La violencia revolucionaria y su enemigo existencial
Un ensayo comparativo entre el terror jacobino y el terror soviético a través de las purgas políticas.

Preámbulo
Dentro de las ciencias sociales el concepto de «revolución» es uno de los más controvertidos y debatidos, encontrándose una vasta literatura que analiza las revoluciones como fenómeno desde diversas disciplinas y enfoques. Sin extendernos en cuanto al concepto, en el terreno de las experiencias históricas relativas a las revoluciones destacan, indudablemente, la Revolución francesa y la Revolución de octubre. Estas revoluciones no sólo derrocaron el poder e instituciones presentes en su momento, sino que también impusieron una nueva realidad y cosmovisión basadas en la idea del progreso humano. La transformación de la esfera cultural, económica, política y social del hombre era un objetivo en ambas; establecer una nueva realidad. En la Francia revolucionaria estos ideales se basaron en el progreso y la virtud según la Ilustración, mientras que en la Unión Soviética según la revolución proletaria y el comunismo en el materialismo histórico y dialéctico.
Al hablar de revolución, solemos asociarla con la resistencia, con el derrocamiento de un régimen y sus instituciones. Bajo esta perspectiva, la revolución finaliza una vez alcanzado su objetivo inicial. Sin embargo, la realidad histórica de la Revolución francesa y la Revolución de octubre nos presenta un panorama más complejo. Lejos de concluir con la caída del Antiguo Régimen, empezó una nueva etapa dentro de la revolución: la construcción e imposición de una nueva verdad y realidad, alineada con los ideales que las impulsaron. La historia nos enseña que este momento instituyente es el más turbulento y violento. Aquí es donde entra el terror ejercido por el Gobierno revolucionario.
El terror se convierte en una herramienta fundamental para que el nuevo Estado, a través de la fuerza desmedida y la paralización del miedo, logre imponer su verdad como incuestionable. Bajo la narrativa revolucionaria, el terror actúa como un poderoso diluvio que arrasa con toda impureza a su paso, purificando en el proceso.
Introducimos el termino clave de nuestra investigación, la purga. La palabra purga evoca una idea de limpieza, de eliminar elementos nocivos, como la suciedad, parásitos o bacterias. En el ámbito de la política, las purgas se convierten en un instrumento para deshacerse de objetivos indeseables dentro de una sociedad o un partido político. La purga funciona como una forma de eliminar al enemigo político, en un contexto de enemistad existencial y no agonal. Esta dinámica se vuelve más sencilla de comprender bajo la dicotomía schmittiana de amigo-enemigo, donde se establece una clara distinción entre aquellos que apoyan la revolución (amigos) y aquellos que están en contra a esta o sus ideales; de forma política e incluso indirectamente, contrarrevolucionarios (enemigos). En este contexto, el contrarrevolucionario se percibe como un elemento nocivo que atenta contra el progreso y la propia Revolución. Éste mismo no es un ciudadano de la revolución, es un objetivo a aniquilar o reformar.
Sin embargo, surge la interrogante: ¿en qué momento se define quién es el «contrarrevolucionario»? Las ideologías en las que podemos identificar elementos hegemónicos, caracterizadas por el uso de la violencia extrema contra el adversario, suelen enfrentar este dilema una vez que han logrado imponer su visión al volverse gobierno y eliminando todas las instituciones y convenciones sociales del Antiguo Régimen. Es en este punto donde surgen discusiones y discrepancias en torno al curso que debe seguir la revolución. Nuestra comparación se centra en el Terror durante la Revolución francesa y el Terror leninista y estalinista por una razón crucial: el terror resultó como un instrumento clave para eliminar posibles pugnas dentro del propio partido y dentro de la narrativa (del beneficiado de la purga) seguir construyendo una única verdad de la revolución. Avisamos que no nos limitaremos únicamente en describir las purgas, sino entender su narrativa y los problemas que termina acarreando este método para la imposición de estas ideas.
Respecto a cuestiones metodológicas, emplearemos nuestra interpretación en torno al concepto de poder de Michel Foucault, quien define el poder como una red de relaciones de dominancia de unos sujetos sobre todos. En el caso del Estado, esta dominación se manifiesta a través de la imposición de una verdad, un orden y unas normas específicas. Esta relación de poder no es estática, sino que está sujeta a resistencias y oposiciones. Es precisamente en este tira y afloja por establecer una verdad oficial donde reside una parte fundamental del poder. De este modo, se establece una relación dialéctica entre idea y acto: la idea justifica el acto, y el acto a su vez impone la idea.
Aunque el otro sea nuestro opositor o rival político, aún pertenece a la misma sociedad que nosotros. De esa forma, parte de la política consiste tanto en oponerme y acordar con el otro. Este es el caso de una enemistad o antagonismo de carácter agonal, limitado por reglas o acuerdos entre los propios individuos. En el caso de las revoluciones, «el otro» no es un ciudadano de la revolución; por ende, no tiene derecho a existir. Se pretende superar la política y dar a entender que cualquier tipo de diferencia o discrepancia es irreconciliable, eso significa ir contra la revolución según quien haga la purga, se construye un enemigo dentro de la propia revolución.
En el contexto de las revoluciones francesa y soviética, esta dinámica se intensifica de manera extrema. Robespierre, al frente del Comité de Salud Pública, utilizó el terror como herramienta para imponer las ideas de la Revolución, basadas en los principios de la virtud ilustrados. De la misma manera, Lenin y Stalin, a través de la Cheka y la NKVD respectivamente, recurrieron al terror para instaurar su visión del comunismo. Nuestro objetivo principal es el estudio y análisis de estas purgas, y el problema en torno a la apropiación absoluta e incuestionable de una única verdad.
El Terror jacobino, la neurosis de Robespierre
Primero, examinemos las purgas políticas durante la Revolución Francesa. En primera instancia el objetivo de las purgas era, en esencia, las autoridades asociadas con el Antiguo Régimen francés, incluyendo a la alta realeza y al clero. Entre los eventos más destacados de este periodo se encuentran la guerra de la Vendée, la ejecución de los monarcas y las masacres de septiembre. En este contexto, los contrarrevolucionarios eran considerados los principales enemigos a derrocar por la revolución. Las víctimas de las masacres de septiembre, por ejemplo, eran predominantemente miembros del clero o funcionarios de la realeza.
Para entender el proceso revolucionario en Francia veamos el contexto en torno a la creación de la Convención Nacional:
Esta Convención se instaló el 21 de setiembre de 1792, un día después proclamó la República francesa. En el seno de la Convención se crearon dos instrumentos que, paulatinamente terminaron por opacarla, dado el poder que concentraron: el Comité de Seguridad General y el Comité de Salvación Pública. Sobre este último, del cual Maximilien Robespierre sería uno de sus miembros más influyentes, Demetrio Castro señala que, fue un “organismo policial tan poderoso como temido, dedicado a investigar extranjeros y todo tipo de sospechosos de ser activistas o partidarios de la contrarrevolución, coordinador o centralizador durante un tiempo de la actividad de organismos similares de las provincias, surtió sin cesar al tribunal revolucionario de inculpados y cobijó una densa red de confidentes y agentes”
Si bien en este contexto se produjeron una serie de importantes reformas sociales que implicaban un temprano reconocimiento de derechos sociales, lo cierto es que, poco a poco, la concentración del poder dio nacimiento a lo que en la historia ha quedado registrado como gobierno del Terror, debido a la violencia experimentada bajo la justificación de hacer frente a levantamientos contra la naciente República, lo cual incluía ejecuciones en la guillotina y procesos judiciales sin garantías mínimas para quienes eran considerados contrarrevolucionarios pues, se sostenía que, de por sí, sus delitos estaban comprobados, de manera que pendiente era simplemente la condena.1
Conforme fue avanzando el proceso revolucionario, el enemigo político se iba expandiendo cada vez más. Ya no solamente limitándose a funcionarios o partidarios del Antiguo Régimen. Los enemigos de la revolución pasarían a ser los girondinos, la facción moderada dentro de esta. Dentro de la idea revolucionaria jacobina, estos también eran enemigos contrarrevolucionarios al estar única y exclusivamente por su beneficio propio y también funcionar como agentes infiltrados a favor de la monarquía.
El ataque contra la libertad fue conducido bien por medio del moderantismo, bien mediante el radicalismo. Ante aquel enfrentamiento de las dos facciones, opuestas en apariencia, pero cuyos jefes estaban unidos por pactos secretos, la opinión pública estaba dividida, la representación envilecida, el pueblo reducido a la nada, y la Revolución parecía no ser otra cosa que una ridícula disputa para decidir qué bribones se quedarían con el poder de desgarrar y vender la patria.2
Robespierre consideraba que los enemigos de la revolución no se limitaban a algo puramente frontal, sino que también se encontraban infiltrados dentro de la misma. Cualquier individuo que no demostrara una virtud ejemplar y una estricta adhesión a la vida e ideales republicanos, era un blanco de ser fichado como un elemento subversivo en contra de la revolución. Esta conceptualización de quién es el enemigo se fue ampliando progresivamente a medida que avanzaba la revolución y se fueron desarrollando pugnas y otras perspectivas del movimiento. Cabe destacar que el nivel de radicalismo de las ideas no era un factor determinante para ser considerado enemigo, ya que incluso facciones como los hebertistas, con posturas aún más extremistas que las de Robespierre, también fueron víctimas de las purgas y acusaciones del Incorruptible. Figuras como Georges Danton, Camille Desmoulins y Fabre d’Églantine, a pesar de haber sido parte activa del movimiento revolucionario, fueron tildados de enemigos y, por lo tanto, considerados contrarrevolucionarios.
Lafayette invocaba la Constitución para exaltar el poder real. Dumouriez invocaba la Constitución para proteger a la facción girondina contra la Convención Nacional. En agosto de 1792, Brissot y los girondinos, quisieron hacer de la Constitución un escudo para detener el golpe que amenazaba al trono. En el mes de enero siguiente los mismos conspiradores reclamaban la soberanía del pueblo para evitar a la Monarquía el oprobio del cadalso y para encender la guerra civil entre las asambleas de las distintas secciones; Hébert y sus cómplices reclamaban la soberanía del pueblo para degollar a la Convención Nacional y aniquilar al gobierno republicano. Brissot y los girondinos pretendieron armar a los ricos en contra del pueblo; la facción de Hébert halagaba al pueblo para oprimirlo con su misma mano, mientras protegía a la aristocracia.
Danton, el más peligroso de todos los enemigos de la patria, si no el más abyecto; Danton, que preparaba todos los crímenes, que estaba implicado en todos los complots, que prometía su protección a los criminales y su fidelidad a los patriotas, hábil en explicar sus traiciones con el pretexto de que actuaba en pro del bien público, en justificar sus vicios con sus pretendidas imperfecciones, conseguía que sus amigos inculparan de modo insignificante o favorable a los conspiradores que estaban a punto de consumar la ruina de la República; transigía con Brissot, mantenía correspondencia con Ronsin, estimulaba a Hébert, y sacaba partido de cualquier acontecimiento para aprovecharse igualmente de su caída o de sus éxitos y para conciliar a todos los enemigos de la libertad en contra del gobierno republicano.
En estos últimos tiempos, especialmente, ha sido cuando hemos visto desarrollarse en toda su amplitud los horribles procedimientos empleados por nuestros enemigos para corromper la moral pública. Para conseguirlo por completo, ellos mismos se habían designado como profesores; y se disponían a deshonrarlo todo, a confundirlo todo, gracias a una odiosa mezcla entre la pureza de nuestros principios y la corrupción de sus corazones.3
Un aspecto que resulta crucial en el análisis de la historia de las revoluciones es la paradoja que se presenta cuando los propios héroes de la revolución resultan consumidos por esta misma. El idealismo revolucionario, teñido con cierta paranoia, se caracterizó por la constante búsqueda y eliminación de enemigos, percibidos como una amenaza a los ideales revolucionarios. He aquí uno de los puntos clave que desarrollaremos más adelante, la existencia de dos enemigos, uno fuera de la revolución, del partido o de la sociedad y otro interno, que suele estar oculto y esperando el momento para traicionar o beneficiarse de la revolución:
Primero, la caza de brujas la sufrieron los girondinos. Más tarde, los defensores de la insurrección, los hebertistas. Pero también la padecerían aquellos que, como Danton, habían cambiado de opinión y ahora apoyaban una postura indulgente. Y, claro está, la caza de brujas arrastraría a quienes eran compañeros de viaje político o amigos de Danton, tal fue el caso de Hérault de Séchelles. Nadie escapaba, pues, al acero de la guillotina, ni siquiera los indiferentes, esto es, aquellos que no mostraban demasiado entusiasmo por la causa revolucionaria. La muerte era la estrategia política a seguir, la muerte constituía el guión en la revolución jacobina, la muerte era el desenlace a ejecutar. Así sucedió lo que tenía que ocurrir, que igual que los jacobinos traicionaron y llevaron a la guillotina a los girondinos, muchos de ellos antiguos camaradas suyos, resulta que entre finales de marzo y principios de abril eran ajusticiados hebertistas, dantonistas e indulgentes.4
En el contexto de la Revolución francesa, el «enemigo» adquirió un carácter mutable y móvil. Constantemente surgían nuevos adversarios que, según la retórica revolucionaria, traicionaban sus ideales y propósitos. Esta concepción del enemigo se basaba en la idea de que la revolución debía erradicar cualquier obstáculo que pudiera impedir su avance, incluso aquellos potenciales; la acusación y el chisme era suficiente para ser una víctima de la guillotina; dinámica caracterizada por una nula garantía y un exceso de arbitrariedad.
El 8 de termidor del año II, Robespierre en punto de neurosis y colera da su último discurso, afirmaba con vehemencia tener una lista de enemigos de la revolución los cuales iban a ser procesados, enemigos que estaban dentro del Comité de Seguridad General y el Comité de Salud Pública:
¿Diremos que todo está bien? ¿Continuaremos alabando por costumbre o por conveniencia lo que está mal? Perderíamos la patria. ¿Revelaremos los abusos ocultos? ¿Denunciaremos a los traidores? Se nos dirá que estamos socavando a las autoridades constituidas; que buscamos adquirir a costa de ellas una influencia personal. ¿Qué haremos entonces? Nuestro deber. ¿Qué se le puede objetar a quien quiere decir la verdad y está dispuesto a morir por ella? Digamos, pues, que existe una conspiración contra la libertad pública; que debe su fuerza a una coalición criminal que intriga en el seno mismo de la Convención; que esta coalición tiene cómplices en el Comité de Seguridad General y en las oficinas de este Comité que ellos dominan; que los enemigos de la República han enfrentado a este Comité con el Comité de Salvación Pública, y constituido así dos gobiernos; que miembros del Comité de Salvación Pública participan en esta conjura; que la coalición así formada busca perder a los patriotas y a la patria. ¿Cuál es el remedio para este mal? Castigar a los traidores, renovar las oficinas del Comité de Seguridad General, depurar al propio Comité y subordinarlo al Comité de Salvación Pública; depurar al propio Comité de Salvación Pública, constituir la unidad del gobierno bajo la autoridad suprema de la Convención Nacional, que es el centro y el juez, y aplastar así a todas las facciones con el peso de la autoridad nacional, para elevar sobre sus ruinas el poder de la justicia y de la libertad: tales son los principios. Si es imposible reclamarlos sin ser tachado de ambicioso, concluiré que los principios están proscritos, y que la tiranía reina entre nosotros, pero no por ello me callaré: pues, ¿qué se le puede objetar a un hombre que tiene razón y que sabe morir por su país?5
Este discurso sería el último de Maximilien Robespierre antes de ser ejecutado junto a sus aliados Saint-Just, Couthon, Hanriot y otros jacobinos el 9 de termidor, víctimas de una conspiración que culminó con su caída y el comienzo la reacción termidoriana en la Revolución francesa. A ellos les seguirían otros jacobinos, lo que los convierte, en cierto modo, en víctimas de las purgas que ellos mismos apoyaban con tanto entusiasmo.
No es casualidad que este desenlace se produjera justo después del discurso de Robespierre. Tanto la impopularidad creciente de la Revolución como el miedo y la amenaza de una nueva purga fueron los principales factores que impulsaron la conspiración termidoriana. Resulta, cuanto menos, curioso que Robespierre utilizara en su discurso la palabra «depurar», un término que es paralelo al de purga. Con esto anunciaba una nueva purga dentro de la Revolución, esta vez dirigida contra nuevos enemigos que, según él, se encontraban infiltrados dentro de esta, como traidores.
Las purgas no solamente se limitaron al ámbito político, sino que también traspasaron a la vida civil de la sociedad francesa, con los ciudadanos siendo objetivos del terror revolucionario. Es necesario analizar la concepción del «hombre nuevo» que defendía el ideal revolucionario y el uso de las ideas de la Ilustración como una biblia política. Uno de los pensamientos de Robespierre fue el rescate de la idea platónica de eliminar a todo nacido antes de 1789, para que solamente conociera el mundo creado por la Revolución y no tuvieran la oportunidad de extrañar al Antiguo Régimen. El ser parte de la Revolución no se reducía al apoyo político de ésta, también había que vivirla como si esta misma fuera una religión6, donde construir y alcanzar la virtud rousseauniana y seguir el imperio de la razón eran la forma de practicar este credo. Estos excesos de la Revolución se ilustran claramente en la guerra y masacres en la Vendée, región tradicionalmente cristiana y campesina en la que se gestó una fuerte reacción contrarrevolucionaria. Los vendeanos, considerados enemigos por las fuerzas revolucionarias, fueron sometidos a una represión brutal y a la aniquilación total. Sobre el grado de violencia adquirido durante la Revolución:
En esta guerra de ideas que era la revolución, Francia vivía bajo el filo de una nueva Inquisición. Y, al margen de cuáles fueran los hechos, el ideario revolucionario habitaba en medio de la inmunidad más absoluta. Motivo por el cual, nada ni nadie podía contradecir, ni poner en solfa tampoco, tal ideario. Es más, si algunos de los símbolos más sagrados de la Revolución aparecía resquebrajado, zaherido o destrozado, el castigo constituía la respuesta. La única respuesta. Y eso fue lo que ocurrió en el pueblecito de Bédoin, en Vaucluse, a principios de mayo de 1794, cuando el delegado de la Convención Nacional, al no descubrir quién había talado el Árbol de la Libertad, decidió aplicar la pena de muerte a habitantes. Y no contento con eso, el enviado de la Convención ordenó que el pueblo fuera arrasado, destruido completamente por las llamas. No podía permitirse, y menos aún tolerarse, actos de incivismo semejantes.
La matanza, por la tala de un árbol, de sesenta y tres personas hizo que el pánico se adueñara, unos días después, de Alleins al aparecer en esta localidad, a principios de junio del año II (20 de pradial: 8 de junio), caída la Estatua de la Igualdad. El Comité, ante estos hechos aciagos, trabaja a contrarreloj con el objetivo de que Alleins no se convirtiera en otro Bédoin. Y con el ánimo puesto en convencer a las autoridades revolucionarias, se afana por encontrar razones técnicas, que no ideológicas, que expliquen por qué la Estatua estaba postrada en el suelo. Sólo así podía salvarse Alleins del desastre que se avecinaba. Y de paso, y lo más importante, sus habitantes. La inocencia de éstos quedó demostrada cuando se observó que la Estatua de la Igualdad había motu proprio sufrido un accidente.7
El Terror Rojo, de Lenin a Stalin
Finalizado una vez el proceso revolucionario en Francia, es momento de enfocarnos en lo ocurrido en Rusia, encontrando aquí paralelismos con la Revolución francesa.
En el contexto del Terror Rojo, las purgas llevadas a cabo en la Rusia soviética se convirtieron en un instrumento de represión política y social de gran alcance. Los principales objetivos de estas purgas fueron los burgueses, los kulaks, campesinos rebeldes y otros grupos revolucionarios, como los anarquistas y otros socialistas, que discrepaban con las políticas agrarias y económicas de Lenin, e incluyendo a soviets no alineados que mostraban su descontento con la revolución. Los soviéticos tenían la idea del «Hombre Nuevo Soviético» similar a la que se tuvo en la Revolución francesa. Respecto al organismo que llevó a cabo estas purgas durante el periodo leninista, la responsable fue la Cheka, policía secreta de Lenin y dirigida por el revolucionario Félix Dzerzhinski, apodado «Iron Felix» por su carácter rígido, implacable y radical. Con Dzerzhinski, Lenin tuvo su propio Saint-Just que purgara con eficiencia a los elementos contrarrevolucionarios.
La Cheka durante un punto aceptó diversos grupos revolucionarios no bolcheviques. Su objetivo en un principio era neutralizar a las fuerzas y elementos subversivos del Ejército blanco en el contexto de la guerra civil rusa. Sin embargo, el mismo patrón que hubo respecto a las purgas durante la Revolución Francesa apareció, elementos no bolcheviques fueron gradualmente eliminados de la Cheka, transformándola en una institución al servicio exclusivo de Lenin y compañía:
El rechazo de Lenin y Dzerzhinsky a ceder el control sobre la Cheka llevó a Steinberg y a los socialrevolucionarios de izquierda a la conclusión de que era necesario un nuevo enfoque. Incapaces de lograr el grado deseado de control sobre la Cheka desde el exterior, los socialrevolucionarios de izquierda, el 7 de enero de 1918, plantearon ante el Consejo de Comisarios del Pueblo la cuestión de asignar algunos de sus propios miembros a la Cheka. Como Steinberg explicó esta medida: "El partido de los Socialistas Revolucionarios de Izquierda era hostil a toda la maquinaria y al 'espíritu' de la Cheka. Sin embargo, ellos consideraban necesario tener sus representantes en el Consejo de la Cheka para poder ejercer su control".
Dzerzhinsky se manifestó firmemente en contra de esta idea, declarando la "inaceptabilidad de cualquier sistema de refuerzo... de la Comisión mediante la selección de nuevos miembros por el partido de los Socialistas Revolucionarios de Izquierda". En este caso, sin embargo, Dzerzhinsky tuvo que ceder. suelo. Dado que la coalición con los socialrevolucionarios de izquierda todavía estaba vigente, la propuesta era legítima y no podía rechazarse de plano. Se acordó permitir que unos pocos socialrevolucionarios de izquierda sirvieran en el Colegio Cheka en el entendimiento de que cada candidato tenía que ser aprobado por el Consejo de Comisarios del Pueblo. No fue hasta el fallido levantamiento de los socialrevolucionarios de izquierda en julio de 1918 que la Cheka fue purgada de sus elementos no comunistas y volvió a su anterior estatus prístino como órgano totalmente bolchevique. Pero incluso la presencia de los socialrevolucionarios de izquierda, aunque molesta a veces, no tuvo ningún efecto real en la dirección general del trabajo de la Comisión, ya que Dzerzhinsky y sus colegas bolcheviques conservaban la mayoría en la Cheka.8
La creación de la Cheka tuvo el principio de servir como un instrumento para consolidar el poder de la Revolución, pero específicamente la Revolución bolchevique de Lenin y sus camaradas. Este objetivo implicó la eliminación de cualquier grupo útil en primera instancia, pero sin cabida en los planes de la revolución; mencionando a los anarquistas y socialrevolucionarios, quienes fueron tildados de contrarrevolucionarios y purgados del ámbito político. Se puede decir que las purgas de Lenin fueron un éxito, ya que lograron que toda la política rusa girara en torno a la PCUS y al marxismo-leninismo como ideología del Estado soviético.
Dzerzhinsky —que había enviado a sus principales colaboradores a las ciudades donde la oposición había ganado— impulsaba sin ambages el golpe de fuerza, como dan testimonio de manera elocuente las directrices que dirigió, el 31 de mayo de 1918, a Eiduk, su plenipotenciario en misión en Tver:
«los obreros, influidos por los mencheviques, los eseristas, y otros cerdos contrarrevolucionarios, se han declarado en huelga y se han manifestado a favor de la constitución de un Gobierno que reúna a todos los “socialistas”. Debes fijar por toda la ciudad una proclama indicando que la Cheka ejecutará sobre el terreno a todo bandido, ladrón, especulador y contrarrevolucionario que conspire contra el poder soviético. Establece una contribución extraordinaria sobre los burgueses de la villa. Cénsalos. Estas listas serán útiles aunque no se muevan nunca. Me preguntas con qué elementos hay que formar nuestra Cheka local. Echa mano de gente resuelta que sepa que no hay nada más eficaz que una bala para hacer callar a alguien. La experiencia me ha enseñado que un número reducido de gente decidida puede hacer cambiar una situación» .
La disolución de los soviets controlados por los opositores, y la expulsión, el 14 de julio de 1918, de los mencheviques y de los socialistas revolucionarios del Comité ejecutivo pan-ruso de los soviets suscitaron protestas, manifestaciones y movimientos de huelga en numerosas ciudades obreras, en las que la situación alimenticia no dejaba además de degradarse.9
El patrón que vimos en la Revolución francesa es mucho más evidente, las comparaciones entre el Comité de Salud Pública y este organismo son notarias, el igualmente el método y proceso de simplificar la Revolución en una sola idea. En un primer momento, las purgas se centraron en la familia del zar Nicolás II, pues no sólo fue un castigo o venganza, al igual que Luis XVI y María Antonieta, sino que representaban un peligro latente para el poder y objetivos que la Revolución pretendía consolidar. Tras la eliminación de los monarcas y las instituciones que sustentaban su poder, la purga se dirigió hacia los considerados contrarrevolucionarios; que en este caso fueron revolucionarios que no se alineaban al grupo que tenía el poder. Lenin constantemente mencionaba el terror de masas, por lo que podemos intuir que igualmente la práctica del terror no se limitaba al enemigo en el campo de la política y la guerra:
Hay que formar inmediatamente una “troika” dictatorial (usted mismo, Markin y otro), implantar el terror de masas, fusilar o deportar a los centenares de prostitutas que hacen beber a los soldados, a todos los antiguos oficiales, etc. No hay un minuto que perder… Se trata de actuar con resolución: requisas masivas. Ejecución por llevar armas. Deportaciones masivas de los mencheviques y de otros elementos sospechosos.10
Un aspecto indispensable a la hora de establecer una comparativa entre el Terror jacobino con el Terror rojo impuesto por Lenin y Stalin es su carácter público y ceremonial. En ambos casos, se trató de un fenómeno hecho para ser espectado y expuesto ante la sociedad civil. Las ejecuciones masivas se llevaron a cabo a la vista de todo el mundo, convirtiéndose en un espectáculo público. La propia guillotina, en el caso de la Revolución Francesa, era un instrumento diseñado para ser exhibido como símbolo y herramienta de castigo moralizante del poder revolucionario. De manera similar, las ejecuciones perpetradas por la Cheka buscaban infundir miedo en la población, especialmente entre los campesinos. Igualmente, los juicios de Moscú bajo el régimen de Stalin también se caracterizaron por su naturaleza ceremonial y pública. Esta estrategia de terror público tenía como objetivo invalidar la existencia del enemigo político, silenciando cualquier otra cosmovisión u opinión y consolidando el poder personal. Lenin aplicó esta táctica contra los revolucionarios no bolcheviques, mientras que Stalin la utilizó para eliminar a aquellos personajes de la revolución que podrían entorpecer su consolidación al poder; inclusive, los propios verdugos del terror estalinista, quienes llegaron a dirigir la NKVD (policía secreta y de Stalin y la sucesora de la Cheka) Guénrij Yagoda, Nikolái Yezhov y Lavrenti Beria fueron víctimas de las purgas. Yagoda y Yezhov durante las propias purgas estalinistas, mientras que Beria fue purgado en el proceso de desestalinización de la URSS.11
En cuanto a la Gran Purga de Stalin, existe un amplio material que profundizan los eventos y picos de violencia durante este periodo como el Holodomor, los juicios de Moscú, la presencia de los gulags como un aparato represivo del Estado y en general el carácter totalitario del régimen estalinista. Para nuestro análisis lo fundamental es entender el momento y propósito dentro de la narrativa del proceso revolucionario en la extinta Unión Soviética.
El Terror estalinista tuvo como propósito principal consolidar el poder personal de Stalin dentro del proceso revolucionario soviético. Pudiendo considerar los argumentos en torno a la paranoia de Stalin para entender su psicología durante este periodo, proponemos también pudo tratarse de un cálculo estratégico para eliminar a sus oponentes políticos, potenciales o no. El terror surgió como una herramienta para afianzar el poder mediante los mecanismos del Estado, alineando el proceso revolucionario con las ideas e intereses de Stalin. Cabe destacar que la revolución bajo su liderazgo adquirió un carácter mucho más nacionalista y personalista, abandonando el marcado internacionalismo que caracterizaba al marxismo en su faceta más ortodoxa. Trotsky, Kámenev, Bukharin y Rýkov, siendo héroes de la revolución, fueron aniquilados por el régimen estalinista. A Stalin le convenía tener una cúpula totalmente nueva y que girara en torno a su figura. Otro rasgo a mencionar, es que el terror también estuvo en el terreno civil:
Quizás lo más revelador de la documentación desclasificada sea la existencia de cuotas, que llevaban a su paroxismo la histeria represora. Una orden ejecutiva de la NKVD, dictada seguramente por Yezhov, fijaba cupos de detenidos para cada república, territorio o región, especificando el número de los correspondientes a la primera categoría, que serían condenados a muerte, y los de segunda categoría, que recibirían penas de deportación o trabajos forzados. Por ejemplo, en la región de Moscú, serían incluidos 5.000 en la primera categoría y 30.000 en la segunda. Meses después se emitiría una segunda lista. Con este cálculo matemático es evidente que los tribunales no castigaban ningún delito real sino que simplemente actuaban como instrumento de coacción para la sumisión totalitaria de la población.12
Correlación entre las experiencias jacobina y soviética
Las analogías entre los procesos revolucionarios mencionados no son meras coincidencias. Efectivamente, realizar un análisis comparativo entre el jacobinismo y el marxismo-leninismo soviético, enfocándose en ambas ideologías, requeriría un trabajo extenso y profundo. Sin embargo, consideramos que la mejor manera de proponer una comparación entre estos procesos, especialmente en el modo que procedió el terror, es a través de las palabras de uno de sus protagonistas, Leon Trotsky:
No hay nada inmoral en que el proletariado acabe con la clase moribunda, es su derecho. Os indignáis […] ante el terror ínfimo que ejercemos sobre nuestros enemigos de clase, pero sabed que en un mes más, como mucho, el terror habrá de adquirir formas mucho más aterradoras, siguiendo el modelo de los grandes revolucionarios franceses. Nuestros adversarios se enfrentarán no a la cárcel, sino a la guillotina.13
¿Qué análisis podemos extraer de los hechos recopilados sobre las purgas durante el Terror de la Revolución Francesa y el Terror leninista y estalinista? En ambos casos, el eje central gira en torno a la erradicación de un enemigo común: la figura del contrarrevolucionario. Si bien, inicialmente en ambos procesos revolucionarios esta figura representaba efectivamente enemigos políticos de la revolución, el dilema surge cuando no todos conciben la Revolución de la misma manera, o el objetivo y métodos para llevar a cabo la Revolución son distintos. Es en este punto donde el terror se muestra como un mecanismo para purgar cualquier elemento hostil a los ideales y objetivos de la revolución, y también como una herramienta para consolidar las verdades y cosmovisiones planteadas por la revolución sobre las masas. De ahí que los castigos llevados a cabo durante las purgas no hayan sido silenciosos, directamente eran empleados para ser exhibidos como un espectáculo, un acto que imponía una idea (aspecto que desarrollaremos más adelante).
Isaac Steinberg, Comisionario del Pueblo de Justicia (1917-1918) y uno de los principales exiliados a causa de las purgas de Lenin, menciona lo siguiente:
El gobierno del terror es siempre el gobierno de una minoría, una minoría que percibe su aislamiento y lo teme. El pánico perpetuo impulsa a un régimen terrorista a extender su red cada vez más lejos, a incluir a sectores cada vez mayores de la población entre sus enemigos.
Como parte del sistema de terror, aparece la figura del “enemigo de la revolución”, que se convierte en el chivo expiatorio de todos los fracasos de la revolución y los sufrimientos del pueblo. Mientras la revolución avanza, el “enemigo” no se vislumbra como una figura importante. Pero cuando la suerte de la revolución cambia, parece estar más a la mano, se vuelve más visible, más tangible. Mientras el camino de la revolución esté guiado por una mayoría del pueblo, no necesita temer al “enemigo”; se le puede hacer frente con facilidad. Pero cuando el poder es tomado por una minoría temerosa, solitaria y suspicaz, el “enemigo de la revolución” (o el “sospechoso” de la Revolución Francesa) se convierte en un coloso que proyecta su sombra sobre todo el país hasta que, finalmente, “todos menos los gobernantes” se convierten en enemigos de la revolución. El “enemigo” se identifica con el pueblo.14
En este análisis, proponemos nuestra interpretación del concepto de poder de Michel Foucault para comprender el relato implicitico tras las purgas y El Terror durante la Revolución Francesa y los regímenes de Lenin y Stalin. Tal como lo planteamos en la introducción de nuestra investigación, el poder se configura a partir de relaciones de dominancia que generan una dinámica constante entre la dominación y la resistencia. En este contexto, tanto Robespierre como Lenin y Stalin emplearon las purgas y el terror como instrumentos para consolidar su poder y afianzar las verdades que cada revolución buscaba construir e imponer. Los jacobinos lo hicieron mediante el Comité de Salud Pública y el Comité de Seguridad General, Lenin lo hizo mediante la Cheka y Stalin con la NKVD. Ambas revoluciones trataron de deshacerse de toda amistad o conciliación política, primero con el Antiguo Régimen al que derrocaron, posteriormente con toda figura no alineada o que correspondía un potencial enemigo. En este caso, la dicotomía se basó en Revolucionario-Contrarrevolucionario, donde éste último al ir en contra de la revolución no era un ciudadano de esta.
Dalmacio Negro expone lo siguiente:
Considerada en su conjunto, el espíritu de la revolución fue de orden moral, con un claro tinte religioso, más que político y social: de ahí su fuerza. Buscando la perfección, un concepto religioso, su espíritu era moralizante: «Las otras revoluciones no exigían sino la ambición: la nuestra impone virtudes», decía Robespierre, el Incorruptible. La idea directriz de la revolución consistía en erradicar definitivamente el azar y el mal para crear una nueva historia y una nueva tierra feliz. Jünger la vio como la disolución del mal en tanto el mal, como un tumor más o menos encapsulado hasta entonces, se difundió como una metástasis.
Un hecho a destacar, que parece acompañar a todas las revoluciones, es la aparición o formación de una neolengua, y para entender esta revolución hay que tener en cuenta que fue muy innovadora lingüísticamente. Los conceptos pueden ser utilizados como armas políticas y los revolucionarios suelen utilizar así los que les conviene. Tal vez esto es lo que llevó a Foucault a pensar que el poder es la imposición de orden por medio de sistemas de lenguaje. En la Revolución francesa, además de alterarse el significado de muchas palabras aparecieron otras nuevas.15
La idea teológico-política del paraíso, de un reino de los cielos, se seculariza en ambas revoluciones. En la Revolución francesa, se manifiesta en la utopía de la virtud y la erradicación de los vicios y males del hombre. En la Unión Soviética, por otro lado, se materializa en la construcción de un modo de producción comunista y el fin de la historia, tal como lo desarrollan Marx y Engels. Bajo estos relatos, la revolución se convierte en una encrucijada que debe cumplirse a toda costa. La figura del revolucionario se transforma en la voz del profeta, portador de la verdad absoluta; en el caso francés la biblia de nuestro cruzado revolucionario es la literatura de Rousseau, Voltaire, Montesquieu, etc. entendida por Robespierre, en el caso soviético es la palabra de Marx y Engels entendida por Lenin y Stalin. Sin embargo, es importante recordar que no estamos hablando de una entidad divina y omnipotente, sino de hombres de carne y hueso; hombres que afirman poseer la razón sobre el destino de la humanidad mediante la ideología. Motivados por esta convicción, ya sea para materializar su utopía o para afianzarse en el poder, eliminaron cualquier posibilidad de pluralidad, creyendo que el diálogo con «el otro» era una condición imposible. De esta manera, el abuso de la enemistad absoluta se postra como herramienta para mantener por la fuerza el poder y consolidar una única y absoluta verdad.
Las relaciones de poder se caracterizan por una dinámica circular de acto-idea. En este contexto, la idea sirve como justificación para las acciones llevadas a cabo por el Estado, mientras que estas acciones, a su vez, buscan imponer un conjunto de ideas o normas, una verdad en la sociedad. En el caso que analizamos, la ideología revolucionaria se erige como la verdad absoluta, mientras que el método empleado para imponerla fue el terror. Las purgas se convirtieron en el instrumento para eliminar a los enemigos políticos, infundiendo miedo en la sociedad, el partido y los grupos revolucionarios. Esta relación acto-idea se hizo evidente en las purgas mencionadas, donde siempre hubo una justificación detrás de la eliminación de opositores y un mensaje claro que se pretendía transmitir.
La política, como elemento parte de la actividad humana, la vida en sociedad y el individuo como ser racional, se ve en conflicto con el idealismo revolucionario. Si bien la revolución logra inicialmente purgar todo aquello que corresponda al Antiguo Régimen, abolir sus instituciones e imponer sus conceptos, la construcción de una utopía basada en una verdad absoluta se enfrenta a la inevitable aparición de choques y perspectivas dentro del mismo movimiento revolucionario. Esta dinámica cuestiona la naturaleza absoluta de la ideología revolucionaria; que pretende venderse como una verdad absoluta, y pone en riesgo la estabilidad del proceso. Es en este contexto que las purgas se emplean para mantener el cuerpo ideológico del proyecto; es el momento en que los héroes de la revolución son devorados por esta misma.
Bajo nuestro análisis, en primera instancia las revoluciones identifican a un enemigo frontal, al que buscan eliminar (el Antiguo Régimen en este caso). En el contexto de estallido social y político que caracteriza a las revoluciones en un principio, surgen distintos grupos revolucionarios los cuales se unen para derrocar al tirano en cuestión, para luego proceder a la depuración de las instituciones políticas mediante la eliminación de sus aliados. La revolución es sólo una, por lo que sólo un grupo revolucionario será capaz de lograr ese ideal y ver realizado ese paraíso terrenal. Es en este punto que aparece la figura del enemigo interno, representado como un elemento contrarrevolucionario infiltrado o un objeto que obstaculiza la verdadera revolución y el progreso. Este enemigo es purgado. A medida que se consolida la hegemonía revolucionaria, comienzan a surgir nuevas discrepancias. La revolución, al concebirse como un movimiento absoluto y portador de la verdad, recurre a las purgas para eliminar a sus enemigos internos, dando lugar a un ciclo continuo de purgas mientras van surgiendo nuevas discrepancias y dualidades. Para ilustrar este fenómeno, presentamos el siguiente esquema:
En el esquema: «A» representa al revolucionario mientras que «B» simboliza al enemigo político, en este caso el contrarrevolucionario. En este contexto de antagonismo, «A» logra purgar a «B» mediante el uso del terror. Sin embargo, una vez consolidado su poder, surgen nuevas discrepancias dentro del mismo movimiento revolucionario, lo que lleva a la necesidad de purgar nuevamente a otro y así sucesivamente.
El problema radica en la naturaleza cíclica e incesante de este proceso. En sociedad, el hombre acuerda y discrepa con sus pares en la búsqueda de un consenso, así es como la política surge como una forma de evitar la guerra; sin embargo, en las revoluciones, el idealismo y puritanismo revolucionario concibe como irreconciliable las diferencias que existen unos con otros, dando lugar a las purgas políticas.
Conclusiones
El problema central que surge tras el análisis de los hechos y dinámicas descritas reside en la hegemonización de la verdad y la superación de la política. Los procesos revolucionarios analizados se caracterizaron por un idealismo completamente disociado de la realidad. Estos individuos actuaron bajo la falsa idea sobre que el uso de la violencia, el miedo y el derramamiento de sangre serían el sacrificio necesario para alcanzar el paraíso, en búsqueda de crear la sociedad perfecta. Las ideas, en última instancia, son abstracciones provenientes de la mente del ser humano. He aquí la contradicción que surge al pensar que las ideas marcan como debería ser o comportarse la realidad, y al momento en que estás no corresponden, la realidad es quien está mal. Es el problema en torno a la moralización forzosa del hombre a través del Estado lo que puede conducir al afianzamiento de los peores totalitarismos.
Dentro de toda esta retorica revolucionaria bien las purgas pueden parecer efectivas en un corto plazo, pero inevitablemente conllevan consecuencias nefastas incluso dentro del propio proyecto revolucionario. Robespierre y los jacobinos sucumbieron bajo el peso del mismo terror que efectuaron y defendieron, Stalin fue víctima del miedo que él mismo sembró, y la Unión Soviética se desgastó hasta su eventual disolución.
La política no se limita al rechazo del otro, sino que también implica aprender a convivir con él. La vida en sociedad y la política se basan en el pacto, elementos que fueron relegados en estos dos procesos revolucionarios, donde la prioridad se centró en identificar y eliminar al enemigo para tener una única verdad a defender.
Estas experiencias históricas nos dejan como principal enseñanza que la apropiación e imposición absoluta de una verdad es algo imposible, inclusive si el asumir altos costos signifique una posibilidad de ver realizado esto. La purga, aunque aparente ser una medida efectiva en primera instancia, conduce inevitablemente a la desintegración del proyecto político. Por lo tanto, es fundamental que el ejercicio de la política se sustente en concesiones sólidas, mecanismos adecuados y sobre todo la cordura necesaria para distinguir entre la voluntad para mejorar la realidad y la desconexión de esta misma a través de los ideales utópicos e intangibles.
Referencias
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Recomendamos la obra de Tocqueville sobre la Revolución francesa para una mayor profundización.
Gracchus Babeuf, El sistema de despoblación: Genocidio y Revolución francesa, ed. María Teresa González Cortés (Madrid: Ediciones De La Torre, 2008), pp. 44-45.
Lennard D. Gerson, The Secret Police in Lenin’s Russia (Philadelphia: Temple University Press, 1976), pp. 28-29
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Ibid., p. 72.
Proceso en el cual también hubo purgas políticas de por medio.
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Leon Trotsky, discurso ante el nuevo Ispolkom bolchevique, 2 de diciembre de 1917, citado en Richard Pipes, La Revolución rusa (Barcelona: Penguin Random House, 2017), p. 860.
Isaac Steinberg, The Workshop of the Revolution (Nueva York: Rinehardt, 1953), p. 135.
Dalmacio Negro Pavón, Historia de las formas de Estado: Una introducción (Madrid: El Buey Mudo, 2010), p. 98.
Gran pieza de análisis comparativo. Realmente muy bueno.
Gran artículo, muchas gracias por compartir.