Renny Ottolina y las virtudes cívicas
Ensayo sobre el entusiasmo venezolano

Estoy convencido que el retorno del país a sí mismo no puede ser sino a través de su conciencia.1
¿Qué es ser venezolano? ¿Qué significa ser ciudadano, ser republicano? ¿Cómo podemos erigir una base republicana que sirva de cimiento para la formación de cuadros humanos cívicos y altamente capacitados para la vida social, política y cultural de Venezuela?
Este dilema esencial acompaña a Venezuela desde los albores de la Emancipación criolla: la distancia entre los ideales republicanos y la calidad de los capitales humanos de su tiempo. Ya entonces germinaba un mal atávico, el mal de la viveza y su expresión social: la marginalidad, que no ha desaparecido, sino que se ha metamorfoseado en una secuencia histórica, en un hábito colectivo que corroe la posibilidad de una república virtuosa.
Pensar en la formación ciudadana es volver a las páginas del Padre y Libertador, Simón Bolívar, y también a las obras de su maestro espiritual y moral, Simón Rodríguez. Ambos comprendieron que fundar una república no equivale a formarla. Fundar es establecer el dominio, liberarse de los obstáculos primeros; queda luego las ruinas de la guerra. La formación es la etapa fatigosa, el desgaste necesario, la lenta erosión de los estímulos que labran la patria y modelan una nación laboriosa, consciente de sus metas superiores y de su destino común.
Esa formación —o, al menos, el espíritu de ciudadanía— se fue perdiendo, diluyéndose entre los años fecundos de la bonanza petrolera, cuando una álgida partidocracia, comandada por Acción Democrática y COPEI, dirigía los cauces nacionales. Lo cierto es que, en medio del hartazgo generalizado a finales de la década de 1970 hacia los partidos políticos, surgió una figura singular en la vida venezolana: el llamado Número Uno de Venezuela, el conductor y publicista Renny Ottolina. Fue un ejemplo latente de civismo modélico, un ciudadano que alzó la voz por el respeto a las leyes, la defensa de los valores y la antigua costumbre venezolana del trabajo constructivo.
Renny Ottolina, en su efímera incursión política, en búsqueda de romper esquemas e imponer nuevos paradigmas a la nación venezolana, siempre ansiosa por cambios vertiginosos, cristalizó el rechazo popular a un sistema percibido como corrupto e ineficiente, principalmente por los atropellos de los partidos políticos, siempre caracterizados por el sello del partidismo —es decir, la conveniencia e importancia del individuo en el partido y no calificado bajo su competencia—, proponiendo un concepto de ciudadanía basado en la decencia y la meritocracia, en el esfuerzo honrado por enriquecer los anales patrios. Para Ottolina, el problema venezolano se hallaba en el plano espiritual y moral, exigiendo una recuperación del venezolano a través de la inversión de los valores vigentes: viveza, deshonestidad, irresponsabilidad. Su lema y visión política se resumían de forma elocuente en aquella frase:
Mi único partido es Venezuela, mi ideología, la Constitución Nacional y mi método: el cumplimiento de la ley.2
Renny fue un comunicador social, es decir, el vocero de toda una comunidad, el hacedor por el verbo de las ideas del momento; como publicista, se encargó de campañas para productos que luego rechazaría, como campañas en favor de los cigarrillos y las bebidas alcohólicas, pero su viraje, o más bien, su vuelta al problema seriamente político, lo condujo nuevamente a sus reflexiones, pensamientos que seguramente ya se hallaban cultivados, pero que, en el estado de la madurez, hallaron fascinante y directa articulación; muestra de esto es su célebre frase: «el problema no es material: el problema es mental y emocional».
Su insistencia en promover el entusiasmo por una nueva civilidad venezolana —cada vez más incómoda para los canales de televisión— lo fue empujando, poco a poco, fuera de la escena. En 1967, en la revista Semana, Renny publicaría un artículo incendiario que desnudaba el estado moral e intelectual de la televisión venezolana3. Fue aplaudido por sus seguidores y repudiado por los grandes jerarcas de los contenidos televisivos. Aquellas líneas tenían una claridad pedagógica asombrosa: en ellas se transparentaba una visión optimista de la cultura social y un profundo sentido de responsabilidad nacional. Renny comprendía la televisión no como un simple espacio de entretenimiento, sino como un instrumento de educación colectiva, una cátedra moderna al servicio del pueblo.
Emprende entonces una campaña destinada a despertar la conciencia nacional frente a los graves males que aquejaban al país. En esa cruzada moral desglosa su pensamiento: ideas claras, firmes, que giran en torno al desarrollo, la cultura, la modernidad y el progreso moral del venezolano. «El ser humano —escribe Renny— tiene una tendencia natural hacia lo mejor. La televisión venezolana no estimula esa tendencia; por el contrario, hace todo lo posible por desvirtuarla».
En el hecho siniestro protagonizado por sus hijas —secuestradas y que llenaron de temor profundo a toda la familia— se llegó incluso a especular sobre una posible motivación política del crimen4. Para entonces, Renny ya se había convertido en un abierto detractor de los movimientos de izquierda y en un comentarista incisivo de la democracia venezolana, cuyos logros, más allá de la estabilidad formal de una sucesión casi dinástica entre pequeños partidos, resultaban difusos y difíciles de percibir.
Su fama era creciente y la opinión positiva que los venezolanos le tenían estaba en un alto porcentaje, lo que lo ubicaba entre las cuatro personalidades más respetadas del país.5
No era un mero divulgador; era un hombre preparado, colmado de ideas fecundas, animoso en su empeño por la pedagogía nacional. Sentía una necesidad profunda de transmitir un mensaje trascendental: ¡el venezolano puede ser más! Toda su vida fue una demostración de una actitud inquebrantable, orientada a perfeccionar una personalidad capaz de sostener sus afirmaciones morales, técnicas y cultas. Renny no se limitaba a la televisión. Dominaba un vasto universo de idiomas: su nativo castellano venezolano, el francés, el italiano y el inglés. Conocía literatura clásica y moderna, música, pintura y cultura general. Había recorrido más de cincuenta países en los cinco continentes6. Mozart y Beethoven eran para él casi tan disfrutables como los ritmos folclóricos —siempre que estuvieran bien compuestos—. Era una dinámica de cultura sobresaliente, compactada en un carácter de perfeccionismo, rigor y altura moral.
Guillermo Morón, uno de los mayores historiadores venezolano del siglo XIX, dejaría constancia de la vasta cultura de Renny:
Poca gente sabe que Renny Ottolina, triunfador en el negocio, campeón del oficio, gran señor de la telecomunicación y comunicador por antonomasia, fue un hombre de cultura, de arte, de lectura. Pero ocultaba aquella inclinación, disimulaba su capacidad sensible, su amor por las letras, especialmente por los clásicos, como si entendiera que la cultura es marginal en Venezuela, de poco aprecio por parte de quienes tienen el poder y el dinero. Gustaba de Cicerón, de novelas, de cuentos, de historia, de ensayos y de versos. Esas aficiones intelectuales de Renny le venían de lejos, de la escuela y del liceo, de sus viejos maestros, profesores y amigos. Para mí, Renny fue el hombre más importante de la televisión venezolana en el siglo XX.7
Hacia finales de la década de 1977, renovado con sus nuevos programas radiales, Renny Ottolina resonaba entre el murmullo de la gente como un posible candidato a la Presidencia de Venezuela para el período 1979-1984. Su reputación a gran escala, su profundo sentido del civismo venezolano y su compromiso cada vez más sincero y sentido hacia el pueblo lo convirtieron en el arquetipo del ciudadano modelo. «Un hombre como Renny merece ser presidente»8, se repetía entre las personas, como un eco de admiración y esperanza colectiva.
Momentos de tensión en estos últimos años de su vida no faltaron. Cabe destacar la reunión sostenida entre uno de sus amigos y socios, Oswaldo Yepes, director de Radio Capital —la emisora por donde Renny se dirigía en voz a millones de venezolanos, siempre subrayando las problemáticas del país y sus posibles soluciones—, y los ministros de Relaciones Interiores. La conversación de Yepes estaba llena de múltiples capas, principalmente políticas: su mensaje era claro, casi imperativo, para que Renny no se involucrara ni elevara el tono político contra la administración vigente.
Por supuesto, el Número Uno no atendió los reclamos cuando fueron transmitidos por Yepes9. Poseía una voluntad solar, propia de los grandes hombres de nuestra historia. Y así permaneció hasta su último día.
Aunque, por supuesto, no pasó mucho tiempo para que las críticas de Renny despertaran con mayor fuerza la fronda del gobierno. Entonces, decidieron aplicar sobre su programa radial una medida que marcaría un antes y un después en su relación con el poder:
No obstante, los últimos días los había dedicado a criticar al Consejo Supremo Electoral (hoy CNE) y el 12 el gobierno emitió la resolución N° 283, mediante la cual decidió aplicar el literal i del artículo 53 del Reglamento de Radiocomunicaciones, en el cual se prohibía transmitir por las estaciones de radiodifusión comercial “...conceptos que afecten de alguna manera la reputación y el buen nombre de las instituciones o personas” y, en consecuencia, resolvió prohibir “...indefinidamente, a partir de ésta fecha, el programa ‘Renny en su Radio’, que se transmite de lunes a viernes a las 8 a.m. por Radio Capital”.
Al día siguiente, Renny practicó una cirugía a corazón abierto sobre todo el cuerpo de la administración adeca, dirigida por la dudosa moralidad de Carlos Andrés Pérez. ¿Pensaban los adecos —los hombres del poder— que las democracias lo eran sólo porque ellos conocían sus principios? Aparentemente no. Las democracias verdaderas son diálogos nacionales cruzados, intervenidos, incisivos, a menudo incómodos: discusiones vivas sobre cómo son las cosas y hacia dónde van. Una democracia efectiva es, en esencia, un diálogo entre los hechos y el rumbo del país. Renny era un etólogo de los gobiernos democráticos; un observador meticuloso, un jurungador de las profundidades donde anidaba la corrupción democrática venezolana.
A los inquisidores del democratismo, por supuesto, les desagradan los críticos mordaces. Son sistemas que, amparados en el patético argumento de que «no son perfectos, como ningún sistema», se justifican diciendo que al menos existe lo que ellos llaman libertad de expresión. ¿Tuvo Renny esa libertad tan extensa como los democratistas la dibujan en sus proclamas, en sus defensas fanáticas de sus apóstoles políticos —todos ellos como hienas al acecho de la presa—?
Renny emprendía una aventura política. Su candidatura era ya una realidad, tras haber conseguido las cien mil firmas necesarias. Sus elementos naturales, su carisma innato, su palabra clara y concisa —siempre opuesta al guabineo, como decía Óscar Yanes—, poseían un vigor que se incrustaba en la memoria del espectador. A nadie le gustan los demagogos, pero todos, de algún modo, terminan cayendo ante ellos. Renny no lo era. Decía las cosas como eran, siguiendo aquel principio vallenillista de llamar a la realidad por su nombre10. Sus objetivos eran nítidos: devolverle al venezolano una razón de ser. Sus fundamentos primordiales fueron la educación y el trabajo. Ese triángulo entre el ser, el saber y el hacer constituía la tríada luminosa del pensamiento venezolanista de Renny Ottolina.
En Venezuela hace falta un gobierno que agrupe el talento de todos los venezolanos. Venezuela no se puede dar el lujo de seguir siendo excluyente, por eso estoy en contra del partidismo, que no es lo mismo que estar en contra de los partidos. Los cargos en mi gabinete serán ocupados por venezolanos capaces. Todo el mundo estará sujeto a la Constitución y a las leyes. Queremos establecer la meritocracia. Entre todos tenemos que lograr que Venezuela sea el primer país del mundo.11
De manera que, con todos los ingredientes dispuestos sobre la mesa, un auténtico movimiento venezolanista comenzó a gestarse en julio de 1977, con Renny a la cabeza. Lo acompañaban jóvenes profesionales, capaces, fervorosos, deseosos de un viraje nacional optimista y entusiasta. Así nacía el Movimiento de Integración Nacional (MIN). Su lema era sencillo, pero rotundo: «Por un gobierno decente». No ofrecía promesas, por el contrario, ofrecía certezas, resultados medibles; no ilusiones, sino planes realistas con remedios ajustados a la verdadera condición del país. Si uno rastrea en la historia política venezolana los escasos movimientos de raíz nacionalista que conjugaron realismo con principios sólidos, el MIN ocuparía sin duda uno de los lugares más altos. Porque sus labores iban más allá de lo estructural o partidista: aspiraban, sobre todo, a algo más profundo y humano: «la motivación del venezolano, el rescate del orgullo de ser venezolano»12.
Ser presidente es una manera de poder cambiar el curso de la historia, para establecer un gobierno decente.13
Yo no considero apropiado hablar de este hombre como de un difunto, como de un conjunto de ideas sepultadas en el Cementerio del Este. Ese podrá ser, acaso, el recuerdo del ser vivo; pero exhorto a los venezolanos a no ver tristeza ni desolación en el final traumático del Número Uno. ¡Me opongo a esa visión agorera y fatalista!
Yo veo en los prohombres de la patria seres nunca muertos, sino símbolos dinámicos que encienden en mí el furor, el entusiasmo y la voluntad solares. Contemplo sus vidas no como meras cronologías biológicas ni como un conjunto disperso de episodios, sino como mapas irreductibles de la venezolanidad, cartas del espíritu nacional, guías morales que nos sirven de inspiración y nos llenan de energía patriótica.
Sus últimas palabras fueron como una huella patriótica que aún mantiene vigencia en el terreno venezolano de las ideas políticas y sociales, la última llamada de atención. Nunca olvidaré que Renny en alguna ocasión comentó que: «(Venezuela) es como una especie de cancha de bolas criollas para que hagamos lo que nos dé la gana con los venezolanos, con las leyes, con las conveniencias».
Y sus últimas palabras fueron una invocación a los venezolanos: “Señoras y señores que me están oyendo: invoco a su conciencia, a su integridad, a su orgullo de venezolano. Llegue usted a sus propias conclusiones. Tenemos que cambiar de actitud, de manera de ser y de pensar. Si nosotros no comenzamos por allí, de nada valdrá ningún esfuerzo. La única solución de Venezuela es a través de esa recuperación a nivel actitudinal, a nivel de principios, a nivel espiritual. Si nuestros conductores son incapaces de lograr ese cambio, estamos hundidos. Buenas tardes para todos y ¡hasta el próximo lunes, a la hora de siempre! ¡Los quiero mucho!”.14
En el Número Uno yo reconozco al venezolano solar, al arquetipo de los grandes hombres que no pudieron ser. Veo en Renny la misma llama que animó a Alberto Adriani, a Diógenes Escalante, a Arturo Uslar Pietri y a Alirio Ugarte Pelayo. Todos ellos fueron promesas de redención nacional; sólo uno, Uslar, quedó en pie ante la horda de furibundos detractores, en la última cima de la vida nacional, siempre con la esperanza de ver a la Venezuela posible. Adriani, don Alirio y Renny perecieron jóvenes; Escalante voló con la locura hacia los brazos de Truman. ¡Qué cosas! Pero no dejemos que los infortunios dicten las reglas de la historia venezolana: seamos nosotros herederos de la acción venezolanista.
¡Pero no están muertos! ¡Jamás! En ellos reconozco los signos luminosos de nuestros modelos cívicos. Y en ese mismo orden afirmo: Renny no murió en el accidente, porque el hombre, la idea, el símbolo —aquel que proclamó: «¡Venezuela nació diciendo por aquí!» — vive en el alma nacional. Ese es el Número Uno que yo llevo en mi ser venezolano.
Humanismo pragmático
Los hombres serios y trabajadores tenemos la necesidad de intervenir en la política. 15
Para Renny, el problema del país residía en su casi fatal deshumanización, en el desarraigo del espíritu en los ciudadanos, convertidos en maquinaria política-ideológica. La política tradicional venezolana, representada en los partidos políticos ya cadavéricos, aunque con suficientes masas atontadas bajo su seno, encerradas en esquemas tan atrasados y en desfase con la historia, se había olvidado de la persona humana, del ser humano. El humanismo pragmático, según Renny, nace como la vía para una conducción decente de los destinos de la nación, eliminando la corrupción y estableciendo el criterio de que la gente debe valer por sus méritos, sus actitudes en pro de la grandeza de la nación y no por un carnet político, por el tinte partidista. Renny fue, como vimos, un constante denunciante de la «carnetocracia» o «partidocracia», afirmando que se había ignorado el valor real de la persona. Su fórmula para el país era simple: «sólo trabajando saldremos de esto».
El primer paso para salir del atraso era la recuperación del hombre venezolano. El venezolano debía comprender que estaba en una grave crisis de valores y dejar de ser «ausentista, holgazán, pedigüeño, pordiosero y ladrón». Esta recuperación debe iniciar a nivel total, en todas sus dimensiones humanas posibles: la espiritual, la moral y la intelectual, pues la nación nunca valdrá más que sus habitantes:
Se plantea un cambio total en la conducción de la nación, para el rescate de Venezuela través del restablecimiento de los valores espirituales. Debemos rescatar los altos valores de la patria; de lo contrario seguiremos siendo un pobre país del tercer mundo en lugar de ser la gran nación a la cual tenemos derecho a aspirar.
El llamado colectivo de Renny a la recuperación moral del individuo resuena directamente con la doctrina del Libertador. Ottolina reconoció la frase de Bolívar, «Moral y Luces», como la base misma del problema venezolano, y la máxima que sostiene que la moral no se manda.
Motivación superior para el venezolano es lo que hace falta, porque la moral no se manda y éste es un pensamiento del Libertador, no se puede ordenar que haya en moralidad pública. La moral pública se educa, se crea, se motiva y desgraciadamente el venezolano no está motivado para nada.
El Padre de la Patria estableció que «Moral y luces son los polos de una República, moral y luces son nuestras primeras necesidades»16. En un momento en que los ejércitos carecían de todo, estas necesidades éticas y educativas eran las más apremiantes. El Libertador llegó a concebir un Poder Moral dentro de su proyecto constitucional, un «areópago» destinado a velar por la educación de los niños, la instrucción nacional, el espíritu público y la moral republicana. Esto reflejaba su escasa confianza en la moral de los ciudadanos, de ahí su intento desesperado por crear hombres virtuosos a través de instituciones. El fin último era que una República estuviera constituida por «hombres virtuosos, hombres patriotas, hombres ilustrados”17.
El cuerpo de ideas de Renny, que he optado por denominarlo humanismo pragmático, al buscar la transformación individual a nivel espiritual para luego impulsar el progreso nacional, se alinea con la creencia bolivariana de que, si hay «alguna violencia justa, es aquella que se emplea en hacer a los hombres buenos y, por consiguiente, felices»18.
Y no sólo el Libertador es espejo de estos ideales ciudadanos, sino que los valores cívicos impulsados por Renny hallan reposo, primero, en otra huella ancestral: don Simón Rodríguez; y, en segundo lugar, en un contemporáneo suyo, Arturo Uslar Pietri.
Simón Rodríguez, maestro del Libertador, sostuvo que «la política de las Repúblicas, en punto a instrucción, es formar hombres para la sociedad»19. También proclamó, con la fuerza de un auténtico visionario, que «ha llegado el tiempo de enseñar a las gentes a vivir»20, pensamiento que, siglo y medio más tarde, la UNESCO, como lo constata Uslar Pietri, haría suyo bajo nuevas formas.
El Sócrates de Caracas soñaba con hombres capaces de vivir en libertad, aprendiendo oficios que les evitaran tener que vender su espíritu o su trabajo al mejor postor. Su sistema educativo —una arquitectura moral y social al mismo tiempo— se fundaba en tres pilares: «la Educación Popular, la Destinación a ejercicios útiles y la Aspiración fundada a la propiedad»21, para que nadie viviera como un parásito del esfuerzo ajeno.
Para nuestro Samuel Róbinson, instruir no era educar: instruir era llenar la mente; educar, en cambio, era encender la voluntad y forjar hábitos perdurables. En esa idea residía su genio civilizador. «Colonizar el país con sus propios habitantes»22, decía, pues entendía que el verdadero poblamiento de una nación no se mide por cuerpos, sino por conciencias despiertas. Así, la primera escuela debía ser política —en el sentido social más alto—, y sobre ella debía asentarse el fundamento del Saber, fuerza del hispanoamericano y, por lo tanto, del venezolano.
Arturo Uslar Pietri, a su vez, insistió, siempre lleno de esa sabiduría suya, en que el taller donde Venezuela se forja «está en la escuela y en ninguna otra parte»23. La reforma educacional venezolana —afirmaba— debía tener como propósito la formación de los hombres que el país reclama: ciudadanos dotados de una recia disciplina moral y social para resistir la anarquía y la indolencia, y provistos de capacidad técnica para el trabajo y la producción24. En suma, aquella máxima robinsoniana: «Aplicar lo que se sabe del hombre, y considerar sus diferentes situaciones, para dictarle el plan de vida que debe seguir»25.
La preocupación pragmática de Renny por asegurar que los jóvenes poseyeran una preparación suficiente para integrarse a una vida social productiva se refleja en aquella divisa uslariana: «ningún habitante sin un oficio, ningún recurso sin utilización»26. En esa sentencia vibra la misma convicción de que la riqueza de una nación no se mide en minerales ni en cifras, sino en la utilidad virtuosa de sus hombres, y es el mismo sentido pedagógico que yace desde Rodríguez hasta Uslar, enseñar al hombre a vivir y hacer en el medio venezolano, con los recursos venezolanos y engrandecer los futuros venezolanos.
Uslar Pietri advirtió, con esa acuciosa mirada de estadista siempre vigente, que una educación sin orientación condenaba a la mayoría de los jóvenes a la desadaptación y al desencuentro social, y que la ausencia de una economía dinámica y de una educación orgánica provocaba una lenta erosión moral del carácter nacional. Era, en esencia, un llamado a restaurar la dignidad creadora del venezolano, esa que se cultiva en el aula antes que en el discurso demagógico. Y también sabía, y en esto se afirma Renny Ottolina, que la política es mucho más que una maquinaria de partidismo rancio, demagógico e insustancial, he aquí la política en el lente uslariano:
La política es mucho más, afortunadamente, que ese des lucido arte de promesas y engaños de las almas subalternas hambrientas de mando, es el medio superior de revelar y realizar grandes designios nacionales y poner a su servicio, libre mente, todas las. energías morales y materiales de la colectividad. Es a la posibilidad de esa política superior de la vida, del hombre y del destino nacional realizado para todos con el esfuerzo y la colaboración de todos que están dedicadas estas reflexiones.27
El Humanismo Pragmático de Ottolina representa, por tanto, la culminación de una larga corriente del pensamiento venezolano que ha intentado sanar las deficiencias nacionales no mediante dogmas ideológicos, sino a través de la formación práctica y moral del ciudadano. En él se condensa la aspiración de un país que busca rehacerse desde el alma. Cuando trataba el tema de la vivienda venezolana, en contraposición a esos ranchos abyectos que intentan ennegrecer con su estética urbana chabacana la belleza de la cuna del Libertador, Andrés Bello y Francisco de Miranda, Renny tenía claro su postura: «Hay que pensar en la manera de vivir y eso jamás se piensa, porque se han deshumanizado. La gente dejó de ser gente. Hay que pensar en una base de humanismo. Hay que pensar en la realidad de la vida».
Podríamos llamar a sus reclamos nacionales verdaderas urgencias venezolanistas, necesidades vitales de una patria que pedía despertar. En ellos no había capricho ni ambición personal, sino la conciencia profunda de un deber moral hacia el país. Su consigna era clara: preservar nuestra categoría soberana, nuestra posición, primero antes que todos. Decía Renny: «En la medida que una nación acepta los pasos de la tecnología, en esa medida se civiliza. Hay que ponerse al día con el planeta y no que nos mantengan artificialmente en un estado de atraso que los venezolanos no nos merecemos, porque los venezolanos nos merecemos lo mejor que tenga el mundo y el dinero debe ser gastado en ese tipo de equipamiento. El dinero no debe ser gastado en ayudar a otras naciones y dejarnos a nosotros en la calle».
Renny, pues, encarna la aplicación viva de la moral de Bolívar, la pedagogía vital y utilitaria de Rodríguez, y la disciplina técnica de Uslar Pietri. Fue la expresión política realizable, el intento más cercano de convertir el ideal en acción. Su candidatura no fue simple aspiración electoral, sino un viento de esperanza, porque eso, precisamente, representaba Renny: la esperanza venezolana. «Yo diría —afirma Renny a Jorge Olavarría— que, en esta candidatura, más que el voto de protesta es una candidatura de esperanza». ¿Y esperanza de qué tipo? ¿Qué hay en Renny que no se halle en otros? Él mismo, con su claridad característica, responde: «De que haya conducción decente de los destinos de la nación».
Así, el ideario político de Renny Ottolina —en el que, por cierto, se contempla la proyección de Venezuela como potencia agrícola, dejando a la bonanza petrolera la condición de recurso poderoso, pero de segunda categoría, y buscando así una verdadera independencia económica (tesis que siempre reivindicaron Uslar Pietri, Amenodoro Rangel Lamus y Alberto Adriani)— es, en esencia, un compendio de ideas eclécticas: serenas, objetivas, claras y nada populistas. Su programa era tajante en sus prioridades: contra el atraso y la holgazanería, orden y trabajo; contra la corrupción y la negligencia, leyes firmes y gente capacitada; frente al imperialismo de las ideas, un venezolanismo de raíz duradera. Renny era, en efecto, un venezolanista sentido hasta la médula.
En un pasaje insólito y estremecedor de nuestra historia política, criticó con tal severidad la insinuación de intervenciones militares o complots de la misma naturaleza, actividades foráneas, defendidas por otros venezolanos, en Venezuela que llegó a declarar que se debería «fusilarlos»28. Esa exclamación, violenta en su forma, debe leerse como la expresión extrema de indignación patriótica que provocaban en él las amenazas a la soberanía: un arrebato retórico y natural que traduce el pavor ante la vulneración de la nación venezolana, un sentimiento que cualquier patriota venezolana debe sentir ante la misma situación.
Este ideario se nutre también de un patriotismo sobrio, que no cae en el chauvinismo ni en la vanagloria vacía. Renny fue conocido por rechazar los comentarios jactanciosos de ciertas voces hispanoamericanas que pretendían menospreciar a Venezuela; comprendía que nuestros tesoros históricos, forjados por grandes hombres, bastaban para guiarnos. Creía que nuestras acciones debían fortalecer el mito heroico, no como un culto vano, sino como una pedagogía moral del ejemplo.
Por ello afirmaba con claridad: «tenemos nuestros guías», recordando que figuras de la izquierda internacional —Mao Zedong, Che Guevara, Fidel Castro o Karl Marx— podían ser objeto de estudio, pero jamás los faroles morales de la patria venezolana. Su pensamiento, profundamente bolivariano, encuentra una expresión elocuente en su manuscrito inédito titulado Bolívar ya lo dijo, verdadera declaración de fe en la doctrina del Libertador.
Incluso en el terreno simbólico, Renny quiso rendir homenaje a la figura del Padre de la Patria. Propuso, en un gesto de admirable coherencia, cambiar el nombre de la moneda nacional, argumentando con la lucidez de quien no confunde símbolos con artificios: «Bolívar no hay sino uno».
Suya es la frase «tenemos que recuperar nuestra estatura como nación» para realizar así «el destino de Venezuela directamente con nuestras manos y en nombre de todos».
Viveza y marginalidad
La sociedad venezolana ha sido, a lo largo de su historia, asediada por males profundos que han ido desgastando la virtud cívica y frenando todo impulso genuino de desarrollo. Entre los más corrosivos se hallan la marginalidad y la viveza criolla, esta última entendida como la manifestación cotidiana de la corrupción moral, la astucia que suplanta al mérito, la trampa que sustituye la nobleza del esfuerzo y degrada la honestidad del buen hombre.
Renny Ottolina, al formular su ideario político, no vio en estos males simples desviaciones sociales, sino los síntomas visibles de una enfermedad más honda: una crisis espiritual, moral e intelectual del venezolano. Frente a ello, propuso una cura radical, no de leyes ni de decretos, sino de conciencia, de educación interior. Su doctrina apuntaba a la recuperación del hombre a través del aprender a ser venezolano, única ruta por la cual puede volver a edificarse la república interior —esa república invisible que precede a toda república política— en el corazón de cada ciudadano de la patria. El mensaje, en síntesis, del humanismo pragmático de Renny, antídoto en contra de la vileza social:
Nuestro mensaje es de humanidad, yo parto del principio de que no podemos jamás mejorar a Venezuela si antes no mejoramos al venezolano, y eso se logra a nivel espiritual, tiene que comenzar a nivel espiritual. Porque sólo a nivel espiritual tú puedes tratar de cambiar la manera de ser y de pensar del venezolano, y si no cambias la manera de ser y de pensar del venezolano, seguimos como estamos.
La viveza ha sido identificada como una herencia dañina, que se manifiesta como la «práctica del engaño y de la defensa contra el engaño como sistema de la vida social»29. Esta actitud se nutre de la pobreza e inestabilidad. Arturo Uslar Pietri vinculó directamente la viveza con la descomposición social de la juventud, calificándola como «la escuela primaria del delito»30.
La viveza criolla se aprende en un «medio social poblado de incitaciones corruptoras», donde se fomenta el «ocio degradante» y el «ruin aprendizaje de las artes del pícaro y del logrero». Renny Ottolina, al abordar la crisis de valores, insistió en que los valores en Venezuela se hallaban invertidos, y esa inversión moral se traducía en una deformación profunda del carácter nacional.
La filosofía de la viveza se sostiene en el peligroso axioma popular que divide a los hombres en dos clases: los vivos y los tontos31, considerando tontos a quienes trabajan con esmero o respetan principios. Pero el vivo, el que todo lo burla, el que todo lo finge, se condena a sí mismo a vivir sin sosiego, en una feria perpetua de engaños, incapaz de confiar en nadie porque ha hecho del engaño su propio espejo.
La marginalidad es la manifestación más visible del fracaso del sistema en integrar a sus ciudadanos a la vida productiva. Uslar Pietri retrató a esa inmensa legión de jóvenes condenados al naufragio, que ven pasar «los días sin tarea y los años sin obra»32, atrapados en un medio social que los arrastra hacia el desempleo, el vicio y el cinismo. Habitantes de un mundo de antivalores; un universo de decisiones maliciosas que entorpece el desarrollo orgánico del país.
La existencia de desplazados y marginados se concentra en las barriadas pobres de las ciudades. El drama esencial de estas personas no radica en haber sido desposeídas de una vivienda, sino de una función dentro del engranaje productivo: no producen porque nadie les enseñó a hacerlo33.
Carentes de habilidades que les permitan una colocación digna, la mayoría de los jóvenes queda relegada a la condición de desadaptados y desincorporados sociales. Peor aún, un Estado excesivamente paternalista que reparta subsidios sin atender las causas profundas del mal solo consigue degradarlos más, hundiéndolos en la invalidez moral y en el parasitismo irrecuperable, y son esos males los cánceres sociales que consumen la vitalidad de la nación venezolana.
Tal situación corroe lentamente el carácter nacional, disuelve la responsabilidad personal y da paso a defensas psicológicas tan dañinas como el escepticismo o la violencia, factores que interrumpen los procesos resolutivos.
La solución de Renny se centraba en la adquisición de aptitudes socialmente útiles, en formar una juventud capaz de incorporarse a la vida productiva y así evitar que cayera en la masa de los «desadaptados y desincorporados sociales». Para combatir la corrupción y el clientelismo, esa feria de favores entre conocidos por colores políticos, Ottolina proponía instaurar una auténtica meritocracia: que el valor de cada ciudadano residiera en sus méritos y no en su filiación partidista. Los aspirantes a cargos públicos, sostenía, debían someterse a pruebas de capacidad, presentar su currículum y calificaciones, pero jamás un carnet político.
Al perder identidad, hemos perdido personalidad como nación. Una razón principal es que nos hemos acostumbrados a pensar como País y nadie se pone a recapacitar qué es el concepto país. País es cosa. El país es una cosa que se puede medir, tiene tantos kilómetros cuadrados; se puede cuantificar. Tiene tantos ríos, tantos kilómetros de costas, tantos habitantes, uno le abre un agujero y sale un chorro de petróleo, lo mete en un barril y lo vende. País es cosa. El país no implica emoción de ninguna clase. La emoción está contenida en el concepto Patria. La patria tiene la medida del corazón de quien la siente, y sólo la unión de ese sentimiento que es la patria con una cosa que es país, es lo que produce la nación. La nación es la mezcla de patria y país. En la medida en que nosotros logremos reafirmar nuestra identidad y personalidad como nación, nosotros estaremos en capacidad de divulgarnos al mundo entero a nivel cultural, porque tenemos grandes valores a nivel cultural que siempre han sido totalmente ignorados. Unos han sido ignorados por razones políticas. Ejemplo: “Es un gran pintor, pero es de izquierda”. Eso es tonto. Es un gran pintor, eso es lo que debe contar. Aquí lo que tenemos que hacer es unir a los venezolanos, exaltar nuestros valores. Recuperarnos a nivel espiritual, a nivel cultural y sólo de esa manera podremos tener relación de quien a quien, con todos los países de la tierra, no en base simplemente a que tengamos cuatro reales más por unos barriles de petróleo, porque eso no tiene ninguna, nobleza, ni tiene ninguna estatura. Tenemos que recuperar nuestra estatura como nación y de esa manera estar en paz con los países del mundo.
Renny distingue con exactitud cirujana entre país y patria: el primero, simple extensión de tierra; la segunda, llama sagrada, emoción y conciencia moral del hombre que la habita. Esta proclama, incendiaria para quien sentimos a Venezuela en el fondo de nuestras entrañas, es reveladora. Ottolina es de la misma raza de los sabios moralistas; allí está cultivada con la modernidad contemporánea el alma entera de un Fermín Toro, de un Cecilio Acosta, la verticalidad de un Rufino Blanco Fombona, la amplia visión de un Alberto Adriani y un profeta, una voz del porvenir, como siempre lo fue Uslar Pietri.
«País es cosa», dice Renny, y esa palabra retumba como un golpe en el pecho. En cambio, patria —esa palabra que enciende la heroicidad solar—, es lo que da sentido y forma al país. Sin la emoción patriótica, el país es un cuerpo sin alma; sin la conciencia moral del ciudadano, la nación se desmorona como una nube ante el torbellino.
Lo que propone Renny no es el sentimentalismo patuleto, por el contrario, invoca a la reconstrucción espiritual de Venezuela: recuperar nuestra identidad para recobrar nuestra altura histórica. Porque sólo cuando el venezolano se reconcilie con su raíz —con su cultura, con sus valores, con sus héroes y con su decencia— podrá hablarle al mundo no desde la pobreza del petróleo, sino desde la nobleza de su espíritu heroico.
Durante sus casi cinco décadas de vida, nos invita Renny Ottolina a entender que la patria no se mide, se siente; que la nación no nace de la riqueza material, sino del temple moral de sus hombres. Y ese llamado —tan suyo, tan ardiente— sigue vivo: levantar la patria no con consignas huecas ni dólares fugaces, sino con la fuerza del espíritu venezolano reencontrado. Porque, como él decía, sólo entonces podremos mirar al mundo de frente, «de quien a quien», con la dignidad de un pueblo que ha recuperado su potencia y vigor solares. Para muchos, poseía arrogancia; pero él tenía claro una cosa en su tiempo: «El único que está hablando claramente aquí en este país se llama Renny Ottolina».
Se plantea un cambio total en la conducción de la nación, para el rescate de Venezuela través del restablecimiento de los valores espirituales. Debemos rescatar los altos valores de la patria; de lo contrario seguiremos siendo un pobre país del tercer mundo en lugar de ser la gran nación a la cual tenemos derecho a aspirar...
A4jesus, El Show De Renny Ottolina - Último Programa En La TV Venezolana, YouTube, 1:10:18, publicado 17 de marzo de 2013, minuto 48:39, https://www.youtube.com/watch?v=c84G2_Ysb0Q&t=3088s.
Renny Presente, fascículo coleccionable n.º 2, dir. Rhona Ottolina, Caracas, s.f.
Carlos Alarico Gómez, Renny Ottolina, Caracas, 2010, p. 69.
Ibid., p. 80.
Ibid., p. 83.
Ibid., p. 88.
Ibid., p. 99.
Ibib., p. 106.
Ibid., pp. 106-107: «La conversación del empresario con los ministros se llevó a cabo en un tono muy cordial y educado. Al final, Lepage le sintetizó la opinión del gobierno en la siguiente forma: “Los planteamientos de Renny tienen sentido, pero son problemas estructurales que no pueden ser resueltos en una generación. El pueblo tiene que crecer y madurar, al tiempo que es necesario ir creando los mecanismos legales y los recursos humanos para atender las fallas que presenta la administración pública. No es algo que se pueda conseguir de la noche a la mañana. Las críticas de Ottolina son dignas de ser tomadas en cuenta, pero crean en la población la sensación de que estos problemas no se han resuelto por irresponsabilidad manifiesta de las autoridades y esto no es verdad. Por otra parte, si fuera posible que Renny los pudiera resolver sería una gran cosa, pero ni siquiera cuenta con una organización política que respalde su candidatura, si es que en realidad quiere dedicarse a la política. Lo que el gobierno espera de usted, señor Yépes, es que hable con Renny y le haga ver estas cosas, que baje el tono del programa, que se dedique más al entretenimiento del pueblo, que es su verdadera vocación. El gobierno no desea tomar medida alguna que sancione las constantes violaciones al Reglamento de Telecomunicaciones que Renny efectúa en su programa”. Oswaldo Yepes escuchó con serenidad los planteamientos de los tres ministros y se comprometió en hablar con Renny, pero les advirtió que era lo único que podía hacer: “Tengo un contrato firmado, seño res, y si no lo cumplo me pueden demandar. Renny es mi amigo, pero ambos somos hombres de negocios que actuamos de acuerdo a patrones preestablecidos. Así que sólo me comprometo a conversar con él sobre el problema que ustedes me están planteando”».
Laureano Vallenilla Lanz, Cesarismo democrático, Caracas, 1952, p. 210: «Las cosas son como son y no como los ideólogos quisieran que fuesen».
Carlos Arico Gómez, Renny Ottolina, p. 112.
Ibid., pp. 113-114.
Ibid., p. 115.
Ibid., p. 124.
Renny Presente, fascículo coleccionable n.º 2, dir. Rhona Ottolina, Caracas, s.f., p. 28.
Simón Bolívar, Doctrina del Libertador, Caracas, 2009, p. 141: «La educación popular debe ser el cuidado primogénito del amor paternal del congreso. Moral y luces son los polos de una República, moral y luces son nuestras primeras necesidades. tomemos de Atenas su areópago, y los guardianes de las costumbres y de las leyes; tomemos de Roma sus censores y sus tribunales domésticos; y haciendo una santa alianza de estas instituciones morales, renovemos en el mundo la idea de un pueblo que no se contenta con ser libre y fuerte, sino que quiere ser virtuoso. tomemos de Esparta sus austeros establecimientos, y formando de estos tres manantiales una fuente de virtud, demos a nuestra República una cuarta potestad cuyo dominio sea la infancia y el corazón de los hombres, el espíritu público, las buenas costumbres y la moral republicana».
Arturo Uslar Pietri, Cuarenta ensayos, Caracas, 1990, p. 272: «No terminó en San Pedro Alejandrino el hombre excelso, está aquí, sigue entre nosotros a cada hora de nuestra agitada y divagante existencia, luchando, como lo hizo siempre, para que lo entendamos, lo sigamos y hagamos de esta tierra lo que él quería que fuera: patria de libertad y de justicia, hogar de armonía y de progreso, palenque de nobles ideas y República sólida y creadora según su fórmula imperecedera: “hombres virtuosos, hombres patriotas, hombres ilustra dos, constituyen las Repúblicas”».
Simón Bolívar, Doctrina del Libertador, p. 175: «Si hay alguna violencia justa, es aquella que se emplea en hacer a los hombres buenos y, por consiguiente, felices; y no hay libertad legítima sino cuando ésta se dirige a honrar la humanidad y a perfeccionarle su suerte. Todo lo demás es de pura ilusión, y quizá de una ilusión perniciosa».
Simón Rodríguez, Obras completas, Caracas, 2016, p. 574.
Ibid., p. 351.
Ibid., p. 374.
Ibid., p. 355.
Arturo Uslar Pietri, Educar para Venezuela, Barcelona, 1982, p. 8.
Ibid., p. 73: «”Una reforma educacional venezolana no podría, pues, tener otro objeto que formar hasta donde es posible los hombres que Venezuela está necesitando. Hombres de recia disciplina moral y social contra la anarquía y la indolencia que por tantos años nos han destruido; hombres de capacidad técnica para el trabajo y la producción, contra el empirismo, la improvisación y el escaso rendimiento; hombres capaces de luchar con éxito contra la naturaleza hostil; hombres con un claro sentido de sus deberes para con la patria, para con los demás venezolanos y para consigo mismo; hombres, en una palabra, capaces de sacar adelante la empresa de crear una gran nación en el maravilloso marco geográfico de Venezuela”».
Simón Rodríguez, Obras completas, p. 239.
Ibid., p. 39: «La educación debe ser reorientada hacia la adquisición de aptitudes socialmente útiles y aprovechables para el proceso de desarrollo. La divisa debe ser ningún habitante sin un oficio, ningún recurso sin utilización, es decir ni hombres ni recursos baldíos».
Ibid., p. 38.
TIEMPOS DE VINILO, Renny Ottolina JUZGA la huelga de pilotos en Venezuela (1976), YouTube, 17:47, publicado el 14 septiembre de 2021, 20:33, https://www.youtube.com/watch?v=CVbwX5C2YOQ.
Arturo Uslar Pietri, Cuarenta ensayos, p. 195: «La viveza es la falta de fe o la mala fe, que puede perdurar a todo lo largo de las alternativas favorables y adversas de una vida. Es la práctica del engaño y de la defensa contra el engaño como sistema de la vida social».
Arturo Uslar Pietri, Educar para Venezuela, p. 22.
Arturo Uslar Pietri, Cuarenta ensayos, p. 198: «Muy hondo ha corroído en el alma nacional el mal de la viveza. Ha torcido inteligencias, ha desnaturalizado energías, ha corrompido y viciado hombres que hubieran podido ser útiles y buenos. El azar y la inseguridad le han servido de activo estímulo. Las lecciones de la experiencia se han unido a los mitos populares para crear el peligroso concepto de que los hombres se dividen en dos grandes clases: la de los vivos y la de los tontos».
Ibid., p. 144.
Arturo Uslar Pietri, Educar para Venezuela, p. 27: «Quien recorre una de esas barriadas pobres, que ponen cerco de miseria a nuestras ciudades de reciente y mal em pleada riqueza petrolera, encuentra a un gran número de per sonas, mayoritariamente jóvenes, que literalmente no tienen nada que hacer porque no han aprendido ninguna habilidad que los capacite para obtener una colocación. Son puros y simples braceros, a veces con algunos años de inútil bachillerato a cuestas, condenados a vegetar en la miseria y la inactividad».




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