Prolegómeno
Nuestra intención no es brindar manifiestos, ni antimanifiestos. Queremos anotar los principios del reaccionario atrapado en la modernidad. Es decir, del moderno reaccionario, que es diferente al reaccionario de la Vendée o de la Contrailustración. El reaccionario moderno, arquetipo al que pertenecemos los descontentos, es el verbo de la catástrofe. Es el filósofo de la derrota, pero no hay nada de cuestionable en la derrota. Ocasionalmente, en la derrota está la moral. Y la moral, con la contradicción que pueda generar ésto en las cabezas menos pudientes, es una victoria perenne. La reacción es vigorosa potencia.
Escolios a la modernidad reaccionaria
La nobleza espiritual: Castellani nos recordaba que Nietzsche, todavía con su prejuicio anticristiano, admiraba a la figura de Jesús. Porque Jesús era un aristócrata místico, «un aristócrata en el sentido nietzcheano, es decir, un alma de nobleza total, de integral personalidad, de soberana libertad».1 Los únicos bienes eternos son los espirituales, la única aristocracia que sobrevive la muerte física, pues no conlleva a la muerte eterna, es la del espíritu. Al reaccionario, por encima de cualquier otra nobleza, le interesa la del espíritu porque deriva de aquel mensaje salvífico de Jesús, de sus enseñanzas y del Cielo prometido.
La nobleza de sangre: Tal ennoblecimiento tiene dos vertientes: una popular, pues venimos de una misma estirpe en un pueblo y la real, que pertenece a la familia de familias.2 La última ha mermado, desafortunadamente, ante la degradación de las casas reales y del liberalismo de los reyes republicanos coronados.3 Nuestra sangre es sagrada, pues allí radican todas las acciones históricas de nuestros ancestros. Y nuestros reyes, a quienes seguimos como desdichados Quijotes todavía en el presente, les hace príncipes su sangre porque son legítimos de origen. A ellos la sangre, a nosotros las acciones. El monárquico, que es el reaccionario primigenio, honra la sangre de los fundadores, de los paterfamilias, de las casas, de los primus inter pares pero no hace de esta sangre suya, como si aspirara a los tronos. No hay mayor reaccionario que el monárquico.
La nobleza social: Mella, que era monárquico convencido, ya se adelantó a nosotros en este supuesto. El conde de Monterroso sabía que la aristocracia no se reducía a la sangre, pues en la tradición hispánica había formas de adquirirla. La nobleza social es aristocracia social. Por jerarquía, el ennoblecimiento espiritual yace en el tope de la pirámide pero un ennoblecimiento, sin duda, lleva a otro y el hombre que aspire, pues, a la aristocracia social, ha de ser mejor en lo suyo, ser responsable frente a otros, resaltar entre los otros, ser poeta y soldado.4 Mella decía que la aristocracia, entendida en un sentido amplio, era superioridad social reconocida y que todos, por legítimas superioridades, virtud, heroísmo, tradición o riqueza benéfica, podían adquirirla por la escala del mérito.5
Au diable l'État!: El Evangelio supone que el mundo, caído en el pecado, está bajo el dominio del princeps Satanás.6 Análogamente, los Estados tienen ejercen el poder sobre los hombres bajo impíos contratos sociales donde, supuestamente, el hombre firma para protegerse de la barbarie. Este es un dominio del pecado y el hombre, voluntariamente, accede a este dominium. En el Evangelio se afirma que Satanás no gobierna sobre los creyentes, pues la sangre de Cristo trajo la redención de todos los hombres.7 El reaccionario no está al margen del enforcement, del monopolio represivo, pero que el Estado sea potestad, y no sólo poder, es cosa del fuero de conciencia.8 El reaccionario es un renegado y entiende que el Estado no es solo una ficción jurídica, sino una mentira. El reaccionario no cree en el Estado y debe, manifiestamente, negarse a él. El reaccionario defiende el gobierno como necesidad natural, como expresión natural de una comunidad.9 El Estado es un fenómeno artificioso e impío.
Autoridad frente a razón, potestad frente a poder: Álvaro d’Ors decía que la autoridad pertenecía a los que saben y la potestad a los que pueden.10 No es la razón científica, ni la razón de Estado, lo que mueve los ideales, principios y axiomas de la sociedad.11 La razón es la bastardización de lo divino, natural y social. El ejercicio del poder político, en efecto, es una atribución de origen natural y emana del poder social. El reconocimiento social le da la calificación de potestad, aunque esencialmente la potestad no tenga origen en el reconocimeinto social sino en Dios, en tanto todo dominio proviene de Dios como enseña León XIII a partir de una interpretación magisterial del Evangelio.12
La zona temporalmente autónoma o nuestro Château: Hakim Bey tuvo una grandísima idea, aunque partía de los presupuestos filosóficos equivocados.13 ¡No queremos utopías! Para utopías, ya está la catastrófica red de ensueños que dejó el liberalismo y su primo, el socialismo. Las mini-sociedades, las zonas temporalmente autónomas, son herramientas de gran pertinencia para el reaccionario y que encajan en la idea de que éste debe ennoblecerse socialmente. Así, un terreno es una zona temporalmente autónoma. Adquirir propiedad para tratar de eludir el régimen estatal es una zona temporalmente autónoma.14 Las redes de información, las bibliotecas, las reuniones clandestinas, el repoblar pueblos liquidados por la crisis demográfica, el exiliarse incluso, es una zona temporamente autónoma. ¡Compre un Château! O muera intentándolo, lo mismo da. Mientras menos expuestos estemos a la tiranía moderna, más segura será la contrarrevolución.15
Contra la globalización: La modernidad líquida asfixia a los hombres, sometiéndolos a la inmigración masiva, a la muerte demográfica o a la muerte de los lazos comunitarios. Si la contrarrevolución es todo lo contrario de la revolución, pues hay que hacer todo lo contrario a lo dictado por la globalización y la élite globalizadora. Cásese, procree y críe hijos, refuerce sus costumbres nacionales y municipales, fortalezca el fuero, cree fronteras culturales y manténgase fiel a las tradiciones de sus antepasados. ¡Hágase santo! Métase en un seminario. El reaccionario no lamenta en la inacción, sino que ejerce la acción. Sirva a los ancianos, aprenda de ellos y transmita la llama de la tradición. Contrarrevolución es hacer lo contrario, sí, pero sin olvidar que lo contrario es lo sacro y lo perenne. ¡Dios no muere!, decía García Moreno.16
Militia est vita hominis super terram: El reaccionario tiene la creencia de que «la vida es lucha», de que la perfección del hombre consiste en una guerra sin cuartel. Alcanzar la virtud es una constante guerra. El padre Castellani decía que «las luchas del espíritu son más brutales que una batalla de hombres», ya que «está escrito que solamente a través de la lucha espiritual podemos entrar al Reino […] porque el Reino de los Cielos padece violencia y sólo los peleadores lo conquistan».17
Del mito fundante al espejo de príncipes: El reaccionario funge como curador de tradiciones y tiempos. Es la viva genealogía del éxito de una comunidad, es el depositario de costumbres ancestrales. Es, por tanto, seguidor del mito fundante y hombre de ejemplos, de arquetipos, de modelos. Baltasar Gracián, viendo como arquetipo al legendario Hércules, decía que «el verdadero Hércules fue el Católico Fernando; con más hazañas que días, ganaba a reino por año, y adquirió por herencia el de Aragón, por dote el de Castilla, por valor el de Granada, por industria a Nápoles; por religión a Navarra, y por su grande capacidad, todos».18 Para el reaccionario, la historia es sucesión de enseñanzas y experiencias.19 Visión, que de hecho, nos será legada por la visión grecorromana.20
La Tradición es eterna, aunque arda Troya: A Eneas, ardiendo Troya, se le fueron confiados los penates y los estandartes de su patria de origen para que huyera con ellos y, cruzando el mar, refundara aquella patria.21 ¿Habrá sido Eneas el primer reaccionario? Podríamos estar exagerando, pero es un hecho que aunque arda la nación, aunque nuestras patrias se ahoguen en sangre, siempre estarán presentes en nosotros. Todavía vemos que Roma, con tres saqueos, logra conservarse como depositaria de la tradición del mundo clásico y del cristianismo.22
La Comarca, nuestra ciudad política: Tolkien describía a la Comarca como mitad república, mitad aristocracia.23 La Comarca es el countryside, de allí a que Tolkien planteara que era una parodia de la Inglaterra rural.24 De hecho, era aquella Inglaterra en la que había vivido en el siglo XIX.25 Además, la Comarca es descrita como una comunidad donde priman los lazos de parentesco y las tradiciones.26 El reaccionario es retrógado, lento para el cambio. Reacción a la herejía moderna es la vida comunitaria, donde sí son fundamentales los lazos de sangre, de parentesco, de familia y de afinidad.
Anarcas, no anarquistas: El anarquismo ontológico es el corpus de los impíos que, ignorando las jerarquías naturales y divinas, quieren, tanto en el individualismo como en el colectivismo, la disociación o la igualación. Dalí y Jünger entendieron,27 en aplastamiento a la moderna ideología anarquista, que había una clase de hombre que podía estar al margen de las instituciones, sin por ello desconocer las instituciones ni las jerarquías. Stirner, Proudhon, Malatesta, Bakunin, ¡lo mismo dan! Podemos abrazar el término anarquismo siempre que lo entendamos como sinónimo de libertad concreta, siempre que lo separemos de la ontología anarquista. Y habrá quienes nos llamen feudalistas, pero como decía Gómez Dávila: «“Anarquía feudal” es el apodo con que el terrorismo democrático denigra el único período de libertad concreta que conozca la historia».28 El Anarca, dice Jünger, es además la contraparte positiva del anarquista entendido según el corpus ideológico del siglo XIX. No es adversario del monarca, sino su antípoda. Tampoco es oponente del monarca, sino su contraparte.29 Dalí, que siempre decía expresar su voluntad de poder como el más grande hombre, creía en el orden monárquico30 porque la figura del Anarca, como ya hemos venido diciendo, no es antitética de la del monarca, sino que se complementa al monarca. ¡Dios, qué buen vassallo, si oviesse buen senore!31 Si tuviéramos que definirnos, fuera de las categorías políticas tradicionales, bien acuñaríamos la de monarquía inconstitucional, por recordar el calificativo de J. R. R. Tolkien.32 Ese anarquismo filosófico, que no es la negación de la autoridad, ni de la jerarquía, tampoco de la patria, podría aludir a algo de lo expuesto en el Canto LXXX del genio Pound: «[…] Gaudier dijo que lucharía por la Patrie si hubiera guerra pero que la anarquía era la auténtica forma de gobierno».33
Leonardo Castellani, Cristo y los fariseos (Mendoza: Ediciones Jauja, 1977), 32.
«La voluntad general, conservadora de la sociedad, exigía que la sucesión al poder no fuera interrum pida, ni siquiera un solo instante, o que el monarca fuera perpetuo. Según esto, el monarca sólo podía ser perpetuo por la transmisión hereditaria del poder en una familia […] Obsérvese siempre la perfecta concordancia de esta ley con el principio elemental de la sociedad política, que sólo está com puesta por familias, y que sólo considera a la familia y nunca al individuo». Louis-Ambroise de Bonald, Teoría del poder político y religioso: Teoría de la educación social (Madrid: Editorial Tecnos, 1988), 26, 27, 28.
De todos modos, Jünger comentaba que el orden monárquico se había derrumbado y con él, la aristocracia. Véase lo siguiente: «Por ello no puede extrañarnos que, sometidos a esa presión, se derrumbaran cual castillos de naipes los últimos residuos de los sistemas estatales antiguos. Esto es algo que se hace patente sobre todo en la falta de fuerza de resistencia de las formaciones monárquicas; casi todas ellas sucumbieron, con independencia de que estuvieran encuadradas en el frente del grupo de Estados vencedores o que lo estuvieran en el frente del grupo de Estados vencidos. Sucumbe el monarca y sucumbe tanto si es el soberano de un solo país como si es el representante de una dinastía garante de la unión de territorios transmitidos hereditariamente desde la Edad Media. Susumbe el monarca y sucumbe tanto si es el príncipe que reina en un círculo de influencia reducido casi puramente a tareas culturales como si es un arzobispo o es la cúspide de una monarquía constitucional […] A la vez que caen las coronas caen también los últimos privilegios estamentales que la aristocracia había conservado». El trabajador (Barcelona: Tusquets Editores, 1990), 150.
Decía Julian Juderías sobre el soldado poeta español: «Todo ello procedía de la composición especial de nuestros ejércitos, del predominio que en ellos tenían los hidalgos y los caballeros, de la disciplina severísima a que estaban sometidos y del alto concepto que cada soldado tenía de sí mismo. Tenía también su origen en la afición a las Letras y a las Artes que caracterizaban a los militares de aquella época. En España las Artes y las Letras han sido no ya auxiliares, sino compañeras inseparables de las armas. El Gran Capitán se distinguió por su afición al trato con literatos, y Prescott dice que más parecía inclinado a las artes de la paz que a las de la guerra. Hernán Cortés creó en su propia casa una academia. Raro era el militar de aquellos tiempos que no escribía en prosa o en verso, que no componía poemas y sonetos, o no escribía historias o tratados de arte de la guerra. Con hombres de este fuste la labor de España dejó una huella profunda en nuestros dominios italianos: huella de seriedad, de justicia, de cultura». La Leyenda Negra: Estudios acerca del concepto de España en el extranjero (Barcelona: Casa Editorial Araluce, 1917), 161-162.
Juan Vázquez de Mella y Fanjul, Obras completas, 4 vols. (Madrid: Junta del Homenaje a Mella, 1931), II, 53.
Dice Pablo en Efesios 2, 2: «En que anduvisteis en otro tiempo conforme a la costumbre de este mundo, conforme al Príncipe de la potestad de este aire, que es el espíritu, que ahora obra sobre los hijos de la infidelidad». Felipe Scío de San Miguel, ed. y trad., El Nuevo testamento de Nuestro Señor Jesucristo: Traducido de la Biblia Vulgata en español (Nueva York: Edicion estereotipa por Elihu White, 1823), 280.
En Colosenses 1, 13: «Que nos libró del poder de las tinieblas, y nos trasladó al reino de su Hijo muy amado». Ibid., 291.
No vamos a negar el aplastamiento de las libertades y del proyecto de vida autónomia que supone el Estado, pues es una realidad histórica y material. No obstante, en la coyuntura de la desintegración estatal que se vive en esta modernidad, modernidad que pretendemos hacer reaccionaria, es imperativo emanciparse de los tentáculos del Leviatán. Convendría recordar el siguiente pasaje de Rafael Gambra Ciudad: «Poco a poco nos vamos dando cuenta, cada uno en su vida y en su ambiente, de que estamos y somos en el Estado. Que no representamos ya nada fuera del Poder, ni opuesto ni aun distinto de él. No sólo como funcionarios, sino como ciudadanos, somos todos pioneros de su progreso absorbente y totalizador. Sabemos oscuramente que, con relación a ese poder, es sólo posible situarse, pero nunca enfrentarse con él, ni aun llevar una vida propia independiente de su impulso y de sus fines». Eso que llaman Estado (Madrid: Ediciones Montejurra, 1958), 142.
De acuerdo al profesor José Miguel Gambra Gutiérrez: «La sociabilidad, inscrita en su naturaleza, impele al hombre a unirse a sus semejantes para alcanzar los fines que en la soledad le estarían vetados. La sociedad permite una acción conjunta para alcanzar un fin común, fin que no se logra sin que haya un gobierno que dirija y organice la acción, para que el obrar individual no caiga en la dispersión anárquica […] Naturaleza sociable, fin común, gobernantes y gobernados, constituyen los elementos imprescindibles de toda sociedad y, por antonomasia, de la sociedad política». La sociedad tradicional y sus enemigos (Madrid: Escolar y Mayo Editores, 2019), 178.
Álvaro d’Ors, Ensayos de teoría política (Navarra: Ediciones Universidad de Navarra, 1979), 30.
Thomas Molnar habla sobre esta idea de la razón ilustrada y la ciencia ideal como motor de la sociedad. Faltando equilibrio entre razón y religión, finaliza la sociedad en una suerte de relativismo social. Véase lo que dice el autor: «La ciencia ideal para la nueva humanidad, tal como la conciben los utopistas, ha de ser, por el contrario, objetiva. Y objetiva en el más claro sentido de la palabra: dirigida hacia el objeto, sin intromisión alguna de distorsiones personales, de motivaciones ulteriores, ni tampoco de esa distancia cuya presencia parece inevitable por la sencilla razón de que el observador se encuentra separado del objeto que él observa. Y objetiva también en el sentido de que el hombre de ciencia en contraste con el filósofo, que con frecuencia se siente influido por el platonismo, no deberia considerar su objeto como reflexión de alguna entidad superior, como teniendo un significado más allá de lo observable y verificable. En síntesis, esta ciencia nueva debe ocuparse de hechos, ya formen éstos parte de la naturaleza o de la sociedad, y habrá de elaborar las leyes cuya misión es coordinar y organizar todos esos hechos en un sistema, universal, una ciencia que lo abarque todo. Además, sería preferible que existiese una sola ley que explique todos los fenómenos, todos sus movimientos y transformaciones». El utopismo: La herejía perenne (Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1970), 95-96.
«Muchos modernos, siguiendo las pisadas de aquellos, que en el siglo anterior se dieron el nombre de filósofos, dicen que toda potestad viene del pueblo; por lo cual, los que ejercen la autoridad civil, no la ejercen como suya, sino como otorgada por el pueblo; con esta norma, la misma voluntad del pueblo, que delegó la potestad, puede revocar su acuerdo. Los católicos discrepan de esta opinión al derivar de Dios como de su principio natural y necesario, el derecho de mandar». León XIII, “Diuturnum illud”, en Encíclicas pontificias 1832-1965, ed. Federico Hoyos (Buenos Aires: Editorial Guadalupe, 1963), I, 269.
Cuando Bey afirma que estas sociedades, que él llama zona temporalmente autónomas, deben estar al margen de la ley, partiendo además de los ejemplos de sociedades piratas utópicas, se equivoca. No queremos apropiarnos del nihilismo detrás de su argumentación teórica, sino de la noción que plantea de mini-sociedad. En este sentido, las mini-sociedades del reaccionario no están al margen de la ley, pues hay ley natural y ley divina, sino de la legislación, del Estado minotauro, de las construcciones artificiales del Estado. Para referencia, véase Hakim Bey, T. A. Z.: The Temporary Autonomous Zone, Ontological Anarchy, Poetic Terrorism (Nueva York: Autonomedia, 2003).
Puede que tengamos que recordarlo con frecuencia pero la propiedad privada es un derecho natural, aunque la comunidad política haya asumido históricamente la apropiación, la partición y el apacentamiento. Nuestra oposición no es a la naturaleza civil y mercantil de la propiedad, a su homologación en el Derecho, sino al instinto tanto colectivizador como individualista del Estado moderno. El Estado modernono puede negar la propiedad (ni menos monopolizarla dentro de un orden económico), aunque se atribuya estas funciones producto de la neutralización. Enseña el magisterio: «La prudencia católica, bien apoyada sobre los preceptos de la ley divina y natural, procura con singular acierto también la tranquilidad publica y doméstica por las ideas que adopta y enseña respecto al derecho de propiedad y a la división de los bienes necesarios o utiles en la vida […] Ordena, además, que el derecho de propiedad y de dominio, procedente de la naturaleza misma, se mantenga intacto e inviolable en las manos de quien lo posee, porque sabe que el robo y la rapiña han sido condenados en la ley natural por Dios». León XIII, “Quod Apostolici”, Encíclicas pontificias, 228-229.
Zygmunt Bauman ha sugerido que nosotros estamos lejos, con nuestra propia iniciativa, de salir de las redes de control de la sociedad líquida. Y aunque denuncia una desaparición de lo público, a partir de una sociedad donde lo privado es cada vez más grande, no vemos realmente una contradicción entre ambas cosas. Hay soberanías compartidas, como ya decían Deleuze y Guattari. Por otro lado, el impulso tecnológico y desintegrador de la sociedad líquida, hasta cierto punto, puede ser beneficioso para el reaccionario si realmente se empeña en la lucha metapolítica. En palabras del autor: «Existe una enorme y creciente brecha entre nuestra condición de individuos de jure y nuestras posibilidades de transformarnos en individuos de facto —o sea, de tomar el control de nuestro destino y hacer las elecciones que verdaderamente deseamos hacer—. Es de las profundidades de ese abismo que emanan los efluvios venenosos que emponzoñan la vida de los individuos contemporáneos. Esa brecha, sin embargo, no puede ser zanjada por el esfuerzo individual únicamente: no con los recursos y medios disponibles en las políticas de vida autogestionadas». Modernidad líquida (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2004), 44.
«¡Dios no muere!, solía repetir el Sr. García Moreno, al saber que se hallaba cercado de asesinos que maquinaban para quitarle la vida . —Sí, “¡Dios no muere!”, y el pueblo que en Él confía, no perecerá a pesar de los más rudos y mortales golpes que le asesten los enemigos de su existencia y bienestar. Sí, “¡Dios no muere!”, y los que por Él dan la vida, no sólo participan de su gloriosa inmortalidad en el cielo, sino que viven imperecedera vida en la memoria de los hombres». José Le Gouhir Raud, Un gran americano, García Moreno (Quito: Tip. y Encuad. de la «Prensa Católica», 1921), 337.
Leonardo Castellani, Crítica literaria: Notas a caballo de un país en crisis (Buenos Aires: Dictio, 1962), 325.
Lorenzo Gracián, El politico D. Fernando el catholico (Ámsterdam: Casa de Juan Blaeu, 1646), 64.
«Los sucesos catastróficos producidos por cada una de estas tendencias ponen de manifiesto sus deficiencias y, en primera instancia, llevan a erchazar lo existente para cambiarlo por la otra posibilidad. Pero, en segunda instancia, la reiteración de los mismos errores hace patente la insuficiencia, no ya de cada una de esas dos soluciones, sino de la filosofía que obliga a elegir entre ambas y evidencia la necesidad de rectificarla desde sus más profundos principios. Para emprender esa rectificación radical, lo sensato es acudir al conocimiento sensible del mundo que, junto a las opiniones de los sabios, constituyen las dos únicas puertas naturales de acceso a lo real que el método cartesiano empezó por cerrar. En otras palabras, se ha de tomar el punto de partida de la filosofía clásica que, en vez de imponer a la realidad las exigencias a priori del pensamiento matemático, trata de entender racionalmente las cosas del mundo externo que son patente para todos». La sociedad tradicional y sus enemigos, 29.
Véase lo dicho por Suetonio sobre Augusto y sus hábitos intelectuales, relacionados directamente con el estudio histórico de los clásicos: «No era menor la atención que dedicaba a los estudios griegos. También en este campo sobresalía notablemente, pues había tenido como maestro de retórica a Apolodoro de Pérgamo, a quien, ya anciano, se había incluso llevado consigo de Roma a Apolonia en la época de su juventud, quedando además luego henchido de una vasta erudición por el trato que mantuvo con el filósofo Areo y sus hijos Dionisio y Nicanor; con todo, no hasta el punto de hablar el griego con fluidez o de atreverse a escribirlo; cuando las circunstancias lo exigían, redactaba el texto en latín y se lo daba a traducir a otros. Tampoco le era absolutamente desconocida la poesía griega, deleitándose incluso con la comedia antigua, que hizo representar a menudo en sus espectáculos públicos. Cuando leía a los autores griegos y latinos, en lo que más se fijaba era en los preceptos y ejemplos útiles para el bien público o privado, enviando muchas veces una copia literal de ellos a los miembros de su casa, a las autoridades de los ejércitos y de las provincias, o a los magistrados de Roma, según el consejo que cada uno precisara. Llegó incluso a leer frecuentemente libros enteros ante el Senado y a ponerlos en conocimiento del pueblo mediante un edicto, como los discursos de Quinto Metelo». Vida de los doce césares, trad. Rosa M. Agudo Cubas, 2 vols. (Madrid: Editorial Gredos, 1992), I, 271.
«El enemigo ocupa nuestros muros. Troya de su alta cumbre se derrumba. Bastante le hemos dado a la patria y a Príamo. Si Pérgamo pudiera ser defendida por esfuerzo alguno, ya mi brazo la hubiera defendido. Los objetos de culto y sus Penates Troya te los confía. Hazlos de tu destino compañeros. Búscales el recinto, el gran recinto que al cabo fundarás después de andar errante por el mar». Virgilio, La Eneida, trad. Javier de Echave-Sustaeta (Madrid: Editorial Gredos, 1992), 182.
Según Franz Georg Maier: «El ascenso de Constantinopla significaba la continua decadencia de Roma, que llevaba una digna y fantasmal existencia, a la sombra de sus grandes monumentos y de las viejas tradiciones. Ya sólo era el lugar donde los emperadores, en sus raras estancias, celebraban triunfos y aniversarios de gobierno. Sin embargo, la significación simbólica de Roma era todavía muy grande para los contemporáneos. A la aeterna urbs se ligaba la creencia mágica en la aeternitas imperii, de ahí la consternación que se produjo cuando los godos conquistaron la ciudad, en el año 410. Esto también afectó a los cristianos; a las tradiciones paganas se unía la tradición de Roma como ciudad de las tumbas de los apóstoles. Aquí se fraguó el futuro papel de Roma: la despolitización de la ciudad era la condición necesaria para que el papado, como centro de la cristiandad occidental, pudiese alcanzar un día la independencia». Las transformaciones del mundo mediterráneo, siglos III-VII (Madrid: Siglo XXI Editores, 1972), 44.
Humphrey Carpenter, ed., The Letters of J. R. R. Tolkien: A selection (New York: Houghton Mifflin Company, 2000), 241.
Ibid., 250.
Ibid., 288.
«Todos los Hobbits eran lentos para el cambio, pero los Fuertes migraban de uelta a una vida más ruda y primitiva de comunidades pequeñas y menguantes; mientras que la gente de la Comarca, en los 1400 años de su colonización, habían desarrollado una vida social más asentada y elaborada, en la que la importancia del parentesco para sus sentimientos y costumbres era asistida por detalladas tradiciones escritas y orales». Ibid., 290.
Dice Salvador Dalí, con su habitual carisma: «Empecé mi vida traicionando de una manera muy espectacular a mi clase de origen, que es la burguesía, para enseguida proclamar en todo momento las virtudes de la aristocracia y de la monarquía. Soy monárquico en el sentido más absoluto de la palabra. Y, al mismo tiempo, soy anarquista. La monarquía y la anarquía son lo opuesto y corren paralelas, pues ambas pretenden el poder absoluto». Javier Pérez Andújar, Salvador Dalí: A la conquista de lo irracional (Madrid: ALGABA Ediciones, 2003), 250-251.
Nicolás Gómez Dávila, Escolios a un texto implícito, 2 vols. (Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1977), II, 159.
Ernst Jünger, Eumeswil (Nueva York: Telos Press Publishing, 2015), 30-31.
«Pero mi veneración se inclina hacia la sociedad monárquica y hereditaria donde reina el orden moral más riguroso, a condición, desde luego, de que yo sea el más grande hombre […] La monarquía es el padre reconocido y venerado, es la cúpula de Dios, sostenida por los pilares de la sabiduría, es el orden que cubre todos los desórdenes, es el individuo en su familia espiritual […] Por esto yo espero que Rumania encontrará otra vez un rey, Rusia un zar y China un emperador. América no tiene tradiciones, y es una lástima. Con todos sus reyezuelos del petróleo, de la mafia y de la carne congelada, los vasallos están dispuestos a recibir a un señor común […] El orden monárquico, como el Eros, está inscrito en el ácido desoxirribonucleico. Nuestra agitación browniana no cambia nada. Existe una inmanencia que nos lleva a la verdad». Salvador Dalí, The unspeakable confessions of Salvador Dalí: As told to André Perinaud, trad. Harold J. Salemson (Nueva York: William Morrow and Company, 1976), 227-229.
Ramón Menéndez Pidal, ed., El Poema de Mio Cid (Madrid: Espasa-Calpe, 1971), 105.
«Mis opiniones políticas se inclinan más y más hacia el anarquismo (entendido filosóficamente, lo cual significa la abolición del control, no hombres barbados armados de bombas) o hacia la monarquía «inconstitucional». Carpenter, The Letters of J. R. R. Tolkien, 63.
Ezra Pound, Cantos, trad. Jan de Jager (Madrid: Editorial Sexto Piso, 2018), 798.
¡Me postulo como bufón de esa corte de reaccionarios!