El pensamiento positivista de Rómulo Gallegos
La Alborada y Canaima desde una perspectiva histórica
Preámbulo
Rómulo Gallegos Freire dejó una huella importante en la literatura y el imaginario social venezolano, pero también de sus novelas y cuentos se pueden destacar las ideas y pensamiento de un hombre que veía los problemas culturales, económicos, políticos y sociales de la Venezuela de su tiempo, y lo que el país y su gente necesitaban para lo que consideraba como idea de civilización y progreso, desde sus primeros escritos en la revista La Alborada junto a una generación de escritores jóvenes que se reúnen para expresar mediante las letras los problemas del país sumido en la consolidación de la Hegemonía Militar Tachirense en un principio con Cipriano Castro y luego con Juan Vicente Gómez en 1908, así como también en un Gallegos ya maduro en edad y en intelectualidad y prestigio donde afronta el exilio en Barcelona España a partir de 1931 y sigue escribiendo novelas que retratan a su país, tal como Canaima donde, a pesar de que no es tan conocida como Doña Bárbara y Cantaclaro, deja un importante hito que mediante el análisis histórico se destaca las ideas de Gallegos sobre Venezuela, sus aportes y el papel de su influencia en la historiografía venezolana.
El presente texto pretende usar el estudio histórico para desarrollar una interpretación al pensamiento de Gallegos en sus inicios como escritor en La Alborada y el reflejo de las problemáticas de la sociedad venezolana, específicamente en la región guayanesa donde el autor expresa en su novela Canaima, además se procederá a destacar el contexto del autor, su intencionalidad al desarrollar su pensamiento en su obra y el contexto de la obra para dar una rigurosidad al método histórico y sustentar el análisis histórico al presente texto.
Las ideas de civilización y evolución de Gallegos en La Alborada
El 31 de enero de 1909 se publicó el primer número de La Alborada, apenas un mes y medio después de la caída de Cipriano Castro, que tuvo lugar el 19 de diciembre del año 1908. La actitud, muchas veces delirante del presidente Castro, generó un intenso malestar en la población. Gran parte del país lo veía como hombre insaciable, seducido por el poder, cómplice —cuando no promotor— de la malversación de los fondos públicos, inclinado a repartir favores entre los miembros de su camarilla, situación que propició intrigas y peligrosas rivalidades entre los grupos de su entorno inmediato. Esto fue determinante en el ascenso de Juan Vicente Gómez, Vicepresidente del Gobierno, cabeza del grupo andino, compadre de la pareja presidencial y hombre de confianza de doña Zoila Martínez de Castro, esposa del dictador.
La enfermedad del General Castro permitió la gestación de la disputa entre los grupos que, por integrar la corte oficial, se sentían merecedores del poder. De allí, por ejemplo, la llamada Conjura,1 acción con la que se pretendió eliminar al General Gómez. Pero éste supo manejar la situación complicada que le brindó a finales de 1908 la ausencia de Castro, y aprovechó la coyuntura para instalarse en el poder, con el consenso, además, de numerosos grupos que vieron en él la apertura hacia una organización democrática, el camino para la consecución del ideal de progreso.
El arribamiento de Gómez al poder representó una oportunidad de fundamentar las bases de una nación moderna, de emprender una labor de transformación social, la que inspira a los creadores de La Alborada a darse la oportunidad de aceptar el cambio de gobierno como esperanza, como posibilidad de superar los frecuentes levantamientos de montoneras y caudillismo. El primer número de La Alborada refleja el ánimo que existía tras el cambio de gobierno; el artículo «Hombres y principios», escrito por Gallegos, expresa la situación:
Solemne hora, decisiva para los destinos de la Patria es la que marca la Actualidad. En el ambiente que ella ha creado parecen advertirse las señales que anuncian el advenimiento de aquel milagro político desde largo tiempo esperado como única solución eficaz del complejo problema de nuestra nacionalidad republicana; bajo la égida de las garantías constitucionales comienzan a orientarse hacia ideales que parecían olvidados las aspiraciones populares; aquí y allá se señalan rumbos y se encaminan las fuerzas vitales de la nación por senderos que hasta hace poco estaba vedado transitar; los que ayer se hubieran apiñado en multitudes airadas para derrocar el régimen tiránico y oprobioso, se agrupan hoy en patriótica jornada de civismo, en torno al hombre en cuyas manos depositó la suprema voluntad de la ciudadanía, la suerte del país.2
No hay que olvidar que la perspectiva de Gallegos y de los jóvenes que integraban La Alborada en ese momento es muy distinta a la que tenemos hoy, que podría presentarse como ingenua, pero en el contexto de su tiempo diversos grupos avistaron un cambio en el nuevo gobierno por la amplitud de éste y no sólo una camarilla como el de Cipriano Castro, apostaban por la posibilidad de construir un Estado democratico, que promoviera la erradicación del personalismo político, de la corrupción y de la fuerte censura, lo que llevó a los redactores (Henrique Soublette, Julio Rosales, Julio Planchart y el propio Gallegos), en el editorial del ya citado primer número de la revista, a afirmar lo siguiente:
Salimos de la oscuridad en la cual nos habíamos encerrado dispuestos á [sic] perderlo todo antes que transigir en lo más mínimo con los secuaces de la Tiranía. Muchos de nosotros hemos estado á punto de ahogarnos bajo la opresión de aquella negra atmósfera [...] Nuestro oscuro pasado nos ha robustecido, nuestro silencio nos da derecho á levantar la voz.3
A pesar del júbilo que inicialmente puede leerse en los textos de La Alborada, muchos de los discursos que lo integran están orientados al aprovechamiento de una coyuntura política que se intuye frágil, probablemente transitoria, despojada de asideros confiables. De allí el énfasis en la crítica a las dictaduras, manejando una retórica que no solamente busca la persuasión del lector, sino que funciona como abierta protesta contra cualquier modelo que justifique el autoritarismo.
Rómulo Gallegos, personalmente, comienza a tener dudas sobre esos cambios democráticos del nuevo gobierno, lanza continuas advertencias sobre los problemas de la sociedad venezolana y reflexiona sobre si es posible que se logren las bases para la ansiada república democrática. Pero más allá de patrones y fórmulas, de recetas para sanar los males, Gallegos fundamenta sus puntos de vista en el análisis minucioso de las particularidades, de los rasgos específicos de nuestro ordenamiento social. Atraído por las doctrinas del positivismo, se inclina a la observación y exploración de los fenómenos sociales, al estudio de las características culturales e históricas del medio, para esbozar su interpretación del país.
A pesar de las actitudes idealistas, esta prosa crítica de Gallegos propone un estudio sistemático, organizado, de los conflictos nacionales, apoyándose, en gran parte, en herramientas provenientes de los postulados positivistas. Su prédica en la evolución como proceso de avance hacia etapas superiores de la civilización, del progreso como vía positiva para alcanzar el desarrollo moderno, son claras señales de esta filiación ideológica de Gallegos.
No es poco común que Gallegos tuviera cierta filiación al positivismo, pues era la doctrina imperante en la Venezuela de finales del siglo XIX y comienzos del XX; las ideas positivistas estaban esparcidas en todo ámbito. No obstante, la filiación positivista de Gallegos, que habría podido orientarlo a la defensa del gendarme necesario, lo llevó a una postura de negación al culto de la personalidad en otros pasajes de su primer artículo ya citado («Hombres y principios») de La Alborada:
Hombres ha habido, y no principios, desde el alba de la República hasta nuestros brumosos tiempos: he aquí la causa de nuestros males. A cada esperanza ha sucedido un fracaso y un caudillo más en cada fracaso y un principio menos en la conciencia social.4
Su rotunda oposición al caudillismo lo diferencia de quienes después justifican un régimen de un hombre fuerte que tome las riendas de la nación para imponer orden y progreso; el mismo Gallego tenía la experiencia cuando trabajaba en la estación del ferrocarril Central donde observaba todos los movimientos del General Castro, entre ellos el episodio de la Aclamación de 1906, cuando El Cabito decidió separarse de la Presidencia y dejar a su compadre encargado del poder, para que simplemente toda Venezuela le rogara que volviera, como en efecto sucedió. Estas experiencias moldearon el pensamiento de Gallegos sobre el culto a la personalidad.
Según las reflexiones iniciales del escritor, la reestructuración del aparato legal y, sobre todo, el cultivo de una conciencia social que permitiera inculcar en las masas la necesidad de respetar la ley, de no verla lejana y extraña, de entenderla como soporte de la vida cotidiana; la conveniencia de actuar dentro de un orden jurídico que garantizara la solidez del Estado, la protección del ciudadano, el funcionamiento de las instituciones, la autonomía de los poderes públicos, la aplicación de la Constitución, etc., eran prioridades a las que el intelectual de la época debía abocarse. Gallegos cree que es imperante hacer estas cosas, de allí el tono reflexivo y aleccionador que en ocasiones se cuela entre sus frases. De allí también su proceder cauteloso, su mesura, la necesidad de racionalizar su actuación pública. La búsqueda del equilibrio entre ideario y conducta se convierte para él en ejercicio permanente.
En su pensamiento inicial, Gallegos muestra características de construir un país renovado, especialmente en la educación, donde Gallegos más adelante desempeñaría una gran labor; propone diseñar planes educativos que ampliarán el conocimiento a grandes sectores de la sociedad que para la época presentaban un gran índice elevado de analfabetismo. Critica al personalismo, la fundamentación de la vida política en hombres y no agrupaciones civilmente organizadas. Conceptualiza al caudillo como un señor feudal moderno y advierte los peligros del caudillismo. La cancelación de estas formas de poder implicaría, según el ideario del escritor, el surgimiento de una verdadera República. La sana regulación del poder, la necesidad de que éste se desarrolle dentro de límites legales, es uno de sus más reiterados propósitos.
«El respeto a la ley», publicado también en el N.º 3 de La Alborada, es un texto en el que una vez más Gallegos critica las notables fisuras del sistema legal venezolano y las permanentes violaciones que éste sufre. Desde la mirada del autor, ni la sustitución de los gobernantes, ni las modificaciones en el ámbito institucional, permitirán alcanzar el funcionamiento deseado. Sólo el cultivo de la conciencia cívica, la asimilación que ésta pueda hacer de la importancia de las leyes, permitiría su aplicación en el trazado de la nación moderna. El individuo común se muestra en este artículo como sujeto indiferente a una estructura jurídica que le resulta extraña a sus propios intereses. Despojada de sus funciones, manipulada y adaptada a las exigencias de cada gobernante, la ley se transforma en entidad ficticia, en una cosa irreal que en nada interesa al pueblo, el cual en gran medida la ignora y apenas tiene de ella una noción difusa.
Por eso infringirla o adaptarla a la conveniencia del poder sólo provoca indiferencia. La idea de legalidad que maneja Gallegos problematiza la noción y el funcionamiento de la ley en el país, porque se plantea a partir de una crítica que enfatiza la corrupción que ha consumido las bases del aparato jurídico nacional. Legislar para actuar impunemente y a favor del deseo particular, «acomodar» artículos, borrarlos, enmendarlos u omitirlos, de acuerdo a la conveniencia del siempre aplastante poder ejecutivo, son características recurrentes de nuestros gobiernos, según la lectura que registra Gallegos en estos trabajos de 1909:
La facilidad con que, a raíz de toda crisis, puede ser enmendada y aun reformada de un todo nuestra Carta Fundamental, prueba de modo elocuente que el culto de la ley no ha arraigado en el espíritu nacional. Esto, que debe ser obra de evolución social, puede en Venezuela ser llevado a cabo, por un hombre sólo y cuando menos lo reclaman las necesidades públicas; y si tal arbitrariedad desacato, ha dado origen a revoluciones armadas, no es menos cierto que estas no han partido del pueblo impulsado por el propósito de desagraviar la majestad de la ley ultrajada.5
La ley, entonces, podría entenderse a partir de estos artículos como constructo desvinculado de la realidad del sujeto común, que la entiende como artificio, vacía de significados y completamente ajena a su cotidianidad. En el mismo texto continúa señalando:
Sería necesario inculcar en la conciencia social el respeto a la ley, convertir en culto lo que es indiferencia, escribir en el alma antes de corregir en el Libro. Nada importa el valor teórico de un principio o una ley, si no han penetrado en la conciencia de un pueblo; el nuestro viola las suyas porque las ignora casi siembre, y no porque estén en pugna con su naturaleza sino porque en su naturaleza no está el respetarlas.6
Discurso que no es respetado, que no se ha promovido como parte de la conciencia colectiva, la ley se hace arma de la hegemonía, código que parece tornarse inapropiado por su continua adecuación a los intereses del poder.
Es interesante destacar que, con apenas 25 años, Gallegos en sus ensayos de La Alborada aborda con agudeza y seriedad las cuestiones políticas y sociales que presenta la Venezuela de 1909, anticipando que Gallegos en sus escritos y novelas posteriores no dejaría de usar la política intelectual para manifestar sus ideas a través de las letras y sus personajes. Asimismo, la educación es una inquietud central en el pensamiento de Gallegos: la concibe como arma para promover la tan ansiada evolución del país. La postura que el escritor asume al referirse a la Revista de Instrucción Pública o cuando se dedica a escribir la serie titulada «El factor educación», expresa su intención de analizar las distintas circunstancias que han contribuido a relegar la educación venezolana y a desgastar las estructuras sobre las cuales se apoya su funcionamiento.
La incapacidad del personal que la ejerce, la poca remuneración que recibe el maestro, los manejos políticos a los que se ve sometido el presupuesto destinado a ponerla en práctica, y, sobre todo, los métodos caducos (a su modo de ver) a través de los cuales se imparte, son deficiencias señaladas por Gallegos como obstáculos para alcanzar la modernización de la enseñanza. Se opone, entonces, a «sobrecargar la inteligencia rudimentaria del niño, con un pesado fardo de cosas inútiles y extemporáneas», a «ahogar la libre iniciativa de su espíritu, desde que comienza a ensayarse para el vuelo, [a] matar en él todo lo que es noble y vigoroso en nombre de una odiosa moral de histriones o esclavos».7
Gallegos responsabilizaba a la educación de todos o casi todos nuestros males. «Obra suya —escribe— es la falta de iniciativa personal que nos caracteriza, causa a su vez del estancamiento económico y moral de Venezuela y a la cual hay que referir también la razón de nuestro funesto personalismo político».8 El venezolano formado bajo este sistema, según Gallegos, está condenado a entregarse a «los desmanes del primer capataz enseñoreado que ya puede constituirse árbitro supremo de nuestros destinos sin tenernos en cuenta para nada».9 Así, la falta de iniciativa y de independencia, la atrofia del carácter, la indisciplina, son consecuencias de la educación que recibe, cuando la recibe, el venezolano.
En resumen, ya desde muy temprano, Gallegos había esbozado un diagnóstico para la etapa histórica que se abría a partir de la muerte de Castro. En los 15 artículos que publicó Gallegos de 49 en la revista La Alborada, se refería una y otra vez a lo que calificaba como males nacionales que habían ido acumulándose a lo largo del tiempo. También insistía en la necesidad de despertar a Venezuela de su letargo y en colaborar en la tarea de reconstrucción nacional. A este respecto es muy significativa la oración con la que finalizaba la editorial N.º 1 de la revista: «Ya podemos pensar alto y debemos ser sinceros».10 Este deber de sincerarse involucraba a todos los actores sociales, en su tarea de llevar a la nación por la vía del progreso hacia un futuro prominente, insinuado en las enormes fuerzas del país contenidas en la intimidad de su geografía y población.
La Alborada muere el 28 de marzo de 1909 por clausura dictada de la orden proveniente del gobernador de Caracas bajo el gomecismo; aunque la revista murió, el pensamiento de sus escritores siguió vigente, especialmente en Rómulo, quien desarrolla su pensamiento político e intelectual sobre Venezuela a través de sus cuentos y novelas con sus personajes, y sigue haciendo una crítica social de la situación que atraviesa el país y su gente, llegando a un punto donde las dicotomías presentadas en su pensamiento y la consecución de los hechos que acontecen en el país se ven reflejadas con las publicaciones de La Trepadora (1925), Doña Bárbara (1929) y Canaima (1935), las cuales coincidieron con la insinuación de un porvenir histórico distinto a esa Venezuela del siglo XIX que lentamente había empezado a desaparecer durante los años de la dictadura de Gómez.
Canaima como explicación de la idea de civilización y barbarie desde la ficción
En su novela Canaima podemos encontrar el pensamiento galleguiano a plenitud. En el año 1935, bajo un contexto político en el que el fallecimiento de Gómez ubicó al General Eleazar López Contreras como Encargado de la Presidencia hasta el año 1936, siendo posteriormente designado Presidente por el término de siete años, Gallegos escribió la novela Canaima. Esta novela se encuentra ambientada en la selva de la Guayana. Aquí, el medio geográfico constituye un gran determinante según el enfoque del autor que se ve reflejado a lo largo de la obra.
Gallegos conoció la región en un viaje que realizó el 15 de enero de 1931 antes de partir al exilio en España. Tomó un pequeño avión de la Compagnie Gèneral Aeropostale que cubría la ruta Maracay-Ciudad Bolívar-Guasipati-Tumeremo, y desde Ciudad Bolívar exploró varias zonas de la región, indagando sobre la geografía y la gente; allá estuvo hasta el 9 de febrero. Vivió la experiencia de su población y le describieron las comunidades indígenas que habitaban. Gallegos con sólo un pequeño viaje de 25 días logró plasmar en un libro la representación de la selva venezolana tal como la describió Humboldt en sus viajes, así como sus personajes basados en los que habitaban en Ciudad Bolívar como en las tribus indígenas de lo más recóndito del Orinoco y los explotadores extranjeros de las compañías de caucho de la selva. Se valió de un estudio etnográfico junto a herramientas usadas en el método histórico para realizar Canaima, y a pesar de que Gallegos no era historiador, supo plasmar los acontecimientos de forma realista para dar una crítica social y política a lo que sucedía en su relato.
En Canaima, Gallegos realiza una fuerte crítica al caciquismo, que es considerado por el autor como uno de los elementos retardatarios del progreso económico y cultural de Venezuela. Su principal personaje es Marcos Vargas, hombre solitario, de espíritu aventurero, que luego de cursar sus estudios retorna a Ciudad Bolívar y decide iniciar un emprendimiento económico aventurándose por las aguas del Yuruari.
Vargas se irá relacionando con otros personajes, tales como: Manuel Ladera, rico propietario; el Cholo Parima, Enrique Vargas, José Francisco Ardavín, cacique del Yuruari; Rosa Arecuna, Miguel Ardavín, Maigualida Ladera, Aracelis Vellorini, Francisco Vellorini, Juan Solito, Gabriel Ureña, Apolonio Alcaraván, entre otros. Todos estos personajes encarnan en mayor o menor medida algún rasgo característico del medio que los rodea. Finalmente, el personaje principal se casa con una joven india, finalizando la historia con Gabriel Ureña, que se hará cargo de la educación de Marcos Vargas hijo, quien es enviado a estudiar a la ciudad, sugiriendo así el relato, el inicio de una aventura muy distinta a la vivida por su progenitor.
Aunque en el caso de Canaima se identifican diferencias con la perspectiva de civilización trazada en La Alborada, Gallegos en la línea argumentativa de lo que interpretaba como barbarie en sus obras y escritos respecto al contexto venezolano, no creía que Gómez fuese directamente la causa de los males de Venezuela, sino que era la consecuencia de un largo período de involución que venía siguiendo el país casi desde los mismos inicios de la República. En todo caso, la dictadura de Juan Vicente Gómez era la consecuencia natural de aquel proceso histórico.
En la situación de la Venezuela percibida por Gallegos, y reflejada en sus escritos, se manifiesta, por un lado, un territorio extenso, heterogéneo en cuanto a la diversidad y exuberancia de los paisajes descritos con un realismo apabullante, pero, por otro lado, estas extensiones revelan una relativa homogeneidad respecto a una seguidilla interminable de regiones, donde una a una van sucediéndose sin interrupción en el tiempo y en el espacio. Las voces que pueblan los textos del autor son muchas y, una a la vez, son los pueblos nativos que vencidos por el imperio del invasor han quedado relegados a los rincones más alejados de las selvas, son los esclavos negros que bailan al ritmo del tambor en torno al fogón durante las nochecitas de San Juan, son algunos europeos prisioneros de una extraña enfermedad que no tiene nombre, pero que se revela encendida frente al temor de tener que abandonar algún día una tierra que traga y mata, pero sin la cual ya no es posible vivir. La misma tierra, las mismas selvas y llanuras sin nombre son muchas y una a la vez, son y es Venezuela.
A diferencia de autores como Sarmiento en la Argentina, donde expresa que el indio no tiene existencia en lo «civilizado», siendo esta concepción de su pensamiento una influencia en la intelectualidad hispanoamericana y en la literatura con rasgos positivistas, en Gallegos se logra comprobar que cada habitante tiene su propia voz dentro de un relato literario que busca dar cuenta de una Venezuela que contiene en su interior una diversidad cultural que ya no puede ser desconocida, y un drama histórico que tampoco puede seguir siendo desoído: el de los aborígenes venezolanos «que bajo el régimen de la encomienda o de la misión no hicieron sino perder vigor y la frescura de la condición genuina, sometidos como braseros inconscientes a un trabajo ajeno a sus necesidades», pero si «aquello solamente le reportó la colonia, menos aún y a veces peor le ha dado la República».11
En la idea de Gallegos, quedarán incluidas todas las voces de una Venezuela que comienza a consolidar un Estado-nación moderno, aunque el autor tampoco parece escapar al molde ilustrado positivista. Es decir, que si bien existe la intención de construir una comunidad más cohesionada pese a su heterogeneidad cultural, donde es necesario reinterpretar el modo en que es percibido el entorno para poder integrar a los actores sociales que la República del siglo anterior no había tenido en cuenta, aun así, el autor reflexiona sobre las posibilidades reales de progreso que tiene el país sobre lo que se puede considerar los ejes más sólidos del positivismo americano, en cuanto a la necesidad de construir un modelo de desarrollo que aproveche los recursos hasta entonces dilapidados del medio geográfico y que canalice la enorme fuerza contenida en la barbarie al servicio de una civilización material y cultural cuyo objetivo final es alcanzar el ideal de progreso occidental del siglo XIX.
Para Gallegos, el fracaso venezolano y su barbarie eran consecuencia de fundamentales errores que habían ido jalonando su historia: demasiados caudillos, demasiada sumisión de las masas ignorantes, demasiada inconstancia, un gran potencial desaprovechado y una enorme fuerza de voluntad desorientada y sin norte, tal como quedara expresado en palabras del autor: «Ahí tiene la historia de Venezuela: un toro bravo, tapaojeado y nariceado, conducido al matadero por un burrito bellaco».12
Ahora bien, para el autor, tal como ya se ha mencionado desde sus inicios en La Alborada, la única vía de progreso posible era el cumplimiento de la ley y de los mecanismos colectivos del bien común que iban más allá de los simples personalismos e instintos particulares. A este respecto, existía en Gallegos una preocupación central en torno a la concepción que él mismo tenía de un fenómeno típicamente americano: el caciquismo o caudillismo, el cual en su novela Canaima es personificado en Joaquín Ardavín, cacique político y «la suma de todos los defectos posibles»,13 ya que este protagonista central de la novela en cuestión concentra un poder personal que actúa como contrapunto en la evolución socio-económica de la región que administra: interrumpe la posibilidad de desarrollar un mercado moderno mediante el acoso y el hostigamiento a los comerciantes que no obedezcan a su voluntad, posee una influencia política que tiene el poder de disipar la autoridad central en su jurisdicción, y, además, cuenta con la posibilidad de echar mano a un pequeño ejército privado que obedece sus órdenes sin el más mínimo cuestionamiento.
Gallegos en Canaima identificaba los males de la historia venezolana, pero a su vez quedaba desfasado, ya que lo que narraba acerca del caudillaje estaba deteriorándose tras la muerte de Gómez y la consolidación del Estado nacional que había comenzado sus bases con el gomecismo, pero Gallegos plantea también que, aunque el Estado venezolano de la primera mitad del siglo XX, por reciente e incompleto que pareciera, resultaba ya un instrumento ineficaz para resolver los problemas sociales, políticos y económicos. Por ende, la solución propuesta por Gallegos, que puede interpretarse por detrás del poder de metáfora de su narrativa, radicaba en la integración de aquellas diversidades culturales e identitarias a las que ha hecho mención más arriba, en la construcción de un Estado moderno renovado. Este proyecto es el que pocos años más tarde tratará de llevar adelante como una propuesta política programática, desde su participación en el directorio de Acción Democrática y luego desde la Presidencia de la Nación, hasta el momento de su derrocamiento y posterior exilio.
La narrativa de Gallegos planteaba la posibilidad real de aceptar las diferencias que conformaban (y aún conforman) las alteridades americanas. En el marco de las diferencias raciales en un contexto donde el pensamiento de Le Bon estaba vigente y el auge de la doctrina nacional-socialista sobre la raza en Alemania, Gallegos propone la integración mediante la educación como propuesta civilizatoria y el acercamiento a las modernas ciudades de Europa, siempre bajo una óptica tardo-positivista. No obstante, más allá del férreo europeísmo de los sectores sociales letrados de Hispanoamérica, de los que Gallegos tampoco quedaba al margen, hay que considerar que su proyecto tenía en cuenta los aportes de las culturas indígenas y africanas al «espíritu nacional». El resultado fue un diseño original y novedoso, mediante el cual se fue delineando una nueva manera de entender la «nacionalidad», y que no podía insertarse en las coordenadas europeas ni tampoco podía hacerlo en las coordenadas de la «vieja» Venezuela.
Ahora bien, la angustia de Gallegos reflejada en Canaima, según Antonio de la Nuez, puede resumirse en que «la preocupación de Gallegos se centra en un país que aun no se ha hecho y constantemente se destruye a sí mismo sin compasión y donde las riquezas inmensas son más bien un veneno que un tónico».14 Continuando con De la Nuez, «hay un deseo directo, un verdadero impacto de Gallegos para las ideas del futuro: cree y desea varias cosas; que la justicia y el orden se impongan en aquella tierra; que la explotación desordenada de las riquezas naturales sea sustituida por la agricultura; que la inmensa riqueza fluvial que se pierde en el mar, por entre tierras estériles, de su fruto; que adquiera Venezuela y la Guayana su unidad esencial por una incorporación del indio, pacífica, al mestizaje y a la vida civilizada».15 El sentido de la obra galleguiana hay que buscarlo entonces en la propuesta de describir un país y a la vez ponerlo en tensión; es decir, que en su escrito se encuentran los problemas, pero también las soluciones que como intelectual y maestro Gallegos propone para guiar a la Venezuela futura.
Como ya se ha mencionado, desde La Alborada hasta Canaima, la visión positivista se manifiesta en su producción literaria desde el medio físico (la selva profunda), la raza (grupos de etnias diferentes luchan por su supervivencia) y el momento histórico (el tiempo feudal y capitalista signado por la violencia y la barbarie). En ella se puede percibir el clima de tensión originado por la fatalidad. Cada personaje, cada escenario, nace predestinado para la soledad y la violencia.
A su vez, y según Antonio de la Nuez, «Canaima es pues una novela destinada a expresarnos las ideas de Rómulo Gallegos sobre las posibilidades y realidades económicas y sociales del pasado, el presente y el futuro de la Guayana; las ideas de regeneración sobre Venezuela toman aquí su más viva y descarnada realidad».16 Es debido a esta afirmación, a la cual nos adscribimos, que en dicha obra, la lucha entre Cajuña y Canaima, entre el bien y el mal, adquiere proporciones insospechadas y características muy precisas. Lo autóctono, lo originario, la fuerza bruta y «natural» enfrentada al orden, lo armónico, lo «planificado». En la Guayana, la selva se resiste a ser ordenada, reglada, toda su exuberancia pertenece al «caos original». Este enfrentamiento hace de la novela «una cumbre depurada de todo lo que no ha sido fraguado en la obra anterior de Gallegos».17
Para resumir, se puede afirmar que, a través de su obra, Rómulo Gallegos asume y reconoce la existencia, dentro de Venezuela (y este rasgo es de fundamental importancia), de una raza vencida, humillada y sobre todo despojada, que tenida por el autor como inferior, al mencionar que el aborigen vive en un territorio donde aún no ha penetrado el «hombre», poco o nada se ha hecho en el pasado por incluirla, si bien existen reales posibilidades de inserción en la «civilización», mediante el solo hecho de reconocer su condición de despojada en primer lugar, y teniendo en cuenta, en segundo lugar, que de acuerdo a lo que se interpreta del contenido de los relatos galleguianos, es posible revertir una situación adversa a través de una reforma educativa que posibilite el despliegue de la voluntad individual y la creatividad, que inculque el amor por el trabajo metódico y los valores morales necesarios para formar hombres íntegros y aptos para enfrentar la nueva realidad.
Pero entonces, ¿cómo conciliar la esperanza, y casi diríamos la certeza, que tiene Gallegos respecto a la necesidad de «civilizar» su nación mediante las herramientas y los elementos provenientes de ámbitos externos al contexto socio-político regional, comprendiendo, al mismo tiempo, que son los mismos factores civilizatorios foráneos los que han desencadenado tantas tragedias en el país? Podemos encontrar una respuesta tentativa, aproximativa, en las últimas páginas de Canaima, cuando Gabriel Ureña se dirige a Marcos Vargas: «Presenciaste la iniquidad y hasta la has sufrido en ti mismo, tienes el impulso generoso que se necesita para consagrarte a combatirla, puedes —déjame decirlo así— recoger el mensaje de la voz que clama en el desierto y sólo te falta prepararte intelectualmente. Lee un poco, cultívate, civiliza esa fuerza bárbara que hay en ti, estudia los problemas de esta tierra y asume la actitud a que estás obligado».18 Es decir, se exhorta a Vargas a combatir las injusticias desencadenadas en la Guayana por aquellos que son llamados los «racionales», y para hacerlo debe «cultivarse» verdaderamente.
Pero más allá de esta exhortación, el desenlace de la novela toma un camino que puede ser inferido desde las primeras páginas, si se presta suficiente atención a los distintos elementos presentes en ella y las inquietudes que acosan a sus protagonistas. Finalmente, luego de la tormenta y el caos desatado por Canaima, todo será puesto en orden y re-encausado cuando Marcos Vargas, pasada la propia borrasca que asoló su espíritu durante gran parte de su vida, alcance una nueva percepción de sí mismo a través de una experiencia vital adquirida en una prolongada convivencia con diferentes actores que entran y salen del relato de manera continua. Aborígenes, trabajadores del purgüo, aventureros ocasionales en busca de oro y botín, asesinos a sueldo, caudillos locales, comerciantes explotadores sólo interesados en maximizar sus utilidades, todos ellos dejarán su marca en el ánimo de Vargas, que en su madurez decidirá embarcar a su hijo, portador de su mismo nombre, en una aventura totalmente distinta a la vivida por él mismo, aventura cuyo epicentro ya no serán los bárbaros escenarios de la juventud del progenitor, sino que estará ubicado en el centro del poder político venezolano, símbolo de progreso, civilidad y renovación.
En síntesis, lo que deseamos sugerir a grandes rasgos es que, para Rómulo Gallegos, existe la real posibilidad de que Venezuela transforme su destino, pero para ello debe reconfigurar su identidad. Ya no es posible construir una nación consciente de sí misma sin tener en cuenta la complejidad del entramado social que se desenvuelve a lo largo y ancho del país. Todos los grupos sociales y/o étnicos han dejado su huella, una impronta imborrable que ha contribuido a conformar un espacio geográfico cargado de tensiones, pero también lleno de esperanzas y potencias que esperan el momento de su realización.
Conclusión
En toda su producción literaria y bajo el contexto de una Venezuela que seguía la doctrina positivista y sus intelectuales no escapaban de ella, desde los comienzos de Gallegos como joven escritor en La Alborada hasta en su desarrollo como novelista y cuentista prestigioso con obras como Canaima, se puede afirmar que Gallegos, más allá de su profundo anhelo de «civilizar» las bárbaras tierras de su patria como a muchos de sus personajes novelescos, también intenta comprender de adentro lo autóctono y lo propio, al emprender a través de su obra un genuino esfuerzo por revalorizar y por intentar encontrar aquél o aquellos elementos «típicamente» venezolanos.
Y es precisamente esta característica, presente en el contenido de la totalidad de su obra, en donde se hallan uno de sus rasgos más originales en relación a numerosos pensadores hispanoamericanos del siglo XIX y del XX, ya que Gallegos, por un lado, es consciente de los límites y contradicciones del proyecto civilizador y «europeizante» implantado en Venezuela así como en otras naciones americanas, y por otro, no tiene reparos en asumir y reconocer los errores cometidos por miembros de las clases dirigentes de la región a las que él mismo perteneció. Errores que cometidos a la hora de interpretar y percibir la naturaleza del entorno socio-geográfico venezolano, provocaron la exclusión, durante larguísimo tiempo, de amplios sectores pertenecientes a una sociedad heterogénea, que aunque no poseyese el mismo pasado en común ni las mismas raíces culturales, se acostumbraron a convivir y a compartir el mismo entorno territorial, y donde todos alimentaron los mismos deseos de prosperidad, bienestar y libertad.
Se prueba que aunque Gallegos no fue un historiador, sus obras pueden tomarse como un bosquejo para el estudio de la realidad social venezolana. Estudiar el contexto histórico del venezolano en las novelas de Gallegos, no sólo por su aporte etnográfico, geográfico y literario, sino también por el discurso intelectual y de las ideas que esconde su narrativa, aporta a la historiografía venezolana las ideas y el pensamiento de no solamente un escritor, sino de uno de los intelectuales con mayor reconocimiento en Venezuela e Hispanoamérica.
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El movimiento de La Conjura (enero-marzo 1907), en el que fueron figuras relevantes Rafael Revenga, Román Delgado Chalbaud y Francisco Linares Alcántara (hijo), entre otros, trata de impedir que el vicepresidente Juan Vicente Gómez asuma la presidencia del país, a raíz del grave estado de salud de Cipriano Castro, que se ve obligado a retirarse a Macuto (fines de 1906) para ser sometido a tratamiento médico.
Rómulo Gallegos, “Hombres y principios”, La Alborada 1, n.º 1 (Caracas, 31 de enero de 1909), p. ii. [Véase La doctrina positivista, 2 vols. (Caracas: Presidencia de la República, 1961), II, pp. 529-533.]
“Nuestra intención”, La Alborada 1, n.º 1 (Caracas, 31 de enero de 1909), p. i.
Gallegos, “Hombres y principios”, p. iii.
Rómulo Gallegos, “El respeto a la ley”, La Alborada 1, n.º 3 (Caracas, 21 de febrero de 1909), p. xxxiv. [Véase La doctrina positivista, II, pp. 538-539.]
Ibíd.
Rómulo Gallegos, “Algo sobre la Revista de instrucción pública”, La Alborada 1, n.º 2 (Caracas, 14 de febrero de 1909), p. xxvii.
Rómulo Gallegos, “El factor educación”, La Alborada 1, n.º 3 (Caracas, 21 de febrero de 1909), p. xli. [Véase La doctrina positivista, II, pp. 548-560.]
Ibíd.
Gallegos, “Hombres y principios”, p. iv.
Rómulo Gallegos, Canaima (Barcelona: Editorial Araluce, 1935), p. 295.
Ibíd., p. 40.
Ibíd., p. 37.
Antonio de la Nuez, “Rómulo Gallegos y Canaima”, Revista de filología de la Universidad de La Laguna, n.º 6-7 (1987-1988), p. 304.
Ibíd., p. 305.
Ibíd., p. 304.
Ibíd., p. 306.
Gallegos, Canaima, pp. 355-356.
Lo que aprendi con esta lectura fue, la imperante necesidad de educar para engendrar al nuevo Venezolano venezolanista; no mas caudillismo ni feudalismo moderno y; la ley y él orden por encima de lo político. Me encanto. Felicitaciones.