
Antecedentes de la Revolución
Fracasado el movimiento del Doctor Carlos Rangel Garbiras en el Táchira, en apoyo de la prestigiosa Revolución Nacionalista dirigida por el General José Manuel Hernández en 1898, Castro y Rangel tuvieron la histórica entrevista de La Donjuana, en Colombia, con el propósito de unificarse y efectuar una revolución que abarcara todo el país, bien armada y organizada, y que habría de iniciarse por movimientos simultáneos, con la invasión por el Táchira y otras fronteras, siempre que las operaciones militares se desarrollaran dentro del criterio estratégico y táctico del General Castro y que el Doctor Rangel Garbiras actuara como director político del movimiento. Sin embargo, los hombres que acompañaban a uno y otro jefe, interpusieron su opinión e influencia en contra de esta unión, y sólo se pudo acordar que el primero que obtuviera los elementos necesarios en dinero y material de guerra invadiría, contando con la colaboración del otro jefe y de sus amigos.
En consecuencia, Castro apresuró los preparativos, tratando de iniciar las operaciones en diciembre; mas, por circunstancias imprevistas, la invasión vino a efectuarse en la noche del 23 al 24 de mayo de 1899. Previamente había librado instrucciones para ejecutar movimientos simultáneos a la invasión en Táchira y Mérida, en determinadas poblaciones que debían ser ocupadas, en tanto que él como Jefe invadiría con los copartidarios comprometidos en Colombia y con algunos que lograra incorporar en su marcha de la frontera a San Cristóbal.
Los movimientos que tuvieron éxito, además del de Capacho, fueron así: en Colón, por el Coronel Régulo Olivares y hermanos, Florentino Vargas y hermanos Medina; en Lobatera, Maximiano Casanova, Juan Figueroa y otros; en Táriba y Palmira, Santiago Briceño A., Clodomiro Sánchez, Aniceto Cubillán y muchos voluntarios; en Tovar y La Grita, General José María Méndez y demás compañeros del Estado Mérida; en Santa Ana, Coronel Luis Varela y algunos más, incorporados al Coronel Eulogio Moros, procedente de Río Frío. Todos elevaron el contingente a 600 plazas bien armadas.
Invasión y Combate de Tononó
Al amanecer del día 24, Castro, acompañado del General Gómez, Valbuena, Dávila, otros oficiales y 60 hombres procedentes de Colombia, junto con un grupo incorporado en Las Dantas y La Mulera, llegó a Los Capachos, cuyas autoridades habían sido apresadas por los Cárdenas, los Bello y los Velasco, que le ofrecieron un contingente como de 100 hombres con algunas veinte armas. Inmediatamente impartió instrucciones para seguir agrupando los comprometidos de los campos circunvecinos, y continuó con la mayor rapidez sobre San Cristóbal; a su partida de Independencia se incorporaron a su comando el Coronel Santiago Briceño A., Coronel Clodomiro Sánchez, Aniceto Cubillán y 180 hombres de tropa con material de guerra diverso, procedentes de Táriba, Palmira y Caneyes. Al llegar a Zorca y La Popa, supo que habían fracasado los movimientos iniciales en la capital y Rubio, y que las fuerzas de esta ciudad, al mando del General Ramón Velasco, venían en auxilio del General Peñaloza. Resuelto a batir este grupo antes de toda otra operación, marchó cautelosamente sobre La Popa de los Indios y se ocultó en la accidentada pendiente de Tononó, donde realizó un ataque sorpresivo contra las fuerzas gubernamentales. En la acción perdieron la vida el General Velasco y el Coronel Antonio Pulgar, cuyas tropas se desbandaron, dejando un centenar de máuseres y cartuchos, con los cuales logró el General Castro completar el equipo de 300 plazas de su comando directo.
Maniobras y Combate de Las Pilas
En estos momentos preocupaban al Comando Revolucionario, después del fracasado golpe de mano que intentaba sobre San Cristóbal, los refuerzos que había de recibir Peñaloza, y no estando »en capacidad de atacar la plaza, siguió la táctica de impedir que le llegasen auxilios al Gobierno, tal como acababa de hacerlo en Tononó. En primer término, por considerar probable que el Jefe de la Frontera, General Leopoldo Sarria, con un batallón de línea, y el General Pedro Cuberos, prestigioso liberal, con tropas irregulares, vinieran de San Antonio por la vía de Rubio, Castro marchó directamente a esa ciudad,1 ordenando al General Froilán Prato ir a tomar el mando de 200 hombres organizados en Los Capachos y el de unas fuerzas procedentes de San Antonio y La Mulera, conducidas por el Coronel Patrocinio Peñuela y Eustoquio Gómez; todas las cuales debían incorporarse ese mismo día y en la noche del 25 al grueso del ejército. Castro, saliendo de Tononó, después de haber incorporado las tropas de Colón y Lobatera, que venían al mando del Coronel Régulo Olivares, llegó a Rubio como a las siete de la noche, y siguió camino hacia la cuesta de Capote, pero a poco andar, las tropas de San Antonio y Capacho que venían por esa vía, informaron que Sarria y Cuberos habían tomado el camino de los pueblos del Norte. En vista de estos informes, resolvió contramarchar con todo el ejército por los caminos de Escaleras y de los Indios, pernoctando en Pata de Gallina y El Cedral. En la mañana del 25, con un cuerpo de tropas escogidas, se dirigió a Los Capachos y Caneyes, en tanto que las fuerzas del General Prato y las de Santa Ana y Aza, al mando de Luis Varela y Eulogio Moros, incorporadas el mismo día, se situaron en La Popa, amenazando a San Cristóbal.2 Durante el día 26 y en la mañana del 27, el General Castro estuvo en continuo movimiento entre Táriba, Palmira y Mochileros, tratando de descubrir la marcha de las fuerzas gubernamentales, y sólo en la tarde del 27 pudo comprobar por el servicio de observación que Sarria y Cuberos remontaban la cuesta de Gallardín para caer por Toico y Las Pilas a la capital. Inmediatamente marchó al trote de Palmira a Táriba, y siguiendo por El Espinal y La Vichuta, en la vía a San Cristóbal, sin tomar en cuenta los disparos que le hicieron las guerrillas de Peñaloza que se encontraban en La Parada, fue a situarse en Las Pilas, punto de convergencia de los caminos que necesariamente había de seguir el enemigo para entrar a la ciudad. 400 plazas contaba la Revolución, incluyendo fuerzas de Colón, Lobatera y Táriba, y con ellas se interpuso entre las tropas de San Antonio y San Cristóbal, cada una de las cuales le superaba en número y en material de guerra.
A las seis de la tarde tomaron contacto los elementos avanzados de los dos bandos, y desde ese momento hasta las siete, en que se declaró la acción a favor de los revolucionarios, fue un solo choque cuerpo a cuerpo, casi todo al arma blanca, porque los contendores se confundían en la oscuridad. En la acción murió el destacado General Cuberos, y cayó herido y prisionero el General Leopoldo Sarria, con la mayor parte de sus tropas. La Revolución contó entre sus heridos al distinguido Coronel Régulo Olivares, cuyos notables servicios faltaron durante el resto de la campaña. Los máuseres y cartuchos tomados fueron valioso refuerzo al escaso material bélico del General Castro.
Esa misma noche, el grueso de las fuerzas revolucionarias que había permanecido vigilante en La Popa, impidiendo que Peñaloza saliera en auxilio de Sarria y Cuberos, marchó a incorporarse a los vencedores, en el camino de Táriba a San Cristóbal, por tener el corriendo el propósito de atacar la capital en la madrugada del 28; mas frustrado tal intento por la imprudencia de algunos elementos avanzados, resolvió establecerse con todas sus tropas en Táriba, efectuando allí una completa organización de los cuerpos y servicios de su ejército, montante a 1.500 plazas.3
Combate de El Zumbador
En esta situación fué informado el Comando Revolucionario de que las tropas de Mérida, al mando del General José María Méndez, después de algunos éxitos parciales, con el refuerzo de 200 hombres conducidos por el General Froilán Prato, del Táchira, habían sido batidas en El Tabacal por el General Espíritu Santo Morales, Presidente de aquella Entidad Federal, y que este veterano del liberalismo avanzaba hacia San Cristóbal en protección de Peñaloza. Castro, adelantándose a tales propósitos, se estableció el 9 de junio en el sitio El Palmar, con los batallones “Libertador”, “Bolívar”, “Junín”, “23 de Mayo” y otros cuerpos, que sumados a las escasas fuerzas restantes de los Generales Méndez y Prato, alcanzaron un total de 1.200 plazas, en espera de Morales, y con la intención de batirlo en el campo de El Zumbador.4 En Táriba y Palmira dejó fuerzas suficientes al mando del General Gómez y del Coronel Santiago Briceño para contener a Peñaloza, y mantuvo destacamentos de observación en Rubio, San Antonio y Ureña, y muy especialmente en Colón y La Fría, para vigilar la importante vía de Encontrados.
El General Morales, con cuatro batallones de fuerzas regulares, dos de seccionales y otros cuerpos llegó el 10 a El Cobre, y remontando por Yerba Buena con el grueso de sus tropas, ocupó el día 11, de cinco a seis de la mañana, el sitio denominado La Cruz, como centro y puesto de comando; destacó un batallón a su derecha, cubrió su izquierda con fuerzas de línea que por el camino de Los Murtos atacaría la derecha de Castro, para llegar a El Palmar y cortarle la retirada a los revolucionarios. La reserva en el curso del camino hacia El Cobre, tratando de llegar por colinas escarpadas al camino que sigue de El Zumbador hacia Los Hornos y Michelena.
Castro, al acampar en El Palmar, buscaba seguro abrigo a sus tropas contra la inclemencia del tiempo, avanzando únicamente destacamentos que deberían darle aviso oportuno de la aproximación del enemigo; sin duda que tales destacamentos se durmieron en la madrugada sin hacer el recorrido al sitio de Yerba Buena; sólo así se explica por qué fueron sorprendidos en el propio páramo. Se pagó muy caro el error de no haber situado un destacamento más cerca de El Cobre con un jefe de reconocida responsabilidad, contra quien hubiera chocado necesariamente la vanguardia de Morales.
No obstante las ventajas de la superioridad numérica de las tropas gubernamentales y de las mejores posiciones para el despliegue en el combate, la iniciativa la mantuvieron los revolucionarios, que fueron batiendo las tropas regulares y seccionales a medida que se empeñaron en el combate.5 Después de cuatro horas de ruda lucha, el enemigo se declaró en derrota, dejando en el campo cuantioso material de guerra y gran número de prisioneros, entre los cuales se contaron los Generales Carlos Silverio, Julio Bello y Juan Ramón León.
La Revolución tuvo dolorosas pérdidas, particularmente la muerte de los Comandantes Efraím Velasco, Abel Velasco, Rafael Cárdenas, Obdulio González, José Medina y otros. La persecución se encomendó al General José María Méndez con sus tropas merideñas.
Sitio de San Cristóbal
Castro regresó a Táriba, reforzado en material y tropas, con el propósito de asaltar o poner sitio de inmediato a San Cristóbal, porque necesitaba ganar tiempo; pero una grave enfermedad pulmonar lo retuvo en cama, y fué entre el 23 y 24 de junio cuando logró su primer asalto a la ciudad, del que tuvo que desistir para marchar sobre la plaza de Colón, amenazada por la proximidad de tropas procedentes de Encontrados y La Fría; mas, como de información obtenida supo que el General Sulpicio Gutiérrez y sus tropas habían seguido la vía de La Ceiba para ir por el Zulia a incorporarse a Morales en Mérida, regresó nuevamente a Táriba y el l9 de julio se aproximó a San Cristóbal, procediendo a sitiarla por no haber tenido éxito el asalto inicial.
Las operaciones sobre la capital fueron muy complicadas. En el primer momento se pensó tomar la ciudad en una sola noche de asalto, pero el avancé de los cuerpos, a costa de graves pérdidas y teniendo que escalar edificios, obligó a estabilizar el combate en los sitios donde el enemigo había construido sus trincheras con verdadero sentido técnico, inexpugnables, necesitándose de artillería para reducirlas, arma de que carecían los atacantes.
Hubo varios intentos de capitulación, y al efecto se suspendieron los fuegos para un armisticio; pero Peñaloza, seguro de recibir un ejército en su auxilio, fué alargando las conversaciones por medio de comunicados hasta el 12 de julio, día en que se levantó el sitio por aproximarse el General Antonio Fernández con un ejército de 6.000 plazas 106 y 11.7
Batalla de Cordero
El avance de Fernández por Encontrados, La Fría y Colón, se obstaculizó con algunos destacamentos, mientras el Jefe de la Revolución, con el grueso de las tropas, pensó marchar al misino sitio donde había triunfado el año de 92 sobre fuerzas unidas del Táchira, Mérida y Trujillo, al mando de los Generales Elíseo Araujo y Esteban Chalbaud Cardona, con la intención de batir allí al enemigo; luego resolvió situarse entre Mochileros, Palo Grande y Borotá, dominando los caminos hacia Los Hornos, Lobatera, Boca de Monte, Los Capachos,8 Palmira y el de La Grita a Cordero, observando los movimientos del adversario y en posición equidistante para tener al alcance de sus maniobras al General Peñaloza.
En tanto el Ejército del Gobierno logró acampar entre Colón, Michelena y posiciones adyacentes en espera del ataque de Castro, pues temía empeñarse en las alturas escogidas por éste, y aunque se sucedieron choques entre cuerpos aislados, especialmente de noche, fué el 24 de agosto cuando el General Antonio Fernández hizo efectuar algunos reconocimientos en dirección de Borotá, simulando que se proponía combatir, pero en realidad para encubrir el movimiento de sus tropas que marchaban a establecerse en el camino de La Grita a Cordero, en los sitios de Salomón, La Ficala y La Raya.
En oposición, Castro ejecutó un movimiento similar al efectuado anteriormente sobre Las Pilas, y el 26 con todo su ejército ocupó a Cordero, tratando de batir a Fernández y evitar así su reunión con Peñaloza.
Cubriendo la dirección de la capital, situó un fuerte contingente de tropas del “Libertador” y del Escuadrón de Caballería. Un destacamento especial recibió instrucciones para alcanzar las posiciones dominantes de Cordero, como Pan de Azúcar, pero la falta de actividad de los jefes encargados de la operación, permitió que tropas del Gobierno, rechazadas en el paso de la quebrada Cordero, se retiraran hacia esas alturas, circunstancia que aprovechó Fernández para enviar una fuerte división y emplazarla con su artillería asegurando esa posición. Al día siguiente, ya ubicada la artillería y con las tropas colocadas en las estribaciones de las alturas vecinas, el Gobierno mantuvo tan poderosa ofensiva, que sus primeros elementos llegaron a la capilla y la plaza de Cordero, donde estaba el Comando Revolucionario. Esta situación impuso utilizar las tropas destinadas a contener a Peñaloza en repeler las fuerzas del Gobierno, cada vez más activas, porque advirtieron la falta de municiones en los nuestros. Castro situó los batallones “Bolívar” y “Junín” en las barrancas de la quebrada Cordero y en las alturas que defienden la población por el camino hacia La Grita; las demás unidades como el “Libertador”, “23 de Mayo”, Guardia de Honor y Escuadrón de Caballería, contuvieron los sucesivos ataques de dos fuertes divisiones que amenazaban con ocupar a Cordero, apoyadas por la artillería, que ocasionó fuertes bajas en el poblado. Estos ataques los inició Fernández desde Salomón y La Ficala, lugares hasta donde se vió obligado a replegarse el día anterior coy el grueso de su ejército.
La falta de municiones, pues no fue posible en el segundo día como lo fue en el anterior capturar parque, y el afianzamiento de los gubernamentales en el terreno, reclamaron una decisión de Castro. Pensó que podía llevar sus aguerridas tropas al ataque con arma blanca; mas, el terreno cubierto de cafetales y malezas, no se prestaba para esta clase de lucha, y forzosamente resolvió tomar nuevas posiciones a retaguardia, como invitando al enemigo a seguirlo.
Fernández, que temía la audacia del Jefe Revolucionario, tranquilamente lo dejó retirarse a banderas desplegadas hacia Palmira y Caneyes, donde pasó la noche del 28, lugares históricos para Castro, porque en el 92 batió allí a sus contendores de entonces, Generales Espíritu Santo Morales, Macabeo Maldonado y Esteban Chalbaud Cardona.
El General Castro, al observar que el General Fernández no intentaba restablecer contacto con el Ejército Revolucionario y marchaba a San Cristóbal a unirse con Peñaloza, siguiendo la misma vía alejada de Táriba, que hicieran Sarria y Cuberos, ordenó que sus tronas se estacionaran en Los Capachos, y libró las instrucciones correspondientes, en la suposición de que lo atacasen las fuerzas concentradas en San Cristóbal.
Meditó entonces una operación tal como la del año de 86, cuando rechazado Morales en el combate de Los Capachos, Castro, con grado de Comandante y con sólo una compañía de macheteros, asaltó en el páramo el comando de los derrotados, a cinco kilómetros del lugar de la acción, llevando la muerte y la confusión al enemigo y estando a punto de hacer prisionero al mismo Morales.
Contrariamente a la táctica de Rangel en el año 98, en que permaneció a la defensiva en Los Capachos, optaría por dejar pequeños grupos de contención, y con 1.000 hombres por la vía del páramo destruiría el ala izquierda del enemigo para caer por Relandria, Zorca y La Popa sobre la retaguardia del ejército que marcharía por el cerro, en la seguridad de capturarle el parque y su comando y tomar por sorpresa la guarnición de San Cristóbal.
Mas, como Fernández no toma la resolución de ir al ataque, el General Castro, la noche del 31 de julio, en reunión de oficiales, dispuso emprender la marcha con dirección a Mérida y Trujillo, como movimiento inicial de su campaña hacia el Centro, dejando así burlado el poderoso ejército unido de tachirenses y centrales.
En la marcha hacia Rubio, se me ordenó incorporarme a cuatro oficiales de caballería que irían a la vanguardia de las tropas explorando el terreno. Próximos al sitio de Tirio, dispuso el Jefe que 3 de los del grupo se situaran escalonados vigilando la vía de Capote, mientras él con otro jinete revisaba dos casas del lugar. Pocos minutos después, unos disparos anunciaron algo anormal, que luego el Jefe del grupo se encargó de relatar así: “Encontré en una de las casas un antiguo enemigo de la Causa, a quien convenía eliminar”. Al encontrarse de nuevo las dos columnas a la salida de Rubio, di parte de este suceso a mis superiores inmediatos.
El 27 se me dió la comisión de ir a Independencia en solicitud de sal, papelón y víveres para los cuerpos que más tarde vinieron a formar el Batallón “Libertador”. Duros detalles de la guerra que contribuyen a hacerla más odiosa y cruel.
No obstante mi corta edad, y aunque tenia reconocida capacidad para trabajos más dignos, en las dos primeras noches de vigilancia sobre San Cristóbal, se me señaló servicio de centinela en una de las avanzadas de Táriba, en la margen derecha del rio Torbes. Los veteranos abusan siempre de la candidez de la juventud, y en muchos casos el oficial sin cultura, sólo busca con la aspereza de su carácter disimular o vengarse de su inferioridad manifiesta.
En la marcha iniciada el día 9 recibí desagradables impresiones. Al desfilar de Táriba por Las Vegas, un disparo espantó mi cabalgadura, maltratando a dos soldados; por la derecha vi caer un pobre hombre llamado Melgarejo, antiguo agente de policía en Capacho, en tanto que por la izquierda, Castro impetuoso, seguido de su Estado Mayor, preguntó: “¿Quién mató a ese hombre?” No pudiendo averiguar más sobre la muerte del preso, al que calificaron de antiguo “lagartijo”, sólo yo recibí el reproche por maltratar a sus soldados.
Ante el avance de tropas regulares, parte del Batallón “Libertador” que combatía por la derecha de la línea, venia en repliegue con el Comandante Gregorio Gámez, quien al encontrarme junto con el Coronel Andrés Amaya, me pidió ir a solicitar cápsulas al Estado Mayor. Ya cerca del lugar donde estaba el Jefe, después de haber visto morir lentamente al compañero Rafael Cárdenas, a causa de una herida que le cortó la femoral, y al observar que el General Castro echaba su muía sobre un individuo que también solicitaba parque<»y hasta lo castigaba a riendazos, como lo hizo con un célebre coronel jefe de batallón que pedía refuerzos, retrocedí prudentemente; fue entonces cuando una compañía del “Libertador” con Gámez a la cabeza y nuestra compañía con el Coronel Amaya, reaccionaron violentamente por temor a que Castro nos encontrara derrotados, batiendo en formidable contraataque la vanguardia del batallón de línea al mando del General León, quien, fatigado por la pendiente en que venía atacando, no pudo resistir más y retrocedió en derrota con todas sus tropas en dirección a Los Murtos.
Durante algunos días, el Ejército Restaurador llegó a contar con 2.500 hombres, pero en vista de la falta de armas, el General Castro dispuso que una parte regresara a las faenas de los campos abandonados. El ejército se mantuvo entre 1.500 y 2.000 hombres.
En los días del sitio recibí la comisión de llevar instrucciones escritas a los Coroneles Evaristo Parra y Emilio Bustamante, quienes unidos deberían batir al General Eduardo Añez, procedente de Colombia, en movimiento contrarrevolucionario; además, debía servir de ayudante a Parra. El enemigo llegó efectivamente por Ureña hasta Agua Caliente, pero al ver nuestro avance por el camino de La Aguada, repasó la frontera, y las columnas de Parra y Bustamante regresaron a sus acantonamientos en San Antonio y Capacho, respectivamente.
Durante varios días estuvo una compañía al mando del Coronel Marcelino Cárdenas en el sitio La Honda, cubriendo el camino a Capacho, y que, igualmente, podía seguir por Peribeca y Zorca a San Cristóbal. El Capitán José María Buitrago y yo, logramos permiso para visitar nuestras respectivas familias en Independencia. Pernoctamos en mi casa y salimos a las cinco y media de la mañana para el campamento. Al cruzar por la calle del cementerio, 5 hombres de a caballo, trataron de detenernos. Luego supimos que la comisión del Gobierno constaba de 15 jinetes, al mando de los Coroneles Francisco Velasco Alvarado y Eleazar Silva, quienes efectuaron un reconocimiento sobre Los Capachos.