Venezuela
La Vanguardia Española, 10 de diciembre de 1955

Venezuela1
La pequeña Venecia, la Venezuela de Diego de Ojeda, es hoy una de las primeras naciones de América no solo por su pasado histórico y por las grandes figuras que forjaron su independencia, sino por su propio esfuerzo, que le ha dado recia personalidad; por su perseverancia en el trabajo, manantial de su riqueza; por sus luchas y sacrificios, que le han fortalecido para agigantarse en el presente y esperar serenamente el porvenir.
Dormitaba el pueblo venezolano en el dulce sopor de su vieja lejanía, y a brusco despertar ha seguido un impulso amplio y fuerte cuyas realizaciones recientes proclaman la verdad de su pujanza. Todo casi sin transición, gracias a la obra del presidente de la República, general Marcos Pérez Jiménez, quien, con la palanca de su «Doctrina del Bien Nacional», ha levantado a sus compatriotas y los ha unido en el ideal de «hacer de Venezuela una nación digna, próspera y fuerte».2
«Así lo demuestran —según las palabras del mismo presidente— las obras que, como las modernas autopistas, los grandes hospitales, las majestuosas edificaciones universitarias, las numerosas concentraciones escolares, el vasto conjunto de viviendas para las clases media y obrera, los grandes centros de colonización agrícola, las canalizaciones del Orinoco y de la barra del lago de Maracaibo, los hoteles de primera categoría y tantas otras más, responden ampliamente a la satisfacción de las necesidades de nuestro pueblo con esa jerarquía que le ha dado significación internacional».
Porque Venezuela es un país donde el pueblo trabaja, los dirigentes administran y el jefe del Estado salvaguarda los intereses de todos, impulsando la cultura y la economía, perfeccionando la organización de la vida del ciudadano, dando seguridad al trabajo, garantía al capital y sentido preciso a la justicia social. Hoy el venezolano amplía sus horizontes, se siente protegido y seguro, y en la intimidad de su ser se revela más firme el orgullo de su patria.
Al estímulo laborioso que esos beneficios sociales han producido, la fenomenología de la tierra ha experimentado asombrosa transfiguración. En todo el territorio nacional, y a lo largo de todos los caminos, de día en día y con celeridad nunca sospechada, se van poblando el suelo de escuelas y liceos, de acuaductos, canales, puertos, aeropuertos, carreteras, pistas, vías férreas, iglesias, bibliotecas, ciudades vacacionales, parques y mil lugares de esparcimiento.
Y es que, si «Venezuela tiene la gloria de haber dado a América su mayor hombre de armas y su mayor hombre de letras, Simón Bolívar y Andrés Bello», al decir de Menéndez Pelayo, hoy tiene la gloria de haber dado a su pueblo su mayor grandeza, con la «Doctrina del Bien Nacional», su joven presidente Pérez Jiménez.3
En Caracas, capital de esta admirable nación, ha pasado unos días el ministro de la Gobernación, don Blas Pérez González, mensajero del amor de España a esa noble hija que con tanta rapidez prospera. Al pisar aquel sagrado suelo hispano habrá evocado con emoción patriótica el primitivo nombre de Santiago de León de Caracas, que Diego de Losada le dio el 25 de julio de 1567, al celebrarse aquel día la festividad del santo patrón de España y patrón también del Río Negro, en el antiguo Reino de León, cuna de su fundador.4
Caracas, espléndida ciudad donde el cielo es siempre azul y eterna la primavera, a sus mil metros de altitud se recuesta en las faldas del Ávila y se extiende hasta bañarse ya en las aguas del Caribe. Su viejo casco encierra barrios románticos y bellos edificios, testigos de otros tiempos. Allí se conserva la casona de San Jacinto, donde nació el Libertador Simón Bolívar; la pila en que recibió el bautismo, el Panteón Nacional que guarda sus cenizas y el Capitolio que custodia el libro con el Acta de la Independencia.
La ciudad moderna, con sus grandes edificios y rascacielos, sus enormes avenidas como la de Urdaneta —una de las más importantes arterias del centro caraqueño—, con sus parques floridos y fuentes monumentales, con su activo comercio que brinda color, luz y animación a la vida citadina, ha sustituido la quietud perezosa de antaño por el vértigo acelerado de ahora; y de tan justa fama goza que se ha convertido en meta del turismo internacional.5
España sigue con sumo interés el viaje del ministro de la Gobernación a Venezuela, como siguió el del director del Instituto de Cultura Hispánica, señor Sánchez Bella; el del ministro de Educación Nacional, señor Ruiz Giménez; y el de la misión militar presidida por el teniente general señor Palacio, esperando como fruto positivo la mayor compenetración espiritual, cultural y económica entre ambos países, que desde su gestación, España y Venezuela, vienen ostentando el lema que llevan grabado en su corazón: amor.
Ya nos lo demuestra el presidente Marcos Pérez Jiménez en su anhelo y voluntad del pueblo venezolano de establecer, en la propia cuna de la estirpe de Bolívar —aquí, en nuestra patria—, un centro de enseñanza que lleve el nombre del máximo héroe del Nuevo Mundo: el Libertador Simón Bolívar.6
Eduardo Pérez Agudo, «Venezuela», La Vanguardia Española, 10 de diciembre de 1955, p. 7.
Lo explicaba el general Pérez Jiménez en un discurso: «La nación venezolana aspira a lograr un sitio cada vez más prestigioso en el conjunto universal, mediante el mejoramiento de su medio físico y de las condiciones de sus habitantes, en un ambiente de armonía entre cuantos conviven en su territorio y dentro de sanos propósitos de cooperación internacional». «Discurso pronunciado por el Ciudadano Presidente de la República, General Marcos Pérez Jiménez, en el destructor Zulia», en Luis Cova García, Fundamento jurídico del Nuevo Ideal Nacional (Caracas, 1955), p. 22.
«La antigua Capitanía general de Caracas, hoy República de Venezuela, tiene la gloria de haber dado a la América española, simultáneamente, su mayor hombre de armas y su mayor hombre de letras: Simón Bolívar y Andrés Bello». Marcelino Menéndez Pelayo, Obras completas, 21 vols. (Madrid, 1911-1933), II, p. 353.
«En medio de continuos combates y bajo el gobierno de D. Pedro Ponce de León, en 1567, Diego de Losada fundó a Santiago de León de Caracas en el sitio donde antes Rodríguez Suárez levantara su villa de San Francisco. A Caracas empezaron a trasladarse desde 1577, por obra del gobernador D. Juan de Pimentel, los poderes civiles y eclesiásticos de la provincia, hasta entonces establecidos en Coro. Otras villas y ciudades surgen en los años subsiguientes: La Guaira, en 1586; Guanare, en 1595. Nueva Barcelona, trasladada después al sitio que en la actualidad ocupa, fue fundada en 1637 por Juan de Urpín, pacificador de los cumanagotos, quien creó también en aquellos territorios la efímera Nueva Tarragona». C. Parra-Pérez, El régimen español en Venezuela: Estudio histórico (Madrid, 1964), pp. 115-116.
Aunque el artículo es posterior, en la prensa norteamericana se llegó a calificar a Caracas de ciudad moderna: «Caracas es una ciudad cosmopolita situada en un valle formado por una estribación de los Andes venezolanos, a unos 16 kilómetros tierra adentro. Su altitud (914 metros) le confiere un clima fresco y primaveral, con temperaturas que oscilan entre los 24 y los 29 grados centígrados durante todo el año». Tim Page, «Venezuela Modern», The New York Times, 17 de junio de 1984, p. 18.
El autor se refiere a la escuela donada por el Gobierno venezolano a la localidad de La Puebla de Bolívar, inaugurada en 1956. Véase «Mañana llegará a España el ministro de Asuntos Exteriores venezolano», La Vanguardia Española, 10 de octubre de 1956, p. 3; «Gratitud de La Puebla de Bolívar», La Vanguardia Española, 1 de febrero de 1957, p. 8; «Donación de un centro escolar por el Gobierno de Venezuela», La Vanguardia Española, 22 de agosto de 1955, p. 12.




