
El Descubrimiento de América supuso no solo la apertura de un nuevo episodio en la Historia humana (la llamada Modernidad),1 sino además una dura turbulencia para la cosmovisión de Occidente. En palabras del cronista López de Gomara: «La mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo crió, es el descubrimiento de Indias; y así las llaman Nuevo Mundo (...) También se puede llamar nuevo por ser todas sus cosas diferentísimas de las del nuestro (...) Empero los hombres son como nosotros, fuera del color, que de otra manera bestias y monstruos serían»2.
De todas las cosas «diferentísimas» encontradas allí por los europeos, y la consecuente formación de nuevas cuestiones, la que más turbó a aquellos fue precisamente esta última ¿Cómo entender la alteridad de los indios? Gomara dice inicialmente que son como «nosotros», pues no son, propiamente, bestias. Remata, sin embargo, con esta sentencia: «Mas no tienen letras, ni moneda, ni bestias de carga; cosas principalísimas para la policía y vivienda del hombre; que ir desnudos (...) Y como no conocen al verdadero Dios y Señor, están en grandísimos pecados de idolatría, sacrificios de hombres vivos, comida de carne humana, habla con el diablo, sodomía, muchedumbre de mujeres y otros así»3.
Como da a entender Solodkow, los europeos se habrían enfrentado al Otro indígena afilando un pensamiento antropológico rescatado de conceptos presentes en el imaginario medieval occidental y heredadas de la Antigüedad Clásica4. En ese sentido, habrían -más que divisado nuevas categorías antropológicas- ajustado a las nuevas gentes y su cultura a categorías preconcebidas5: los indios, en base a sus prácticas culturales, serían salvajes o bárbaros6. La diferencia entre estos términos (aunque luego casi sinonímicos) es, en principio, tanto de grado como de origen. Los antiguos griegos habían sido los primeros en hablar de barbarie: era bárbaro todo aquel Otro de costumbres diferentes.
Fue, sin embargo, con el transcurso del tiempo y sobre todo durante la Edad Media que el bárbaro quedaría completamente ligado a sus connotaciones negativas7: silvestricidad en el vestido, formas políticas y sociales primitivas, tosquedad de costumbres y pensamiento o directamente sed de sangre, culminando en la práctica del canibalismo; la característica más emblemática del bárbaro sería su paganismo, que de ser erradicado mediante la conversión al cristianismo abría las puertas al bárbaro para la eliminación de su bestialidad, bebiendo, finalmente, de la noción aristotélica de la existencia de «razas serviles por naturaleza»8.
Respecto al otro término, el de salvaje, Bartra9 habla de la configuración europea medieval -germinada de semillas arrastradas de la tradición grecolatina y judeocristiana- conocida como el mito del salvaje, representante simbólico en el arte y el folclore de una humanidad deformada, selvática o agreste, aludiendo a la relación entre el hombre y la bestia, o sea, entre la cultura y la naturaleza: «(...) se trata de una criatura vestida sólo de pieles o de su mismo vello, con un bastón como arma en la mano, que se deja guiar sólo por sus instintos llegando a veces hasta la crueldad, y que vive en los bosques, lejos de los poblados, fuera de la sociedad humana organizada»10.
Aún estando ambos conceptos más o menos asimilados para épocas de la Conquista (prefiriéndose, sobre todo, el uso de bárbaro para referirse a los indios), eso no implica que hubiese un consenso con respecto a dicha tipificación y sus implicaciones en diversos ámbitos. Los extremos de esta controversia están personificados en los antagónicos Juan Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas.
El primero consideraba que la Conquista era legítima en tanto constituía una «guerra justa» para llevar la religión cristiana y la civilización a gentes que eran siervos naturales por su «falta de entendimiento», pretendiendo castigar la «impiedad» y «prácticas retorcidas» de los indios11. El otro abogó por la ilegalidad de la Conquista de acuerdo al derecho natural y canónico, moldeando en el camino el extendido mito del buen salvaje12: «En la Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552), Las Casas compara a los españoles con lobos, atacando a las ovejas que son los indios (...) alabará al indio tratando de demostrar no solo su racionalidad, sino también su superioridad sobre los pueblos civilizados»13.
Mientras la concepción colonial del salvaje-bárbaro está marcada por la idealización (negativa o positiva), referente sobre todo a características de tipo moral, arraigada además en la cosmovisión aristotélica y cristiana, en el siglo XIX se originará una corriente teórica dentro de la ciencia antropológica que dará un vuelco a varias de las concepciones que hasta entonces se habían sostenido: el evolucionismo cultural, una escuela que, inspirada en el evolucionismo biológico de Darwin, solidifica los cimientos de la Antropología social14.
De núcleo materialista, y armado con la hipótesis de la unidad psíquica del ser humano, amén de más sólidos conceptos de cultura (como el célebre ideado por Tylor15, el evolucionismo cultural desafía la concepción cristiana de la degeneración del hombre civilizado hacia un salvajismo retorcido, proponiendo, en cambio, y como ley antropológica, el progreso de las sociedades humanas por etapas sucesivas universales marcadas por ciertos hitos tecnológicos e institucionales propios de cada una, de lo más sencillo a lo más complejo.
Los antropólogos tomarán la «pirámide de la civilización» concebida por los enciclopedistas para armar su propia escala evolutiva. Así quedará el progreso de las sociedades dividido en tres grandes etapas: empezarán siendo salvajes, para ser luego bárbaras y finalmente civilizadas16. Uno de los más influyentes17 esquemas evolucionistas es el presentado por Lewis Morgan en La Sociedad Antigua (1877), su obra culmen, en que propone su teoría de la evolución cultural unilineal: es esta la suposición de que todas las culturas pasan por los mismos periodos étnicos o etapas en su desarrollo, en el mismo orden, y que las mismas etapas comparten tentativamente las mismas características en todas las sociedades en que se han manifestado, variando solamente el tiempo que tarda cada una en transitar las etapas. Morgan, que sigue el esquema tripartito mencionado, y basado en datos comparativos obtenidos mediante el trabajo de campo, subdivide a su vez las dos etapas inferiores en tres estadios cada una: inferior, medio y superior. Así, como se dijo, cada estadio se distingue por su tecnología e instituciones, desarrolladas a partir de bloques originados en el salvajismo más elemental, que podríamos mentar universales de la cultura18.
Al desglosar las características de cada etapa, el autor refiere ejemplos de sociedades contemporáneas o pasadas que se pueden allí enmarcar: en el estadio superior del salvajismo, caracterizado por el uso del arco y la flecha pero sin alfarería, pone a «ciertas tribus de la costa de América del Norte y del Sur, pero con relación a la época de su descubrimiento»19; en el inferior de la barbarie20, que conoce la alfarería sin el cultivo de riego (al menos en el hemisferio occidental) a «las tribus indias de Estados Unidos, al este del río Missouri»; y21 en el medio de la barbarie a «tribus del Nuevo Méjico, Méjico, Centroamérica y Perú»22, que conocen el riego mas no la fundición del hierro. Sería esta la etapa más avanzada lograda por los indios. Ninguno habría progresado a la barbarie superior y mucho menos a la civilización23.
Para cerrar, vale la pena mencionar que pueden verse atisbos de la tipificación del salvajismo y barbarie seguida por Morgan en textos coloniales. Como ejemplo, la carta del almirante Colón a don Luis Santángel (1493): «Non tienen fierro ni acero»24; algunos son caníbales y «usan arcos y flechas»25; y «non conocían ninguna seta ni idolatría. salvo que todos creen que las fuerzas y el bien es en el cielo»26. Todas estas observaciones de alteridad aparecen en Colón con una identidad sorprendente a lo plasmado por Morgan cuatro siglos después: la falta de hierro marca la barbarie media, el uso de arco y flecha caracteriza el salvajismo superior; el canibalismo es propio de la etapa salvaje y, en referencia a las creencias indígenas al parecer indefinidas que menciona Colón, Morgan dirá que «todas las religiones primitivas son (...) hasta cierto punto ininteligibles»27. Existe, sin embargo, una mención de Colón que escapa del rígido esquema de Morgan, y que demuestra las dificultades presentadas por este modelo antropológico. Dice Colón que los indios «á su mayoral ó Rey dan fasta veinte»28 mujeres, lo que en Morgan sería el llamado sistema de familia patriarcal, incluido en el estadio superior de la barbarie29, al que no habría progresado ninguna sociedad americana y cuya adquisición no podría explicarse por difusión, debido al aislamiento del continente. Autores como Bartra30, sin embargo, ven una continuidad entre las concepciones coloniales del salvaje y las planteadas por los evolucionistas: es notable cómo -para estos- la civilización es sinónimo de la Estados Unidos y Europa Occidental de su propio tiempo; cómo lo más simple es lo Otro, y lo más complejo es lo Uno; cómo los indios son inferiores, sin bien no moralmente (como se pensaba en la Colonia), sí materialmente, y les falta transitar etapas, mientras los europeas están en la última. Así, habría entrado y persistido en la ciencia antropológica, mediante el evolucionismo, un viejo conjunto mitológico europeo: el del salvaje y el bárbaro. Abriría esto las puertas para el cuestionamiento de la tesis evolucionista por parte de posteriores escuelas antropológicas, como el culturalismo o el relativismo cultural.
David Solodkow, “Expansión colonial y etnografía: breve revisión de una confluencia histórica”, en Escribir al otro: alteridad, literatura y antropología, compilado por María Cándida Ferreira de Almeida y Diego Arévalo Viveros (Bogotá: Ediciones Uniandes, 2012), pp. 39–49; p. 40.
Francisco López de Gomara, Historia General de las Indias. Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 1999. https://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcz8963
Ibid.
Solodkow, “Expansión colonial y etnografía”.
Alicia M. Barabas, “La construcción del indio como bárbaro: de la etnografía al indigenismo,” Alteridades 10, no. 19 (2000): pp. 9–20; p. 11. http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=74701902.
Ibid.
El bárbaro será considerado negativamente desde infrahumano hasta poco más que bestia.
Barabas, “La construcción del indio como bárbaro”, pp. 10-11.
Roger Bartra, “El mito del salvaje,” Ciencias, no. 60–61 (octubre 2000–marzo 2001): pp. 88–96. https://www.redalyc.org/pdf/644/64406114.pdf.
Fausta Antonucci, El salvaje en la Comedia del Siglo de Oro. Historia de un tema de Lope a Calderón (Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2005). https://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcdv1v7.
Véase la obra de Sepúlveda, Juan Ginés de. J. Genesii Sepulvedae Cordubensis Democrates alter, sive de justis belli causis apud Indos = Demócrates Segundo o De las justas causas de la guerra contra los indios. Prólogo, traducción y edición de Marcelino Menéndez y Pelayo. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2006. https://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmccv4w0.
Es esta la concepción del bárbaro o salvaje no como condenado a un estadio inferior y vil, sino que como poseedor de virtudes inexistentes en los civilizados.
Beatriz Fernández Herrero, “El mito del buen salvaje y su repercusión en el gobierno de Indias,” Ágora 8 (1989): pp. 145–150; p. 148.
Luis Álvarez Munárriz, “Evolucionismo cultural,” en Diccionario temático de antropología cultural, ed. Ángel Aguirre Baztán (España: Delta Publicaciones, 2018), pp. 226–232; p. 226.
Véase “Social Evolutionism,” Anthropology, consultado el 23 de junio de 2025, https://anthropology.ua.edu/theory/social-evolutionism/.
Es importante declarar que, antes de quedar establecidas científicamente en la antropología, concepciones evolucionistas habían aparecido esporádicamente entre algunos pensadores desde la Antigüedad.
Marx y Engels vieron en el trabajo de Morgan una afilada concepción materialista de la Historia, no muy distinta a la de ellos. Basta compararla con lo expuesto por Engels en su famoso texto El papel del trabajo.
“1º Subsistencia, 2º Gobierno, 3º Lenguaje, 4º Familia, 5º Religión, 6º Vida de hogar y arquitectura, 7º Propiedad” en Lewis Henry Morgan, La sociedad primitiva (Madrid: Editorial Ayuso, 1971), 65. Versión digitalizada en PDF por el Fondo Documental EHK, p. 532; p. 65.
Ibíd., p. 70.
Que, según Morgan, nadie antes de él se había propuesto a delimitar estrictamente del salvajismo, aun reconociéndose una diferencia de grado entre las dos.
Ibíd., p. 71.
Ibíd.
Véase el cuadro de la evolución cultural presentado en el prólogo de Carmelo Lisón Tolosana; Ibid., p. 31.
Cristóbal Colón, Relaciones y cartas de Cristóbal Colón (Biblioteca Clásica, tomo CLXIV) (Madrid: Librería de la Viuda de Hernando y C., 1892), p. 187.
Ibíd., pp. 191-192.
Ibíd., p. 188
Lewis Henry Morgan, La sociedad primitiva, p. 66.
Colón, Relaciones y cartas, p. 191.
Lewis Henry Morgan, La sociedad primitiva, p. 391.
Bartra, “El mito del salvaje”, pp. 88-96.
¡Gran pieza ensayística!