
Venezuela, en cuanto nación política y república con siglos de vida autónoma, debe entenderse como una fuerza telúrica. El Estado es, esencialmente, una fuerza de ordenación en la tierra. La joven nación venezolana generó un cambio de paradigma jurídico, político y económico al transmitir las nuevas ideas republicanas sobre las antiguas entidades políticas adscritas al Reino de Castilla en las Indias. Venezuela, a partir de las armas y de la tecnología política, logra la transformación política de las Indias gracias a su carácter telúrico. El culmen de esta transformación —la de virreinato a república— es la gestación del lus publicum americanus que iba a servir de base para la Federación americana1.
Una de las primeras manifestaciones de un Derecho público americano vino impresa en la conferencia o entrevista entre Simón Bolívar y José de San Martín en julio de 1822. Aquí se trató la forma política que tenía que tener la América autónoma, las formas de gobierno, los principios a los que había que ceñirse ideológicamente e incluso las fronteras de la nueva región americana, se discutían los grandes espacios americanos a lo largo del sur.
Esta entrevsta, que a tantas anécdotas, comentarios e inexactitudes ha dado lugar, que de tan diversos modos ha sido interpretada, que ha dado margen a conceptos tan distintos, ya fantásticos, ya misteriosos, no pasó de ser una discusión en la que dos Jefes no se pusieron de acuerdo en varios detalles, y en la que triunfaron la fogosidad de Bolívar, su expresión fácil y nerviosa, la palabra que traducía con tanta elocuencia los pensamientos de su atrevida y brillante imaginación. Allí se trató por primera vez entre los dos hombres que podemos considerar como dueños de la suerte de Sur América, si debieran adoptarse los principios monárquicos o los republicanos, sobre la anexión de Guayaquil, sobre la federación suramericana, sobre los límites de Colombia con el Perú, y sobre arreglos pacíficos entre las naciones intersurreccionadas y los Comisarios de España2.
Creemos que las dificultades en construir un Estado, pues la mayoría de las repúblicas hispanoamericanas todavía estaban en una situación de aestatalidad, llevaron a la idea de plantear grandes espacios que pudieran hacerle frente a las armas enemigas y a la tan temida Santa Alianza. Pero no sólo se ve aquí un deseo de batir a las potencias europeas, sino de defenderse contra el coloso que ya habitaba el norte del continente. La reformulación del imperio en república deja ver que detrás de los independentistas hay una mirada a largo plazo sobre los destinos de América. Ya había dicho Bolívar que la decadencia española, el desmoronamiento del Imperio, reproducía aquellos acontecimientos de la decadencia romana y que América, de cualquier manera, tenía que vivir su propia edad feudal3.
Habría que preguntarnos lo siguiente: si los germánicos, y luego los españoles, se replantearon revivir la idea del imperio —gracias a la translación imperial—, ¿no estaban los criollos siguiendo este mismo rumbo de crear una suerte de translación imperial en las Indias? Hay de sobra evidencia para respaldar la afirmación de que los criollos, aún secesionistas e infestados de liberalismo, permanecen en la senda de la continuidad hispánica. El neogranadino Camilo Torres Tenorio, por ejemplo, escribe lo siguiente en 1809:
Somos hijos, somos descendientes de los que han derramado su sangre por adquirir estos nuevos dominios a la Corona de España; de los que han extendido sus límites y le han dado en la balanza política de la Europa una representación que por sí sola no podía tener. [...] Tan españoles somos como los descendientes de don Pelayo, y tan acreedores por esta razón a las distinciones, privilegios y prerrogativas del resto de la nación, como los que, salidos de las montañas, expelieron a los moros y poblaron sucesivamente la península; con esta diferencia, si hay alguna: que nuestros padres, como se ha dicho, por medio de indecibles trabajos y fatigas descubrieron, conquistaron y poblaron para España este Nuevo Mundo4.
En 1812, el oidor criollo de la audiencia de Cuzco, Manuel Lorenzo Vidaurre, llega a decir: «Yo me veo a mi mismo en el español europeo […]. Los españoles americanos no somos conquistadores, nosotros somos los conquistadores iguales en todo a las personas que nos dieron el ser»5. Puede que no todos los proyectos americanos estuviesen destinados a lo mismo, pues había desde pequeños autonomismos hasta grandes espacios políticos como Colombia, el Río de la Plata, Méjico o la Confederación Andina. Si algo llevó a la restauración de un gran poder regional, ante la debilidad o la ausencia de la madre, fue el impacto de la gran guerra civil americana.
Ciertamente la guerra, sumando además a la situación de inestabilidad política e institucional de las Américas, redirigió estos esfuerzos al acantilado del fracaso. Costó todo un siglo para que las repúblicas, que luego se secesionaron del gran espacio colombiano y andino, pudieran estabilizarse gracias a un proceso de state-building. Hobbes recuerda que las guerras impiden cualquier desarrollo o industria en una nación:
Lo que puede en consecuencia atribuirse al tiempo de guerra, en el que todo hombre es enemigo de todo hombre, puede igualmente atribuirse al tiempo en el que los hombres también viven sin otra seguridad que la que les suministra su propia fuerza y su propia inventiva. En tal condición no hay lugar para la industria; porque el fruto de la misma es inseguro. Y, por consiguiente, tampoco cultivo de la tierra; ni navegación, ni uso de los bienes que pueden ser importados por mar, ni construcción confortable; ni instrumentos para mover y remover los objetos que necesitan mucha fuerza; ni conocimiento de la faz de la tierra; ni cómputo del tiempo; ni artes; ni letras; mi sociedad; sino, lo que es peor que todo, miedo continuo, y peligro de muerte violenta; y para el hombre una vida solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta6.
Schmitt establece una diferenciación clave entre la tierra y el mar, refiriéndose al primero como el objeto de apropiación, partición y apacentamiento. El segundo, por el contrario, carece de ordenación o se trata, parafraseando a Eliade, de regiones incultas y desconocidas7. Es decir, el mar es el caos mientras que la tierra descubierta pertenece al cosmos. En los mares no hay leyes, ni ordenación por más que en el presente pueda atribuírsele plataformas costeras o marítimas a las naciones. Si bien Venezuela —cuyos impulsos telúricos encarnados en la figura de Bolívar logran la creación del proyecto colombiano— comienza concibiéndose a sí misma como una fuerza continental, como una telurocracia, tiene rasgos que podrían darle la categoría de «pez», «isla» o «talasocracia»8.
En la perspectiva del lus publicum europaeum toda la tierra del mundo es territorio estatal de Estados europeos o de Estados de la misma categoría, o bien es tierra que aún es libremente ocupable, o sea territorio estatal potencial o colonia potencial. Para países medio civilizados o exóticos se desarrollaron en el siglo XIX formas especiales con extraterritorialidad de los europeos y jurisdicción consular. El mar permanece fuera de toda ordenación específicamente estatal del espacio. No es ni ámbito estatal, ni espacio colonial, ni tampoco es ocupable. Está libre de todo tipo de soberanía estatal del espacio. La tierra firme está dividida por fronteras lineales claras en territorios estatales y espacios de soberanía. El mar no posee otras fronteras que las costas. Es el único espacio que está libre y abierto de todos los Estados para el comercio y la pesca y para un ejercicio libre de la guerra marítima —sin consideración a vecindades o fronteras geográficas— y del derecho de botín en la guerra marítima9.
Siempre se hace referencia a un motor de la humanidad, a las energías y contradicciones que movilizan a los hombres al cambio político y social. El objeto de este ensayo es precisamente la contradicción entre la tierra y el mar. Cómo, además, este conflicto ha determinado la fisionomía de la nación venezolana. Carl Schmitt afirma que «la historia universal es la historia de la lucha entre las potencias marítimas contra las terrestres y de las terrestres contra las marítimas»10. El conflicto tierra-mar es más antiguo de lo que parece, si damos fe de los antecedentes mencionados por Carl Schmitt en las primeras páginas de su obra Tierra y Mar:
El mundo de la Antigüedad griega nació de las navegaciones y guerras de pueblos marinos. «No en vano fue educado por el dios del mar». Una potencia marítima dominadora de la isla de Creta expulsó a los piratas hacia la parte oriental del Mediterráneo y creó una cultura cuyo misterioso encanto nos ha sido revelado por las excavaciones de Cnossos. Un milenio más tarde, la ciudad libre de Atenas se defendió en la batalla naval de Salamina (480 a.C.) contra su enemigo «el persa, señor de mucho Imperio», tras muros de madera, es decir, sobre navíos, y merced de ese combate naval logró salvarse. Su propio poder sucumbió en la guerra del Peloponeso ante la potencia terrestre de Esparta que, como tal potencia terrestre, no estaba en condiciones de unificar las ciudades y tribus helénicas y de regir un imperio griego. Roma, en cambio, que en sus orígenes fue república itálica de campesinos y mera potencia terrestre, se elevó en Imperio en lucha contra la potencia naval y mercantil de Cartago. La historia de Roma ha sido comparada, tanto en su conjunto como singularmente en este período de sus largas luchas contra Cartago, con otros enfrentamientos y situaciones de la historia universal11.
Schmitt ha dicho que Inglaterra ha sido la heredera universal de todos los esfuerzos europeos pero que el entendimiento de esta empresa, de esta transformación de oso a ballena, no puede analizarse desde los simples paralelismos históricos. A su parecer, «fueron los ingleseses quienes tomaron la delantera, vencieron a todos los rivales y lograron crear un Imperio mundial, cuyo fundamento era el señorío de los mares. Inglaterra fue la heredera. Ella heredó a los cazadores y nautas, a explotadores y descubridores de todos los demás pueblos europeos»12. A esto agrega también que: «su particularidad, lo incomparable estriba precisamente en que en Inglaterra se operó, en un momento histórico totalmente diferente, una transformación elemental. Transfirió en realidad su existencia de la tierra al elemento marítimo»13.
América, como Europa tras la caída del Imperio romano, se territorializó en la misma medida en que se aisló de los mares. Hay paralelismos entre la decadencia imperial de Roma y España, entre los procesos de desintegración de ambos imperios. Las Indias, pese a las energías telúricas del Imperio español a lo largo de Europa, tenían un fuerte carácter marítimo y mercantil. Caracas era uno de los tantos puertos del circuito comercial hispanoamericano. El mundo indiano no era solo una revolución espacial en sí misma, sino un cosmos propio en todo el sentido económico y mercantil. Schmitt dice sobre el continente europeo:
La caída del Imperio romano, la expansión del islam, las irrupciones de árabes y turcos, trajeron consigo la territorialización de Europa y el oscurecimiento del sentido del espacio por varios siglos. El apartamento del mar, la falta de flota y la territorialización plena son características de la temprana Edad Media y su sistema feudal. Del 500 al año 1100, Europa se había convertido en una masa feudal agraria de territorio, cuya capa dominante, los señores feudales, abandonaba el cultivo del espíritu, incluso el leer y escribir, a la Iglesia y al clero14.
El ensachamiento político de Europa, dice Schmitt, significó un cambio muy profundo culturalmente hablando. En su opinión, «en Europa surgen por doquier nuevas formas de vida política» y en «Francia, Inglaterra y Sicilia se establecen administraciones centralizadas, que anuncian ya, en algunas cosas, el Estado moderno»15. El jurista alemán, refiriéndose a la primera revolución espacial del mundo llevada a cabo por Cristobal Colón, afirma que «en esos siglos de cambio, las gentes de Europa imponen simultáneamente en todos los ámbitos de su genio creador un nuevo concepto espacial»16.
Ahora bien, si el descubrimiento y la conquista de América representan un acontecimiento revolucionario en la distribución del espacio mundial, la independencia de América supone la emancipación del Derecho público europeo y una auténtica revolución en el sentido espacial, pues se crean nuevas formas jurídicas y otra lucha por el espacio entre los contendientes americanos, como demostrarán una serie de conflictos entre repúblicas hispanoamericanas y entre los Estados Unidos y Méjico.
La «gran isla» americana, encarnada por los Estados Unidos, sólo es posible con el expolio mejicano para tomar el Pacífico, vía el Destino Manifiesto, y la toma del Caribe por los medios filibusteros y la piratería. La hegemonía de los Estados Unidos, pasando por la desintegración de Inglaterra como potencia mundial, pasa por el dominio de los mares. Schmitt, siguiendo a Mahan, es enfático en que «mientras un político como Disraeli quería trasladar a Asia el Imperio inglés, el almirante norteamericano propone su emigración a América»17. A lo que agrega: «la vieja isla, demasiado pequeña, y todo el complejo de un Imperio marítimo mundial basado en ella deben asirse a la nueva isla y ser salvados por ella como por una gigantesca lancha salvavidas»18. Estados Unidos representaba el nuevo paradigma mundial de «gran espacio», era un coloso industrial que además controlaba su propio imperio indirecto en las Américas y en el Caribe.
En un artículo suyo, Schmitt hacía énfasis en que la historia de los pueblos era la historia de la toma de la tierra. La América libre, autónoma, emancipada, no iba a ser la excepción frente a las contradicciones marcadas por la geopolítica y el «estado de la naturaleza» que quedó tras la desintegración del Imperio español en América. La toma de tierra siempre tomará distintas fórmulas o dimensiones19.
La historia de los pueblos, con sus migraciones, colonizaciones y conquistas, es una historia de toma de tierras. Y ésta es o una toma de tierras libres, es decir, hasta entonces sin dueño, o la conquista de tierras ajenas, tomadas del dueño anterior al amparo de títulos jurídicos de la guerra exterior o repartidas de nuevo según los métodos político-internos de la proscripción, el despojo y la confiscación. La toma de una tierra es siempre el título jurídico último de toda ulterior participación y reparto, y por ende de toda ulterior producción20.
Schmitt no fue el único en establecer esta correlación entre la desintegración del Estado moderno, entendido en todo su sentido europeo, y el surgimiento de los grandes espacios. No sólo el pez podía industrializarse o ser un coloso de acero, sino también las potencias telúricas: hubo una transformación del modelo terrestre. Los erróneamente llamados «Estados continentales» parecían revitalizarse frente a los pequeños Estados y órdenes cerrados de Europa e incluso rivalizaban con las grandes potencias marítimas como Inglaterra o Países Bajos, que tenían formas no estatales21. Tocqueville, siglos antes, fue lo suficientemente clarividente en la cuestión:
Hay hoy en la tierra dos grandes pueblos que, partiendo de puntos diferentes, parecen avanzar hacia el mismo objetivo: son los rusos y los angloamericanos. [...] Para alcanzar su cometido, el primero confía en el interés personal y deja que actúen, sin dirigirlas, la fuerza y la razón de los individuos. El segundo en cierto modo concentra en un hombre todo el poder de la sociedad. Uno tiene por medio principal de acción la libertad; el otro, la servidumbre. Su punto de partida es diferente, sus caminos diversos; así y todo, cada uno parece llamado por un designio secreto de la Providencia a tener un día en sus manos el destino de la mitad del mundo22.
En el aspecto metafísico, espiritual, ha dicho Schmitt que no todos los pueblos, por más que estos sean geográficamente insulares, son realmente «insulares». Un pueblo debe tener conciencia insular para operar como una ballena en todo su sentido político. Una potencia marítima entiende la naturaleza de su misión. El caso de Inglaterra es particularísimo, a diferencia de otros casos como el japonés:
Cuando Inglaterra adoptó una forma de vida puramente marítima hubieran de modificarse fundamentalmente sus relaciones con el resto del mundo, y en especial con los Estados del continente europeo. Todas las normas y proporciones de la política inglesa perdieron entonces toda posibilidad de comparación y de compatibilidad con la de los restantes países de Europa. Inglaterra se convirtió en señora de los mares y levantó sobre ese señorío del mar un Imperio mundial británico, que se extendía a todos los rincones del orbe23.
Ganivet llegó a escribir sobre las diferencias entre los pueblos continentales, los peninsulares y los insulares. En el caso español se observa un pueblo de caracter peninsualr. Schmitt, por el contrario, ha reiterado que España o la Monarquía católica, aunque influyente y poderosísima en los mares, representaba un espíritu telúrico. El conflicto entre España e Inglaterra —esta última apoyada por otras naciones protestantes— es, sin lugar a dudas, una prolongación del conflicto tierra y mar del que habla Carl Schmitt continuamente. Las guerras de religión también llegan a considerarse un estadio de este enfrentamiento, con excepciones como la de Francia: que finalmente se decide por el catolicismo debido a su tradición romana y por tanto, conserva su espíritu telúrico.
Comparando los caracteres específicos que en los diversos grupos sociales toman las relaciones inmanentes de sus territorios, se notará que en los pueblos continentales lo característico es la resistencia, en los peninsulares la independencia y en los insulares la agresión. El principio general es el mismo, la conservación; pero los continentales, que tienen entre sí relaciones frecuentes y forzosas, la confían al espíritu de resistencia; los peninsulares que viven más aislados, aunque no libres de ataques o invasiones, no necesitados de una organización defensiva permanente, sino de unión en caso de peligro, la confían al espíritu de independencia, que se exacerba con las agresiones, se ven impelidos cuando les obliga a ello la necesidad de acción, a convertirse en agresores24.
Para Ganivet, España es una península o «la península» ya que no hay otra península como la ibérica y, a la vez, no hay otra que se asemeje tanto a una isla. De ahí a que España pueda, en su psique, considerarse una isla y eso explique tantas anomalías históricas. A su parecer, «Los Pirineos son un istmo y una muralla; no impiden las invasiones, pero nos aislan y nos permiten conservar nuestro carácter independiente. En realidad nos hemos creído que somos insulares»25.
Con Venezuela podría suceder algo similar. No hay nación tan influyente como Venezuela entre 1810 y 1824. Sin una sociedad ilustrada como la caraqueña, difícilmente hubieran entrado las nuevas dinámicas y tecnologías políticas del continente europeo en el resto de América. Venezuela era la puerta de entrada, la «Sublime Puerta» al Nuevo Mundo26. Venezuela marcó el ejemplo para el resto de los criollos autonomistas y realistas, sea en obediencia o en rebelión. Al mismo tiempo, Venezuela podría considerarse una nación aislada —por decisión propia— del resto de las Américas. No es casualidad que Venezuela, además, haya sufrido el conflicto de independencia más sangriento del momento27.
Bolívar quiso terminar con ese aislamiento cuando propuso la unión o la integración de las naciones americanas sobre las bases de la república. Venezuela, que fue la autora de la rebelión de los vasallos contra su rey, dinamitó todos los intentos unitarios de su hombre más fuerte, Simón Bolívar. La joven república que inspiró a otras en la emancipación, y donde surgió la idea de una patria colombiana, decidió dar la estocada más fuerte para desintegrar Colombia28. Para bien o para mal, en Venezuela hay un fuerte sentido de la independencia y un individualismo digno de los pueblos ibéricos. Puede que los Pirineos venezolanos sean la Cordillera de la Costa, aquel escudo natural de Venezuela.
Venezuela puede convertirse en «ballena» ante la incapacidad de convertirse en fuerza telúrica o gran espacio, pues aquel espacio corresponde naturalmente a naciones suramericanas mucho más grandes y con capacidades geopolíticas superiores como Brasil o Argentina29. Nuestra nación posee la plataforma costera más grande del Caribe, así como un sinfín de recursos acuíferos de importancia estratégica. La nación venezolana se preparó para ser una nación talasocrática hasta que, finalmente, fue desarticulada política, económica e industrialmente por la casta que le gobierna en el presente. Hay antecedentes que demuestran que Venezuela ha estado ligada al Caribe de una manera u otra, como si gran parte del Caribe girara en torno a Venezuela o fuera esta última un imán, un centro de atracción30.
Todos los grandes acontecimientos venezolanos han estado relacionados a un desembarco: quizás comenzando con la llegada de Bolívar el Procurador y Osorio a Caracas, con el arribo de Francisco de Miranda, incluyendo la infame visita del afrancesado Emparan, pasando por la expedición de Los Cayos hasta el bloqueo naval de 1902-1903. La expedición del Falke, la invasión a Coro desde Curazao31 y un sinfín. Durante la Segunda Guerra Mundial Venezuela se vio obligada a declarar la guerra a Alemania debido a las agresiones contra nuestra flota mercante. El primer blanco ideológico de Cuba en la Guerra Fría fue Venezuela, de ahí el desembarco de Machurucuto. Ninguna nación, ni los Estados Unidos, puede declarar que el Caribe es su «lago», pues Venezuela posee una porción considerable del mismo.
Belaúnde llega a advertir del reemplazo del proyecto idílico de una Patria americana por la Federación, que era una forma de integración internacional entre las nuevas entidades políticas americanas que sucedían el antiguo statu quo de la Corona. Colombia la grande, en la que estaba incluida Venezuela, pretendía ocupar esta posición privilegiada sobre el resto de los pueblos americanos del sur. En sus palabras: «La América no podía formar un solo Estado; pero esos Estados podrían fraternizar y formar una unión poderosa parecida al anfictionado griego. […] La utopía de la nacionalidad gigante es reemplazada por el ideal de la Federación Americana. A la diferenciación, impuesta por la tierra y por la Historia, debe suceder la integración internacional. El ideal bolivariano, distante todavía, es, sin embargo, inquietud que nos traza rumbos de atracción inmutable; nuestra solución salvadora frente al porvenir». Bolívar y el pensamiento político de la Revolución Hispanoamericana (Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, 1959), 178.
J. D. Monsalve, El ideal político del Libertador Simón Bolívar (Bogotá: Imprenta Nacional, 1916), 205.
Véase Manuel Pérez Vila (ed.), Doctrina del Libertador (Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1979), 62 y 104.
Camilo Torres, “Memorial de agravios”, en José Luis Romero y Luis Alberto Romero (eds.), Pensamiento político de la emancipación (1790-1825), 2 vols. (Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1985), I, 29.
Citado en David A. Brading, Orbe indiano: De la monarquía católica a la república criolla, 1492-1867 (México: Fondo de Cultura Económica, 1991), 595.
Thomas Hobbes, Leviatán, ed. C. Moya y A. Escohotado (Madrid: Editora Nacional, 1980), 225.
En palabras de Mircea Eliade: «Un territorio desconocido, extranjero, sin ocupar (lo que quiere decir con frecuencia: sin ocupar por los nuestros), continúa participando de la modalidad fluida y larvaria del “caos”. Al ocuparlo y, sobre todo, al instalarse en él, el hombre lo transforma simbólicamente en cosmos por una repetición ritual de la cosmogonía. Lo que de convertirse en “nuestro mundo” tiene que haber sido creado previamente, y toda creación tiene un modelo ejemplar: la creación del universo por los dioses». Lo sagrado y lo profano (Barcelona: Paidós, 1998), 28.
Carl Schmitt sugiere que todas las potencias marítimas son, en su origen, terrestres: «Todas las ordenaciones preglobales eran esencialmente terrestres, aún cuando comprendían a potencias marítimas y talasocracias. El mundo, terrestre en su origen, fue modificado en la época de los descubrimientos, cuando la conciencia global de pueblos europeos aprehendió y midió por primera vez la tierra. Con ello se produjo el primer nomos de la tierra, que consistía en una determinada relación entre la ordenación espacial de la tierra firme y la ordenación espacial del mar libre». El Nomos de la Tierra en el Derecho de Gentes del «Ius publicum europaeum» (Buenos Aires: Editorial Struhart & Cía, 2003), 28.
Schmitt, El Nomos de la Tierra, 170.
Carl Schmitt, Tierra y mar: Una reflexión sobre la historia universal (Madrid: Editorial Trotta, 2007), 26.
Ibíd., 27.
Ibíd., 46.
Ibíd., 47.
Ibíd., 52.
Ibíd.
Ibíd., 56.
Ibíd., 78.
Ibíd.
«Aparte las muchas peculiaridades que aparecen en múltiples abundancia cuando se hace una confrontación entre el Este y el Oeste en la corriente de la historia mundial, se hace visible hoy una sencilla y elemental diferencia: el conflicto entre tierra y mar. Eso que llamamos hoy Oriente es una masa coherente de países firmes: Rusia, China, India, las más poderosas islas de la Tierra, la región cordial de la Tierra, como el gran geógrafo inglés sir Halford Mackinder les ha llamado. Y lo que hoy llamamos Occidente es un hemisferio cubierto por los grandes océanos, el Atlántico y el Pacífico. La oposición entre un mundo continental, y un mundo marítimo es la realidad global que se nos da, y de la que debemos partir para poder plantear rectamente la cuestión acerca de la estructura de tensiones del actual dualismo mundial». Carl Schmitt, “La tensión planetaria entre Oriente y Occidente y la oposición entre tierra y mar”, Revista de estudios políticos, n.º 81 (1955), 7-8.
Carl Schmitt, “Apropiación, partición, apacentamiento: Un ensayo para fijar las cuestiones fundamentales de todo orden social y económico a partir del nomos”, Veintiuno, n.º 34 (1997), 58.
El profesor Dalmacio Negro Pavón posiciona entre las formas no estatales a la República de las Provincias Unidas y al Government de Inglaterra, el «Imperio de la Ley». Incluso la Monarquía católica española e indiana es una forma política no estatal, una monarquía compuesta construida sobre el modelo aragonés. Sobre el primero dice Negro Pavón que se trata de un «principado calvinista». En relación a Inglaterra y su tradición política afirma: «se conservaron, pues, el selfgovernment y el derecho común y no existió un derecho estatal o público, ya que los jueces podían interpretar el Derecho conforme al principio iura natura sunt inmutabilia». Véase Historia de las formas del Estado: Una introducción (Madrid: El Buey Mudo, 2010), 158-176.
Alexis de Tocqueville, Democracy in America, 2 vols. (Nueva York: Alfred A. Knopf, 1945), I, 434.
Schmitt, Tierra y Mar, 72.
Ángel Ganivet, Idearium español (Madrid: Librería General de Victoriano Suárez, 1905), 31-32.
Ibíd.
Véase Alejandro de Humboldt, Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, 5 vols. (Caracas: Escuela Técnica Industrial, 1941-1942), II, 300-301, 330-334.
«La guerra de liberación dejó a Venezuela convertida en una tierra baldía. Durante más de diez años, dos ejércitos combatiente shabían saqueado sus recursos, consumiendo o destruyendo cultivos y ganadería. A falta de ingresos regulares, moneda y abastecimientos, las dos partes contendientes recurrieron al pillaje de todo tipo como método normal de guerra: “los pueblos eran devastados y acuchillados indistintamente todos los que tenían algo para robarles». El ambiente sociorracial la convirtió en una guerra total de violencia incontrolada, agravada por las condiciones de miseria y de privaciones. El Consulado de Caracas informaba en 1816: “habrá erdido el país, entre muertos en la guerray emigrados, sobre ochenta a cien mil individuos; que todas las haciendas de la provincia se encuentran aniquiladas, en fin, pobres y miserables todo por los repetidos saqueos que han sufrido de unas y otras tropas”». John Lynch, Las revoluciones hispanoamericanas, 1808-1826 (Barcelona: Editorial Ariel, 2008), 215.
Así lo relata el historiador John Lynch: «La insurrección de Córdova animó a la oposición venezolana. Páez dejó de vacilar y buscó con toda intención sacar a su país de la unión. Desde el momento en que las noticias llegaron a Caracas, el 28 de octubre, los enemigos de Bolívar, alrededor de Páez, que exageraron lo ocurrido, aprovecharon la polémica sobre el proyecto de monarquía y presionaron a su caudillo para que no perdiera tiempo y revolucionara a Venezuela. […] Los separatistas aprovecharon de inmediato estas asambleas para garantizar que expresaran las opiniones que querían. […] En Caracas, la aseamblea popular del 26 de noviembre de 1829, estuvo precedida por el encuentro, la noche anterior, de cuatrocientos ciudadanos y terratenientes de renombre en la casa del acaudillo Arismendi, en la que estuvieron presentes otros generales. La reunión, en la que solo se escucharon dos voces discordantes, la de Revenga y la del intendente Clementi, se pronunció a favor de la independencia de Venezuela y en contra de Bolívar». Simón Bolívar (Barcelona: Crítica, 2009), 356-357.
No obstante, Samuel P. Huntington llegó a afirmar que el liderazgo de Hispanoamérica no solo se disputaba entre Brasil y Argentina, sino que incluía a México y a Venezuela. Incluso parecía decantarse por Argentina y Venezuela, debido a las barreras culturales que tenían México, por estar en el norte, y Brasil por su carácter lusitano. Cabe a destacar que el autor publicó la obra en 1996 cuando todavía se podía hablar de los niveles de vida y la relevancia geopolítica de Venezuela. Clash of Civilizations and the Remaking of the World Order (Londres: Simon & Schuster, 1996), 136.
«Ya el mar Caribe se está convirtiendo para el mundo en lo que fue el Mediterráneo antes de la edad moderna. Es en el Caribe en donde va a establecerse la línea maestra de contacto entre las dos razas. Es por el Caribe por donde pasará la gran frontera dinámica de las dos Américas». Alberto Adriani, Textos escogidos (Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1998), 77.
Venezuela históricamente ha estado tan ligada a Curazao que para 1927, según McBeth, había al menos 1.500 trabajadores venezolanos en la Shell. Curazao y Coro tenían una relación muy cercana por los intercambios culturales y económicos. Gran parte del contrabando también provenía de la pequeña isla neerlandesa. Juan Vicente Gómez and the Oil Companies in Venezuela, 1908-1935 (Cambridge: Cambridge University Press, 1983), 151.