
Así es que una palabra o una imagen es simbólica cuando representa algo más que su significado inmediato y obvio. Tiene un aspecto «inconsciente» más amplio que nunca está definido con precisión o completamente explicado. Ni se puede esperar definirlo o explicarlo. Cuando la mente explora el símbolo, se ve llevada a ideas que yacen más allá del alcance de la razón1.
En el ejercicio de la creación de poesía heroica, en el trazado fantástico de los tiempos épicos sobre las realidades humanas, se exige la osada necesidad de caminar entre las vacías tinieblas del mundo2, de codearse con los gritos de los afligidos y verse cara a cara con las amarguras y dolencias inherentes de la molesta cotidianidad de lo humano, a veces de ritmo sofocado y otras, menos agotadoras, pero que no desisten en la carga de su dominio sobre el hombre. Resultan interminables los males que oscurecen el ambiente afable al cual estamos sutilmente adaptados en tiempos exánimes que no estimulan los principios elevados, cuya presencia solemos ignorar con puerilidad, como si voltear el rostro cobardemente nos situara en un universo alterno libre de las calamidades que nos rasgan los sentidos de nuestra probidad individual.
De este modo, el heroísmo se revela como una forma maciza de sentir, percibir y actuar en el mundo, aun cuando las raíces inmutables del sufrimiento humano nos atenazan constantemente. Así lo evocan algunos pasajes bíblicos: en Efesios (5, 16) se nos advierte que los días son malos, y en Job (5, 7) se nos recuerda que el hombre está destinado a la aflicción desde su nacimiento. En los tiempos modernos, atiborrado de materialidades hedónicas y ausente de fundamentos espirituales auténticos, el deseo de emprender lo heroico3 se manifiesta con loable vehemencia como una obligación por resucitar el sentido vital de la heroicidad tradicional, con la capacidad de los héroes por restablecer el orden y la estabilidad4 a estos días de conformismo mefistofélico.
El uso diestro de la técnica poética se erige como una de las múltiples maneras de canalizar el significado de la heroicidad hacia el vasto imaginario colectivo de la humanidad, convirtiéndose en un medio capaz de revivir, a través del verso o la prosa, las almas de aquellos que, en tiempos pasados, encarnaron modelos de virtudes excelsas. Así, el poeta, con sus versos, creaciones y matrices narrativas, evoca monumentos que no sólo cobran vida, sino que también irradian una energía vibrante, erigiéndose como sólidos muros ante las embestidas de la pérfida villanía.
Uno de esos valientes poetas de la heroicidad, difíciles de calificar dentro de los variables marcos artísticos, es el cumanés José Antonio Ramos Sucre (1890-1930). De la más antigua ciudad de la Tierra Firme, proviene de una familia singular: por el lado paterno está vinculado con algunos de los más destacados educadores de la aristocracia intelectual cumanesa del siglo XIX: José Antonio Ramos González, José Silverio González, los hermanos Ramos Martínez; y es, por el lado de la rama materna, sobrino-bisnieto del Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre5.
Fue un niño apartado de las conductas revoltosas típicas de sus compañeros y amigos, siempre retraído y sumergido en océanos literarios, aprendizajes de múltiples lenguas y con un hábito metódico y disciplinado para el estudio académico. Así lo refleja su desempeño en los exámenes de Derecho, donde tres semestres de altas calificaciones le valieron el equivalente a tres años de entera formación.
Colaboró en la prestigiosa revista El Cojo Ilustrado, en el diario El Universal y en la efímera Válvula, del Dr. Uslar Pietri. El 24 de junio de 1927, fue galardonado con la Orden del Libertador, la más importante distinción oficial del país, lo que le otorgó un gran respeto en los círculos de la sociedad venezolana.
Bachiller en Filosofía, graduado como abogado y doctor en Ciencias Políticas, fue cónsul en Ginebra y traductor del Ministerio de Relaciones Exteriores durante el gobierno del General Juan Vicente Gómez6.
Un personaje maravilloso que desborda ríos de valores y cataratas de excelencia, a quien el brillante ensayista Mariano Picón-Salas describió como guía intelectual de la juventud7, por la amplitud de sus conocimientos y la entereza de sus apreciaciones, siempre acertadas y pulcras.
Este prohombre, casi desechado injustamente en el polvo de la historia venezolana, fue, ante todo, un artesano de la prosa, un cuidador meticuloso de la exactitud de su expresión, siempre con la invocación de símbolos e imágenes, a las cuales le concedía un tono solemne, sabiendo la elasticidad expresiva de la imagen frente a la prosa almidonada de otros exponentes literarios, interpretando acertadamente la eficacia de la representación imaginativa en el plano poético. Así lo constata el genio cumanés:
La imagen es la manera concreta y gráfica de expresarse, y declara una emotividad fina y emana de la aguda organización de los sentidos corporales. Algunos dialécticos, enamorados de la idea universal y sin fisonomía, reprueban esta manera de expresión, considerándola de humilde origen sensorial, y abogando por la supremacía de la inteligencia, con lo cual insisten en las distintas facultades de la mente humana, que es probablemente una totalidad sin partes. La imagen siempre está cerca del símbolo o se confunde con él, y, fuera de ser gráfica, deja por estela cierta vaguedad y santidad que son propias de la poesía más excelente, cercana de la música y lejana de la escultura8.
En los moldes poéticos, el símbolo cuanto más próximo se presenta, mayor se reflejan las ideas sublimes, dibujadas con el misterio de la metáfora o del signo independiente de la metafísica, siendo gráfico en la medida en que nos sumergimos a su interpretación meditativa. Como medio de expresión, será la técnica de Ramos Sucre, integrada a la creativa arquitectura de su prosa, siempre enigmática y esmerada, lo que obedece a sus propios preceptos de cómo desenvolver el mundo en un abanico de representaciones simbólicas. Para enfatizar en este aspecto, habría que rememorar pasajes de la obra de Jung:
Como hay innumerables cosas más allá del alcance del entendimiento humano, usamos constantemente términos simbólicos para representar conceptos que no podemos definir o comprender del todo9.
Seguidamente, podríamos hilar el fundamento junguiano con las apreciaciones históricas que Burckhardt esboza magistralmente, reforzando así el argumento: el símbolo como puerta de entrada a un mundo creativo interrumpido, y el sótano del pasado como un espacio donde se recuperan piezas vitales, útiles para propósitos poéticos. En el caso de Ramos Sucre, estas piezas sirven para preparar el terreno ante el ejercicio simbólico que el cumanés aplica en sus aventuras históricas a través de insondables lecturas.
El conocimiento del pasado es lo único que puede hacer al hombre libre del imperio que, por medio de los símbolos, etc., ejercen sobre él los usos sociales.
Sólo el conocimiento del pasado nos da la pauta para medir la velocidad y la fuerza del movimiento dentro del cual vivimos10.
En la prosa fulgurante de Ramos Sucre, el héroe no se presenta como una figura estática, sino como una sustancia camaleónica, mutable en esencia y forma. Se adapta a los tiempos que dicta el cumanés, transformándose en cada línea como un reflejo de las vicisitudes de su mirada nostálgica y heroica. Este héroe es un rayo oblicuo que transita entre los velos de ídolos del pasado, encarnando las más altas virtudes o los más oscuros tormentos, dependiendo del paisaje literario en que se sumerge. Su heroicidad no corresponde a la fugaz presencia de un hecho asombroso aislado de los hitos del universo, sino la de un espíritu que se reinventa en el sufrimiento, en la soledad, y en la búsqueda incansable de una redención que se consuma en los altares de la grandeza imperecedera, montada en las cimas de sus trazados oníricos y de fuerte presencia de guerreros del pasado. En Ramos Sucre, el héroe fluctúa entre la gloria y la tragedia, entre el dominio de las fuerzas humanas y el abandono a los abismos metafísicos, haciendo del lenguaje el manto donde cubre sus metamorfosis. Tal es la heroica versatilidad que sugiere su prosa: un ente sin patria fija, siempre cambiando su piel poética para desafiar las llanuras de la elaboración prosista.
En el pensamiento heroico de Ramos Sucre, se reconoce el culto a los ideales de la heroicidad como un acto de defensa de la dignidad humana, en contraste con los delitos morales y la falta de sacrificio que ha traído consigo las brisas sintéticas de la modernidad. Estos valores plásticos obstruyen el espíritu, subyugando las raíces profundas de la tradición heroica. El valor del guerrero, despreciado por las técnicas del racionalismo más árido, es odiosamente crucificado en las páginas de textos técnicos y fríos o desbaratado en tímidas presentaciones artísticas, abandonando su posibilidad de existencia práctica y natural, como ambición modélica de una vida de sacrificio y lucha, un emprendimiento de lo grande. Ramos Sucre dice al respecto:
Se asegura la necesaria desaparición del poeta y del héroe en la próxima civilización del porvenir que amenaza ser rígida como la de aquellos sepultureros de la antigüedad, que fueron los egipcios, y muy del agrado de los hombres regocijados con la confesión del último romano, para quienes los grandes ideales no son sino palabras...11
El precursor del surrealismo latinoamericano12, como se le conocerá décadas después, centra el poder de su energía en la exaltación de la cultura heroica, el espíritu guerrero y el sacrificio como última gloria del fuego de la valiente juventud deseosa de valores honrados. La vida de un héroe se despliega como un arco completo, donde cada instante está tejido con el hilo de un destino crucial. Desde su nacimiento, un héroe lleva en su esencia la promesa de grandeza, como si en el primer aliento ya resonaran los ecos de las gestas de su porvenir. Cada paso en su aventura, cada decisión y desafío, parece prefigurado en un diseño etéreo que lo conduce hacia la gloria, pero también hacia el sacrificio de su entereza.
El héroe no vive simplemente como los demás; su existencia es un bailoteo entre lo excepcional y lo infortunado. Sus hazañas, aunque grandiosas, siempre están cicatrizadas por el eclipse de un desenlace ineludible, de una caída que, lejos de aniquilarlo, lo eleva a la inmortalidad. Así, la muerte del héroe no es un fin, sino la culminación de un destino histórico, la consagración última de una vida que, en su totalidad, desde el alba hasta el ocaso, constituye un todo inquebrantable13.
La vida del prodigioso cumanés se entiende solo en función de ese destino, donde el heroísmo radica tanto en la lucha, comprendida en sus constantes duelos ante el demonio del insomnio cerril14, como en el sacrificio, encarnado en la carga agotadora de esas dolencias espirituales, que terminaron por consumir el brillo grisáceo de su prosa retadora. Y es precisamente esa muerte trágica, tan cargada de sentido, la que convierte al héroe en leyenda, en un ser cuya huella resplandece a lo largo de los tiempos tras su ocaso.
En el fulgor de su ponencia artística, casi siempre ininteligible, vigorosa en deleite estético, fuente de rauda impresión, alumbra un nuevo sentido al mito y la leyenda, abarcando horizontes de ideas que superan el estrecho pasillo del conocimiento rutinario, haciendo uso de su facultad única del dominio idiomático. Hace obedecer a sus paisajes prosistas al imperativo lírico que magistralmente se adueña de los llanos de sus palabras, residentes de ese insondable juicio que posee sobre los cosmos verbales.
Sobrecarga de intimidad y de personalidad el sentido de cada palabra. Y en un grado inferior, es dueño de un léxico fabuloso, un verdadero multimillonario del idioma. A parte de eso, Ramos Sucre tiene especial afición a personalizar la expresión, a inventar fórmulas, de tal manera que hasta verdaderas singularidades le pueden ser señaladas a este respecto15.
Hospedar el arquetipo del héroe en estos lienzos líricos tan peculiares es lo que distingue al cumanés de sus contemporáneos, sin mencionar las otras características de su obra poética, en donde hallamos un sinfín de inventivas que ordenan su trabajo con una belleza incompresible que es manto de su originalidad incuestionable, lo que manifiesta su sutileza resguardada de la interpretación vulgar o mezquina de los críticos. Así lo cristaliza nuestro autor, quien constantemente utiliza el recurso del Yo literario como encarnación figurativa para convivir con las épocas de Dante, Shakespeare u Homero16, y los hace moradores de realidades legítimas del tiempo literario, tiñendo sus presencias de agilidad y virtud, a veces trágicos y otras veces heroicos. En la intimidad de la prosa ramosucreana convivimos con estos personajes, lejos de nuestros tiempos, pero vibrantemente vivos en la elaboración de lo que podríamos denominar mundos prosistas17. El ilustre del Oriente de Venezuela no hace de los tiempos una corriente irreversible, dándole ese matiz que Mircea Eliade califica como tiempo sagrado del mito18, el portal de lo trascendente y lo cercano a las alturas del Empíreo de los significados superiores.
En el trabajo de Ramos Sucre, su concepción del heroísmo yace en sus palabras escritas de 1912, para honrar la inauguración del retrato del general Ezequiel Zamora en la escuela de su nombre, en Caracas. Es elocuente y lúcida la exposición que realiza, evocando lleno de efervescencia los elevados atributos que se hallan en la excelencia del heroísmo, colmado de virtudes y espejo de ideas que, lejos de permanecer estériles en el combate perpetuo de la vida, se expresan con lozanía en el pensamiento humano, engendrando actitud indomable en seres cuyos palenques mentales son superados holgadamente por el influjo heroico que naturalmente llueve sobre sus espíritus.
En mi sentir, ninguna superioridad conquista al hombre con mayor justicia que el heroísmo, el perpetuo voceo de la fama, el fiel recuerdo de la historia o la inmortalidad en la carne inmarcesible del bronce. El más frecuente homenaje a esa virtud, el recuerdo de antiguas proezas asiste a los pueblos en momentos de prueba como un consejo de virilidad, y los alumbra y los guía como estrella. La ventaja moral ordena, con la gratitud, la elevación de las figuras heroicas en los lugares más públicos, en medio de árboles cuyas hojas caídas imiten con su remolino el desorden de un campo de batalla, bajo la inmensidad celeste y el lujo del sol, de modo que, expuesta a todas las intemperies como ayer al peligro su modelo viviente, la figura marcial reviva la visión de una actitud impávida en un día glorioso19.
Ramos Sucre, además de estas reflexiones, enfatiza en la importancia de erigir estas efigies de grandes hombres:
Persuadido de que ninguna excelencia del espíritu arrastra, como el heroísmo, séquito tan numeroso de virtudes, y de que nada es tan digno de la admiración entusiasta y generosa de los niños, yo creo muy conveniente la presencia de efigies heroicas en los institutos de enseñanza20.
Para Ramos Sucre, el culto a las proezas heroicas tiene una función moral en los pueblos: en los momentos de dificultad, las sociedades se inspiran en esos recuerdos como un mapa de sentido de valor y fortaleza, simbolizada, a modo de ejemplo, en las figuras inmortales de nuestra magna historia nacional, como Bolívar, Bermúdez o Anzoátegui21, quienes reciben trato especial del autor en algunas de sus creaciones. Abrevia así el sentido quijotesco del Padre de la Patria en la técnica de su prosa erudita:
De los libertadores, sólo Bolívar tuvo la visión de la patria grande, y quiso extenderla y la extendió, perturbada y efímera, entre dos océanos. Tal vez sentía la influencia de aquellos apóstoles generosos y delirantes de la humanidad, de la gran patria sin fronteras, que fueron tan frecuentes en el siglo diez y ocho. Los demás libertadores, por razones de educación, estaban dispensados de acalorar tan vastos ideales.
Laureano Vallenilla Lanz es quien considera a don Simón Bolívar en ésta, su casi inédita faz de unificador. Por el apremio de su voluntad, por el ascendiente de su genio en el alma díscola de los tenientes, por el sacrificio de Piar, Venezuela es una sola nación, desde la escalera de Los Andes hasta donde el Orinoco rechaza con sus aguas el Atlántico. El hermanó las huestes recelosas debajo de la bandera venezolana, rodeada de muerte en cien campos, como un ídolo complacido en hecatombes. E hizo más: adelantado en siglos a su época, depositó en el seno fecundo y misterioso de los tiempos el germen de futuras evoluciones grandiosas22
Para un hombre que lleva en su sangre el legado del Gran Mariscal de Ayacucho23, habiendo crecido bajo la sombra noble que este linaje otorga, resulta casi inevitable que una visión heroica de la existencia lo envuelva de manera natural. En su ser, el honor heredado se convierte en brújula, guiando cada pensamiento y acto hacia un horizonte donde la grandeza y la nobleza de espíritu son el destino forzoso de los hombres eminentes.
Disuelve la Historia en ávidas lecturas, interesándose por las hazañas memorables que surgieron en las guerras civiles venezolanas24, sirviéndose de esa plataforma del tiempo pretérito e impulsar los ideales del pasado heroico. El encuentro inmediato con los guerreros en el acto puro de su imaginación intrépida le colocan en posición de reanimar sus esencias indomables. Y este ser nostálgico, por el fragor del combate bélico, no halla consuelo sino en la traducción de esa realidad añeja en los signos y símbolos, elementos que dotan de grandes vivencias a sus elaboraciones líricas. Su poesía, el cuerpo de su prosa, se manifiesta íntimamente en desolación con el sufrimiento del autor, infeliz por la añoranza de ese tiempo que pudo valerle el deslinde de la cotidianidad humana, sintiendo el ardor sagaz de la pólvora o la brava embestida de las lanzas en su pecho. La Historia de nuestros próceres y sus hazañas es un fermento de vida para el alma venezolana, su culto es el ejercicio simbólico de asemejar esa grandeza en nuestras almas y transmitir, con movimiento y espíritu, los valores heroicos que orgullosamente recibimos de su legado.
Venezuela debe lo principal y más duradero de su crédito a la valentía de aquellos militares que con el siglo diez y nueve surgieron apasionados e indóciles.
Para los mansos la medalla de buena conducta, para nuestros héroes el monumento elevado y la estatua perenne25.
Un acto de frustración se hace visible en el uso constante del Yo literario, dándose identidad semejante a quienes admira en leyendas de un mundo ahora inexistente, ausente de la astucia y osadía de los paladines y temerarios del universo heroico, produciéndole una nostalgia heroica. Su vida intensa, observable para las inteligencias agudas, tan sólo le bastaba unos cuantos años en este relato ordinario, impropio de su ambición. Historia y mito se enlazan en sus maniobras poéticas, pavimentando un camino sonoro, pero inapreciable. Podría haber sido un héroe de la Independencia en otros días como los próceres a quien rinde culto y admiración, pero quiso el destino que su inmortalidad fuese literaria y no bélica, aunque mal no haríamos en definirlo como lo que fue:
Vivió Ramos Sucre heroicamente, si se entiende por héroe, no a quien muere en el campo de batalla, sino a quien se enfrenta con su propia angustia de ser hombre. Por lo demás, la escasa obra de Ramos Sucre nos recrea nuevamente el viejo enigma humano entre pensamiento y existencia, entre acción y contemplación y quien en medio a ese conflicto enorme se debate en silencio no podría ser llamado por otro nombre que el de héroe26.
El desprendimiento del vicio y de la mezquindad como reglamento existencial abre las puertas a aires más puros y sentimientos desbordantes, señales recurrentes de aquellos espíritus que, en su elevación, alcanzan una nobleza singular. Y ese vacío que, lúgubre, flota en su pecho no es más que la soledad, una soledad que, en el sentido profundo y ramosucreano, se ancla en el antiguo precepto romano homo sum, humani nihil a me alienum puto27. Es la expansión orgánica del hombre hacia sus semejantes, esa íntima familiaridad con el mundo que sólo el verdadero héroe puede comprender: el sentirse inevitablemente ligado al corazón humano, partícipe del destino común de la humanidad. Pláticas profanas se conjugan en el azote mental de nuestro poeta, siendo solitario, pero no indiferente ni repelente frente a las urgencias del mundo, mas no se permite tolerar épocas que han abandonado valores que profesa con suprema rendición de espíritu.
Siempre será necesario que los cultores de la belleza y del bien, los consagrados por la desdicha se acojan al mudo asilo de la soledad, único refugio acaso de los que parecen de otra época, desconcertados con el progreso.
La indiferencia no mancilla mi vida solitaria; los dolores pasados y presentes me conmueven; me he sentido prisionero en las ergástulas; he vacilado con los ilotas ebrios para inspirar amor a la templanza; me sonrojo de afrentosas esclavitudes; me lastima la melancolía invencible de las razas vencidas. Los hombres cautivos de la barbarie musulmana, los judíos perseguidos en Rusia, los miserables hacinados en la noche como muertos en la ciudad del Támesis, son mis hermanos y los amo. Tomo el periódico, no como el rentista para tener noticias de su fortuna, sino para tener noticias de mi familia, que es toda la humanidad. No rehúyo mi deber de centinela de cuanto es débil y es bello, retirándome a la celda del estudio; yo soy el amigo de los paladines que buscaron vanamente la muerte en el riesgo de la última batalla larga y desgraciada, y es mi recuerdo desamparado ciprés sobre la fosa de los héroes anónimos28.
Así, este páramo que es su genio literario desafía la voluntad de Saturno, el valle del éxtasis, las fuentes del Nilo, bajo ráfagas inclementes de arena, hace de su pluma a Ofelia y guarda los secretos de la Odisea; sentidos iluminados gobiernan sus destinos, como peregrinos de la fe resguardados por la cruz bendita.
Hallamos en los tiempos contemporáneos de Ramos Sucre ideas símiles en el centro de las inteligencias políticas más destacadas, como la manifestación que expone con vehemencia Il Duce el 14 de diciembre de 1914 en la ciudad de Parma:
La historia del mundo no es una partida de cálculo, y los intereses materiales no son —por fortuna— el único resorte de las acciones humanas.29
El héroe no se mueve por motivaciones superfluas ni se deja arrastrar por deseos triviales, pues su esencia se enrumba a un fin superior: la guerra. En las azarosas trincheras, todos los rasgos de la grandeza se entrelazan, revelándose en ella las más profundas declaraciones de amor, los sacrificios más nobles y las aflicciones más desgarradoras. Pero es precisamente en ese dolor, en esa entrega, donde surge el llamado cristiano que impulsa al héroe a forjar una crónica imborrable de respeto y valor. La guerra no es solo colisión irracional; es el viaje con los centauros hacia la búsqueda eterna del mito del heroísmo, donde el espíritu se eleva sobre lo humano para abrazar lo eterno. En la obra de Ramos Sucre se percibe con claridad este anhelo que hemos revisado, un impulso profundo que atraviesa su creación poética. Para comprender plenamente el concepto del heroísmo en su universo literario, es necesario adentrarse en la rica complejidad de la advocación versiforme, una expresión múltiple y cambiante que, como los héroes que retrata, se transforma y adapta, siempre en busca de trascender los límites de la nave de almas.
Cualquiera es capaz de navegar en mar de bonanza, cuando los vientos hinchan las velas y no hay oleaje ni ciclones. Lo bello, lo grande, y quisiera decir, lo heroico, es navegar cuando el vendaval se desata. Un filósofo alemán dijo: «Vivir peligrosamente»30.
El peligro como modelo viviente reaviva los designios latentes del egregio cumanés, los cuales anhela y fabrica en sus líneas prosaicas, y lo manifiesta recurrentemente, tal vez no con la misma energía descomunal de su homólogo zuliano31, aquel hombre lacerado por las balas enemigas en el fango de las trincheras europeas en el momento en que Europa agonizaba y con ella los imperios que, súbitamente, fueron derritiéndose en el calor de la Historia. Ramos Sucre, no obstante, refuerza esas heridas, obtenidas en el convulso proceso de conformación de esos espíritus del pasado y resulta herido, herido por desolación profunda, herido por dolencias prolongadas, herido por la segur del sacrificio32.
Precisa ser fuertes por el valor, no retroceder jamás cuando se ha tomado una resolución, caminar siempre adelante. Precisa ser fuertes por el carácter, de modo que el equilibrio no se turbe ni cuando la Nación se ilumina con el Sol de la Gloria, ni cuando es sacudida por los golpes inmerecidos del Destino33.
Sus palabras bordean el fuego del alma, el canto anhelante, como lección bíblica que enciende las luces de los paisajes diurnos, reflejando las ruinas de los tiempos heroicos, buscando el rapto santoral de esos vestigios del mar eterno. El cumanés aviva la venganza de Dios, rompe, nostálgico, la amada noche y la alborada, divaga entre crepúsculos del reino de las quimeras, parodia mal concebida de la guerra nocturna, la misma que enfrentará con desagravio indómito aquella dulce dama en el porvenir34.
Resuelto abre paso hacia las puertas de la muerte, hastiado de la vida, ajeno al bullicio de la modernidad sintética, apartado de intrigas políticas o sucesos sociales, residiendo en las arboleadas de su imaginación con maestros que vienen de muy lejos35. José Antonio Ramos Sucre es un escritor de universos simbólicos, traductor de gestas prodigiosas que condensa la inmensidad de la Historia en formatos comprimidos en pocas líneas, descarriado en la sombra de la pesadumbre, con el espíritu manchado de glorias añejas, rememorando a los grandes hombres de su patria, sintiendo el tórrido deseo de tejer en sus orbes los estremecimientos de su alma saturada de dolor, desventura y crueldad. Calla de pronto la singularidad estilística de ese hombre montaraz, cubierto de laureles y espadas, constante en meditaciones que lo encierran en su torre, rodeando de densa neblina, grisácea y nostálgica, oscurecido por el acompañamiento de su destino final, escenario similar que nos recuerda al pobre pesaroso de Batz36.
Como si se tratase de un preámbulo desolador, anticipo de aquel funesto junio de 1930, el 28 de enero de 1914 en el periódico El Nuevo Diario, José Antonio Ramos Sucre, dueño indiscutido de una de las plumas más versadas y bellamente pulcras de la literatura venezolana, evoca lo siguiente en su poema titulado «El solterón»:
El horror del sepulcro es ya menos grave que el hastío de la vida lenta y sin objeto. No le importa el olvido que sigue a la muerte, porque sobreviviendo a sus amigos, está sin morir desamparado. Quisiera apresurar sus días y desaparecer por medio al recuerdo de la vida pasada sin nobleza, como un río en medio de estériles riberas. Huye también de recordar antiguas alegrías, refinadamente crueles, que engañaron al más sabio de los hombres, convenciéndolo de la vanidad de todo. Así concluye pensando el que de sus goces recogió espinas, y vivió inútil. Aún más desolada convicción cabe a quien ni procreando se unió en simpático lazo con la humanidad… Ahora olvidado, triste, duro a todo afecto el corazón, si derramara lágrimas, serían lavas ardientes, venidas de muy hondo37.
En una carta fechada el 25 de octubre de 1929 en Caracas, José Antonio Ramos Sucre se dirige a su hermano, Lorenzo Ramos Sucre, reconociendo la inmortalidad que significará la obra de sí mismo en el futuro, aunque surge un pasaje que resulta profundamente interesante, casi paradójico, en relación con el concepto de la heroicidad que Ramos Sucre había cultivado en su obra. En un tono que revela el peso insoportable de su trastorno nervioso, el poeta confiesa encontrarse al borde de lo que Camus catalogó como la cuestión fundamental de toda la filosofía, donde la heroicidad ramosucreana parece ceder ante el abismo de su propio malestar interior. Así lo expresa el atormentado poeta venezolano:
Creo en la potencia de mi facultad lírica. Sé muy bien que he creado una obra inmortal y que siquiera el triste consuelo de la gloria me recompensará de tantos dolores.
El desequilibrio de mis nervios es un horror y sólo el miedo me ha detenido en el umbral del suicidio38.
Durante el año de 1930, Ramos Sucre es magullado por el nerviosismo que va quebrantando sus facultades mentales, y se espanta a tal extremo, temiendo la pérdida de sus facultades mentales, que, en última instancia, su consideración se decanta por la vía más decente para derribarse finalmente ante el calvario que padece. Seis días antes de su muerte, producto de una sobredosis de veronal en el día de su cumpleaños, el 7 de junio, en carta dirigida a su prima Dolores Emilia Madriz durante su estancia en Ginebra manifiesta:
Te advierto que mis dolores siguen tan crueles como cuando me consolaba en Caracas. Yo no me resigno a pasar el resto de mi vida, ¡quién sabe cuántos años!, en la decadencia mental. Toda la máquina se ha desorganizado. Temo muchísimo perder la voluntad para el trabajo.
Apenas puedo consolarme buscando la vida de enfermos ilustres a quienes la fatalidad apagó en plena juventud39.
Es así como esta prosa refulgente nacida en el lado oriental de la nación venezolana se deshizo en cuerpo, pero asciende a categorías aún más elevadas a través de su espíritu inconmensurable, engrandecido por quienes lo han rescatado de las tinieblas de la indiferencia y han sabido apreciar el alto sentido de sus exposiciones, heroicas, solitarias, desgarradoras, esa efigie homérica que fue su corazón mancillado de penas fuera del bullicio de los enfrentamientos diarios, un perverso ciclón que arrebata paisajes, aromas y cantos de este melancólico agente de proezas pretéritas.
Eminencia de la prosa anómala, emperador del léxico, con tacto sutil que dibuja antiguas epopeyas en cortas líneas, aborrecido por muchos e incomprendido por todos, con el poderío de hacer nacer rasgos y tonos triunfales a efectos del tiempo indómito de los relojes, fervoroso visionario de los cosmos simbólicos y sombría existencia destinada a la cruz de las cenizas de la victoria. Embriagado de melancolía y sabiéndose foráneo de su tiempo, el Gran Mariscal de la Prosa se abandona, como el héroe que fue, a los brazos de la parca y sellando de esa manera la imperecedera voluntad heroica de su obra en los anales de la historia literaria de Venezuela.
En este lugar lleno de silencio, parece que sólo viviera mi corazón alentado por su recuerdo, por una sensación muerta.
Vivimos del dolor y del pasado, disipando tristezas, poniendo en fuga negros pensamientos…40
Carl G. Jung, El hombre y sus símbolos, Buenos Aires, Editorial Paidós, 1995, p. 20.
José Antonio Ramos Sucre, La torre de timón, Caracas, Lit. y Tip. Vargas, 1925, p. 4.
El Libertador Simón Bolívar hace esta afirmación en un oficio al General Juan Bautista Arismendi, fechado a bordo del buque Bolívar a 2 de julio de 1816, anunciándole la evacuación de Carúpano y la partida hacia la costa de Ocumare; véase Simón Bolívar, Obras completas, 2 vols., La Habana, Editorial Lex, 1947, I, pp. 204-205.
Roger Caillois, El hombre y lo sagrado, México, Fondo de Cultura Económica, 1942, p. 17.
José Antonio Ramos Sucre, Obra poética, Barcelona, Edición Crítica, 2001, p. 575.
Ibíd., pp. 576-577.
“Crónica: el ambiente literario de Caracas en 1920, Revista Nacional de Cultura”, n.º 9 (1939), pp. 65-66.
José Antonio Ramos Sucre, Obra completa, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1980, p. 86.
Jung, El hombre y sus símbolos, p. 21.
Jacob Burckhardt, Reflexiones sobre la historia universal, México, Fondo de Cultura Económica, 1961, pp. 50-58.
Ibíd., p. 25.
Stefan Baciu, Antología de la poesía surrealista latinoamericana, México, Mortiz, 1974, p. 51.
Mircea Eliade, Mito y realidad, Barcelona, Editorial Labor, 1991, p. 61.
El poeta cumanés padecía de un terrible insomnio que fue acorralándolo hasta el final de sus días.
Ramos Sucre ante la crítica, Caracas, Monte Ávila, 1980, pp. 24-29.
Ibíd., pp. 33-35.
El autor acuñe este término para referirse a la capacidad del cumanés de crear realidades literarias amplias y trascendentes, donde las figuras heroicas y míticas del pasado (Dante, Homero, Shakespeare) cobran vida a través de una narrativa envolvente que explora los grandes temas de la humanidad, tiñendo el relato de reflexión filosófica y profundidad emocional.
Eliade, Mito y realidad, p. 110.
Ramos Sucre, Obra completa, pp. 4-5.
Ibíd., p. 24.
Ramos Sucre trata con esmero a José Francisco Bermúdez (1782-1831) en su escrito Tiempos Heroicos a quien elogia escribiendo que del valor venezolano dio en toda su vida la más fiera, avasallante muestra. Mientras que dedica a José Antonio Anzoátegui (1789-1819) en A propósito de Boyacá un pasaje que alumbra el carácter de aquel grandísimo militar y hombre, llamándolo honroso ejemplar de la falange ambiciosa.
Ramos Sucre, Obra poética, p. 14.
Es curioso notar la falta de escritos que aborden su vínculo familiar con el Mariscal Sucre. No se encuentran elogios ni semblanzas relacionadas con el «Abel de América». Quizás esto se deba a un deseo de evitar comparaciones incómodas, priorizando así la construcción de su propia reputación a partir de sus logros personales, lejos de la sombra de la célebre familia cumanesa.
Es posible que Ramos Sucre estuviera familiarizado con la polémica y reveladora obra de Laureano Vallenilla Lanz (1870-1936), titulada Cesarismo democrático: Estudio sobre las bases sociológicas de la constitución efectiva de Venezuela (1919). Esto parece evidenciarse en sus palabras dedicadas a la efigie de Zamora: «Execremos la brutalidad de las guerras civiles, el crimen de los partidos que tomaron por divisa de sus odios los colores de la bandera nacional desgarrada, y la perenne difusión de la sangre humana que, cuando no se vierte por la libertad, ha atraído en todo tiempo maldiciones sobre la tierra culpable». La torre de timón, p. 9.
Ramos Sucre, Obra poética, pp. 28-29.
Prólogo a Obras, Caracas, Ministerio de Educación, 1956.
Máxima célebre aparecida en la obra Heauton Timorumenos atribuida a Terencio, un dramaturgo africano romano durante la República romana. Homo sum, humani nihil a me alienum puto, o Soy humano: nada de lo humano me es ajeno.
Ramos Sucre, Obra poética, pp. 22-23.
Benito Mussolini, Habla El Duce, Bilbao, Editora Nacional, 1938, p. 15.
Ibíd., p. 23.
El autor hace mención discreta al poeta y militar venezolano Ismael Urdaneta (1885-1928), quien fuera parte de la Legión Extranjera Francesa para combatir en la Gran Guerra (1914-1917).
Ramos Sucre, Obra completa, pp. 33, 103, 149.
Mussolini, Habla El Duce, p. 30.
El autor se refiere a la poeta venezolana Hanni Ossott (1946-2002). Ossott fue una destacada personalidad de la escena poética de la nación, siendo nombrada comúnmente como la principal representante de la nocturnidad poética, expresión de continuo deseo de los elementos sacros con la vitalidad.
Ramos Sucre, Obra completa, p. 725.
Philipp Batz, más conocido como Philipp Mainländer (1841-1876), fue un escritor y filósofo alemán célebre por su obra Filosofía de la redención, un tratado que explora el pesimismo cósmico. Para subrayar el punto central de su pensamiento, Mainländer llevó a cabo su trágico suicidio, un acto que consideraba coherente con los principios de su filosofía.
Ramos Sucre, Obra poética, pp. 32-33.
Ibíd., p. 545.
Ibíd,. p. 555.
Ibíd., p. 563.
Un orgullo poder servir, junto a mis compañeros, a la Patria.
Gran artículo, muchas gracias por compartir.