En una época en donde el cine está en franca decadencia, dicho entre otros por directores como Tarantino, creo que Denis Villaneuve es de los que más empeño pone para conservar una visión artística sobre la cinematografía. Fruto de ello es la sensibilidad estética que propone en la saga Dune (2016, 2024) creando paisajes ficticios verdaderamente bellos, pero también elaborando tramas que adquieren una densidad humana muy profunda. Este es el caso de la película Prisioneros (2013), una película dirigida a los amantes del cine negro y el suspense que aborda una buena cantidad de tópicos humanos alejándose del maniqueísmo habitual de nuestro tiempo.
Poco tengo que decir sobre los aspectos técnicos de la película, el centro es la historia que se cuenta, que es la desaparición de dos niñas, una de las cuales es la hija de Keller Dover (interpretado de forma magistral por Hugh Jackman), cuya desaparición se encargará de investigar David Loki (otra muy buena actuación, como viene siendo habitual, de Jake Gyllenhaal). A partir de aquí, la trama de la película se desarrolla planteando muchas ideas sugerentes que, como mínimo, le hacen al espectador dudar en su posicionamiento sobre quienes son los que están obrando de forma recta y quienes están torciéndose, qué harían en su misma situación, o hasta qué punto una acción es justa.
La Justicia como virtud y la Justicia institucionalizada
Un elemento central de la película es la justicia, no como elemento abstracto e indeterminado, sino más bien entendida como el obrar justo. Keller, fruto de la desesperación que sufre por perder a su hija, se toma la justicia por su mano y aprovechando sus conocimientos de preparacionismo, secuestra al principal sospechoso Alex Jones (Paul Dano, con una actuación soberbia) y lo tortura para sacarle la información que cree que puede tener. La película en este sentido se centra en los dilemas que tiene Keller aplicando la tortura, como le reconcome la culpabilidad de sus acciones perversas, cómo abandona prácticamente a su familia para volcarse en alimentar su ira y cómo es de alguna manera consciente de la injusticia que está cometiendo al no obrar justamente.
Ciego de ira y de venganza, paga el mal con más mal, entrando en un vórtice de desesperación y sufrimiento que le lleva prácticamente a la locura. El arco narrativo se expande cuando intenta hacer cómplices a sus amigos, los cuales también han perdido a su hija, pero son incapaces de asumir esa tarea de maltratar a un discapacitado mental, pecando en este caso por omisión (de auxilio). La película en este sentido también juega con los prejuicios que formamos ante el que no es como nosotros, lo fácil que es guiarse por unos hechos poco fundados y lo difícil que es dirimir para poder obrar con justeza.
De forma simultánea David se encuentra en una comisaria en donde la justicia ha dejado de ser un principio central del trabajo para convertirse en un aparato burocrático más, en donde él, queriendo encontrar a las niñas y hacer justicia, es el único que nada hacia contracorriente. Los compañeros se desentienden del caso, solo le ayudan al verlo totalmente desesperado, y su jefe le insiste una y otra vez en que abandone, que tome el camino más corto, asuma que el caso es irresoluble y que se dedique a otra cosa. Dos caminos que, si bien son paralelos, van en direcciones opuestas, mientras que uno está encaminándose al sadismo y la maldad por dejarse llevar por la ira, el otro está poco a poco entendiendo la necesidad de justicia, la importancia que tiene de que se repare el daño cometido. Se puede decir que David entiende aquello que nos enseñó Josef Pieper1, que la Prudencia es la virtud más importante porque integra a las demás. No se puede practicar la justicia si no se actúa de forma prudente, esto lo tendrá que aprender a base de reprimir sus emociones que le llevan a actuar de forma impulsiva pasando a ser más cauto.
Dios, la divina Providencia y los caminos inescrutables
Otros de los temas en donde se hace presente que Villaneuve es un director que aborda con conocimiento los temas es la presencia de Dios en la película. Lejos de ser algo manifestado, explícito, en la película se va haciendo notar siempre de forma latente, por debajo, como un hilo conductor. Si bien es cierto que en la película se hacen referencias explícitas (de hecho, comienza la película rezando el Pater Noster), no se hace evidente la intervención de Dios en la trama. Es a raíz del propio desarrollo de la misma, con la concatenación de los sucesos, en donde se empieza a vislumbrar un sentido narrativo, una dirección en los hechos que cuadran con un orden. Por un lado, Keller, protestante manifiesto, se encuentra cómo yendo en contra de la voluntad del Altísimo lo que consigue es desgarrarse, tanto a él mismo como a su familia.
Sin embargo, el descreído David, progresivamente va encontrando un sentido a su obrar, encuentra que sus acciones se encuadran en un orden que él quiere reparar devolviendo a las niñas a su hogar y deteniendo a los culpables. La intervención de Dios (o al menos esa es una interpretación posible) se da en un momento de debilidad, de tensión narrativa en donde tiene que llegar a tiempo al hospital para salvar una vida, herido en un ojo, sin poder ver con claridad, parece que David aplica aquello de fiat voluntas tua para poder terminar de guiarse en la carretera. Ambos caminos reflejan la integración de sus acciones en un orden, donde, aplicando la libertad, pueden ir o no. Constatan que el demonio está en los atajos, y que el sacrificio que supone tomar un camino más largo no es caprichoso, sino que es una forma de aprendizaje para la persona, que entiende que no todo puede estar a merced de su voluntad.
Dice Josef Pieper que «la virtud de la prudencia es la «madre» y el fundamento de las restantes virtudes cardinales: justicia, fortaleza y templanza; que, en consecuencia, solo aquel que es prudente puede ser, por añadidura, justo, fuerte y templado; y que, si el hombre bueno es tal, lo es merced a su prudencia». Las virtudes fundamentales (Madrid: Ediciones Rialp, 2017), 22.