Lamar Schweyer, La palabra de Zarathustra: Federico Nietzsche y su influencia en el espíritu latino (La Habana, 1923).
Leymen Pérez, “Poética y mujer: El pensamiento social de Alberto Lamar Schweyer”, Ego de Kaska, 22 de junio de 2021.
Marcia Castillo Vega y Rosa González Alfonso (eds.), Índice analítico del suplemento literario del Diario de la Marina (1927-1930) (La Habana, 1984), p. 12.
Alberto Lamar Schweyer, Biología de la democracia: Ensayo de sociología americana (La Habana, 1927), p. 9.
Ibíd., pp. 105-106.
Ibíd., p. 141.
Alberto Lamar Schweyer, La crisis del patriotismo: Una teoría de las inmigraciones (2.ª ed., La Habana, 1929), pp. xv-xvi.
Lamar Schweyer, Biología de la democracia, p. 122.
Oswald Spengler, La decadencia de Occidente: Bosquejo de una morfología de la historia universal, trad. Manuel García Morente, 2 vols. (Madrid, 1976), II, p. 223.
Lamar Schweyer, La crisis del patriotismo, p. 68.
Lamar Schweyer, Biología de la democracia, pp. 27-28.
Jorge Eduardo Arellano, “El movimiento nicaragüense de vanguardia”, Cuadernos hispanoamericanos, n.º 468 (1989), p. 39.
Lamar Schweyer, Biología de la democracia, p. 98.
Lamar Schweyer, La crisis del patriotismo, pp. 50, 54, 149-150.
Excelente artículo, muchas gracias por compartir.
Maravilloso recorrido por las ideas de este prohombre del siglo XX.