Sobre la trascendencia de la labor de Mario Briceño-Iragorry para la juventud venezolana
A la vida, obra y eterna permanencia de don Mario Briceño-Iragorry.

La Historia como una escuela de valores y esquemas necesarios para la vida nacional
Por Luis Alejandro Niebles
Como palabras introductorias para este ensayo, cabe confesar que la trascendencia de intelectuales de la talla de don Mario Briceño-Iragorry es incalculable, y que el estudio en torno a su figura y obra abre un abanico de posibilidades tanto para la reflexión e introspección del venezolano de a pie, como para el investigador interesado en analizar a este personaje en las múltiples facetas que lo caracterizaron.1
Al menos, nos proponemos enfocar la atención en dos aspectos clave vinculados con la figura de Briceño-Iragorry, interrelacionados por la temática de este breve escrito: su papel de maestro en relación con la juventud venezolana y la trascendencia de sus ideas dentro de la situación actual.
Uno de los ejes temáticos centrales en el pensamiento y la obra de Briceño-Iragorry es, precisamente, la importancia que otorga a la juventud venezolana. En primer lugar, en lo relativo a la preocupación por la formación del joven y por la labor que este debía asumir frente a los problemas de la nación. Era ese joven venezolano quien, en última instancia, debía cargar con el peso del porvenir del país. Febres nos ofrece el siguiente panorama:
En el exilio, y con pocas esperanzas de que el pueblo venezolano dejara atrás sus viejos vicios e iniciara la senda de salvación, Briceño-Iragorry ve que el panorama oscuro cuenta con una luz que podía iniciar su recuperación. El estudiante, u hombre nuevo como él lo llama, tenía el poder de modificar el rumbo de la historia.
Sin embargo, como nos dice en Problemas de la juventud venezolana. Temas acerca de la crisis universitaria, esta tarea no iba a ser fácil para el joven que debía vencer una sociedad viciada, basada en antivalores plasmados sobre todo en la importancia que se le daba al éxito material. Para esta lucha, el joven cuenta con la fuerza de su amor por la Patria y con su vocación transformadora . No debe basar nunca su lucha en la venganza y el odio porque no rescatará a Venezuela de la “anomia” en la cual se encuentra sumergida.2
Es necesario considerar el contexto en el cual Briceño-Iragorry planteó sus preocupaciones respecto a lo que conceptualizó como “crisis de pueblo”. En síntesis, la transformación de carácter estructural que vivió Venezuela en su transición de economía agrícola a una petrolera trajo consigo la propagación e influencia de conductas y esquemas foráneos (principalmente norteamericanos), que, en su visión, ponían en riesgo nuestras tradiciones, cultura y, en consecuencia, nuestra identidad como nación. De ahí nació su postura como defensor de la tradición, viendo en la Historia una escuela de valores y esquemas necesarios para la vida nacional, y asumiendo la tarea de indagar en lo más profundo de nuestra identidad como pueblo.
Es importante también entender que Briceño-Iragorry proponía un relato que superara la crónica de las apoteósicas hazañas militares y políticas, las cuales conforman uno de los principales vicios de la denominada historia patria. En lugar de ello, optaba por un análisis que tuviera como principal agente histórico a las colectividades y como objetivo fundamental comprender la formación del pueblo venezolano. Como bien lo sintetiza:
La historia bélica, que hasta hoy ha tenido preferencia en la didaxia, ha sido para el pueblo venezolano como centro de interés permanente, donde ha educado el respeto y la sumisión hacia los hombres de presa. Porque nuestra historia no ha sido los anales de los grupos que formaron las sucesivas generaciones, sino la historia luminosa o falsamente iluminada, de cabecillas que guiaron las masas aguerridas, ora para la libertad, ora para el despotismo. Ha faltado el ensayo que presente la obra del pueblo civil como factor de hechos constructivos, del mismo modo como, para interpretar el valor conjugante de la nacionalidad, han faltado las historias parciales de las varias regiones que se juntaron para formar la unidad de la Patria.3
Es bien conocida la postura hispanista que sostuvo Briceño-Iragorry, así como su crítica a la historiografía venezolana anteriormente mencionada. Él mismo hace una observación al respecto en Tapices de Historia Patria, obra que constituyó un precedente fundamental para el estudio de la historia colonial de Venezuela:
En el camino de las letras me apareció el campo histórico cuando, según lo pinto en mi libro Tapices de Historia Patria, tropecé con el presunto hiato que separa la República de la Colonia. Entonces me di al estudio metódico de nuestro pasado. De aquella época (1925-33) son mis trabajos sobre Etnografía, Lingüística y Arqueología aborigen. Luego concreté por entero mis esfuerzos al estudio de la época colonial. Mi modesta labor ha servido en parte para desbrozar tinieblas en el orden de los problemas históricos. Ya hoy no se condena a priori nuestro pasado español como sucedía hace dos décadas.
Me complace haber ayudado a la formación de nuevos conceptos para el juicio de la Historia nacional. No era racional que la problemática histórica se mantuviese en las líneas rígidas y pugnaces que le habían fijado los viejos historiadores antihispanistas; precisaba, en cambio, que nuestro tiempo cumpliese la consigna de revisión que con tanto acierto define Santayana al decir que cada generación está en el deber de reconstruir todo el conocimiento histórico y fijar una nueva perspectiva que se acople al genio dramático de la época.4
Al menos en esa última frase se resume con claridad la labor de quienes se dedican a pensar la historia y las ciencias sociales en función del presente en el que se desenvuelven. Entendemos que, aunque nuestro contexto actual no sea el mismo en el que vivió don Mario, es cierto que muchos problemas perduran y se transforman junto con sus causas.
Inclusive desde una postura rigurosamente contextualista5 y con el debido cuidado frente a ejercicios de prolepsis o retrolepsis, puede afirmarse que ciertos conceptos e ideas adquieren nuevos significados y relevancia en contextos posteriores, siempre que lo que allí se enuncia continúe siendo de interés.
En este sentido, aunque la crisis de pueblo que Briceño-Iragorry diagnosticó no sea idéntica a la que hoy atravesamos, ello no disminuye la importancia que dicho concepto puede tener para comprender nuestro presente y hacer reacción frente a las adversidades y conflictos del mismo.
Partamos de que, en el momento en que se publica este escrito, Venezuela lleva años atravesando una situación crítica en los planos social, político y económico, lo que ha derivado en la migración de una parte considerable de su población. En medio de este contexto ha proliferado también la endofobia: una actitud de rechazo e incluso de odio hacia la propia nacionalidad, sin mayores intentos de rescatar sus virtudes o de hallar motivos de estima en ella.
Es precisamente aquí donde las ideas de un intelectual de la talla de Briceño-Iragorry adquieren relevancia y trascendencia más allá de su tiempo, recordándonos que desarrollar una estima sincera por la patria también implica la voluntad de trabajar por ella y comprenderla en la medida de lo posible.
Mario Briceño-Iragorry fue, probablemente, el intelectual venezolano que con mayor constancia volcó en su obra escrita las angustias y esperanzas relacionadas con Venezuela: su historia, su cultura y sus problemas. De allí que su vocación como maestro de la juventud no se limite a lo que realizó en vida, sino que trascienda en el legado de ideas que dejó como herencia. Mientras exista Venezuela como nación, resulta innegable el carácter atemporal de estas reflexiones y de la figura del hombre de pensamiento que póstumamente recibe el título de “maestro de la juventud venezolana”.
El porvenir de Venezuela: Por un rescate de la memoria y obra de Mario Briceño-Iragorry
Por Jonhangel Sanchez Utrera
Quizás el mejor homenaje que los hombres de hoy podemos hacer a los hombres de ayer es traerlos a nueva vida en la dinámica social. Nada valen sus luminosos retratos en las vistosas galerías. Importa, por el contrario, exprimir de ellos su valor social, su ejemplo útil, su lección digna.6
Con estas palabras Mario Briceño-Iragorry iluminaba el prólogo de uno de sus libros más íntimos: Pequeño anecdotario trujillano, con fecha de un día como hoy, un 15 de septiembre de 1956.
A 128 años del natalicio del célebre trujillano, proponerse mirar atrás, acercarse y explorar el valioso acervo cultural y patriótico de su obra comprende una de las más fascinantes aventuras que como joven autor he tenido la oportunidad de realizar. Cuando uno se sumerge en la obra de Don Mario percibe, desde cualquiera que sea la primera lectura, el clamor de una voz que llama a nuevas almas a sumarse a la marcha constante de la Historia, a cumplir con el deber cívico que todos como hijos de esta República nuestra se nos ha sido heredado.
En sus páginas Briceño-Iragorry, como un maestro paciente pero incansable, nos indica, nos guía, nos señala las directrices necesarias para marchar por el camino al rescate de la bondad, el patriotismo y la dignidad de nuestro pueblo. Ejemplo evidente de esta vocación son los títulos de varios de sus trabajos y proyectos escritos más significativos, que nos hablan de manera directa, con un vocabulario propio y rigurosamente tejido, sobre ese propósito del rescate del espíritu y los valores nacionales, una misión que pueden emprender todos los venezolanos en cualquier momento de sus vidas: Mensaje sin destino, La hora undécima, Bitácora, Trayectoria y tránsito de Caracciolo Parra, Introducción y defensa de nuestra historia, El caballo de Ledesma, Aviso a los navegantes, entre muchos otros.
Abrigado con el más noble humanismo que sólo su fervor católico podía labrar, Briceño-Iragorry nos invita a reflexionar sobre el pasado y el porvenir de Venezuela, sobre el propósito ulterior que inspira a las colectividades a participar en el elevado escenario de la Historia. Su apasionada obra venezolanista se traslada a las varias épocas del pasado nacional para proyectar la vigencia de las enseñanzas que cosecha en hombres, sucesos y fechas hacia nuestra contemporaneidad, e inclusive más allá, hacia nuestro porvenir. Acertada es la observación del Dr. Tomás Polanco Alcántara al referirse, en aquel precioso documental «Mario Briceño-Iragorry, hoy», que Don Mario fue quizás el único caso de un historiador que utilizó la historia como un poderoso método de enseñanza moral.
No puede haber un futuro sin un pasado, no puede haber una Patria hoy sin el accionar colectivo que las gentes que en tiempos remotos emprendieron para edificarla. El estudio de la Historia no es solo un ejercicio de memoria, para recordar los nombres y las fechas de ese pasado, sino que el fin auténtico es el de mantener viva la llama de los espíritus de los pueblos. Es muy significativa esta idea del edificio nacional que Don Mario recoge de Disgregación e integración, obra del historiador positivista Laureano Vallenilla Lanz, y que la hace suya como tesis principal de su magna obra Tapices de Historia Patria, para hablar de los cimientos de nuestra República, que habían sido sembrados y construidos con paciencia, alegría y ahínco durante la colonia. Dice así la cita:
A poco de detenernos en nuestra constitución orgánica, encontramos los sólidos cimientos de aquel vasto edificio secular, sobre los cuales hemos continuado viviendo aun sin darnos cuenta.7
En los Tapices encontramos ya el tierno ideario histórico, político y humanístico que con el paso de los años brotarán como nutricios frutos en las próximas obras de Don Mario, quien constantemente vuelve a esta idea del edificio nacional y el propósito orgánico de la Historia en el desarrollo pleno de los pueblos:
Función de la Historia es mantener viva la memoria de los valores que sirven de vértebra al edificio social. Su objeto es presentar las formas antiguas como elementos indispensables para el proceso de reelaboración de cultura que corresponde a cada generación. No se puede mejorar lo que no se conoce. No se puede crear cuando se ignora la resistencia de los elementos donde se fundará la nueva obra. Para que la Patria sea la tierra feliz de nuestros hijos, debemos verla y amarla como el grato legado de nuestros padres.8
En nuestro compromiso incansable por el rescate de la memoria y el patrimonio historiográfico venezolano, a escasas semanas de esta publicación, tuve la oportunidad de encontrar una cinta de VHS en una polvorienta caja, en el rincón de la vieja biblioteca del Ateneo del Táchira. El artefacto muy fácilmente podía cumplir casi treinta años de haber quedado sellado dentro de esa caja, pero ante la vejez de la cinta surgió este llamado por el rescate de la memoria y el pensamiento de un hombre que todo lo dio en aras de la Patria.
Este maravilloso hallazgo hizo proponerme, junto con el esfuerzo activo de mis amigos, la misión de digitalizar dicho filme y todas las obras de Mario Briceño-Iragorry que pudiese encontrar para compartirlas a través de internet con los venezolanos repartidos por todo el mundo, siendo la celebración del natalicio de Don Mario la fecha propicia para la publicación de todo este acervo cultural venezolano. Bien afirmaba Alberto Adriani rememorando las celebraciones patrias en su natal pueblecito de Zea:
El culto a las grandes fechas y a los grandes hombres, son inútiles o peor que inútiles, si no van acompañados de una fe activa, si no sabemos convertirlos en actos, en enaltecimiento de la patria, en mejoramiento de la vida colectiva. […] Solo así quedarán consagrados y serán cosa seria los buenos propósitos que los animan. […] Tocaba […] la tarea, que hoy incumbe a nosotros, de edificar la grandeza de la Patria. Comience cada uno por su Municipio. Comencemos nosotros por nuestra Zea.9
Estábamos dispuestos a cumplir con un deber que creíamos se nos había dado, nada más y nada menos, en homenaje a un intelectual que siempre pensó en clave de venezolanidad y que escribió para que las próximas generaciones que le procedieran pudieran encontrar en sus palabras las señales necesarias para llevar a cabo esta gran obra colectiva que es construir y cultivar a Venezuela cada día.
Pero no bastan las palabras altisonantes y la prosa patriotera para ello, es necesario una voluntad plena, de una vocación creadora, de una acción resuelta para poder llevar a cabo ese propósito de preservación nacional, no con el fin de edificar inertes museos sino los hogares y las universidades en los que se puedan desenvolver las fuerzas vivas de la nación. Adoptamos esta afirmación de Don Mario en su Mensaje sin destino:
Aspiramos, en cambio, como colectividad, a seguir viviendo en los planos de la Historia. El sentido histórico del hombre no es para mirar únicamente al origen y a la formación de las sociedades, sino para imponer una voluntad de permanencia en el tiempo. El egipcio la extremó hasta lograr la momia como reto a lo perecedero. Pueblo que no aspira a perpetuar sus signos a través de las generaciones futuras es pueblo todavía sin densidad histórica o colectividad ya en decadencia.10
En este mismo propósito de perpetuar los signos de la nacionalidad a través de nuestra generación y las posteriores, hoy ofrecemos este pequeño homenaje, gracias al buen uso de la tecnología de nuestros tiempos, inmortalizando esta gran colección de Obras completas que el Congreso de la República y muy destacadas personalidades de la vida pública venezolana obraron para organizar e imprimir estos nutricios volúmenes de pasión nacionalista. Volúmenes que mis amigos y yo llamamos alegremente como el códice briceñiano.
Centenares de miles de páginas, digitalizadas una por una con mis propias manos, son la gran aventura intelectual e introspectiva que espero que muchos otros jóvenes puedan realizar por los marianos y muy profundos paisajes humanos e históricos que Don Mario pintó con su prosa. El día de hoy, en los 128 años de su natalicio, ponemos a libre disposición los 23 tomos realizados de sus Obras completas como patrimonio que ofrecemos a toda la humanidad, para que se pueda leer a Mario Briceño-Iragorry desde cualquier rincón del mundo.
El Dr. Tomás Polanco Alcántara rememoraba su último encuentro con Mario Briceño-Iragorry en los albores de la década de los años 50, palabras que nosotros hacemos nuestras, reencontrándonos una vez más con el ilustre trujillano en el día de su natalicio:
Me despedí afectuosamente de don Mario y él se fue, pausadamente, hacia la esquina de San Francisco. Vi que don Mario, poco a poco, iba camino de la Historia.11
El venezolanismo como fuerza vital en el pensamiento de Mario Briceño-Iragorry
Por José Alfredo Paniagua
En el orden de las letras, de la moral, de la política, de la geografía, de la historia y de la economía, nuestra misión es dar formas permanentes a los valores de la venezolanidad.12
En el cosmos de las ideas venezolanas resplandece, como estrella magnánima y perenne, la figura del maestro trujillano Mario Briceño-Iragorry. La vida de este insigne venezolano es motivo de admiración, objeto de estudio y, sobre todo, faro orientador para la juventud, por su empeño en desentrañar el alma profunda de la Patria de Bolívar. Su obra abarca desde la indagación en la herencia colonial —como lo atestigua Tapices de Historia Patria— hasta la reflexión sobre los días sombríos de la incertidumbre octubrista en Apuntes de mi prisión, donde examina con rigor los últimos acontecimientos de la nación. Sin embargo, en medio de la diversidad de sus escritos, se yergue como una estatua ecuestre su idea cardinal: la venezolanidad, concebida como símbolo de unidad nacional y como fuerza vital para forjar un nacionalismo integral, orgánico y vivo en cada ciudadano de la Tierra de Gracia.
En la meditación de Mario Briceño-Iragorry, la Patria se nos aparece como una realidad más honda que el mero accidente geográfico o la memoria sentimental. Ella es herencia, tradición y continuidad viva que enlaza a los hombres con el tiempo, y a las generaciones con el destino. Por eso advierte que «la Patria, como legado geográfico y moral, la recibimos de las generaciones que nos antecedieron en el orden del acontecer histórico —una afirmación que la rescata del vacío utilitarista y la reviste de una gravitación espiritual. La Patria no es adorno ni paisaje, sino deber y conciencia, porque «el hoy de la Patria es nuestro propio deber y nuestra propia conciencia de hombres y de ciudadanos».
En estas palabras palpita la idea de que el venezolano se encuentra a sí mismo en la medida en que comprende a la Patria como matriz de valores. No es un refugio bucólico de memorias, ni la caricatura de folclores vacíos, sino un espacio creador de destino colectivo. La Patria, escribe Briceño-Iragorry, «es la casa grande donde se juntan grupos humanos que tienen por símbolos comunes una serie de formaciones morales producidas por la Historia». Aquí se asienta lo esencial: la Patria como hogar de la cultura y como tejido de valores compartidos, cuya pérdida equivaldría a desmoronarnos en la dispersión del olvido.
Más allá del territorio físico, Briceño-Iragorry eleva la Patria a una dimensión espiritual, marcada por lo telúrico y lo humano. Ella es, en sus palabras, «el campo donde hallamos mejor espacio para nuestra propia persona, afanosa de realizarse para el proceso ecuménico de la cultura. La Patria no es entonces solamente tierra, sino el crisol donde la persona se completa en comunidad. Y añade con fuerza poética: «Más que montes y riachuelos que pueblan de paisajes la memoria, la Patria son los hombres».
Esta afirmación revela el núcleo de su pensamiento: la Patria es el rostro humano de la solidaridad, de la memoria y del porvenir. Es un pacto moral que exige realización, pues «la Patria, sobre la luminosidad de la apoteosis, es una austera dimensión moral que pide acabada realización». El venezolano, al reconocerse en ella, se reconoce en un deber de continuidad, de unidad y de creación. Así, comprender la Patria en Mario Briceño-Iragorry no es un acto de nostalgia, se trata de ese llamado a que cada ciudadano encarne en sí mismo el destino común de Venezuela, como una prédica viva de sus ancestros y una promesa para las generaciones por venir.13
Por supuesto, esta Patria necesita, naturalmente, de un sano venezolanismo; es decir, de un nacionalismo constructivo, de un impulso creador, de una fuerza vital que se encarne en todos nosotros, en nuestros hermanos y en las reservas morales de las próximas generaciones. ¿Por qué? Me remito, una vez más, a la obra del brillante trujillano:
La función principal del movimiento nacionalista no consiste, pues, en presentarse ante el pueblo como mero programa electoral que satisfaga sentidas aspiraciones con raíz en el tuétano de lo venezolano, sin mantener como atmósfera, para la revitalización del organismo nacional, un grupo claro y preciso de ideas que lo ayuden en la elaboración de sus conceptos sobre economía, sobre política y sobre moral. Más que armazón para ganar prosélitos, los partidos han de ser instrumentos que canalicen aspectos prácticos para el desarrollo de los pueblos. De ahí que en Venezuela no pueda planearse hoy ningún organismo que aspire a tocar la sensibilidad de las masas, sin que en su plataforma figuren las gran des ideas que expresan ese anhelo de ser en sí mismo que alienta nuestro pueblo.14
El nuestro es un pueblo bravo, como lo proclaman las letras doradas de nuestro Himno Nacional. Somos un pueblo forjado entre la Resistencia, la Conquista y la Independencia; de ese tridente de acontecimientos históricos nació una mezcla singular: el hombre nuevo, el venezolano. Representado jurídicamente y de manera oficial, ese ser colectivo alcanzó —como bien lo señalaba Briceño-Iragorry— una categoría histórica irrenunciable el 8 de septiembre de 1777, cuando Carlos III decretó la creación de la Capitanía General de Venezuela.
Si bien nuestra conciencia de nacionalidad suele asociarse a las gestas románticas y épicas de la Independencia, y en particular a la figura inmortal del Libertador, lo cierto es que el gentilicio venezolano tiene un origen más complejo y convulso. Pretender reducirlo a la sencilla máxima de “nacimos en 1811” sería, como diría el propio trujillano, una blasfemia contra la verdad histórica. En el marco hispanoamericano, y más específicamente en lo venezolano, Briceño-Iragorry sentencia con claridad sobre aquel 8 de septiembre de 1777:
¿Qué era nuestra Patria, la Venezuela de hoy, antes de aquel día? Nada más que Provincias aisladas sin otra unidad, fuera de tener una Intendencia común para cuestiones fiscales, que la mediata de ser partes del gran imperio ultramarino de España.15
El sentido de la conciencia de ser Patria se encuentra íntimamente ligado a la comprensión de nuestra evolución como pueblo. Ese entendimiento profundo de nuestras propiedades sociales y culturales, así como la construcción de juicios sobre nuestro origen y nuestra actualidad venezolana, pasa necesariamente por el examen sereno y trascendente de lo que significa saberse venezolano. Don Mario se mostraba consternado ante la ausencia de una pedagogía propiamente venezolana, entendida como la carencia de un proceso formativo que afianzara en el ciudadano su identificación con la venezolanidad. Denunciaba con vehemencia que «al hombre de la calle no se ha dicho, en realidad, qué cosa representa ser venezolano» y añadía, con no menor gravedad, que «a ese venezolano no se le ha dotado de instrumentos idóneos para el pleno desarrollo de su personalidad humana…»16
Y esa angustia encuentra múltiples vías de expresión. Don Mario, arquitecto de agudas observaciones sobre las fuerzas históricas de Venezuela, comprendía que el símbolo es más que ornamento: es piedra angular de nuestras arquitecturas psicológicas. El símbolo no se reduce al decoro de las páginas amarillentas de los grandes libros, sino que late como fuerza interior, capaz de orientar la conciencia colectiva. De allí que, en obras como El caballo de Ledesma, relatada en forma de epistolario con algunos de sus amigos, resurja con vigor la figura de aquel viejo a caballo que, enfrentando a piratas ingleses, entrega su vida por el honor, la justicia y la verdad. El símbolo de Ledesma, nos dice Briceño-Iragorry, no debe reposar como insignia inerte en vitrinas de museos febriles, sino que es energía viva, latente, que atraviesa los tejidos de la Venezuela heroica y alimenta la memoria moral de sus ciudadanos.
Andrea de Ledesma al no huir la muerte, salvó con ella el honor de la ciudad y edificó para el futuro un ejemplo de altiva vigilancia. Los otros huyeron. Eran los prudentes. Los hombres de la palabra calculada y de los gestos discretos. Los hombres que supieron en sus seguras casas rurales la nueva del saqueo y del incendio del poblado. Por largas generaciones estos hombres asustados han venido diciendo su palabra inoperante al anunciarse para la Patria el peligro de la tormenta.17
¡El venezolano no puede, ni debe, continuar esa tradición paleta de huir! He inaugurado una máxima que espero sirva como manantial de virtud heroica, inspirada en las páginas de Briceño-Iragorry: ¡Montar el caballo de Ledesma!18 Ese espíritu combativo, que obliga al hombre a hacer y no solo a decir, late con fuerza en el alma del trujillano; ¿cómo si no se explica cuando afirma que «el peligro hace a los hombres y a los pueblos»?
Briceño-Iragorry articula el heroísmo no como reacción a la guerra, sino como principio vital que da cohesión a la sociedad: «Al generalizarse la virtud heroica, los hombres encuentran un canon funcional que da unidad a sus acciones». Aquí, la virtud adquiere cuerpo como un cauce interno, en un río que guía y enlaza la conducta colectiva, transformando la acción ciudadana en un acto de fertilidad moral, casi natural, donde cada individuo participa en el sostenimiento de la República como si cuidara un jardín común.
Insiste en que la defensa de la Patria no espera la invasión extranjera; la amenaza se encuentra incluso en las pequeñas fracturas de la vida interna: «Al mirar con ojos claros hacia todos los vientos de la hora, en cualquier parte asoman señales que prueban la quiebra de la República». Briceño-Iragorry visualiza estas señales como brisas caribeñas que agitan los altos árboles de la conciencia venezolanista, y el hombre venezolano debe responder a ellas con la misma prontitud con que la savia asciende por el tronco frente a los cambios estacionales.
Además, se subraya la necesidad de trascender los conflictos internos: «¿Se necesita, acaso, que una potencia extranjera llegue a hollar materialmente el decoro nacional para que los ciudadanos salgan a una a defender la Patria y resuelvan olvidar mutuamente los odios estériles...?» Aquí, esos odios estériles aparecen como maleza que ahoga la tierra fértil de la sociedad venezolana; solo al reconocer la urgencia de la unidad se logra que la virtud heroica florezca plenamente. El venezolano, según Briceño-Iragorry, es aquel capaz de poner en movimiento sus energías vitales en defensa del decoro nacional, impulsado por un instinto casi orgánico, una especie de latido interno que refleja la fuerza vital de la nación misma.19
Yo, sinceramente, y mis camaradas de nacionalidad, creemos firmemente en estas declaraciones, en estas carreteras repletas del asfalto necesario para transitar las nuevas esperanzas y ejercitar nuestro patriotismo sobre las vías de Venezuela. Lo hacemos con la presencia de Ledesma y de Bolívar, porque, como afirma don Mario, ellos no son muertos, no son difuntos; lo serán, sí, solo para los miopes, para quienes no alcanzan a contemplar la gloria y la simbólica ruta de los grandes destinos venezolanos.
Para animar nuestra vida social debemos animar previamente a nuestros héroes. Debemos verlos como símbolos vivos. Como entidades morales que necesitan nuestra energía y nuestra intención de ahora, a fin de que sigan viviendo. Son ellos quienes reclaman nuestro esfuerzo. Porque somos nosotros su complemento actual. Los sufragios que harán descansar a nuestros héroes son las obras nuestras en el campo de la dignidad ciudadana. Nuestra gran ofrenda a su memoria es sentirnos colectivamente dignos del sacrificio que los llevó a la muerte.20
Parte de las citas y reflexiones de este ensayo se encuentran desarrollados de forma más extensa y profunda en otro trabajo sobre la vida y el pensamiento de Mario Briceño Iragorry: Luis Alejandro Niebles. "Un mensaje en defensa de la venezolanidad: El propósito educador en el ideario y praxis de Mario Briceño-Iragorry." Idearium Caribe (mayo 2025), https://www.ideariumcaribe.com/p/un-mensaje-en-defensa-de-la-venezolanidad
Laura Febres, Mario Briceño-Iragorry (Caracas: El Nacional, 2007), p. 109.
Mario Briceño-Iragorry, Ideario político social I (Pensamiento nacionalista y americanista I), vol. 7 de Obras completas (Caracas: Ediciones del Congreso de la República, 1990), p. 170.
Mario Briceño-Iragorry, Textos autobiográficos y de la patria chica, vol. 1 de Obras completas (Caracas: Ediciones del Congreso de la República, 1988), p. 109.
Esto, especialmente desde la metodología contextualista-intencionalista de la historia intelectual planteada por los historiadores de la Escuela de Cambridge, como Quentin Skinner y J. G. A. Pocock, donde el contexto lingüistico y las intenciones del autor constituyen el punto central para comprender cualquier texto. En este enfoque se subraya la necesidad de tener cuidado con la carga que el presente introduce al interpretar las intenciones de un autor, como si estuviera hablando desde nuestro propio contexto o describiéndolo. Sin embargo, una crítica a esta perspectiva es que, si ciertos tópicos o autores dentro de las ciencias sociales han mostrado cierta atemporalidad, ello se debe a la forma en que las ideas y los conceptos pueden transformarse como parte de la propia interacción humana y del diálogo constante que sostienen el presente y el pasado.
Mario Briceño-Iragorry, Pequeño anecdotario trujillano (Caracas, 1957), p. 10.
Laureano Vallenilla Lanz, Disgregación e integración: Ensayo sobre la formación de la nacionalidad venezolana (Caracas, 1953), p. XXX.
Mario Briceño-Iragorry, La Historia como elemento creador de la cultura (Caracas, 1985), p. 180.
Alberto Adriani, Labor venezolanista: Estímulo de la juventud (Caracas, 1946), p. 108.
Mario Briceño-Iragorry, Mensaje sin destino: Ensayo sobre nuestra crisis de pueblo (Caracas, 1952), p. 112.
Tomás Polanco Alcántara, Once maneras de ser venezolano (Caracas, 1987), p. 193.
Mario Briceño-Iragorry, Ideario político, Caracas, 2008, p. 108.
Mario Briceño-Iragorry, La Historia como elemento creador de la cultura, Caracas, 1985, pp. 199-201.
Mario Briceño-Iragorry, Ideario político, p. 122.
Mario Briceño-Iragorry, Tapices de historia patria: Ensayo de una morfología de la cultura colonial, 5.ª ed., Caracas, 1982, p. 49.
Mario Briceño-Iragorry, La hora undécima, Madrid, 1956, p. 109.
Mario Briceño-Iragorry, El caballo de Ledesma, 3.ª ed., Caracas, 1948, p. 45.
He titulado de esta manera un ensayo disponible para su libre lectura en esta misma plataforma para el boletín venezolanista de Idearium Caribe. Léelo aquí: https://www.ideariumcaribe.com/p/montar-el-caballo-de-ledesma
Mario Briceño-Iragorry, Ideario político, p. 89.
Mario Briceño-Iragorry, El caballo de Ledesma, p. 57.
Textos que, hechos con mucha humildad y gratitud, esperemos puedan servir de plataforma para el entusiasmo de la juventud venezolana.
Poner estos textos maravillosos disponibles es un regalo grande. Sus ensayos son luminosos. Muchas gracias.