Un mensaje en defensa de la venezolanidad: El propósito educador en el ideario y praxis de Mario Briceño-Iragorry
Ensayo sobre la labor y pensamiento educativo de Mario Briceño-Iragorry: su docencia, ideas y críticas, en el marco de los conflictos y cambios durante la primera mitad del siglo XX en Venezuela.

Preámbulo
En lo que concierne al estudio de las ideas y la evolución política en Venezuela, el pensamiento de Mario Briceño-Iragorry merece ser objeto de un análisis detallado. A lo largo de su vida, marcada por aciertos y desaciertos en su labor intelectual, se dedicó plenamente a una tarea que supo expresar con claridad en sus escritos. Esta misión, desde su concepción, trascendía completamente su persona: la defensa de lo venezolano y de la idea de pueblo. Esta convicción lo llevó a exponer y desarrollar conceptos y categorías que sustentaban la defensa de dicha noción, así como a denunciar las influencias negativas tanto internas como externas que amenazaban la integridad cultural y ética del venezolano.
Uno de los principales ámbitos para difundir estas ideas fue el educativo, tanto a través de su labor docente en las aulas de clase como en la producción de material académico y didáctico destinado a enseñar sobre la cultura y los valores venezolanos. Su objetivo era ofrecer las herramientas necesarias y plantear los problemas relacionados con la preservación y el desarrollo de estos mismos principios que deberían de conducir la vida nacional.
Es importante destacar que, para Briceño-Iragorry, la educación gratuita y accesible para el pueblo era fundamental. En sus aportes, encontramos reflexiones sobre la educación venezolana y la necesidad de esta en el contexto social del país en medio del auge de la industria petrolera y los cambios estructurales que se dieron en la transición de la economía agrícola a la petrolera, así como también del panorama político internacional y como Venezuela se veía afectado por este mismo. En palabras de Briceño-Iragorry, él pregonaba un nacionalismo que se alejaba del chovinismo de las potencias europeas y lo concebía como una forma de reaccionar ante los intereses y dominio extranjero.
Aclaramos que el objetivo del presente trabajo no es realizar un simple resumen bibliográfico de la vasta obra de Briceño-Iragorry, sino acercarnos a las circunstancias y al contexto histórico en el que este pensador venezolano formuló sus aportes. Consideramos que esta es la forma ideal de captar los matices que movilizaron su convicción y dieron cuerpo a su pensamiento.
En este sentido, es crucial plantear las incógnitas y los alineamientos metodológicos desde los cuales se aborda la investigación. Como mencionamos anteriormente, es fundamental evitar convertir el discurso histórico en un mero resumen bibliográfico. Para ello, es necesario considerar una serie de factores, tanto del contexto del autor como de la crítica pertinente a los textos y problemas que pretende abordar, con el fin de lograr un acercamiento preciso a lo que realmente quiso expresar.
Nuestro objetivo principal es revisar el sentido educativo presente en la vida de Mario Briceño-Iragorry y cómo este se relaciona con la defensa de los valores y la cultura venezolana. Para ello, es pertinente plantear una serie de interrogantes que nos guíen en esta exploración.
Examinaremos la intencionalidad educativa en el pensamiento y la acción de Mario Briceño-Iragorry, analizando sus obras, ensayos autobiográficos y la bibliografía de otros autores sobre él. Posteriormente, abordaremos aspectos específicos, como a quiénes pretendía educar, con qué objetivos y por qué la educación que proponía era tan urgente. También revisaremos su concepción de la educación ideal y lo que buscaba enseñar.
Los trabajos dedicados exclusivamente a Mario Briceño-Iragorry en este ámbito han sido escasos según lo percatado a la hora de seleccionar el educador especifico a trabajar y de realizarse la respectiva investigación de la bibliografía sobre el personaje escrita por otros autores, lo que a nuestro juicio no hace justicia a toda una vida dedicada a la enseñanza, y especialmente sirviendo a propósito tan noble y trascendente como abogar por la venezolanidad y los problemas de la educación en el país.
Haciendo énfasis nuevamente en el tema de la investigación, todo lo anterior girará en torno a un objetivo particular que el autor dejó claro a lo largo de su pensamiento: la defensa de la venezolanidad. En este sentido, nos enfocaremos en los aportes realizados tanto en el ámbito de la labor docente como en el análisis de la filosofía educativa que impregna la obra escrita del autor, en relación con la preservación y el cultivo de esta conciencia nacional e histórica. Asimismo, abordaremos las cuestiones que Briceño-Iragorry denunció sobre la situación de la educación y las problemáticas que devienen de estas faltas.
La acción educativa de Mario Briceño-Iragorry
Primeramente, es necesario elaborar este aspecto particular de la vida de Mario Briceño-Iragorry, y es justamente su calidad docente y su acción concreta desde este terreno.
Entre los cargos que Briceño-Iragorry ocupó en el ámbito educativo se encuentran el de Director del Archivo Nacional, donde realizó una labor significativa en el rescate y verificación de archivos; Director de Educación Primaria y Secundaria, así como de Educación Superior en el Ministerio de Educación Nacional; y Secretario de la Universidad Central de Venezuela, donde también se desempeñó como profesor y también se dedicó al rescate y cuidado de los fondos documentales de la Universidad.
Su principal aporte en el ámbito docente se destaca en la Universidad Central de Venezuela, especialmente en sus enseñanzas de Historia, con un enfoque particular en la Historia Colonial, tema que desarrollaremos más adelante. Durante su época como intelectual bajo la dictadura de Juan Vicente Gómez, Briceño-Iragorry junto a Caracciolo Parra León se destacó como uno de los intelectuales más progresistas de su tiempo. Desde la Escuela de Filosofía y Letras, se dedicó a proponer reformas y a dar un aire fresco a los estudios de esta misma, que se encontraba afectada por el estancamiento en materia de debate académico y en medio de la turbia situación universitaria con el régimen gomecista. Entre sus dinámicos métodos de enseñanza se encuentra el poner tapices a lo largo del aula mientras iba dando sus clases, dicho ejercicio didáctico de los tapices más adelante inspirarían el titulo de su obra “Tapices de Historia Patria”. Ramón J. Velásquez cuenta lo siguiente:
Al iniciar sus clases sobre Historia Nacional en la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad de Caracas utiliza un método novedoso. En las paredes desnudas de la sala de clases va a colgar unos tapices. Parecidos a los murales de Diego Rivera, pues está dispuesto a cumplir un reclamo que desde La Rotunda hizo José Rafael Pocaterra a finales del año 1921: escribir la historia del pueblo venezolano. No habrá héroes epónimos en sus catorce tapices, o mejor los héroes epónimos son parte de los grupos que forman el motivo central de sus pinturas. Para Briceño-Iragorry la historia que elimina a la sociedad para relatar en forma avasallante la vida de un caudillo tras el cual marchan silenciosas, sumisas, las masas es uno de los factores que han estimulado en Venezuela, las tesis cesaristas y las corrientes dictatoriales.
Briceño-Iragorry va contando a los universitarios cómo se dilataron las fronteras de la patria, pues es tal la ignorancia que es común la creencia de que desde la hora del descubrimiento y conquista, Venezuela ha tenido las mismas dimensiones. Analiza la participación de indios y negros en la formación del nuevo país; señala la presencia del criollo y el desarrollo del sentimiento de autonomía; se detiene en el análisis del proceso que convierte la lucha de clases sociales en lucha por la nacionalidad; valora la participación de la iglesia en la formación del medio social y de qué manera los corsarios contribuyeron indirectamente a la formación del espíritu de la nacionalidad; y defiende la preeminencia de los argumentos propios en la lucha por la libertad e independencia.1
Es necesario prestar la debida atención a esta dedicación a la enseñanza de la Historia en las aulas universitarias, especialmente en un momento en el que la pasión y la labor de historiador correspondían principalmente a un ejercicio autodidacta. La insistencia de Briceño-Iragorry por ofrecer las herramientas y enseñanzas para la formación del interés en el estudio del proceso histórico venezolano desde las aulas representa un avance significativo en la formalización del oficio, teniendo como fruto de ese trabajo en la creación de la Escuela de Historia.
Junto a Parra León, Briceño-Iragorry se dedicó a la enseñanza del proceso histórico de la época colonial en Venezuela, respondiendo a la denominada “Leyenda Negra”. En el contexto de la enseñanza de la Historia en Venezuela, un rasgo particularmente heredado de la historiografía romántica, que buscaba exaltar las grandes hazañas militares de la Independencia, se observa una clara visión negativa de la época colonial y un rechazo hacia las raíces hispanas. Esta narrativa de la Historia Patria, que aún se imparte en las aulas en la actualidad, separa de manera tajante la Colonia de la República, presentándolas de forma maniquea como dos épocas completamente distintas. Respecto al paradigma intelectual en el que se ubica Briceño-Iragorry en cuanto a valorar lo hispano Laura Febres nos da la siguiente acotación:
La recuperación del pasado colonial no fue una actitud aislada de Briceño-Iragorry sino la de todo un sector económico y cultural, no sólo en Venezuela, sino en el resto de Hispanoamérica. Pensemos para esto sólo en tres figuras contemporáneas al autor: Pedro Henríquez Ureña, José Vasconcelos y Alfonso Reyes, quienes en el Ateneo de México, en los primeros quince años del siglo veinte, también se plantearon un retorno a la hispanidad.2
Para Briceño-Iragorry, la defensa de la herencia hispánica estaba profundamente entrelazada con sus convicciones católicas. Esta dimensión espiritual no era accesoria, sino central en su concepción del mundo y, por tanto, también en su visión educativa. Para él, una educación de calidad no podía prescindir de una orientación moral clara, y esto solo era realizable mediante la enseñanza de los valores del cristianismo. Así, su propuesta educativa se fundaba en un humanismo cristiano que aspiraba a formar no solo ciudadanos ilustrados en técnica y conocimiento, sino también seres humanos íntegros, conscientes de sus deberes morales y sociales. Fernández Heres ubica a Briceño-Iragorry dentro del marco de una educación cuyo ideal estaba en la doctrina del catolicismo.3
Es fundamental, entender que esta defensa de la educación católica ubicándola en el respectivo contexto histórico. Briceño-Iragorry escribió y actuó en un momento en que el positivismo y el evolucionismo ejercían una fuerte influencia en las aulas, tanto como métodos pedagógicos como paradigmas para interpretar la realidad venezolana. Frente a estas corrientes de pensamiento, que tendían a minimizar la dimensión ética y espiritual del ser humano, Briceño-Iragorry reivindicó la necesidad de una educación que no se limitara a lo técnico o lo utilitario, sino que también elevara el espíritu y formara en la virtud.
A ello se sumaba el avance de una educación laica promovida por el Estado venezolano, particularmente a partir de las reformas impulsadas por Antonio Guzmán Blanco, que buscaban desplazar el papel de la Iglesia y los valores cristianos en el ámbito educativo. En este sentido, la posición de Briceño-Iragorry debe entenderse también como una respuesta crítica a lo que percibía como una excesiva secularización del sistema educativo, que amenazaba con vaciar de contenido moral la formación de los ciudadanos.
El laicismo se hizo signo de la moda. Atacar la enseñanza religiosa y negar el sentido religioso de la vida, se tomó por señal de audaz y elegante distinción. Para pensar bien sólo servían los postulados de la “razón física”, por donde el común de los investigadores ancló en el sociologismo materialista, que aún insiste en acabar con todo impulso sano de ascensión popular, y en un psicologismo experimental, cargado del aura demoníaca que en la Salitrería utilizaba Charcot como material para sus originales trabajos.4
Dentro de sus múltiples propuestas en materia educativa destaca su proyecto de una Universidad Obrera, concebida como una institución pública, gratuita y orientada al acceso de los sectores populares al conocimiento. Este proyecto no solo respondía a su convicción de que la educación debía ser universal y democrática, sino que también manifestaba su preocupación por la inclusión social y su interés en elevar la conciencia política y cultural del pueblo.
Briceño-Iragorry no se limitó a elaborar esta propuesta desde la teoría: solicitó personalmente dirigir la institución, comprometiéndose a tomar la responsabilidad del proyecto. Sin embargo, sus peticiones no fueron atendidas.
El compromiso de educar bajo la pluma
La labor de Briceño-Iragorry no se limitó únicamente al ejercicio de la docencia en el aula. Su compromiso con la educación trascendió el espacio físico de la escuela o la universidad; fue, en efecto, una verdadera vocación pedagógica, orientada a la formación integral del venezolano, ya fuera a través de la enseñanza directa en el aula de clases o mediante la enseñanza que ofrecía desde el papel impregnado con su escritura. Lo que impartía desde el aula, procuraba también transmitirlo desde las páginas de sus ensayos y discursos, convencido de que educar era una tarea continua e ineludible. “No se exagera al afirmar que absolutamente toda la obra intelectual de Briceño-Iragorry es didáctica. Ni una sola página carece de sentido pedagógico, por lo cual es maestro cabal”. 5
Sin ninguna pizca de mezquindad que le impulsara a dedicar su trabajo intelectual para construir una doctrina reservada para una élite intelectual o al servicio de los intereses de la clase política dominante, Briceño-Iragorry aspiraba a que su mensaje alcanzara al mayor número de personas posible. En particular, centraba su atención en el joven venezolano, en quien depositaba sus esperanzas como agente de transformación nacional. Su propuesta pedagógica no admitía intermitencias: se trataba de una enseñanza constante, una serie de lecciones abiertas, dirigidas a todo aquel dispuesto a recibirlas y ponerlas en práctica en beneficio del país.
Briceño-Iragorry sin pretenderlo, sin alardear de ello, es siempre en cuanto escribe, un auténtico maestro. No es filósofo ni sociólogo que expone un sistema, o desarrolla tesis meramente conceptuales. Sino propone y comenta concretamente las ideas y los hechos con una finalidad práctica educativa:
Empero, si examinamos bien tantos escritos, de tan diversos géneros literarios, hallaremos que en todos ellos nuestro escritor despliega un estilo y adopta un tono de prosa, que se le fue haciendo peculiar, espontáneo y constante, aun en las más disimiles paginas; es el tono propio de un expositor o intérprete que escribe o habla con indisimulable intención didascálica. Diríamos que es una forma como de mono-dialogo, con la que el autor quiere siempre comunicar, contagiar, una enseñanza.
Briceño-Iragorry sin pretenderlo, sin alardear de ello, es siempre en cuanto escribe, un auténtico maestro. No es filósofo ni sociólogo que expone un sistema, o desarrolla tesis meramente conceptuales. Sino propone y comenta concretamente las ideas y los hechos con una finalidad práctica educativa.6
Para Briceño-Iragorry, el progreso y el desarrollo de los pueblos estaban estrechamente ligados al nivel cultural de sus ciudadanos, y uno de los pilares de esa cultura era, sin duda, la conexión con la propia historia. La historia no solo consistía en un recopilatorio puntual de hechos pasados, sino que era portadora de valores esenciales y proveedora de un sentido profundo de identidad y cohesión nacional. Por lo tanto, era vital que tanto el obrero como el político tuvieran cierto grado de conocimiento de su historia, principalmente este ultimo al ser quien tome las riendas del Estado.
Los problemas históricos, en su visión, conducían a tener un entendimiento de los problemas del presente. El papel del historiador, entonces, no se limitaba a narrar acontecimientos en crónica, sino que debía asumir la responsabilidad de interpretar críticamente el pasado para comprender los conflictos contemporáneos en materia económica, política y social. En obras como El caballo de Ledesma, se pueden hallar estas lecciones morales articuladas a través de la historia, que permiten establecer vínculos entre la herencia histórica y la responsabilidad y deberes que se debían asumir en el presente.
Mi propósito se encamina a esa finalidad educativa. Quizás el mejor homenaje que los hombres de hoy podemos hacer a los hombres de ayer es traerlos a nueva vida en la dinámica social. Nada valen sus luminosos retratos en las vistosas galerías. Importa, por el contrario, exprimir de ellos su valor social, su ejemplo útil, su lección digna. Yo he intentado en forma amena y sencilla poner en acto algunos de los hombres que forman la substancia de nuestro pueblo antiguo. A nuevas palabras, he preferido airear su recuerdo y hacer que una vez más caminen Jos egregios varones que ilustran con su decoro o distraen con su alegría, los pasos antiguos de nuestra historia de ciudad. Modestas y sencillas, en estas páginas alumbra, sin embargo, la luz de una historia que sólo podemos recoger quienes sentimos con ardor creativo la permanencia umbilical de afectos que ni se improvisan ni se mercan.7
Briceño-Iragorry comprendía que la historia, además de ser un recurso para el análisis social, tenía un profundo valor formativo y afectivo. Estudiarla favorecía el arraigo, el amor por la patria y, en consecuencia, la voluntad de servirla con compromiso. Por ello, asumió con seriedad el rol de intérprete de los problemas culturales de Venezuela, que analizó con el rigor de un investigador. No obstante, su análisis no quedó reservado para círculos cerrados: lo que descubría, lo comunicaba. Su obra se caracterizó por una constante intención divulgativa, al servicio del ciudadano común, especialmente de los jóvenes y de los maestros.
Cuando abordaba, por ejemplo, el tema de la labor docente, lo hacía con la intención clara de brindar herramientas, orientación y principios a quienes eligieran la enseñanza como vocación. Su escritura no solo proponía una crítica al sistema educativo, sino que también se configuraba como una forma de acompañamiento al educador venezolano, reconociendo las dificultades que enfrentaba y reivindicando su papel dentro de una sociedad marcada por profundas desigualdades y desafíos políticos.
Al mismo tiempo, su obra se dirigía de manera explícita a los jóvenes, particularmente a aquellos que transitaban por el espacio universitario, a quienes consideraba destinatarios privilegiados de sus reflexiones. Esta relación entre juventud, universidad y responsabilidad social será abordada más adelante en profundidad.
Briceño-Iragorry advertía que Venezuela atravesaba una crisis del alma nacional, influida por el creciente impacto de la cultura estadounidense, propiciado en gran medida por la inversión del capital extranjero asociado al desarrollo de la industria petrolera; también aquí es donde Briceño-Iragorry introduce el término “pitiyanquismo” y el peyorativo de “pitiyanqui”. Esta situación, sumada a la llegada de inmigrantes europeos que se insertaban como mano de obra o empresarios, introducía nuevos códigos culturales que, bajo sus preocupaciones, podían diluir la identidad nacional y amenazaban con desarraigar al venezolano de su tradición.
En Briceño-Iragorry la Historia y la política están muy relacionadas porque la segunda alimenta con su experiencia a la primera, además el político debe tener para don Mario una sólida formación histórica y sociológica.
Mario Briceño-Iragorry asume el papel de historiador, educador y político porque está consciente del poder que ejerce esta última actividad en las dos anteriores. Se defiende de las acusaciones de fascismo y de defensor de la leyenda dorada afirmando que con su Hispanismo crea un conjunto de valores que pueden resistir los antivalores del imperialismo norteamericano.8
Es interesante observar cómo el autor incorpora este fenómeno en su análisis del debilitamiento del carácter popular, mostrando su preocupación por una cultura nacional en tensión, donde la historia y la ética nacional impartidas por la educación se convierten en la espada y el escudo ante estás influencias. También, la educación sirve como un medio para integrar estos nuevos comportamientos y dinámicas sin ser engullidos diluyendo nuestra identidad:
Como yo he juzgado que los venezolanos desean la continua vigencia de la Patria en el orden de los tiempos futuros, he abogado fervorosamente por la necesidad de defender las líneas determinantes de nuestra tradición, es decir, los valores sutiles, impoderables que dan fisonomía diferencial a la Nación. También en diversas oportunidades he expresado la idea de que "no forma parte del sentido de la tradición el aceptar todo lo que venga del pasado y obrar de acuerdo con el sistema que se desprenda de la imitación de los hechos cumplidos por nuestros antecesores. Esto es tanto como cultivar un espíritu negado a todo progreso. Para que la tradición mantenga su fuerza creadora, es necesario que sufra una prudente revalorización que la quintaesencie para la ejemplaridad". Defender la tradición como dimensión creadora, no es negar el progreso. Es acondicionar éste a la permanencia de lo esencial y fisonómico nuestro. Creo que no se tendría por cuerdo al propietario que intentase introducir un fastuoso automóvil a través de la modesta puerta de su habitación. Primero ha de acondicionar la entrada, para que ni sufra la vivienda ni se dañe el hermoso vehículo. Trasladado el caso al orden del progreso general, primero debe abroquelarse la conciencia histórica del pueblo que va a recibir el empuje progresivo de las nuevas formas de cultura. Yo he sostenido, y lamentablemente creo que habré de continuar sosteniéndolo, que el desquiciamiento sufrido por la conciencia nacional en razón del violento y mal acondicionado cambio de nuestra economía agrícola en economía minera, radica en gran parte en haber carecido nuestro pueblo de fuerzas resistentes que hubiesen defendido a tiempo los valores de la nacionalidad. Con ello no adhiero a ninguna tesis pesimista ni retrógrada.9
También, con esto mismo Briceño-Iragorry se defiende de cualquier crítica que lo pudiera tachar de un reaccionario delirante o chovinista receloso, en relación su ideal nacionalista, el cual, según él, se desliga de los nacionalismos europeos que surgen de la justificación del imperialismo. En su lugar, el nacionalismo que propone es una forma de resistencia ante la influencia de los intereses de superpotencias o capitales extranjeros. Briceño-Iragorry justamente lo que buscaba era como estás nuevas formas de cultura podían ir adaptándose al imaginario venezolano, dentro de lo cual la educación era el factor clave.
Dio a conocer, justo con ese propósito educativo, estas influencias que atentaban contra la conservación de la identidad y sentido de pueblo en Venezuela, lo que él justamente llamaba “antivalores”. Su principal enfoque resulta en la exaltación de la venezolanidad, la preocupación por la conservación de nuestra identidad nacional y como esta podía permanecer ante los cambios estructurales que estaba pasando tanto internamente como de la posición que Venezuela tomaba respecto a al auge de la industria petrolera. Y justo, como los problemas que han persistido en nuestra educación o han ido apareciendo conjunto a tendencias como el positivismo influenciado por autores como Spencer, Taine o Darwin pudieran todavía hacer más grave el problema de esta crisis de pueblo y desembocar en determinismos pesimistas de los que mencionaremos en los próximos párrafos.
Ideas y crítica educativa de Mario Briceño-Iragorry
La educación propuesta por Briceño-Iragorry tenía un fundamento eminentemente moral. Más allá de formar técnicos o especialistas con vastos conocimientos fácticos, su interés principal radicaba en la formación de individuos con principios éticos y un alto sentido del deber. Para él, resultaba incoherente educar médicos que, por negligencia o pereza, permitieran la muerte de sus pacientes; abogados que privilegiasen la mentira sobre la justicia; o políticos que, en lugar de servir al bien común, se aprovecharan del poder en beneficio propio.
Este enfoque ético constituye una de las críticas más reiteradas en su pensamiento respecto al estado de la educación venezolana, tanto en los niveles primario, secundario como superior. Briceño-Iragorry lamentaba la orientación excesivamente técnica y utilitarista del sistema educativo, que relegaba la formación del carácter y el espíritu del estudiante; así como también ser un obstáculo para el uso de sus energías y talentos una vez este alcance la adultez. Igualmente, cuestionaba el rol del docente limitado a la simple transmisión de datos, sin asumir la responsabilidad de formar ciudadanos conscientes y comprometidos con su entorno social y político.
Formar sentimientos y carácter es el principio de la función educadora. No es el de la escuela vano proceso para llenar de letras y palabras la inteligencia de los niños. Precisa enseñarles a entender el mundo y conformarles el carácter con que habrán de presentarse a la palestra social. Urge enseñarles su deber de hombres. Su deber consigo mismos y su deber con los semejantes. Por ello, al Maestro es requerido de previo conocer su propio y múltiple deber ante la República que le confía la dirección espiritual de los nuevos ciudadanos.10
En su visión, el pueblo era el verdadero motor de las naciones. Por esta razón, dedicó buena parte de su obra a rescatar el valor histórico del pueblo venezolano, y a subrayar la importancia de su participación activa en el presente. Briceño-Iragorry comentando un texto de Pocaterra menciona lo siguiente:
Esta circunstancia quizá sea una de las causas más pronunciadas de que nuestro pueblo carezca de densidad histórica. Como colectividad siente poco el pueblo la sombra de su esfuerzo sobre los muros del tiempo. Le han enseñado sólo a verse como masa informe que sirve de cauda disciplinada y sufrida a los milites que hicieron a caballo las grandes jornadas de la guerra. La historia bélica, que hasta hoy ha tenido preferencia en la didaxia, ha sido para el pueblo venezolano como centro de interés permanente, donde ha educado el respeto y la sumisión hacia los hombres de presa. Porque nuestra historia no ha sido los anales de los grupos que formaron las sucesivas generaciones, sino la historia luminosa o falsamente iluminada, de cabecillas que guiaron las masas aguerridas, ora para la libertad, ora para el despotismo. Ha faltado el ensayo que presente la obra del pueblo civil como factor de hechos constructivos, del mismo modo como, para interpretar el valor conjugante de la nacionalidad, han faltado las historias parciales de las varias regiones que se juntaron para formar la unidad de la Patria.11
Briceño-Iragorry fue también un ferviente defensor del culto a los héroes, a quienes consideraba depositarios de las lecciones fundamentales de la historia venezolana. Sin embargo, no dejó de criticar las distorsiones que dicho culto podía generar, especialmente cuando era utilizado para justificar el poder o desplazar al pueblo como protagonista del proceso histórico. En este sentido, cuestionó algunas interpretaciones del bolivarianismo, proponiendo desarrollar una teoría rigurosa que impidiera que la doctrina del Libertador fuera instrumentalizada con fines autoritarios.
Lamentablemente andamos lejos de gozar la recia posición constructiva que nos ponga en posesión de aquellos instrumentos de educación cívica. Se rinde "culto" a los hombres que forjaron la nacionalidad independiente, pero un culto que se da la mano con lo sentimental más que con lo reflexivo. Nuestra misma devoción oficial por el Libertador podría decirse que fuera una prolongación de las fiestas de San Simón, preparadas para agasajar en vida no sólo al héroe magnífico de la libertad, pero también al poderoso dispensador de favores, o una repetición sin sentido de los funerales de 1831. Poco hemos hecho, en cambio, para formar una teoría ejemplar de lo bolivariano; como consecuencia de ello el admirable ensayo por medio del cual Santiago Key-Ayala nos presenta la vida estimulante de un Bolívar sin fulgores de arcángel, no ha entrado de lleno en la didaxia de lo bolivariano. También nos valemos del Libertador para cubrir con los resplandores de su gloria lo opaco y menguado de nuestra realidad cívica. Y como es Padre de todos, cualquiera se cree con derecho de interpretar sus pensamientos, y aun de ponerlos al servicio de intereses foráneos.12
Su preocupación principal giraba en torno a las reservas morales y volitivas del pueblo. Su proyecto educativo buscaba elevar la conciencia ciudadana y preparar al individuo para asumir sus deberes y derechos dentro de una vida democrática. La democracia, entendida como una suma de actos sociales, requería ciudadanos formados no solo en conocimientos, sino también en cultura cívica y sentido ético.
La política es la suma de los hábitos sociales. Un pueblo no será políticamente culto si sus componentes no lo son como individuos. Y como nosotros solemos tomar las cosas por las hojas contrarias, hemos dado en la flor de pregonar que para ser demócratas debemos comportamos como arrieros y que es buena prueba de camaradería social cambiar insultos con el primer patán que nos tropiece en la calle. No nos ocurre pensar que sea obligación de quienes poseen mejores cualidades transmitirlas a los que carecen de ellas.13
En este contexto, resulta crucial examinar su ideal democrático, especialmente en contraposición a la tesis del “gendarme necesario” de Laureano Vallenilla Lanz, quien sostenía que el gobierno ideal para Venezuela y América era un “hábil despotismo” que mantuviera el orden frente a una masa popular considerada incapaz de autogobernarse.14 Briceño-Iragorry se opuso firmemente a este paradigma el cual etiqueta como “gendarmismo”, haciendo la siguiente crítica:
A pesar de ser por demás meritoria y orientadora la aportación de los nuevos métodos, el carácter de ciertas conclusiones condujo a una apreciación pesimista de nuestra propia vida social. Estudiando el hecho histórico como simple fenómeno de reacciones primitivas y orgánicas, e influidos los investigadores por los principios en uso, que hallaban en fórmulas raciológicas, en complicados axiomas de herencia, en fatales circunloquios telúricos y en la exaltación de los instintos biológicos la razón de ser de aquéllos, produjeron una “conciencia de realidad”, que desembocó especialmente en los estudios de Vallenilla Lanz, en toda una filosofía del hecho de fuerza como expresión permanente de lo histórico venezolano. (Aprovechando fórmulas falsas, se ha creado la peligrosa tesis del “gendarmismo”, como método de gobernarse la sociedad venezolana). Sin advertirlo, los autores llegaron, de ensayo en ensayo, sobre la primitiva fórmula del monismo evolucionista, a edificar el hecho de cultura sobre una concepción físico-antropológica que miró al soma con prescindencia de las valorizaciones psíquicas.15
Aunque desde su concepción el pueblo no estaba lo suficientemente preparado para la democracia, el deber del maestro justamente residía en educar ciudadanos preparados.
Uno de los grandes errores morales de muchos venezolanos es esa tendencia a poner la inteligencia al servicio de eso que nosotros llamamos “viveza”. Esa actitud nos está haciendo un mal. Esta actitud de unos cuantos es lo que produce ese estado caótico, en que se hace visible el fenómeno de que son muy pocos los que realmente están en su puesto. En esta actitud también lo que rompe con el mutuo respeto, tan fundamental para la vida y avance de los pueblos. Es esta actitud la que crea la desconfianza, tan común entre los venezolanos. Es esta actitud la que ha traído esa como subversión de valores que acaba con todo estímulo personal.
Ante la tragedia de esta guerra, que nos ha mostrado los más indescriptibles horrores, la humanidad aspira alcanzar una vida mejor. Pero la humanidad sabe que esta aspiración no podría realizarse sin aferrarnos a los valores morales. Nuestro pueblo ha de tener esta comprensión, sobre todo los maestros, en cuyas manos están aquellos en quien se puede sembrar el bien y el sentido noble y puro de la existencia.16
En sintonía con otros intelectuales progresistas de su tiempo, como Rómulo Gallegos y José Rafael Pocaterra, rechazó las visiones deterministas que etiquetaban a Venezuela como una nación irremediablemente sumida en la barbarie. Para él, la verdadera solución a los problemas del país no era imponer una figura autoritaria, sino educar al pueblo, dotarlo de herramientas para discernir y participar activamente en la vida política.
Creía y creyó siempre que la evolución iniciada tinosamente por el Gobierno de López Contreras, a la muerte del General Gómez y continuada por Medina Angarita, era la forma adecuada de ir aclimatando la vida institucional y las costumbres de respeto y convivencia que resultan de una educación escolar y de una práctica cívica. Sin embargo, dentro de aquel partido propició tempranamente las reformas electorales que juzgó necesarias para acelerar la participación universal en el escogimiento de los poderes públicos.17
Ubicar a Mario Briceño-Iragorry en el contexto político de su época —desde las dictaduras de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez hasta la llamada “democracia elitista” del postgomecismo18, pasando por el trienio adeco y la posterior dictadura de Marcos Pérez Jiménez— permite comprender la sensibilidad con la que abordó la relación entre el pueblo y el poder. Desde la educación, aspiraba a transformar esa relación, consciente de que generaciones anteriores —incluida la suya, marcada dentro del periodo gomecista— habían colaborado, directa o indirectamente, con regímenes opresores. De allí que insistiera en que el deber de los maestros era mostrar a los jóvenes los errores del pasado como una forma de enseñanza ética.
Briceño-lragorry propone normas muy útiles para la educación de los jóvenes, para aquellos “Maestros” (con mayúscula) que se ocupan de la formación del hombre creador de nuestra historia. Hay que transformar la mentalidad con que el venezolano ha venido manejando tradicionalmente su relación con el poder. El venezolano siempre quiere mandar u ostentar ante sus semejantes los símbolos que el poder confiere. Los jóvenes tenían que comportarse ante el poder de una manera distinta; no en la forma como lo habían hecho las generaciones precedentes en la Historia de Venezuela.19
Él mismo asumió el rol de Maestro con convicción, y relató en diversos textos cómo se había dedicado a instruir a los jóvenes, compartiendo sus propios errores como advertencia:
Si algún mérito puedo en justicia recabar, no es otro que haber puesto mi voluntad al servicio de todo esfuerzo encaminado en Venezuela a cultivar la inteligencia, y haber estado siempre dispuesto a dar honra a quienes caminan delante de mí. Cuando he asumido alguna actitud magistral frente a los jóvenes, ha sido para mostrarles las cicatrices y las fracturas que en mí dejaron los malos caminos. Con enseñarles mis fracasos contribuyo a que mejor se adiestren para seguir el camino del buen éxito.20
Desde esta perspectiva, Briceño-Iragorry centró sus esfuerzos en enseñar a los jóvenes a cuestionar el poder, dotándolos de las herramientas necesarias para juzgar a sus gobernantes y rechazar la sumisión. Para él, la educación no solo era un pilar de la democracia, sino un medio para que el pueblo pudiera identificar cuándo sus intereses estaban siendo desplazados por los de las élites políticas o los capitales extranjeros.
En este marco adquiere especial relevancia el papel de la Universidad como institución clave en el desarrollo cultural y político del país. Briceño-Iragorry le concedió una atención privilegiada, tanto en su faceta de docente universitario como de ensayista e historiador. La Universidad representaba un espacio fundamental para la gestación de ideas, el debate crítico y la reflexión nacional. Según su visión, debía ser un punto de concilio, no de separación, donde se discutieran los problemas filosóficos, políticos y económicos que afectaban a la sociedad venezolana.
Para Mario Briceño-Iragorry las nociones de Estado, Cultura e Historia debían estar estrechamente relacionadas porque todas debían llevar el sello de los mismos valores. Era la Universidad la parte creativa de este proceso ya que a ella le correspondía formular los valores que el Estado pondría en práctica y ayudaría para que se cumpliesen. Con el transcurrir del tiempo estos valores le darían una forma o canon al desarrollo del proceso histórico que hiera acorde con la cultura donde se había venido desarrollando.21
Por estas razones, en su ensayo Problemas de la Juventud Venezolana, reaccionó ante la represión y censura que sufrían las instituciones de educación superior durante la dictadura de Pérez Jiménez. Denunció con firmeza los intentos de privatizar la educación universitaria y restringir su acceso, advirtiendo que tales medidas respondían a un proyecto autoritario que subordinaba el civilismo al militarismo. Esta denuncia se enmarca dentro de su convicción humanista: la educación debía ser gratuita y accesible, y debía servir como herramienta de elevación de la cultura de los pueblos; también, defendiendo la tradición que representaba la educación pública y cómo de esta se formaron innumerables profesionales al servicio del país.
Quizá uno de los pasos más desacertados que pueda haberse dado en el orden de la política del país, es el nuevo régimen de inscripción en las Universidades nacionales. Sin hablar siquiera de lo que representa como descenso en la categoría universitaria, el régimen de escuela primaria o de club de pueblo a que ha quedado sometida la vida de los institutos superiores, el hecho de subordinar el ingreso en ellas al pago de una matrícula, rompe una fecunda tradición venezolana. Eran las nuestras las solas Universidades de América donde el pueblo tenía seguro y amplio acceso. Decoro de nuestras ciencias son hoy médicos, abogados, ingenieros que llegaron a coronar carrera, pese a una supina pobreza, porque el Estado les franqueó las puertas de la Universidad.22
Conclusiones
El nombre de “Maestro de la Juventud Venezolana” resulta especialmente preciso frente a la labor educativa que desarrolló Mario Briceño-Iragorry a lo largo de su vida, tanto en su ejercicio como docente en las aulas, como en sus aportes, diagnósticos y reflexiones desde sus trabajos académicos.
Aunque algunas de sus posturas puedan adquirir una connotación reaccionaria, el objeto de preocupación de Mario Briceño-Iragorry fue siempre claro: la venezolanidad y los peligros que enfrentaba la cohesión e idea de pueblo como particularidad. A ello se sumaban las inquietudes que le suscitaba su oficio de educador en el contexto particular que le tocó vivir.
No es posible pretender un análisis de su pensamiento sin considerar el contexto histórico en el que su lenguaje fue articulado. Una Venezuela que, en ese momento, transitaba hacia nuevas formas de pensarse, influidas por las corrientes positivistas de Ernst y Villavicencio, empleadas políticamente bajo el lema de “Orden y Progreso” durante el gobierno de Guzmán Blanco, y que evolucionaron bajo el gomecismo con el surgimiento de la tesis del Gendarme Necesario y demás ideas deterministas según las cuales supuestamente Venezuela sólo era gobernable bajo la imposición de un tirano. A la par, el país experimentaba una transición estructural desde un modelo de exportación agrícola hacia uno petrolero.
Las preocupaciones de Briceño-Iragorry apuntaban precisamente a cómo tender un puente entre la tradición y la cultura hacia una época marcada por estos cambios. Cómo preparar a la nación y a su pueblo ante esta nueva realidad. Cómo formar ciudadanos para un experimento tan desconocido como fascinante e ineludible: la experiencia de vivir en democracia, donde la participación ciudadana debía tener un papel central. Y en todo esto, la educación era el eje articulador que serviría de mapa para no perderse ante todo esto que en el momento no dejaba de ser nuevo e incierto dentro de la evolución social, política y económica de Venezuela.
Su preocupación se centró también en los problemas propios de la educación. Desde lo que consideraba errores en la enseñanza, hasta las formas en que la dictadura de Pérez Jiménez buscaba intervenir la educación universitaria, desvirtuando su propósito como principal centro de producción de pensamiento y discusión de las problemáticas nacionales.
Más allá de sus métodos en las aulas y sus enseñanzas sobre la Historia, tanto desde la Universidad como desde la escritura, el mayor aporte de Briceño-Iragorry fue precisamente pensar la educación venezolana. Dotarla de un sentido más allá del objetivo inmediato de transmitir conocimientos. Su propuesta fue la de una educación humanista, destinada a formar ciudadanos preparados. Una educación concebida para la escuela de la vida, capaz de responder a los desafíos concretos que impone la realidad venezolana.
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Un gran aporte para conocer la hondura del pensamiento de don Mario.
Excelente artículo.