
El presente ensayo, cuyo objetivo es ser presentado como ponencia en la Universidad Nacional del Santa, en la ciudad peruana de Chimbote, durante la celebración del I Congreso Nacional e Internacional de Estudiantes de Filosofía en diciembre de 2024, examina la filosofía político-pedagógica del maestro venezolano Simón Rodríguez, con énfasis en su propuesta de enseñar a vivir como herramienta esencial para la formación de ciudadanos arraigados en la sociabilidad y las costumbres de su comunidad. A través del concepto del Etnarca, se explora la figura del gobernante-educador como pilar en la construcción de una sociedad autónoma, moral y libre, donde la educación no solo es un proceso intelectual, sino una preparación para la vida en comunidad, enraizada en la tradición y la cultura.
El mundo que lo rodea
En los últimos jadeos del siglo XVIII, el mundo parecía resquebrajarse bajo el asedio de las radicales transformaciones de los pueblos que no sólo desbarataban los ordenamientos sociales tradicionales, sino que sacudían violentamente las entrañas mismas del pensamiento colectivo. La tormenta revolucionaria que culminó con la aparición de los Estados Unidos de América y el derrumbe del Antiguo Régimen en Francia ocasionó una ruptura cataclísmica en los marcos conceptuales imperativos de la época, dando paso a las nuevas concepciones ideológicas cimentadas en los principios de libertad, igualdad y fraternidad1.
Esos vientos insurgentes que compusieron el torbellino revolucionario irrumpieron en los suelos venezolanos, avivando la llama de la barbarie y el sentir indómito de los criollos por liberarse de las cadenas de la Colonia2. Como evento histórico, hace temblar los cimientos de las estructuras institucionales de la Corona Española manifestándose en los sucesos primerizos que pavimentarán el recorrido hasta el 19 de abril de 18103.
Durante el acelerado y convulso desarrollo de transición entre el siglo XVIII y XIX, las ideas de la Ilustración envuelven a Simón Rodríguez, figura excelentísima de nuestra historia nacional maltratada por la vil indiferencia, siendo vestido con mantos burlescos, llenos de misterios y leyendas, muchas de ellas absurdas a torrentes, con el objeto de desdibujar su magna influencia y peso histórico en la educación venezolana y americana.
Este hombre deambulante y lleno de manantiales de ideas frescas y originales, nació en Caracas en 1769 como expósito4, siendo hijo de nadie e hijo de todos. En sus primeros años como escolar, con un sentido agudo para inmiscuirse en obesas lecturas, no le fatiga leer, aunque con dificultad de traducción, obras de los enciclopedistas franceses y textos influyentes de la educación ilustrada como el Emilio de Rousseau o el Eusebio de Pedro Montengón5. Ambos textos abarcan problemáticas educativas y planteamientos pedagógicos buscando renovar las bases de la instrucción pública, temáticas que empezarán a calar hondo en los intereses del caraqueño.
Sensible a las imperfecciones de los sistemas tradicionales de la provincia, adiestra su espíritu en la elaboración de soluciones eficaces para el mejoramiento sustancial de la educación general. En 1794, Simón Rodríguez presentó entusiasmadamente el más antiguo plan escolar venezolano6 que abarcaba desde la infraestructura hasta la formación docente, con el propósito de preparar a los niños para una vida social productiva e integradora. Su propuesta buscaba beneficiar a los excluidos por la pobreza, formando artesanos y ciudadanos útiles, y desafiando prejuicios y prácticas obsoletas dominantes de la Caracas colonial. Sin embargo, ante el rechazo del Cabildo, Rodríguez renunció y se retiró a la enseñanza privada7. Este hecho cristaliza aún más su desentendimiento natural con el ambiente social incompatible con sus marcos conceptuales, acentuados y robustecidos por la rápida absorción que realiza de las obras provenientes de la Europa sacudida por el engendro criminal del Dr. Guillotin8.
Por obra del destino, termina como maestro del niño huérfano Simón Bolívar por un tiempo, con quien entabla una relación de guía-discípulo que ha suscitado los más vivos debates y las teorías más románticas de cómo el insuflo de las luces de este sarcástico y excéntrico educador proporcionaron al futuro Libertador de América las nociones que más tarde se traducirían en la epopeya de la Independencia de la América española. Tiempo después, tendrán una segunda aventura en Europa mucho más significativa que la primera, con un mozo Bolívar apesadumbrado por la repentina muerte de su esposa, tambaleante y confuso, quien halla en diálogos reflexivos con su maestro los faroles que le harán ver con claridad aquel destino glorioso que juramenta con Rodríguez en el Monte Sacro de Roma.
En 1797, en el marco del fracaso del proyecto independista de Gual y España, fuera de Venezuela, se mueve por diferentes países empezando por las Antillas inglesas de Jamaica, en donde comienza una vida en el más discreto anonimato bajo el seudónimo de Samuel Róbinson9, aprende el inglés y, como residente, es testigo de la posibilidad de una sociedad organizada y con sentido ciudadano. Seguidamente se traslada a la comuna francesa de Bayona, ahí traza sus jornadas que lo llevarán a conocer Italia, Bélgica, Holanda, Polonia y Rusia, permaneciendo luego un par de años en Londres. Madura sus orientaciones filosóficas y refina sus apreciaciones sobre las ideas pedagógicas, amplía los repertorios de su vasto conocimiento y contacta sutilmente con las prematuras raíces del positivismo y el socialismo que más tarde dominarían la escena social e intelectual de toda Europa occidental. Anticipa el advenimiento de nuevas formas de organizaciones sociales, principios políticos y modos de producción, empapándose de pensamientos que comenzaban a crecer sigilosamente en las atmósferas de diferentes países. En este tiempo, también se convierte en un millonario del idioma, instruyéndose en italiano, alemán y portugués, además del inglés y francés que dominaba con perfectibilidad.
Aparentemente, no tiene casi o ninguna participación directa en el cruento y sangriento período emancipador que va desde 1810 a 1824, en donde las tierras venezolanas se inundaron de la sangre de sus hijos en las encarnizadas guerras civiles que culminaron con la victoria patriota en los campos de Carabobo. Se presenta en Bogotá en el ocaso de la guerra asumiendo nuevamente el nombre de Simón Rodríguez, comprende que es momento de prestar sus servicios al continente y esboza exámenes minuciosos de la realidad americana, escribe sobre sus posibles formas de ordenamiento político y social, anuncia modelos que pueden fortalecer la presencia de valores republicanos e inicia trabajos fatigosos en Colombia, el Perú y Bolivia. Un sólo hombre lo entiende y estima, el más importante del momento: el discípulo a quien llaman Libertador. Sus propuestas son desdeñadas ahí en donde trata de ensayarlas, incluso siendo incomprendido y apartado por gentes capaces como el Mariscal Sucre en su estancia en Chuquisaca. En 1830, la muerte de Bolívar cierra cualquier posibilidad de triunfo para los intentos de Rodríguez por ensamblar las ideas educativas que revolotean en su cabeza. Publica sus principales obras en los años venideros a la muerte del Libertador como Defensa a Bolívar o Sociedades Americanas, esta última siendo modificada hasta cuatro veces desde el año 182810.
Olvidado en medio de las disputas intestinas que colmarán al continente en el siniestro de los revanchismos caudillistas durante el resto del siglo XIX, este hombre lleno de luces morirá solitariamente en un pueblito remoto de la costa peruana11.
A pesar de su vida manchada de encontronazos con quienes divergían de sus ideas, las aventuras sin rumbo aparente y los fracasos constantes en los lugares en que pretendió reformar la educación republicana para América, el genio de este hombre sobrevivió con dificultad a los tiempos bruscos y fue rescatado por otros iguales de luminosos que él, como el Dr. Arturo Uslar Pietri.
El maestro Rodríguez pertenece a esa legión de pensadores universales sin fronteras, los cuales quiebran los moldes convencionales con la fuerza de sus escritos, honestos y perspicaces, invitando a las gentes a un ejercicio creativo y desafiante frente a la realidad, lo cual resultaba inaudito para su tiempo. Destaca el uso de su coherencia inquebrantable: escribía como pensaba, recurriendo siempre a sus principios y bases, tan movedizas y cambiantes, pero con una naturaleza inmutable que caracteriza su obra, aún inexplorada en gran medida. Sus métodos gráficos, que traducen esos océanos de saberes inagotables, es una singularidad de su vasta cultura, abriendo las costuras de la rígida composición intelectual e introduciendo elementos vanguardistas que hacen vibrar la presencia, aunque escasa, de sus obras.
Un hombre embriagado de esperanzas por conducir a los recientes pueblos fundados a la elevación de la virtud y el sentido de las ideas republicanas, emancipando al hombre en pensamiento y espíritu, robusteciendo la cultura de la sociedad americana, tejiendo las redes de una civilización apoyada en sus raíces constitutivas, en una tradición vigorosa con un amasijo de costumbres que definan el rostro de tan fértiles energías humanas. Fue él misterio, contradicción, aventura y luz; el retrato de la sabiduría rebelde, oponiéndose a las prácticas desfasadas que nada podían ofrecer a las emergentes sociedades de las guerras fratricidas, yéndose con amargura y tal vez con cierta nostalgia por no alcanzar los retos que se exigió a sí mismo ante la inmensidad de la labor americana.
Enseñar a vivir
Ha llegado el tiempo de enseñar a las gentes a vivir12.
Rezagado por el tiempo y el aceleramiento industrial, el incremento de la urbanidad, la separación cada vez más definitoria entre aprendizaje y vivencia, el saber se ha convertido, progresivamente, en una cuestión abstracta y fría, dependiente de los libros de texto, lecciones exánimes, ponencias ausentes de estímulo, que no terminan por afianzarse con naturalidad y brío en los espíritus jóvenes sedientos de aprender los contenidos fundamentales de la vida y sus desafíos diarios.
En el pasado, los niños campesinos debían involucrarse en las actividades de sus padres y de las personas mayores, fundiéndose esa dulce infancia en la rudeza de los hábitos del trabajo, algunas veces de suma fatiga y agotándoles la energía que bien podría ser combustible de fecundas ideas del porvenir. Pero en la oscuridad del deber hallamos otra imagen fulgorosa: la de ser útiles en las vidas que debían emprender, la de integrarse con armonía en sus sociedades, cumpliendo con sus obligaciones y dotando a las relaciones humanas con un porcentaje de su participación activa. El niño aprendía en la medida en que se hacía valer por sí mismo, absorbiendo las tradiciones no como lecciones académicas, sino por el medio de la imitación, procurando encarnar la inteligencia resolutiva, ideando formas de superar problemas inmediatos. Era una relación cercana entre la vida y el aprender, el trabajo y la vivencia conjuntas que orientan a la mente y las manos; cerebro y manos no pueden cohabitar sin una acción común, no hay sino una tendencia que perdura en la vida: la de crear.
En sus primeras andanzas y propuestas por reformar la escuela, Rodríguez presenta un informe peculiar al Cabildo de Caracas, titulado Reflexiones sobre el estado actual de la Escuela y nuevo establecimiento de ella. En el contenido de este texto se presentan por primera vez las ideas plenamente articuladas de Rodríguez sobre el sentido práctico de la educación. Su carácter enérgico, conducido por sus múltiples ideas, no podía permitirle permanecer inalterable frente a las necesidades de reforma de las escuelas coloniales, resolviendo dirigirse prudentemente, pero con audacia al Ayuntamiento caraqueño. Sintetiza sus enunciados en seis apartados:
1. No tiene la estimación que merece; 2. Pocos conocen su utilidad; 3. Todos se consideran capaces de desempeñarla; 4. Le toca el peor tiempo y el más breve; 5. Cualquiera cosa es suficiente y a propósito para ella; y 6. Se burlan de su formalidad y de sus reglas, y su preceptor es poco atendido13.
El maestro caraqueño planeaba, como idea principal, crear una enseñanza objetiva dirigida a lo útil y gobernada por el interés del alumno. Combinada con los juegos, diversiones y paseos14. Indignado por la percepción deplorable que se tenía de la función social de la escuela, Rodríguez evoca el destello de las ideas desarrollistas y flamantes que aguarda en sí mismo. Esta desembocadura de proposiciones dibuja el estado de atraso en que se encontraba la situación educativa caraqueña. Rodríguez plantea así el énfasis en el aprendizaje de los oficios rudimentarios, despreciados y subestimados por aquellos que, endulzados por nociones más respetables, abandonan la posibilidad de su empleo en el avance eficaz de la instrucción general. El aprendizaje que sólo se conduce por métodos de conocimiento aglutinado forma mentes incompletas, por cuanto alejadas se encuentran de la realidad de las actividades elementales humanas. Así, cuando una cosa buena se desprecia, es por uno de dos motivos: o por temeridad, o por ignorancia15. En otras apreciaciones, el documento expuesto es un diagnóstico preclaro de todos los asuntos relevantes del estado, método y función de la escuela colonial en Caracas. La educación robinsoniana es el eje de la creación de aptitudes hondas y de calidad.
El notable informe procuraba el enlace entre las nociones científicas y las prácticas humanas, buscando una unión duradera entre el conocimiento y la acción, pues para realizar cualquier labor es imprescindible conocer sus procedimientos, y, de igual forma, para comprender algo, es necesario aplicarlo en la realidad. Por lo que, la escuela, como recinto del saber, debe estar íntimamente ligada al desarrollo del quehacer asociado con los obstáculos que presenta el mundo: darles apropiadamente a los niños las propiedades necesarias, fundando un modelo de vida basado en la utilidad, no en un sentido mecánico ni simplista, sino entendido como las maneras de hacer mundo a partir de sus saberes integrados a la materia de uso. Las sociedades exigen visionarios y autores de planes de desarrollo, ideas que fecunden avances en los diversos sectores civilizatorios. En un mundo poblado por pensadores e intelectuales, no podemos prescindir de esa aristocracia de valores y espíritus interpretadores. Empero, tampoco debemos caer en el error de restar importancia a las acciones de obreros, artesanos, carpinteros, ingenieros y a todos aquellos oficios que, con su labor, reparan el tejido social y contribuyen a la solución de las circunstancias que enfrentamos diariamente.
La enseñanza de la vida, concebida dentro de los términos de una utilidad significativa, esto es, una mente cabal dispuesta a obrar es el objetivo del método robinsoniano. Porque, tal como expone el genio, es preciso que el Maestro al tiempo que trata de rectificar el ánimo y las acciones de un niño; y de ilustrarle el entendimiento con conocimientos útiles, trate también de consultarle el antojo sobre las diversiones, juegos y paseos que apetece, si no quiere hacerse un tirano a los ojos de sus padres16. Docencia lúdica enfrentada a la tiranía de la ociosidad, que es fuente de vicios y menudencias; el objeto de este aprendizaje es colonizar valores de práctica y corazón.
Ante la ausencia de una fórmula óptima, el niño aprende de la escuela tan sólo inconexión y nadería, mientras que la calle, en el barrio, en la vida callejera le plantea un campo que Uslar Pietri denominó como la antiescuela17, un producto de esta separación entre vida y aprendizaje efectivo, una aglomeración de valores iracundos que permanecen flotando en el inmenso y hondo escenario de la calle, la cual prepara a los niños en la anticultura, fabricando espíritus fieles de la perniciosa viveza criolla. Ese atolón inapetente que es la escuela de teorías y bases distantes contrasta enormemente con la atracción que ejerce la vida sucia, la del espectáculo, la del ocio y la del placer desmedido, porque justamente es reflejo desfigurado del valor educativo y cultural.
Esto lo previó asombrosamente Rodríguez durante toda su vida de educador y luchó desde su juventud por el asentamiento de esa visión humanística, técnica y efectiva, por una cultura del trabajo creador, de la formulación de soluciones nacientes de unos conocimientos verdaderamente eficaces en su uso. El maestro anárquico empleó labores que, en su tiempo de prejuicios y vacuidad de miras, eran despreciables, especialmente para las castas altas que no podían tolerar que ese Quijote ilustrado obligara a sus hijos a realizar sillas o mesas, como si se tratase de oficios despreciables, cuando son anexos básicos de una sociedad compleja en donde el trabajo se extiende a las áreas más necesitadas de competencia y habilidad.
Más allá de arrojar sobre las cabezas de nuestros jóvenes estudiantes montones de textos gigantescos sobre geografía, aritmética o gramática, lo que se debe enseñar fundamentalmente es cómo integrarse en el ecosistema de lo humano, repleto de dificultades y desafíos, obligándonos a exponer soluciones y preparando nuestro desarrollo como obradores de destinos comunes, como pueblos y como personas, comprometiéndonos a aprender a ser18.
Es elocuente observar como este método de enseñar al alumno a ser, entendiéndose como el proceso de formarse en espíritu y obra, está irremediablemente presente en la influencia que ejerció Rodríguez sobre el Libertador. El amor y el respeto que profesa el genio de América a quien fue su ancla y guía en los principios que madurarán en su espada hecha de gloria nos revelan resultados admirables de esta enseñanza. Bolívar lo retrata en aquella mítica y hermosísima carta que le dirige, sabiéndolo residente en el Nuevo Mundo, después de su larga estadía europea:
¡Oh mi Maestro! Oh mi amigo! Oh mi Robinson!, Vd. en Colombia! Vd. en Bogotá, y nada me ha dicho, nada me ha escrito. Sin duda es Vd. el hombre más extraordinario del mundo; podría Vd. merecer otros epítetos, pero no quiero darlos por no ser descortés al saludar un huésped que viene del Viejo Mundo a visitar el nuevo; sí, a visitar su patria que ya no conoce, que tenía olvidada, no en su corazón sino en su memoria. Nadie más que yo sabe lo que Vd. quiere a nuestra adorada Colombia. ¿Se acuerda Vd. cuando fuimos juntos al Monte Sacro en Roma a jurar sobre aquella tierra santa la libertad de la patria? Ciertamente no habrá Vd. olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros; día que anticipó, por decirlo así, un juramento profético a la misma esperanza que no debíamos tener.
Vd., maestro mío, cuánto debe haberme contemplado de cerca, aunque colocado a tan remota distancia. Con qué avidez habrá seguido Vd. mis pasos; estos pasos dirigidos muy anticipadamente por Vd. mismo. Vd. formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que Vd. me señaló. Vd. fue mi piloto, aunque sentado sobre una de las playas de Europa. No puede Vd. figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón las lecciones que Vd. me ha dado; no he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que Vd. me ha regalado. Siempre presentes a mis ojos intelectuales las he seguido como guías infalibles. En fin, Vd. ha visto mi conducta; Vd. ha visto mis pensamientos escritos, mi alma pintada en el papel, y Vd. no habrá dejado de decirse: todo esto es mío, yo sembré esta planta, yo la regué, yo la enderecé tierna, ahora robusta, fuerte y fructífera, he sus frutos; ellos son míos, yo voy a saborearlos en el jardín que planté; voy a gozar de la sombra de sus brazos amigos, porque mi derecho es imprescriptible, privativo a todo19.
Grato resulta el hecho de cómo puede penetrar las enseñanzas bien dirigidas de un maestro capaz en un corazón juvenil que, luego de recibir tan eminente instrucción, pretende continuar el camino de una existencia singular, arraigada a los preceptos de ese aprendizaje de espíritu, alentando a la realización de magnas obras, siendo una pieza elemental de su sociedad. A tal efecto, podemos calificar a este río de valores como una corriente de sentido excelso para los niños, evitando perderlos en los riscos viciados del despropósito y en la perfidia de la mediocridad, convirtiéndolos en arquitectos de sociedades diestras en su labor de dirigencia y aptitud para el trabajo en la vida colectiva e individual. Rodríguez advierte que la enseñanza para la vida consiste en ese conjunto de saberes enlazados a las formas de haceres diversos, reuniendo con certeza los atributos del intelecto y los principios creadores, formando ese modelo de hombre americano sirviente de su sociedad y gobernante de sus deseos: un ciudadano positivo y pragmático.
La lengua y la mano, instrumentos de perfección, dotes precisos del hombre, son objeto de la enseñanza, a los cuales no se les puede dejar caer en la mezquindad, viciando sus potencialidades, perturbando sus propósitos. En la instrucción básica, tradicional y la cual se contagia de la robótica y apática enseñanza de antaño, se acostumbra, erróneamente, a fijar métodos rígidos que desahucian a los alumnos y los priva de brotes rebeldes de creatividad e innovación: ¡Así, así y siempre así!20 No hay facultad que requiera mayor desarrollo, estímulo y vigorosidad como la de pensar. Sin esclarecer los por qué y para qué de conocer, explorar, interiorizar y aplicar los diferentes conceptos los aprendices andarán deambulando en una densa neblina de incertidumbre y sinsentido, acumulando materiales de conocimientos inertes sin ninguna funcionalidad efectiva, desvaneciéndose ante la urgencia de la acción positiva y real.
Un taller para la vida, esto es la escuela robinsoniana, un desglose de prácticas que arrojen instrumentos sociales al educando, sirviéndose de un conjunto de habilidades que lo preparan eficientemente ante los retos de la vida trabajadora, social, siempre en pugna con diferentes obstáculos y con intensidades variadas. El hombre americano, ese ser amasado entre diferentes estirpes y conjugado por una cultura en búsqueda de su identidad fehaciente, mejorado en inteligencia y aptitud, podrá convertirse en una realidad actuante si el sistema educativo, si los preceptos de la filosofía social republicana, amolda el sentido de su destino histórico al estímulo de su energía trabajadora.
Sociabilidad
El objeto de la instrucción es la sociabilidad y el de la sociabilidad es hacer menos penosa la vida21.
Dimensionar la obra de Rodríguez requiere de insondables elogios y contemplaciones, continuos estudios y miradas al ideario filosófico-pedagógico que él construyó para entregar a la América republicana sus credenciales de tierra fundada y orientarla, rebosante de principios, a su destino histórico-político.
Trató el Sócrates de Caracas de otorgar marcos conceptuales novedosos a todo aquel espíritu infantil inundado de potencial, sabiendo los peligros de la rigidez oscurantista que surge del deterioro educativo en épocas trastornadas por cambios sociales abruptos. Augura días de incertidumbre, súbitas apariciones de adaptaciones fraudulentas de moldes políticos e ideológicos no aptos para el cuerpo deforme de la América española. Afirma, tajante y firme, en advertencia al inicio de su insigne obra Sociedades americanas que en la América del Sur las Repúblicas están establecidas, pero no fundadas y declara un deber ciudadano el contribuir a esa fundación con la instrucción de luces de cada hombre, no limitándose al establecimiento, sino a la de sostener esa realización en el tiempo22. El signo de perdurabilidad de una creación mantiene decidida relación con el esfuerzo colectivo por soportar sus bases, lo que indica un trabajo conjunto, esta firmeza colectiva es la mantención de la nación.
Rodríguez no cree necesario ni viable el regreso del monarquismo y prevé el reto dificultoso de implementar el tapiz republicano, creyendo que la América es el único terreno fértil para la siembra de los valores de la República posible. Con la aparición de la primera edición de Sociedades americanas nos anuncia el pródromo de su descripción de lo que se debe hacer en materia social, educacional y política. Traza una nota importantísima, tal vez como una advertencia del surtidor ideológico de los caudillos que empiezan a alborotar los tejidos sociales, en donde se puede leer:
Solo para los hombres sensatos es recomendable la claridad: los que aparentan saberlo todo, envuelven en oscuridades lo que saben, y niegan que aprenden, en el acto mismo en que están aprendiendo: sin advertir que lo que saben, lo aprendieron, y tal vez…. muy poco de sí mismos23.
Para Rodríguez, las sociedades americanas debían basar sus conductas colectivas en los preceptos de la filosofía social republicana, esto lo retrata con la idea de sociabilidad, un concepto que, aunque mencionado escasamente en su obra, es descrito y desglosado de muchas formas en sus escritos. El término de sociabilidad, cualidad innata del hombre, debe ser dirigida y estimulada, pues partiendo de la idea de hombres asociados naturalmente en el hábitat colectivo, se exige la relación cooperativa con los otros miembros de la sociedad. Como ciudadanos de una República o aspirantes a ella, cumplimos los roles sociales de participar dentro de los esquemas de las leyes, contribuyendo a su mejoramiento y a la vez que los emulamos con nuestras costumbres cívicas. Así, la sociabilidad es una vida activa, una ciudadanía viva, un común esfuerzo en integrarse a un cuerpo nacional que se componga de valores rectos: luces y virtudes.
Enseñar a vivir es, por lo mismo, enseñar a vivir en sociedad: aprender a ser en sociabilidad, un entorno de dinámica correlacionada, insertada en la red social republicana. Pero, si se planifican lecciones alejadas de estas normas elementales, perdemos el uso constante de los ejercicios ciudadanos y atrasamos el desarrollo ulterior de la estructura social. Rodríguez destaca la lengua como componente unificador de pueblos para esta misión de fortalecer lazos comunitarios, el lenguaje o el arte de pintar las palabras corresponde a un mismo modo, refiriéndose a una lengua nacional que, en disciplina de comunidad, puedan aprenderla en su totalidad y servir de eje orientador para los objetivos de la República.
El dogma de cualquier lenguaje es hablar para entenderse. Y el de una lengua nacional es que todos los nativos la articulen, la canten, la construyan y la escriban del mismo modo24.
Aprender a escribir, a hablar y a pensar, en el modo republicano, adaptados a las circunstancias del ambiente nacional, es lo que proporciona, en cierta medida, sustancias homogéneas en las capas sociales. No obstante, la América en que Rodríguez plantea su serie de reflexiones es una masa continental huérfana de instituciones y tradiciones, resultado del florecimiento de la visión epopéyica de la gesta emancipadora que, con sus espadas y laureles, cubre el pasado de la Colonia, desmembrando tres siglos de institución formalizadora de nuestro recorrido histórico. Es una crisis regional de asumir identidades y Rodríguez acude a ese llamado crítico para presentar las credenciales de una nueva América, la América republicana.
El ciudadano republicano, en la visión del Róbinson caraqueño, es aquel que no solo dibuja las letras con la palabra, sino que plasma la moral en sus obras, conjugando en sí mismo el método de la sociabilidad25. Este ciudadano es la síntesis de cerebro y manos, de inteligencia aplicada a la técnica, de intelecto que no se aparta de la vivencia cotidiana. Y es que, sabiendo que habita en una región azotada por la incertidumbre y la confusión, Simón Rodríguez no se detiene en su incansable reflexión, evocando con renovada entereza sus ideas de sociabilidad como un proceso urgente de unión nacional. Su llamado a los padres es claro: pensar, ser los exportadores de grandes ideas y erigirse en espejos de virtud para sus hijos, los niños que habrán de forjar el porvenir americano. Así, la sociabilidad no solo es teoría, sino el tejido que enlaza moral y acción en la construcción de una verdadera república.
Envolverse en sociabilidad significa un compromiso social y moral, rechazando la sinvergüencería, la ociosidad, la ignorancia, que es atraso y enfermedad en sociedades aspirantes a ser modélicas, excelentes y laureadas. Y reacio a cualquier forma de abstracción estéril, a los teoremas de papel, a las insuficiencias de los hombres autómatas, declara los tiempos advenidos de pensar, ese acto venerable que engendra productos mentales y acciones loables, definiendo la habilidad socializadora como una cualidad de existencia práctica y sensible, alejada de una visión errante del intelectualismo minusválido. Unión en la lógica; organización en la instrucción; convivencia orgánica entre la sociedad y la enseñanza26.
El uso de la libertad, tanto como noción humana como elemento social, es columna vertebral en el proceso de la sociabilidad. Es a través de la libertad que el individuo abandona el oscuro túnel de la necedad para encaminarse hacia la luz de la razón, y es precisamente en ese tránsito donde comienza el entendimiento profundo de la civilización. La libertad, entonces, se convierte en el instrumento esencial para perfeccionar las instituciones, dándoles forma y carácter republicano, moldeando el entramado social y político con la claridad que solo la razón puede otorgar. Saberse como hombres libres, conscientes de la necesidad del acto de convivencia efectiva, es uno de los objetivos sociales de la sociabilidad. Para nuestro Sócrates, la verdadera libertad no es anarquía ni desorden, sino el fruto de una educación que enseña al ciudadano a gobernarse a sí mismo en armonía con las leyes y las instituciones republicanas, contribuyendo al progreso colectivo y a la perfección saludable de la sociedad. Esta libertad es un vehículo de transformación social, un medio para elevar tanto al individuo como a la comunidad, y su plenitud solo se alcanza cuando se vive bajo los principios de virtud y justicia, adheridos a la filosofía social republicana27.
El curso natural de los hombres en procesos sociales espontáneos y desafiantes, como lo fue la América en el ocaso independentista, los lleva al umbral de la transformación radical con métodos insólitos, pero con una energía creadora admirable que edifica las nuevas formas de vidas nacientes de la voluntad de crear caminos y horizontes emergentes de posibilidades. Esa masa amorfa, repleta de brío y locura, va delineando sus contornos, sus márgenes, adaptando el volumen de sus ideas y se convierten, súbitamente, en instrumentos de la necesidad de la época, en actores involucrados en la rendija de la historia misma. El bien social alivia las fricciones, tensiones y cicatrices entre los grupos adyacentes, y ese principio de mejoramiento benéfico es a lo que se refiere Rodríguez cuando afirma que la sociabilidad disminuye la penuria de la vida.
Podríamos sintetizar el fin de la sociabilidad como la común necesidad de la sociedad de integrarse en una misma línea de destino histórico, bien lo resume el caraqueño de la siguiente manera:
La mayor fatalidad del hombre en el estado social es no tener con sus semejantes un común sentir de lo que conviene a todos28.
Esa ausencia de sentimiento unificador, que proporciona unidad espiritual y forma cohesión orientativa puede ocasionar un proceso de disgregación que trastoque los procesos naturales de su desarrollo como grupo humano.
La sociabilidad, en la visión fecunda y vasta de Simón Rodríguez, no es mero instinto gregario o el simple hecho de coexistir en el ámbito social; es, más bien, urdimbre delicada y engorrosa donde el hombre, como artesano de su propia humanidad, se entrelaza con sus semejantes en un proceso de mutua formación y elevación. Es un espacio de comunión profunda, un laboratorio en el que el ser individual, con su carga de pasiones, de virtudes y defectos, se convierte en parte indispensable de una maquinaria mayor, aquella de la república, donde la virtud no es abstracción sino praxis vivida. En este proceso, las costumbres, la moral y las ideas no se imponen desde un trono distante, sino que brotan orgánicamente desde la raíz misma del pueblo, para ser cultivadas a través de la educación y la interacción cotidiana. Así, la sociabilidad no solo se manifiesta como el arte de convivir, sino como la alquimia de transformar la convivencia en un acto de construcción de la comunidad, donde el alma republicana halla su mejor expresión, su pulso constante, su destino irrenunciable.
Gobernante nacional
El gobierno ha de ser etológico y el jefe… etnarca29.
Frente a una sociedad ausente de valores ciudadanos y liderazgo político, perteneciente a un vacío institucional, legado de la erosión libertadora, se debe recurrir a las operaciones requeridas para edificar un nuevo orden social. Operación, en este sentido, es un conjunto de acciones fundamentadas en tres principios interrelacionados: dogma, disciplina y economía30. El dogma es el compuesto doctrinario que respalda la operación; sobre él se construye la base filosófica o política de la acción. La disciplina es el mecanismo que regula las acciones, asegurando que se ejecuten de manera ordenada y en consonancia con el dogma. Finalmente, la economía se refiere a la gestión eficiente de los recursos empleados para llevar a cabo la operación de acuerdo con las directrices de la disciplina31. En conjunto, estos tres elementos garantizan la coherencia y efectividad de cualquier acción o proyecto. Por lo que, la constitución de un gobierno eficiente no puede prescindir del ordenamiento de las tres directrices presentadas, formando una visión de Gobierno orientativo de principios.
El mismo hecho de gobernar debe entenderse como la conjugación práctica de cuatro elementos políticos de orientación social:
Ordenar, dirigir, regir y mandar32.
No se trata de funciones aisladas, sino de un sistema interrelacionado que opera en conjunto para lograr el equilibrio en la sociedad. Ordenar proporciona la base estructural, implica la organización eficaz de los espacios públicos, establecimiento de normas que engendren fluidez en la sana convivencia entre la ciudadanía; dirigir se refiere a la capacidad de designar un rumbo común, la labor educativa de orientar al pueblo a través de la instrucción y los valores propios de su identidad en un plan de gobierno estructurado con metas fijas y alcanzables según el ambiente predominante; regir posee sustancias de legitimidad efectiva, en contraste con el ordenamiento, el acto de regir proporciona la ejecución de dichas bases morales en cuerpos de leyes legítimos; mandar es el uso de la autoridad para el cumplimiento de las decisiones que resguarda la sociedad de la disgregación, asegurando la integración nacional. Un buen gobierno, en el sentido robinsoniano, es orgánico según los preceptos culturales de la patria, naturalmente constituido por la encarnación respetuosa de sus costumbres, que manda y educa, simultáneamente, elevando sus virtudes y luces, robusteciendo la acción individual y preservando la norma de la ley en la acción pública, evitando desarraigamiento de la estructura disciplinaria.
El excéntrico maestro hace uso didáctico de la metáfora para describir la naturaleza de la dirigencia política elaborada a partir de estos principios de liderazgo. El gobierno, dentro de la visión del caraqueño, es adaptable a la etología, en cuanto a su unión conceptual comparativa, afirmando que el gobierno deberá ser etológico. En la etología se estudia el comportamiento de los seres vivos, especialmente de los animales, y es habitual utilizar el método de la observación para comprender sus entornos naturales y los distintos elementos interactivos de su ambiente compartido. Rodríguez sugiere que un gobierno etológico es aquel que observa, estudia y se adapta a las usanzas, valores y comportamientos propios del pueblo que gobierna, en lugar de imponerle reglas personalistas y sistemas impropios o artificiales. El tipo de gobierno que piensa acertadamente Rodríguez es uno respetuoso y fiel a sus costumbres y tradiciones, consciente de la naturaleza social que lo integra y que no debe ser violentado por las fuerzas embarcadas de otras formas de gobierno extranjero que resultan remotas, desformes y graves por sus características incompatibles con la sangre cultural de la nación33.
Observa Rodríguez que las continuas introducciones de metodologías legislativas, ideologías políticas y normas sociales contrarias a nuestra alma continental desfiguran el dibujo de las repúblicas americanas e impide el saludable desarrollo de una sociedad autenticada en la americanidad, identidad aún en disputa y sin lineamientos definidos, aunque con un ligero camino que Rodríguez intenta fervorosamente comunicar, como hemos visto. Aires de monarquías exhaustas por la Historia inclemente o la constitución de edificios judiciales impropios ralentiza el proceso de la organización posindependencia34.
Es gravísimo, empero, una sociedad a la deriva, sin trazos preclaros y con una multitud de voces que hacen un bullicio ininteligible que ocasiona confusión y fricción peligrosas a la América. Una sociedad cohesionada basada en principios compartidos que guían las acciones individuales hacia el fortalecimiento del cuerpo comunitario no puede lograrse sin la presencia magna y prestigiosa de un líder que enlaza con el espíritu de su pueblo, con el sentir de sus gentes, orientado hacia los destinos históricos de la patria americana que gobierna. Rodríguez nos señala que no nombremos a ningún hombre como monarca, rey, emperador, déspota, dux o presidente a quién estará encargado de la dirección e instrucción generales del Gobierno etológico. Los grupos humanos necesitan a jefes, líderes, guías que alumbren el paso categórico hacia la suprema altura de las capacidades nacionales. Este jefe surge de entre las montoneras de la cultura, enérgico y enlazado con el espíritu patriótico. Es la voz del pueblo, no voces del pueblo. En efecto, un gobernador nacional, compuesto de las exigencias de sus connacionales y dirigido por el ímpetu de grandeza que se cultivan en los grandes hombres, insustituibles por la empresa que acometen. Esta es la figura del etnarca35.
Aunque el término etnarca aparezca de manera apenas insinuada en su obra, su sola mención basta para revelarnos lo esencial de su significación. Rodríguez entrelaza una identidad americana sobre el vasto lienzo de una filosofía política y pedagógica que culmina en la creación de una sociedad arraigada en la dinámica de la sociabilidad. Esta sociedad, guiada por una clara directriz filosófica, encuentra en la figura del etnarca no solo un líder, sino el custodio de sus costumbres y el artífice de su progreso, uniendo tradición y renovación bajo el principio de educar para vivir en comunidad.
No obstante, la figura del etnarca ha sido objeto de diversas reinterpretaciones en obras de carácter político y sociológico, donde aparecen imágenes similares que pueden ayudarnos a entender con mayor profundidad su función primordial tal como la concibe Rodríguez. Uno de los ejemplos más polémicos que marcaría el inicio de acalorados debates en todo el continente es el concepto del gendarme necesario, propuesto por Laureano Vallenilla Lanz a comienzos del siglo XX, que evocó una visión de orden disciplinario del liderazgo en tiempos de crisis, debido a la irremediable tensión natural de la anarquía americana producida por las agitaciones caudillistas, imposibilitada por sus características históricas peculiares36. Otros arquetipos políticos similares los hallamos en la dirigencia del Inca en el Perú Antiguo, el príncipe maquiavélico o el concepto platónico del Filósofo-Rey, término que se asemeja más a la interpretación robinsoniana, con sus capacidades de proporcionar luces y caminos a los pueblos que lidera. El etnarca encarna puntos de convergencia entre los distintos títulos de liderazgo mencionados, aunque su fisonomía, única y moldeada por las particularidades del contexto nacional, pueda parecer heterogénea a primera vista. En su esencia, sin embargo, el etnarca integra elementos comunes que lo convierten en una figura de cohesión y dirección, adaptada a las necesidades específicas de su pueblo sin perder su carácter unificador y rector de normas morales.
El etnarca, según Simón Rodríguez, representa una figura política que resquebraja el liderazgo ordinario para convertirse en el guardián de las costumbres, valores y aspiraciones de un pueblo nacional, guiándolo hacia su propia autodeterminación a través de la educación luminosa y la moral hecha en obras. Este gobernante, más que imponer su autoridad, encarna la fusión entre el orden social y las costumbres nacionales, adaptando su rol a las exigencias del momento histórico y cultural. Al igual que el gendarme necesario de Vallenilla Lanz, asume la responsabilidad de salvaguardar la estabilidad política y el desarrollo pedagógico, pero lo hace no desde una posición despótica, sino desde una perspectiva pedagógica y ética, formulando una escuela política emancipada de las construcciones teóricas lejanas a nuestro espíritu nacional y continental.
Un claro paralelo histórico se encuentra en la concepción de la dictadura romana, donde la figura del dictador no implicaba tiranía, sino la concentración temporal del poder en tiempos de crisis para restaurar el orden37. De igual manera, el etnarca es quien, en momentos de transformación, sabe interpretar las necesidades de su pueblo, gobernando no desde la coerción, sino desde la construcción de un tejido social armónico, enraizado en la sociabilidad. Esto resuena también en el pensamiento de Rousseau, para quien el legislador debe ser un alma superior que vea todas las pasiones sin sentir ninguna38. El etnarca se convierte, así, en un líder de gran sensibilidad social, que ajusta su gobierno a las particularidades del pueblo, de manera similar a cómo los antiguos legisladores griegos armonizaban las leyes con las costumbres locales.
Este concepto puede compararse, además, con la idea del caudillo en América Latina, pero con una diferencia esencial: mientras el caudillo, bárbaro y feroz, emerge muchas veces del conflicto y la guerra civil, imponiendo su voluntad39, el etnarca se legitima por su capacidad de forjar una comunidad cohesionada y próspera. Así, Rodríguez eleva la figura del líder a una función ética, cuya misión última es formar ciudadanos capaces de sostener un orden basado en la sociabilidad, más que en la dominación. El etnarca deberá actuar como conductor de los destinos comunes, pero además la composición de su dirección deberá, como hemos repasado, de una fuerte carga moral, un proyecto de ética política, de esta manera lo constata Rodríguez:
Asuma el Gobierno las funciones de Padre Común, generalice la instrucción y el arte social progresará, como progresan todas las artes que se cultivan con esmero.
El bien general es el bien de la nación representada... Nadie ignora esto; sin embargo, parece que no todos distinguen entre los bienes que se pueden hacer y los que se deben hacer, ni entre estos últimos cuál debe hacerse primero. "No hay facultades independientes" (se ha dicho) ...mucho menos habrá funciones. Ni el bien ni el mal pueden realizarse sin la cooperación de alguien o algo que sea sujeto de la acción. ¿Cómo se puede hacer un bien a los hombres sin que estos cooperen al recibirlo? Y, ¿cómo lo recibirán si no saben cómo hacerlo?
El bien, en el orden del que hablamos, no es un don ni una dádiva, sino una incitación al movimiento o una prohibición que se impone. En ambos casos, es necesario que quien se mueve o se contiene haga un esfuerzo. Pocos ignoran la diferencia entre excitar e incitar: excitar es provocar que alguien ejecute un movimiento que le es natural y para el cual está predispuesto; incitar, por otro lado, es hacer que alguien ejecute un movimiento que no le es propio o para el cual no está predispuesto. En el primer caso se provoca; en el segundo, se influye40.
El bien colectivo no puede ser impuesto de manera unilateral; su realización requiere la participación activa de quienes lo reciben. No basta con tener la capacidad de hacer el bien, sino que es crucial discernir qué acciones son prioritarias y cómo deben efectuarse para que verdaderamente beneficien a la sociedad nacional. El bien no es un agasajo insignificante, sino una fuerza que debe incitar a la acción o, en algunos casos, restringirla. Esto implica que quienes lo reciben deben estar dispuestos a esforzarse, ya que no puede haber un bien efectivo sin su cooperación y disposición para aceptar el cambio.
La distinción entre excitar e incitar señala dos formas de influir: excitar moviliza una acción natural en el individuo, mientras que incitar lo lleva a actuar de una manera nueva, ajena a su disposición original. Esto refleja dos modos de liderazgo: uno que despierta lo que ya está presente y otro que transforma. De esta manera, hacer el bien no es solo cuestión de intención, sino de movilizar y dirigir voluntades hacia objetivos que requieren esfuerzo conjunto, tanto del que actúa como del que recibe.
Si la filosofía social republicana la constituye la conformación de la sociedad alrededor de la idea integradora de la sociabilidad, el conductor ilustrado encarna ese vacío que representa el trono monárquico en la figura del Etnarca. No obstante, el etnarca no gobierna solitariamente y no se enreda en las formas feudales, obturado de ambiciones desmedidas, sino que alumbra con sus luces y las comparte con respetabilidad para quienes forman parte de su entorno, de su gobierno etológico.
Han de entender bien lo que es civilización y hacer uso de su libertad para perfeccionar sus instituciones.
Han de conocer la sociedad para saber vivir en ella41.
Esto nos manifiesta la compleja labor del etnarca, quien no se trata simplemente de un líder político, sino el arquitecto de una nación que encuentra su identidad y destino en la unión orgánica de sus costumbres, su educación y su sentido de comunidad e identidad, reflejando una forma de liderazgo que armoniza la autoridad con la responsabilidad moral y cultural del gobernante. Se trata del Gobierno ilustrado que tiene la posibilidad de generalizar la instrucción y la educación públicas, produciendo una nueva manera de comportamiento social, institucional, republicano, en suma: orden y dirección nacionales, con estos lineamientos seremos capaces de abrir la nueva historia de América. Saberse hacer en libertad; aprender a ser; gobernar con luces. Ha llegado el tiempo de pensar. El etnarca será quien, con sus luces y virtudes, influenciarán en la sociedad el bien social para organizar la estructura política con diligencia, con la facultad de la razón.
Rodríguez ante la historia
Rodríguez, en tanto hombre, fue desordenado, una tormenta iracunda de ideas y deseos, un hombre de difícil trato, armado con su ingenio, repleto de armas verbales que destilaban sarcasmo e ironía, pero con un inmenso orgullo que lo hacía denotar fiereza y carácter indómito42. Era resuelto a actuar, siempre con el pensamiento medido como la base de su conducta y orientado a dar sus ideas como presentes desinteresados para la mejoría de las sociedades americanas. Partidario de la autonomía continental y firme creyente del imperio de las leyes, cedió su vida a la empresa de educar para la vida azarosa que evolucionaba en la experiencia posindependencia.
Advertía durante su obra sobre ese odioso complejo de nuestras gentes que tanto logra socavar el valor de lo propiamente autóctono, lo americano, despreciándolo y apartándolo de su importancia verdadera. Así lo expresa el genio huérfano, anticipándose a la desconsideración a la cual podría estar sujeta su obra en el porvenir:
Olviden que son obras de un americano, o bórrenles el nombre y póngales, John Krautcher, Denis Dubois o Pietro Pinini, miembros de todas las Academias, etc. etc43.
Muestras de este tono cómico es recurrente en toda su obra inédita, lo que refleja esa personalidad excéntrica que siempre contrastaba con los entornos oligárquicos en donde figuraban personalidades de la época posterior a la emancipación americana.
Bolívar, consciente del fuego indomable que ardía en el alma de su maestro, ese espíritu creador que lo envolvió en las lecciones más profundas de la vida jamás olvidó la influencia que lo forjó, ni siquiera cuando alcanzó la cúspide de la gloria y la grandeza continental. A pesar de su rol de Libertador y estratega de naciones, Bolívar siempre mantuvo la humildad de un discípulo ante aquel que fue su faro de sabiduría, el hombre que lo dotó de sus más sublimes cualidades como pensador político. Fue Rodríguez quien sembró en él la llama inextinguible de una visión profunda, enseñándole a mirar el destino de los pueblos con la lente de un auténtico revolucionario.
El orden de las sociedades americanas era la principal preocupación de Bolívar, pues estas se presentaban como masas heterogéneas al borde de la descomposición. Sin embargo, era Rodríguez quien, como interventor, podía evitar que la gran obra libertadora se desmoronara44. Pero esas intentonas fallan por los impedimentos de los hombres encargados de llevar a cabo las transformaciones políticas, quienes parecen no entender con claridad lo aparatoso de aquellos proyectos que requerían una cantidad importante de dinero y una mente adecuada a esas ideas para ejecutar sus actividades.
El juicio de los historiadores sobre la figura grisácea del maestro de América y su legado en la obra de educar al continente ha sido, en general, relegado a los rincones polvorientos del tiempo. Se ha preferido evaluar proyectos similares, como los de su homólogo nacional Andrés Bello45, cuya empresa, también digna de estudio y laureles, figura entre las más respetables del siglo XIX, consolidando con su ingenio y talante teórico los temas frágiles que abordó, dotándolos de coherencia y solidez, o inclinados del mismo modo al estudio del oficio educativo del argentino Domingo Faustino Sarmiento, otro de los grandes hombres de letras y pensamiento del mundo americano en el siglo de la independencia. Rodríguez supera a Sarmiento y Alberdi en la originalidad de sus propuestas, tanto en contenido como en el enfoque innovador de sus ideas educativas y sociales. Mientras estos dos pensadores latinoamericanos se centraron en modelos europeos para transformar la realidad de sus países, Rodríguez desarrolló una visión profundamente enraizada en las particularidades culturales y sociales de América46.
Rodríguez, aunque honrado por ser reconocido como el maestro más influyente del Libertador, consideraba insuficiente y hasta insultante que su legado se redujera únicamente a ese vínculo. Para él, era una afrenta que su nombre solo resonara por esa relación, cuando sus obras y pensamientos, vastos y profundos, hablaban por sí solos, desplegando un caudal de iniciativas y propuestas pedagógicas de inmensa envergadura.
Arturo Uslar Pietri, refiriéndose a nuestro maestro americano, a esta lumbrera de infinita sabiduría, nos invitaba a recoger de la alcantarilla histórica a uno de nuestros más grandes hombres de conocimiento:
Es tiempo de rescatar de tanto olvido y restituir a la validez de los debates de hoy la presencia de este hombre extraordinario, de este gigante olvidado que tanto quiso hacer por su pueblo ayer y que tanto bien pudiera seguir haciendo hoy47.
Sin dudas, este bienhechor que iluminó a esta tierra convulsa, atiborrada de disputas intestinas, pasiones desatadas por el ánimo del poder, pasa a la posteridad como uno de esos escasos individuos excepcionales que aparecen remotamente en la historia de la América. Con todo su derroche de inteligencia dinámica, su insólita obra que despierta la inquietud de los más curiosos y que, por más grandes educadores que hayan aparecido, nadie se le puede igualar o superar en lo inmenso de su originalidad, en la magnitud de su propuesta, en la innovación de su enseñanza, en la instrucción del espíritu para servir con honor y diligencia a esta tierra que se forjó con las armas de nuestros héroes. Traspasa las fronteras de los relojes, derrumba cualquier pretensión de implementación de modelo extranjero, su mera lectura debe despertar en nosotros ese furor irresistible de defender la autonomía continental y nacional, es lo que expresaba con más ímpetu: la América no debe imitar servilmente, sino ser original48.
Se nota en los tiempos que corren un entusiasmo colectivo por la recuperación de nuestro pasado histórico, hallando en sus anales a figuras eminentísimas que actúan como fuentes de inspiración. Estas personalidades suministran valores de rectitud y laboriosidad para la realización de nuevas obras, nuevas acciones, nuevas formas de vida venezolana en el porvenir, en ese dilatado lienzo, esa gran pintura de múltiples colores conocida como América. Se ha dicho que nuestra tierra ha dado con orgullo al continente americano a sus mayores hombres de armas y letras, refiriéndose a la grandeza inconmensurable del Libertador Simón Bolívar y la honda erudición del Educador Andrés Bello. Con todo, es oportuno señalar que Venezuela también ha entregado a la América a su mayor hombre de pensamiento, a su más original filósofo, a su propio Sócrates caraqueño.
Esta consigna representaba los ideales fundamentales del movimiento revolucionario: la lucha por la libertad individual, la igualdad de derechos entre los ciudadanos y la fraternidad como principio de solidaridad y unidad entre las personas.
Véase las intentonas emancipadoras como las del exesclavo José Leonardo Chirino liderando una rebelión en Coro, mientras que, en La Guaira, los criollos Manuel Gual y José María España, junto con el español Juan Bautista Picornell, influenciados por las ideas de la Revolución francesa, organizaron un levantamiento conocido como la Conspiración de Gual y España. Sus líderes fueron capturados y algunos ejecutados por ahorcamiento en la Plaza Mayor de Caracas en 1799.
El 19 de abril de 1810 en Caracas, Capitanía General de Venezuela, tuvo lugar un movimiento revolucionario que marcó el inicio del proceso de independencia de Venezuela. Ese día, el cabildo de Caracas destituyó al gobernador y capitán general Vicente Emparan, representante del rey Fernando VII, aprovechando el vacío de poder causado por la invasión napoleónica en España. La renuncia de Emparan fue forzada tras una reunión en la Plaza Mayor, donde, al preguntar al pueblo si deseaban que continuara en el cargo, la multitud respondió negativamente. Este hecho consolidó el poder en manos de una junta autónoma, siendo el primer paso hacia la independencia de Venezuela.
Nacer en condición de expósito significa haber sido abandonado por los padres, generalmente en la infancia temprana, y criado en instituciones como hospicios o por terceros, sin conocer a los progenitores biológicos.
Rafael Fernández Heres, Simón Rodríguez, Caracas, Biblioteca Bibliográfica Venezolana, 2010, p. 34.
Arturo Uslar Pietri, Letras y hombres de Venezuela, Caracas, Ediciones Edime, 1958, p. 70.
Arturo Uslar Pietri, Educar para Venezuela, Caracas, 1981, p. 120.
El autor hace referencia a la invención de la guillotina que aterrorizó a Francia durante el gran terror desatado por Robespierre.
El nombre está inspirado en el personaje literario Robinson Crusoe, de la novela homónima de Daniel Defoe.
Uslar Pietri, Letras y hombres de Venezuela, pp. 124-125.
En 1840, como le sucedía con frecuencia, Rodríguez estaba a la espera de encontrar trabajo, y expresaba en carta a Pedro Fernández de Garfias que: «Si yo fuera inválido, pediría amparo; bueno y sano debo trabajar. No hallo en qué, porque en nada de lo que sé hacer me ocupan: haré diligencias por irme a países donde los que enseñan viven, porque hay quien desea saber, y entretanto padeceré sin interesar a otros en mi suerte; dar la mano al caído para que se levante es obligación de la sociedad. Yo no dejaré que me lleven a cuestas sino después de muerto». Pero llegó el día, como acontece a los seres animados, y lo tendrán que llevar a cuestas, y eso aconteció el 28 de febrero de 1854, en Amotape (Perú). La muerte de Rodríguez no fue repentina, como era la que deseaba: «para que no tenga el dolor de despedirse de lo que ama, y de sí mismo para siempre», y así lo expresó al general Morán en 1853. Fernández Heres, Simón Rodríguez, p. 119.
Simón Rodríguez, Obras completas, Caracas, Ediciones Rectorado, 2016, p. 351.
Ibíd., p. 21-27.
Uslar Pietri, Letras y hombres de Venezuela, p. 70.
Rodríguez, Obras completas, p. 21.
Ibíd., p. 24.
Uslar Pietri, Educar para Venezuela, pp. 115-118.
UNESCO, Aprender a Ser, 1972. Este documento, presentado durante la Conferencia Internacional sobre Educación en Tbilisi, Georgia, tiene como propósito fundamental redefinir el concepto de educación, enfatizando la importancia de desarrollar competencias y habilidades que permitan a los individuos no solo adquirir conocimientos, sino también cultivar valores, actitudes y aptitudes para enfrentar los retos de la vida. Aprender a Ser se inscribe en la búsqueda de una educación integral que promueva el desarrollo personal y social, fomentando una ciudadanía activa y responsable.
Bolívar a Rodríguez, Pativilca, 19 de enero de 1824, en Simón Bolívar, Obras completas, 2 vols., La Habana, Editorial Lex, 1947, I, p. 881.
Simón Rodríguez, Inventamos o erramos, Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamérica, 2004, p. 76.
Rodríguez, Obras Completas, Caracas, Ediciones Rectorado, 2016 p. 610.
Simón Rodríguez, Sociedades americanas, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1990, p. 6.
Ibíd., p. 9.
Rodríguez, Sociedades americanas, p. 11.
Rodríguez, Obras completas, p. 59.
Ibíd., p. 406.
Ibíd., p. 64.
Rodríguez, Inventamos o erramos, p. 79.
Ibíd., p. 407.
Rodríguez, Obras completas, p. 54.
Esta economía no se refiere exclusivamente al ámbito financiero, sino al uso eficiente de cualquier recurso (tiempo, esfuerzo, materiales, etc.) necesario para ejecutar la operación de acuerdo con la disciplina.
Rodríguez, Sociedades americanas, p. 11.
Rodríguez, Obras completas, p. 54-57.
Rodríguez, Sociedades americanas, p. 16.
Rodríguez, Obras completas, p. 60.
Laureano Vallenilla Lanz, Cesarismo democrático y otros textos, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1991, p. 122: «Extinguido el poder de la metrópoli, la lucha civil continuaba y continuaría por largos años a impulsos de los mismos odios tradicionales exasperados por la guerra, bajo cualquier denominación y arropándose con cualquier bandera, pero perpetuando la anarquía que hacía cada vez más necesaria la preponderancia del poder personal, la existencia del Gendarme Necesario».
Alejandra Martínez Cánchica, “Evocaciones clásicas en la dictadura de Simón Bolívar de 1813-1814”, Revista Fe y Libertad 4, n.º 2 (2021), p. 25.
Jean-Jaques Rousseau, El contrato social, Madrid, Librería de Antonio Novo, 1880, pp. 27-28: «Este tránsito del estado de naturaleza al estado civil produce en el hombre un cambio muy notable, sustituyendo en su conducta la justicia al instinto y dando a sus acciones la moralidad que antes les faltaba. Sólo entonces es cuando sucediendo la voz del deber al impulso físico y el derecho al apetito, el hombre, que hasta aquel momento sólo se mirara a sí mismo, se ve precisado á obrar según otros principios y a consultar con su razón antes de escuchar sus inclinaciones. Aunque en este estado se halle privado de muchas ventajas que le da la naturaleza, adquiere por otro lado algunas tan grandes, sus facultades se ejercen y se desarrollan, sus ideas se ensanchan, se ennoblecen sus sentimientos, toda su alma se eleva hasta tal punto, que si los abusos de esta nueva condición no le desagradasen a menudo haciéndola inferior a aquella de que saliera, debería bendecir sin cesar el dichoso instante en que la abrazó para siempre, y en que de un animal estúpido y limitado que era , se hizo un ser inteligente y un hombre».
Francisco García Calderón, Las democracias latinas de América, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1979, p. 42: «Los caudillos parecían jefes de tribus bárbaras: defendían la autonomía local, la división y el caos».
Rodríguez, Obras completas, p. 360.
Rodríguez, Inventamos o erramos, p. 86.
Rodríguez escribiría por su parte: «Yo no era un empleadillo adocenado de los que obstruyen las antecámaras; yo era el brazo derecho del Gobierno, el hombre que usted había honrado y recomendado en público repetidas veces. Estaba encargado de dar ideas, no de recibirlas. Me había ofrecido a contribuir con mis conocimientos y con mi persona a la creación de un Estado, no a someterme a formulillas, providencillas ni decretillos. En resumen, yo no era ni Secretario, ni amanuense, ni Ministro, ni alguacil». Simón Rodríguez, Cartas, Caracas, Editorial Rectorado, 2001, p. 61.
Rodríguez, Obras completas, p. 508.
Uslar Pietri, Letras y hombres de Venezuela, p. 85.
«El hombre que con queda voz interior lee los mutilados versos donde fulgura el primer resplandor en la lengua del alma y de la pasión de una raza que, prodigiosamente, es todavía suya, alza la cabeza y fija la vista en los altos ventanales empañados de niebla». Uslar Pietri, Letras y hombres en Venezuela, p. 96.
Ibíd., p. 89.
Uslar Pietri, Educar para Venezuela, p. 126.
Rodríguez, Obras completas, p. 572.
Agradecido con poder compartir con todos la labor venezolanista.
Muchas gracias por compartir.