Sobre el maltrato histórico a Monagas
Con motivo del Monagato, su evolución y la llamada «revolución de marzo», suceso que da pie a la casi-desaparición de la república.

José Tadeo Monagas, ha sido estudiado desde el ángulo únicamente negativo, que significó su reelección y lo negativo que significó creerse con el derecho de entregarle la Presidencia a su familia. No se ha hecho todavía un estudio efectivo de lo que pasó realmente con él en su primer gobierno, durante su segundo gobierno y de lo que hizo José Gregorio. [...] Si algún trabajo hay que hacer en nuestros estudios históricos, es replantear las figuras de José Tadeo Monagas y de José Gregorio, para examinarlos a fondo, objetivamente y ver qué fue lo que realmente esos hombres hicieron o no hicieron.1
—Tomás Polanco Alcántara
El 5 de marzo de 1858 es una fecha emblemática para los entusiastas de la idea democrática, de éste y todos los tiempos en el país, típicamente señalada como el derrocamiento de un tirano por parte de un pueblo y un ejército de bien. El monagato (y principalmente trataré lo referente a José Tadeo, principal caudillo de está dinastía), aún con sus indudables tropiezos en la administración nacional, no ha sido comprendido bajo una lupa precisamente racional, sino que ha sido objeto de un tratamiento historiográfico polarizado. Pocos son los que se han lanzado esta ardua tarea, y desde este espacio también queremos aportar información objetiva para el entendimiento de un crucial período de nuestro país. Sabiendo que su fin marcó el inició de la guerra brava de la federación, no es poca cosa lo que se enmarca.
A manera de inicio para nuestro artículo, compartimos la disertación del escritor oriental Santos Chacín Sánchez sobre la figura del viejo Monagas y su discutido lugar en la historia de la república.
El nombre y prestancia de Jefe cabal que hay en el llanero acaudalado de veinticinco años van a llenar, página tras página, la historia militar de nuestro Oriente, Grandes virtudes, graves errores, múltiples sacrificios que van a teñir con sangre de su casta las antiguas trillas indianas que ahora palmotea su caballo. En su destino estaba escrito altivez, lealtad, denuedo. Monagas es de los primeros grandes de la Historia Patria, de cuyos ojos habrán de bajar lágrimas de amor y devoción a la sola presencia de Bolívar muerto, el día en que el Epónimo emprende el camino, que más luego desandará definitivamente, desde la Iglesia de la Trinidad a San Francisco, en Caracas. Contaba entonces 62 años el Prócer Oriental. Muchos son los aspectos que hacen del General José Tadeo Monagas un punto álgido en el quehacer ochocentista histórico venezolano. Fue y sigue siendo de esos personajes debatidos, en oportunidades apresuradamente, y por lo tanto con muy de escasas glorias para sus semblancistas. La fortuna del historiador radica en la justicia. Fue Monagas, necesariamente, un hombre de difícil comprensión para sus contemporáneos, posiblemente de limitado acceso para quienes le han estudiado posteriormente, siendo contadas las plumas que le han tratado sin predisposición y menos aún las que lo han ejercido razonablemente. Creemos que sea don Francisco González Guinán quien sí sitúa seguro al Héroe maturinés en el límite justo que es aquel en que elocuentes se congregan virtudes y errores. Ante el militar y hombre público el historiador repitiente estrelló sus pasiones. Ante el viejo «Roble del Amana» la pluma del copión se volcó con sus odios cerreros. Pero él fue venezolano primero que nada. Llanero oriental de Maturín antes que todo. Hombre recio, de una sola pasta; capeó con varonía ejemplar, lo mismo el ataque agresivo de la injuria, que llegó hasta atropellar sus fueros, que los embates momentáneos de sus caídas y aun los endiosamientos con que este País le arrobó en ocasiones del Poder. Militar fiel: guardó siempre para el Libertador la más devota fe. Su veneración por el Grande se hizo proverbial en el Ejército, por lo que nunca osó aceptar cargos superiores a no ser, «mientras durase la ausencia del Padre de la Patria». Agregaremos que al arribo de los restos de Bolívar a Caracas, a caballo en la calle, morrión en mano, lloró lágrimas ardientes al paso del cortejo. Discutido hombre público: aún con un año de anterioridad a los sucesos del 48 en el Congreso Nacional, clamó una voz en plena Cámara sobre la urgencia de enjuiciar a Monagas a como diera lugar, así fuera por la muerte de César. Taras han sido infelizmente en este País especulaciones de la índole. Aquí, a impulsos de las pasiones más extrañas, se ha enjuiciado siempre impunemente a los hombres más notables. Corazón, carácter, espíritu: el varón ejemplar de la hora exacta en que la Patria angustiada reclamaba del destino, varones! Eje, patriotismo, desprendimiento: el hombre integro, corajudo e indócil, aprestado de inmediato al grito de libertad y de azarosas peripecias de su tierra, que clamaba por hombres! Entre nosotros el principio de la historia fue él.
Monagas es nuestro héroe, el legendario adalid de esta tierra sacrificada de Maturín, e incumbe a las próximas generaciones, por dignidad y honor, mirarle más justicieramente, rescatarle en lo posible de ese fondo incoloro en que han pretendido sumirle los testaferros de la incomprensión. Ningún hombre, y mucho menos el héroe maturinés, puede ni debe seguir siendo enjuiciado desde tal o cual ángulo de su personalidad, sino de cuerpo entero. Así es como se puede y debe ser estudiado Monagas. Su biografía todavía está inconclusa. Además, ya están lejos los días en que todavía la Historia —que muy poco reparaba entonces en filosofías ni humanismos— pregonaba, con abultamientos manifiestos y posesos de sentimientos que ignoramos, las grandes «fallas patrióticas», los «horrendos pecados políticos» y los «errores gravísimos» del General José Tadeo Monagas, y hasta aducían algunos que su memoria era «irrehabilitable», válgame el Señor!
A conciencia de esos «rehabilitadores», que no rehabilitaron nunca ni siquiera el nombre de la Patria, a la hora en que, partiendo desde 1830, las más sangrantes injusticias consumaban hechos cuyas consecuencias todavía lamenta el país, es sólo el señor General de División de los Ejércitos de la Antigua Colombia, José Tadeo Monagas, quien merece de la Historia condenación eterna. Más olvidan que la historia es el sol de los tiempos; que en sus giros ningún gesto ni hecho permanece oscuro, y que la varonía, desprendimiento y nobleza del alma de un hombre como Monagas no la mensuran odios ni pasiones.
Monagas sigue siendo grande. Su estampa de adalid continúa creciendo en el concierto de juventudes orientales que le razonan y le admiten en toda su humana y heroica grandeza. Y repetimos, ya están lejanas en la Historia de Venezuela y relegadas por la justicia de los hombres aquellas causalidades que tantas veces movió al odio entre nosotros, y difícil sería ahora, cuando la historia se satura del cosmos y se enreda en los cuernos de la Luna, que vengamos en pretender seguir enjuiciando al hombre por los desmanes de Asmodeo!2
Iniciando entonces con bandeja de plata, la gestión del monagato ha quedado en la historia venezolana como un período de corrupción y despotismo gubernamental, sobre todo influido por las fuentes de la época (en mayor parte de los enemigos políticos de los Monagas) y las pasiones políticas que se libraron al efectuarse la revolución de 1858. Gran ejemplo de esto es el de un exaltado Antonio Leocadio Guzmán, el cual fue condenado a muerte por Páez y posteriormente sería absuelto por Monagas, estaría en las calles de Caracas gritando consignas de muerte contra estos mismos, o el caso del ultramontano Juan Vicente González, quien se borró políticamente durante la dominación oriental, y apareció en la misma revolución escribiendo panfletos contra José Tadeo Monagas.
Aunque no todos los gobiernos son perfectos, es una necedad decir que gracias al monagato se destruyó la producción e institucionalidad nacional, cuando ya los indicios de la mala administración se encuentran en 1840 con el dominio de los godos, de ahí el surgimiento de la subversión de 1846, y si en el caso de que los Monagas fueron pobres administradores nacionales, entonces los directores de la fusión de 1858 fueron aún más deficientes llevando a la guerra al país con decretos monstruo, cosa que con el gobierno monaguero probablemente no habría sucedido.
Luis Level de Goda, historiador, general y destacado antiguzmancista, dedicaría las primeras hojas de su obra más reconocida para demostrar las injustas calumnias contra José Tadeo Monagas, reconocer sus errores y sacar a la luz que los gobiernos que le sucedieron atrasaron a la república venezolana a niveles críticos:
Todos los gobiernos que ha tenido Venezuela desde el año de 1858 hasta la actualidad, a excepción del Gobierno provisorio plural de 1868, y del que presidio el doctor Rojas Paul, 1888 a 1890, que fue regular […] han sido más o menos malos y arbitrarios, y algunos pésimos y hasta degradantes.
El gobierno del general José T. Monagas, en su último periodo, fue lo más serio y circunspecto que ha tenido Venezuela: entonces reinaban el orden y la moralidad y se cumplían la Constitución y las leyes. Hasta esa época eran elegidos para los empleos públicos y para los congresos los hombres más notables e importantes del país por su honradez, sus conocimientos y su posición social. Si hubo una que otra excepción, fue a favor de algún hombre honorable del pueblo, prestigioso en las masas y de buena conducta. Hasta entonces se vieron senadores y diputados que no iban a medrar a los Congresos y que gastaban en Caracas su propio dinero, no debido a munificencias del poder. Era un alto honor pertenecer al Congreso.
El Gobierno tenía a su servicio tropas que merecían el nombre de tales, cuerpos bien organizados, disciplinados, de moralidad recomendable, con jefes y oficiales de buenas familias, instruidos en su profesión y hombres dignos. La carrera militar existía y era honrosa. En fin, en esa época, todo en Venezuela era todavía decente y digno. El país estaba muy rico y prosperaba; todas las clases sociales tenían bienestar porque los venezolanos, consagrados al trabajo y al ejercicio de las industrias, estaban seguros de no ser molestados en sus personas, ni robados, y no pesaban sobre ellos esas grandes contribuciones con que se les viene extorsionando desde el año de 1858, y que han ido creciendo y aumentando de día en día hasta hacerse insoportables y constituir una de las principales causas del empobrecimiento y ruina actuales de tantos venezolanos.
Desgraciadamente el general José T. Monagas comenzó a ser débil con su propia familia y un tanto con sus consejeros. […] Por otra parte, habían continuado durante el gobierno del general José T. Monagas los negocios de agio que se habían iniciado con algún descaro en la época anterior, mandando su hermano José Gregorio, lo cual en aquellos tiempos era inusitado y escandaloso […]. Además, el Congreso de 1857 había reformado la Constitución de 1830, que regía, y aunque la nueva de aquel año era más liberal que la anterior y bastante buena para el país y la época, no solo prolongaba el periodo de mando del general Monagas sino que permitía su reelección. […] ¿Qué mas pretexto y razón podían desear los oligarcas y algunos liberales descontentos para preparar y llevar a cabo una revolución armada?3
Posteriormente, Level de Goda habla sobre la renuncia (voluntaria) de Monagas, aun teniendo fuerzas para combatir a los sublevados, y cómo fue calumniado por los exaltados de la época y posteriormente:
Las pasiones políticas no dejan discernir y todo se ve generalmente, por el prisma de ellas, por lo cual se cometen graves errores y mayores injusticias. El general José T. Monagas entonces, como antes y hasta algunos años después, fue horrible y cruelmente calumniado por sus enemigos políticos, quienes se esmeraban, cuando aquel gobernó, en presentarlo como un tirano a los ojos del mundo.4
Y no sólo desde los defensores del monagato como Level de Goda arremetían contra la subversión de 1858, el guzmancismo naciente también terminó reconociendo que ésta fue perjudicial para el país a largo plazo, aun cuando se termino ocupando el poder por parte de estos:
El año de 1858 los habitantes de Venezuela cambiaron los instrumentos del trabajo por los arreos del soldado. Este pueblo, feliz entonces porque vivía en paz y en medio de la abundancia, abrió con mano impía las puertas del odioso templo de Jano e hizo la revolución del 5 de marzo, apellidada por algunos ilusos, de salvadora e incruenta, y confirmada más tarde por la dura experiencia, como altamente deplorable. […] Esa revolución triunfo en diez días sin sangre ni sacrificios humanos, pero fue la causa predisponente de una larga época de sangre y exterminio.5
Al momento de asumir Monagas la presidencia, a diferencia del relato de la historiografía contemporánea, el país no pasaba por sus mejores momentos. La combinación entre una deficiente gestión de los godos en sus ultimas etapas y la crisis económica internacional fue el complejo recibimiento del caudillo oriental a la administración del turbulento Estado de Venezuela que ya asomaba la erupción de las discordias civiles:
Monagas había tomado posesión cuando el país seguía bajo los efectos de la crisis económica que se había iniciado a comienzos de la década de 1840. Cualquier gobierno, por sí solo, habría tenido dificultad en contrarrestar tales problemas económicos mundiales. El Gobierno venezolano era todavía menos poderoso para luchar contra las crisis, debido a su fuerte dependencia del café y del cacao. Los problemas del Gobierno parecían ser aun más graves cuando nos damos cuenta de que sus recursos habían disminuido aun más, gracias a las revueltas de 1846. Monagas subió al poder durante un periodo en que el confuso clima económico daba poca esperanza para el futuro.6
Es necesario acotar que, a la par de la situación económica, otro motivo de rechazo a la administración tadeista fueron los sucesos de enfrentamiento constante contra los intereses extranjeros a mediados del siglo XIX, como por ejemplo la cuestión de la Isla de Aves que reclamaba territorialmente el Reino de Holanda, pero que Monagas y su administración inteligentemente condujeron a un reconocimiento de la soberanía Venezolana sobre estas islas ante las otras potencias. Venezuela experimentó tensas relaciones con José Tadeo Monagas al mando contra la Gran Bretaña, imperio que salió muy afectado por el ascenso del Oriental y la deposición de los godos dirigidos por el general José Antonio Páez. Desde el punto económico, Monagas al iniciar su gestión reformaría las leyes de libertad de contratos (la cual conservadores como Fermín Toro o liberales como Tomas Lander criticarían por fomentar la usura) que tanto beneficiaron a los acreedores británicos y judíos por encima de los nacionales, algo que lógicamente activaría el accionar de estos para el cobro de las deudas así fuera por la vía armada (en apoyo de un insurrecto Páez):
La presidencia de Monagas […] fue testigo del rompimiento de las relaciones entre Gran Bretaña y Venezuela. En un intento por estimular las economías locales, Monagas abolió las leyes comerciales de 1834 y 1841, las cuales habían sido negociadas por el cónsul Ker Porter y habían demostrado ser favorables a los intereses británicos. Cuando el cónsul Wilson protesto contra la medida y amenazo bloquear los puertos de La Guaira y Puerto Cabello, Monagas resarció los intereses británicos con el fin de apaciguar un conflicto potencialmente dañino para el país […].
Por otro lado, el conflicto civil de 1848-1849 causo considerables problemas a los súbditos británicos que residían en Venezuela y simpatizaban con, o apoyaban a José Antonio Páez, en especial cuando este fue derrotado y enviado al exilio. En septiembre de 1848 la delegación británica se quejo de que las fuerzas victoriosas de Monagas habían «logrado despertar el resentimiento hacia los extranjeros entre las clases más bajas de la comunidad». Cuando los británicos amenazaron de nuevo con un bloqueo naval (en febrero-marzo de 1850), Monagas pareció ceder a esta demostración de fuerza y prometió pagar lo adeudado por nacionales y extranjeros a los bancos con los recién creados bonos del Estado. Sin embargo, algunos montos quedaron sin pagar, lo cual refleja el creciente sentido de independencia de la influencia británica que animaba a Monagas.7
También durante el primer mandato de Monagas quebraría el Banco Colonial Británico, lo cual sería otro estimulo que caldearía los ánimos ingleses:
El Banco Colonial Británico cierra sus puertas alegando falta de protección y pérdidas considerables a raíz de la promulgación de la Ley de Espera y Quita. Los inversionistas ingleses le exigen una intervención militar a su gobierno si el gobierno venezolano no responde por las pérdidas incurridas.8
Las amenazas de invadir militarmente a Venezuela no fueron extrañas durante la guerra civil que se vivía en 1848-1849 con el objetivo de derrocar a Monagas, incluso llegando a los oídos de diplomáticos extranjeros en el país, pues en la América española aún estaba reciente el recuerdo de la intervención estadounidense en México:
El Ministro de los Estados Unidos, Benjamín Shields, informó sobre la evidencia de una renovada agresión inglesa a Venezuela en el estallido de la revolución de 1848, cuando el Presidente José Tadeo Monagas disolvió el Congreso venezolano. Según Shields, los ingleses habían planeado una campaña en dos frentes para obtener el control de Venezuela. Los británicos, al parecer, esperaban tallarse un imperio negro en el suelo venezolano combinando las provincias de Cumaná, Barcelona, Guayana y Trinidad. La necesidad de mano de obra barata para reemplazar a la de los esclavos, había producido un proyecto para establecer obreros africanos, contratados en las posesiones caribeñas de Inglaterra incluyendo a la Guayana.9
La intervención a favor de los intereses británicos era descarada en buena parte, lo que le valió a los ciudadanos británicos un repudio general, así como a sediciosos venezolanos con respecto a Guayana:
Las relaciones (con Gran Bretaña) se verán afectadas por algunos sucesos ocurridos en la provincia de Guayana, donde un grupo de disidentes del Gobierno venezolano, con la colaboración del Cónsul británico de Ciudad Bolívar, hicieron gestiones ante el imperio colonial para separarse de la República, La actitud del Cónsul Kennet Mathison provocara una energética protesta de nuestra Cancillería ante la Legación de ese país en Caracas, por considerar que ello constituía una flagrante intervención en los asuntos internos de la nación y violación de su neutralidad como funcionario público extranjero.10
No sólo había movimientos favorables a la intervención desde los sectores británicos, también los funcionarios estadounidenses apoyaron la insurrección paecista de manera consecuente:
Las relaciones con los Estados Unidos se verán afectadas al inicio del periodo por la abierta intervención de su Encargado de Negocios, señor Benjamín Schields en la política domestica a favor de los movimientos revolucionarios que desde el exilio dirigirá Páez contra Monagas, Shields acuso al mandatario venezolano de inaugurar un «reinado del terror».
Los levantamientos ocurridos en Maracaibo, Guayana y Apure contra el Gobierno en los primeros meses del año 1848, en los cuales la participación de los representantes norteamericanos encabezados por Schields fue notoria. La gravedad de los hechos llevaron al Ejecutivo a acusar al Ministro Publico de colaboración con los insurgentes, como respuesta, Shields solicitara (so pretexto de incumplimiento de obligaciones contraídas por la República) del Departamento de Estado de envió de fuerzas navales hacia nuestras costas.11
Todos estos intentos fueron neutralizados debido al rápido exterminio de la insurrección de Páez que terminaría en su destierro del país, además de la hábil gestión del Ministro Rafael Acevedo para apaciguar los intentos de invasión frente a los representantes ingleses y norteamericanos, y saldar la deuda económica. En cuanto a los comerciantes judíos, estos resultaron afectados por la voluntad del gobierno monaguero de proteger al deudor contra el acreedor, provocando esto que tuvieran grandes problemas para reivindicar el dinero prestado.
Era cosa notoria que los judíos eran partidarios de Páez y no estaban felices con el régimen de los Monagas. Durante la Oligarquía Conservadora habían recibido toda oportunidad del gobierno para aumentar su capital. Sobre todo gracias a la Ley sobre Libertad de Contratos de 1834 habían logrado amasar grandes riquezas. Por lo tanto surgía gran conmoción en la comunidad judía cuando en 1848 el gobierno de José Tadeo Monagas abolió la ley de 1834 y fijo un interés máximo de nueve por ciento.12
Esto produjo que dicha comunidad financiara algunos intentos de revuelta contra el orden establecido, como por ejemplo la insurrección del general Juan Garcés de Coro, en 1854.13 No sería sorpresa que de estas acciones resultara la revolución contra su dominación en 1855 precisamente en la misma ciudad.
Aun así, se pudo sortear durante el monagato las tensiones y conspiraciones en la medida de lo posible, estableciendo una paz eminentemente armada que sería resquebrajada para 1858. Comúnmente se reseña que la libertad para ejercer cargos públicos estaba reducida durante este periodo, aduciéndose que obligatoriamente se debía ser allegado a los orientales y liberales, argumentación que se desestabiliza al saber que hombres del partido godo como Gonzalo Cárdenas, Carlos Rangel Pacheco (padre del conservador Rangel Garbiras), Blas Valbuena y Nicanor Bolet Poleo desempeñaron cargos en la representación parlamentaria y estadal. Como bien se referencia en la biografía del primer mencionado:
Es esta la oportunidad de que nosotros, imparciales siempre en nuestros juicios, consignemos aquí una palabra de justicia en honor del General José Tadeo Monagas que se hallaba a la sazón al frente de la Administración pública. No se ejercía entonces contra el pueblo violencia alguna de parte del poder o se ejercía bien poca, cuando salían electos libremente miembros de las Cámaras Legislativas muchos ciudadanos que eran tenidos como adversarios del orden de cosas que existía. La elección de Cárdenas evidencia tal verdad y está en absoluto se hace más clara si recordamos que para esa fecha figuraban como actores en el escenario político no pocos hombres del partido conservador.14
Bien sonadas resultaban las anécdotas del tiempo, en que aun expresándose a viva voz la muerte del tirano Monagas por parte de la juventud jacobina, el austero general, acostumbrado a los clamores de la guerra, poco se alarmaba al respecto:
Hasta el año de 1857, existió en Caracas un Instituto literario histórico jurídico, donde semanalmente se discurría en Junta pública acerca de temas, o de jurisprudencia, o de historia, o de literatura, sin perjuicio de hacerlo respecto de otros. Con ocho días de anticipación nombrabanse dos oradores de orden. A este verdadero liceo pertenecían muchos varones muy distinguidos, celebres ya unos, como Manuel Norberto Betancourt, Enrique Pérez de Velasco, Fernando Arvelo, Pedro Geral Domínguez, Carlos Tirado, Antonio José y Manuel María Silva, José Antonio y Eduardo Calcaño, Heráclito Martin de la Guardia, y otros que, asimismo, ilustraron luego su nombre, como Marco Antonio Saluzzo, Pedro Arismendi Brito, Jacinto Gutiérrez Coll, José Antonio Carrillo y Navas, Mariano Espinal y Ramón Briceño.
Ramon Briceño, ansioso de renombre, joven, turbulento y audaz, en una de tantas Juntas hebdomadarias, subió a la tribuna, no como orador de orden, sino ad libitum, y con la mayor libertad, al discurrir tocante a la Biblia, dijo que nuestro libro sagrado abundaba en historias de asnos, y trajo a colación la burra de Balaan, la pollina en que hizo su entrada a Jerusalén el divino Redentor, y otros burros mas. Alarmado por tal descaro el Ilmo. Sr. Guevara y Lira, Arzobispo de Caracas y Venezuela, ocurrió al Presidente de la Republica, General D. José Tadeo Monagas, quejósele del caso, y le exigió una represión. La grande alma del General Monagas lo tranquilizo, diciéndole: «Deje quietos a esos muchachos. No hace muchos días que en una de sus Juntas se discurrió acerca del tiranicidio, y se asintió a la opinión del disertante, que era afirmativa; se debía matar al tirano. Y el tirano, señor Guevara, soy yo».15
El ilustre Aníbal Dominici, quien llegara a ser ministro de Instrucción Publica en los tiempos finales del guzmancismo, relataba que el deseo de poner fin al monagato no era la primera prioridad de la patria, ya que aún se conservaban los pilares de la organización y el abastecimiento general. Aunque romántico en su reflexión, no queda en duda el mensaje que deseaba transmitir con respecto a la subversión de 1858:
Los pueblos no deseaban la guerra civil, ni había descendido hasta las masas el descontento, que en algunos grupos políticos se sentía. Había holgura, había prosperidad: la agricultura se desempeñaba de onerosas cargas, la riqueza pecuaria era en nuestras pampas abundantísima, el comercio multiplicaba sus negocios y operaciones en relación con los productos del suelo.16
Con sus notorios defectos, el régimen de José Tadeo Monagas garantizó la paz nacional ante los intentos desestabilizadores de los conservadores y de descontentos liberales, y las voces que ratifican esto no fueron aisladas como bien se ha expuesto:
Como magistrado, Monagas fue recto y severo, y la República le debe diez años de paz en que prosperaron sus industrias, floreció su agricultura y le sonrió la abundancia y el bienestar.17
El doctor y general José Manuel Montenegro, quien no pertenecía a las inmediaciones de poder para los tiempos de la dominación oriental, y que se había desempeñado primero como arduo federalista y después como opositor a Guzmán Blanco, caracterizaba que a pesar del modelo centralista que regía entonces, Venezuela no ofrecía espectáculos de una decadencia sostenida:
Venezuela entonces, aunque regida por el principio unitario, ofrecía a nacionales y extranjeros el espectáculo de una Nación joven, próspera y feliz, en donde las industrias patrias florecían a ojos vistas, en donde la riqueza pública iba en progresión creciente, y en donde la libertad política y la libertad moral, su inseparable compañera, difundían como la luz, su benéfico imperio sobre los distintos elementos que para entonces constituían nuestra existencia nacional.
Pero el ángel maléfico de las discordias civiles batió sus ígneas alas sobre los campos de la Patria, incendiándolos con su soplo abrasador; y la ambición desatentada al Poder y el odio banderizo, en babilónica confusión, produjeron la desastrosa trepidación histórica que conocemos con el nombre de la Revolución de Marzo, y la alegría de los corazones y el bienestar de la Patria desaparecieron de súbito, como cambia, señores, en un instante el aspecto del cielo, sucediendo á celajes con los matices del iris, un nublado de color siniestro, que habrá de resolverse á poco en deshecha tempestad.18
Extranjeros que se hallaban presentes durante la dominación de José Tadeo, como el polémico dominicano Pedro Núñez de Cáceres, quien en sus Memorias se mostraba crítico con muchas actitudes y costumbres venezolanas en todo aspecto, también daba espacio a comentarios constructivos sobre la política en variadas épocas. Una de ellas corresponde a la segunda administración del referido Monagas, de quien se consideraba partidario, pero no implicaba el resaltar sus deficiencias:
En efecto la Administración, aunque ha mejorado infinitamente, y ofrece seguridad en las personas y propiedades, y aunque fomenta la administración de justicia con la elección de muy buenos jueces, en cuanto a las rentas públicas sigue su marcha acostumbrada. Como escritor fiel de los hechos no puedo ocultar la verdad, ni disimular los defectos del Gobierno, por mas que esté con él, y sea una de sus altas categorías. Me explicaré soy partidario leal del general José Tadeo Monagas por gratitud, y porque lo estimo como el mejor Jefe que tenemos. Bajo su mando hay orden, y algún respeto a las leyes: los establecimientos mercantiles se multiplican, y las fábricas y empresas prosperan por todas partes, porque todos cuentan con seguridad y conservación de sus propiedades: es hoy el mejor gobierno posible; a lo menos más organizado que en el tiempo del gran Bolívar.19
Conservadores que llegaron a conspirar y apoyar la subversión contra la administración Monagas, se mostraron arrepentidos al ver la situación anarquizante que se estableció en Venezuela tras la guerra federal, uno de estos fue el licenciado Lucio Siso, quien llego a formar parte en distintos cargos por los gobiernos surgidos de la insurrección de marzo:
Si mis convicciones actuales, sobre los hombres y sobre las cosas, hubieran sido las mismas en 1858, hasta con los dientes habría sostenido yo la administración Monagas con todos sus vicios y todos sus defectos.20
El general Páez, exiliado en los Estados Unidos, no se mostraba partidario de un movimiento militar para deponer a Monagas, considerando que los personajes a quienes se pretendían hacer de jefes de la misma no eran idóneos por sus antecedentes que podían complicar la situación nacional (como efectivamente sucedió), sumándole que había recibido noticias del buen andar del gobierno constitucional, precisamente en una carta a mediados de octubre de 1857, dirigida al doctor José Manuel de los Ríos:
No creo el mejor camino para el partido del orden y para la Nación, un movimiento revolucionario acaudillado, o más bien en complicidad, con hombres tales como el Gobernador de Carabobo, General Julián Castro, el antiguo traidor de 1835, y el Doctor Joaquín Herrera, el verdugo de 1849, quienes a más de carecer de autoridad moral para ir contra Monagas, a quien le deben honores no merecidos, le darían a la nueva situación política un nefasto colorido de criminales componendas del peor resultado para lo porvenir. [...] Las impresiones del señor Steets (quien era el mutuo amigo del General Páez y del Doctor de los Ríos a quien antes se ha aludido), sobre el actual Gobierno del General Monagas, son bastantes favorables para esperar de aquel General rectificaciones en el sentido de rodearse para lo futuro de prominentes personalidades de moralidad política. Mi situación definitiva continúa y continuará siendo un apartamiento de las luchas políticas de Venezuela. Me permito aconsejarles la conveniencia de rodear al Gobierno, dando una tregua a proyectos revolucionarios.21
Aunque José Tadeo Monagas no era específicamente un doctrinario, se puede observar durante sus diferentes épocas una concepción de unidad para la nación sin divisionismos partidistas, enlazando con el historiador Antonio Arellano.22 Esta actitud integrista profesara Monagas hasta el fin de su accionar político, con su redentor epilogo en el liderazgo de la denominada Revolución Azul, el general neogranadino Manuel Briceño comentaba los objetivos del caudillo para con el país:
Buscaba Monagas la creación de un partido nacional, la conciliación de todos los intereses, el respeto á todos los derechos, y se rodeó de gentes que reunían condiciones de moralidad privada que servían de seguridad en el desempeño de las funciones públicas, inspiró confianza al país, dio garantías á la oposición y abrió ancho campo á toda aspiración legítima.23
También se ha tratado a Monagas de corrupto y avaro, que se hizo con el dinero de la república, pero se ignora que ya era un jefe acaudalado enlazado con familias pudientes de la época. Cierto es que existieron episodios de derroche graves en la administración, pero señalar al caudillo como impulsor no sería lo correcto, y en esto Tomas Polanco Alcántara es conciso y tajante:
José Tadeo perteneció a una familia rica y probablemente es el hombre más rico que ha llegado a la Presidencia de la República, no el hombre más rico que ha salido de la Presidencia sino el hombre más rico que ha entrado a la Presidencia, vean ustedes la diferencia. Sus enemigos jamás lo acusaron de enriquecerse usando el tesoro público. Cuando viajó a Caracas para asumir la Presidencia de la República, se divulgó, quizás con no poco de exageración, que traía del Oriente una caravana de burros cargados con oro de su patrimonio. Se le verá actuar después, cuando está en exilio en Curazao, preparando ataques militares con su propio peculio: compra barcos, adquiere armas, sostiene gente, etc. Fue, por tanto, un hombre de amplia fortuna personal, producto de la vida agraria, una fortuna legítima que nadie objetó e incluso, después de ser Presidente nunca fue acusado de que se hubiese enriquecido adicionalmente en forma ilícita.24
En este orden de ideas, son de la misma opinión los escritores José María Rojas25 y el expresidente José Gil Fortoul.26 Otro antiguo mandatario, civil, como lo fue Juan Pablo Rojas Paul, recuerda las palabras que le decía Monagas cuando se hallaba a cargo de la gobernación de Caracas: «Riquezas tengo bastantes, me dijo: glorias he adquirido con mis servicios á la Independencia y deseo la unión de todos los venezolanos».27
No siendo el gobierno más eficiente, no se puede tachar de ejercer una mala voluntad para con Venezuela, y menos aún cuando el estado de anarquía constante que surgido de su deposición casi hace desaparecer a la república. Finalizamos, pues, con la palabra de quien fuera Director de la Biblioteca Nacional durante el gomecismo, José Eustaquio Machado:
No venimos a la hora presente a escribir la apología de aquella administración tan comentada y combatida; pero sí apuntaremos que ante el juicio imparcial de la historia, aquella revuelta fue de las más inmorales entre las muchas que han conmovido nuestro país; tanto porque tuvo por base la traición, siempre repugnante a las conciencias honradas, cuanto porque, la mayoría de los que contribuyeron en 1858 a derrocar la situación política dirigida por José Tadeo Monagas, fueron los mismos que le proclamaron diez años más tarde Jefe y Director de un movimiento armado que debía devolver a la Republica su decoro y a la Ley se prestigio. Esta conducta plantea desde luego un problema que previamente conviene resolver, para distribuir con equidad las responsabilidades entre los actores de aquel drama, en que prevaleció el encono sobre la equidad y la pasión sobre la justicia.
Desde luego asentamos que, cualesquiera que fueran las deficiencias y los errores de aquella Administración, ante las rectas voluntades siempre aparecerá digna de respeto la conducta de aquel magistrado que, hijo de la guerra, avezado al combate, habituado al ardor de las batallas, contesta a los que le aconsejan resistencia: «Yo puedo aceptar el reto y combatir; estoy seguro de levantar un gran ejercito en Oriente y en los Llanos; tengo recursos y elementos en el centro, y es probable que venza; pero para esto sería necesario derramar mucha sangre hermana y hacer sufrir al país las consecuencias de una guerra larga y desastrosa. Lo más prudente y patriótico es, ya que tantos no me quieren, presentar al Congreso mi renuncia».28
Tomás Polanco Alcántara, «El régimen de los Monagas», en Repaso de la historia de Venezuela (Caracas, 1998), p. 252.
Santos Chacín Sánchez, «Páginas de Historia Oriental: Monagas», Revista de la Sociedad Bolivariana de Venezuela 30, n.º 100 (1970), p. 218.
Luis Level de Goda, Historia contemporánea de Venezuela: Política y militar (1858-1886) (Barcelona, 1893), pp. xvi, 54-55.
Ibid., pp. 73-74.
Biografía del general Matías Salazar (Valencia, 1872), p. 6.
Rafael Castillo Blomquist, José Tadeo Monagas: Auge y consolidación de un caudillo (Caracas, 1987), p. 79.
Mathew Brown, El Santuario: Historia Global de una batalla (Bogotá, 2015). https://books.google.co.ve/books?id=1yejDwAAQBAJ&pg=PT347&dq=jose+monagas+britanicos&hl=es-419&sa=X&ved=2ahUKEwjXq8P2i_3yAhVTSjABHedIDYwQ6AF6BAgGEAI#v=onepage&q=jose%20monagas%20britanicos&f=false
Rafael Arráiz Lucca, Empresas venezolanas: Nueve historias titánicas (Caracas, 2013). https://books.google.co.ve/books?id=rOx4DwAAQBAJ&pg=PT82&dq=jose+tadeo+monagas+ingleses&hl=es-419&sa=X&ved=2ahUKEwjHpoaaj_3yAhWIRTABHWZvDq8Q6AF6BAgHEAI#v=onepage&q=jose%20tadeo%20monagas%20ingleses&f=false
Benjamin A. Frankel, Venezuela y los Estados Unidos (1810-1888) (Caracas, 1977), p. 274.
Dilio Hernández, Historia diplomática de Venezuela, 1830-1900 (Caracas, 2005), p. 87.
Ibid., pp. 83-84.
Maarten-Jan Bakkum, La comunidad judeo-curazoleña de Coro y el pogrom de 1855 (Caracas, 2001), p. 50.
Ibid., p. 51.
Luis Felipe García y Reverón, Noticia biográfica del doctor y general Gonzalo Cárdenas (Caracas, 1869), p. 5.
Julio Calcaño, «La literatura venezolana en el siglo XIX», Cultura española, n.º 6 (1907), pp. 468-469.
Aníbal Domínici, Biografía del general José Eusebio Acosta (Caracas, 1883), p. xxiii.
«Discurso pronunciado en la casa municipal de Puerto Cabello, por el Lcdo. Fernando Félix Burguillos, con motivo de los funerales decretados a la memoria del general José Tadeo Monagas», en Juan Bautista Querales, ed., Repertorio histórico-biográfico del general José Tadeo Monagas, 1784-1868, 4 vols. (Caracas, 1983), IV, p. 286.
José Manuel Montenegro, Discurso de orden pronunciado por el doctor José Manuel Montenegro en el acto de inauguración del monumento conmemorativo de la Federación venezolana erigido en el Panteón nacional, 22 de abril de 1897 (Caracas, 1897), pp. 5-6.
Pedro Nuñez de Cáceres, Memorias (Caracas, 1993), p. 254.
José Santiago Rodríguez, Contribución al estudio de la guerra federal en Venezuela, 2 vols. (Caracas, 1933), II, p. 439.
Ibid., I, p. 306.
«Mente simplista, sólo concibe gobiernos nacionales; ni conservador ni liberal, aunque las circunstancias lo constituyen en Jefe de este último; magnánimo y autoritario, encarna como Santander, la concepción presidencialista del Libertador en los días decadentes de Ocaña». Antonio Arellano Moreno, Breve historia de Venezuela (1492-1958) (Caracas, 1973), p. 259.
Manuel Briceño, Los ilustres: páginas para la historia de Venezuela (Bogotá, 1884), p. 98.
Polanco Alcántara, «El régimen de los Monagas», p. 246.
«Monagas no abusó del triunfo; bien al contrario, excarceló a algunos vencidos y permitió a otros el regreso a la patria devolviéndoles sus propiedades que habían sido embargadas el año anterior». José María Rojas, Bosquejo histórico de Venezuela: Desde 1830 hasta 1863 (París, 1888), p. 186.
«Es justicia añadir que no hay pruebas para acusar de peculado personal al presidente Monagas ni a sus Ministros de Hacienda». José Gil Fortoul, Historia constitucional de Venezuela, 3 vols. (4.ª ed., Caracas, 1954), III, p. 39.
Juan Pablo Rojas Paúl, Guzmán Blanco y Crespo: La cacareada reacción contra la Causa Liberal (Caracas, 1894), p. 10.
José Eustaquio Machado, El día histórico (Caracas, 1929), pp. 263-264.
Agradecido por la oportunidad, un honor poder colocar en debate a un periodo tan tergiversado como éste.
Interesante enfoque sobre un hombre muy oculto por nuestros historiadores.